– Quizás deberíamos ir a hablar con él.
– Difícil de hacer. Murió hace unos diez años, ¿recuerdas?
– Cierto. Tal vez el atacante de Lucy tenía a otra Jenny en mente.
– Lo que tienes que saber es, que Lucy se ve casi exactamente como mi madre. -Ella cerró los ojos y se recostó contra el respaldo-. Ahora que lo pienso, todas las víctimas se parecen un poco a mi madre. Bonitas, con pelo largo oscuro…
– ¿Nadie conectó jamás el asesinato de tu familia con el Estrangulador de Bayside?
Ella sacudió la cabeza.
– ¿Por qué lo harían? Era una familia entera que fue arrasada… casi aniquilada. Los