– Mi casa.
– Tu casa? ¿Aquí es donde…?
Ella asintió.
– ¿Nadie vive aquí?
– No desde entonces.
– ¿Quién es el propietario ahora?
– Yo.
– ¿Te ocupas del exterior? -La hierba había sido obviamente cortada recientemente.
– Tengo a alguien que lo hace cada semana.
Él miró sobre su hombro y estudió la estructura.
– Supongo que tendrías que hacer mucho trabajo para venderlo.
– No lo vendería. Nunca lo vendería, -dijo rápidamente-. Es todo lo que me queda.
– ¿Piensas que te vendrás algún día?
Ella sacudió la cabeza.
– Ni siquiera he entrado desde ese día. Me fui directamente a casa de mi tía y tío después de que fui dada de alta del hospital.
– ¿Ha entrado alguien?
– Quizás mis abuelos, mientras seguían con vida. La policía le dio a mi abuelo la llave cuando terminaron. La encontré en un gancho cerca de la puerta trasera después de su muerte.
– ¿Dónde está la llave ahora?
Buscó en su bolsillo y sacó su llavero.
– Aquí mismo, -dijo-. Sé lo que estás pensando. Piensas que es estúpido aferrarse a una propiedad todos estos años si nunca vas a hacer nada con ella. Varios acres de terreno, cerca de la bahía, tienen un gran valor, lo sé. No creerías lo que me han ofrecido por ella. Pero no puedo vivir aquí, y no puedo separarme de ella. No puedo entrar, pero no puedo alejarme. Es el último lugar donde fuimos una familia. El último lugar donde los vi.
Cass miró sobre su hombro la casa.
– A veces creo que ellos están todavía aquí, justo dentro de la puerta. A veces pienso que veo a mi madre en una de las ventanas.
Ella lo miró, buscando una reacción.
– Debes pensar que estoy loca.
– Puedo entender por qué querrías verla. Puedo entender por qué la buscarías aquí. Tanto si vendes la casa o la conserves, si entras o no, no es asunto de nadie, sino tuyo. Si te consuela sentarse aquí, eso es lo que tienes que hacer. Sufriste una pérdida terrible, Cass. -Él se acercó y tomó su mano-. Denver me contó lo que te sucedió. Lo siento. Ni siquiera sé qué decir, cómo decir cuanto lamento todo lo que te pasó.
Ella asintió y miró fijamente los juncos.
– Cuando yo era pequeña, la totora no estaba tan cerca en la parte de atrás. Lo hacían a los lados, pero aquí, atrás, estaba completamente abierto hasta el pantano. Hay mareas allí, y Lucy y yo utilizábamos trozos de madera para hacer pequeños puentes para poder caminar por ahí. Tuvimos una tabla que llevábamos con nosotros para poner abajo; caminábamos sobre el agua, recogíamos la tabla, y la llevábamos hasta el siguiente riachueluelo… -Ella hizo una pausa, recordando-. A veces los mosquitos eran tan feroces. ¡Y las moscas! Oh, cielos, teníamos moscas verdes por ahí… lo suficientemente grande como para levantarte y arrastrarte hasta la bahía. Algunos días volvíamos cubiertas de verdugones, y mi madre nos frotaba algodón con calamina para las picaduras.
Ella se tragó un nudo y trató de sonreír.
– Es curioso lo que uno recuerda, ¿no? ¿Qué cosas recuerdas de tu infancia?
Cass suspiró y lo miró.
– ¿Qué recuerdas de tu infancia?, ¿cuál es la primera cosa que viene a tu mente?
– La caída del pajar de mis abuelos cuando tenía tres años, -respondió sin dudarlo.
– ¿Te lastimaste?
– Me quebré ambos brazos. -Se apartó el pelo que colgaba un poco sobre su frente para mostrarle una cicatriz irregular-. Caí de cara al piso.
– Tienes suerte de no haberte partido el cráneo.
– Al parecer tenía la cabeza dura. También me llevé algo de heno conmigo cuando me lancé del pajar.
– Como he dicho, suerte.
– Fue sólo la primera de una larga serie de contratiempos. Tuve una infancia llena de baches. Era un poco temerario, supongo.
– ¿Pasaste mucho tiempo en la granja de tus abuelos? ¿Es esa la abuela que te enseñó a hornear?
Él sonrió al recordarla.
– Sí. Viví con ellos más o menos hasta los cinco años.
– ¿Y después qué?
– Igual pasé mucho tiempo con ellos. Sólo que no viví con ellos a tiempo completo.
– ¿Y tu familia? ¿Hermanos? ¿Hermanas?
– Dos medio hermanos, dos medias hermanas. Todos más jóvenes. Una madre, un padrastro.
– ¿Qué pasó con tu padre?
– Nunca conocí a mi padre biológico muy bien. Yo fui el producto de una indiscreción juvenil, como dice el dicho. Mi madre se casó con mi padrastro cuando tenía cinco años. Él es realmente el único padre que conozco.
– ¿Ellos todavía viven en Texas?
– Sí. Todos ellos.
– ¿Vuelves a menudo?
– Ya no tanto, -dijo suavemente-. Lo hice mientras mi abuelo todavía estaba vivo, pero ahora no parece ser mucho más que un punto en el mapa.
Cass deseó poder preguntarle por eso -acerca de por qué no tendría ningún motivo para visitar a su madre o a los demás-, pero sabía que era mejor no fisgonear. Sabía lo que era cargar con cosas de las que odiaba hablar, como se sentía uno cuando alguien empezaba a sondear entre todos aquellos lugares que uno mantenía para sí mismo. Tan seguro como que ella tenía secretos, Rick Cisco tenía algunos propios.
Se encontró esperando que quizá algún día averiguara cuales eran.
Rick miró su reloj.
– La tarde casi se ha ido. ¿Quieres quedarte aquí un rato más?
– Supongo que no. -Ella miró hacia arriba. El sol estaba bien lejos al oeste-. Nos hemos perdido el desayuno. Y el almuerzo. Deberíamos tal vez conseguir algo para comer.
– Amén por eso.
Ella sonrió.
– Hay un lugar no muy lejos por el camino que hace unas hamburguesas maravillosas.
– Me leíste la mente. -Rick se puso de pie, de repente consciente de que seguía tomando su mano. Él la tiró del escalón, pero no la soltó-. ¿Te sientes mejor?
– Sí. Un poco. Tal vez un poco más en paz. -Ella no hizo ningún esfuerzo por soltar su mano mientras caminaban hacia el coche-. Siempre me siento más segura después de estar aquí un rato. Sé que debe parecer una locura, después de todo lo que ocurrió aquí.
Ella sonrió casi disculpándose y añadió:
– Éramos una familia tan feliz, Rick. Sé que es fácil idealizar tu infancia, tu familia… pero de verdad, éramos todos muy felices.
Ella estaba al lado del coche y miró hacia atrás a la casa, sus ojos pasaron de una ventana a la siguiente antes de concentrarse en un ventanal del segundo piso. Él siguió su mirada, pero no vio nada allí.
Tal vez ella se imaginaba que había alguien allí, Rick pensó mientras rodeaba la parte delantera del coche. Podría ser que necesitase ver a alguien allí. Bueno, si eso le daba consuelo, quién sabe…
Miró de nuevo cuando estaba abriendo la puerta de su vehículo, y por una fracción de segundo no estuvo seguro de que no haber visto algo en el ventanal. Una sombra quizá. Miró por sobre el techo del coche hacia donde ella estaba, en seguida de regreso a la ventana.
Lo que había pensado que había visto se había ido. El poder de sugestión, se dijo a sí mismo se ubicaba detrás del volante. Nada más que eso.
Por la puerta abierta de la sala de reuniones, Cass podía oír acercarse el clic, clic, clic de tacones altos en el piso de baldosas, mientras se movían rápida, y eficientemente, en su dirección. Alzó la vista en el preciso momento en que el portador de esos zapatos cruzaba el umbral.
– Ah, aquí está la doctora McCall, -Rick anunció, y se levantó para saludar a la atractiva mujer rubia que llevaba a ella y a su hermoso maletín de cuero con confianza.
– Agente Cisco. -Ella sonrió-. Y usted debe ser el Jefe Denver.
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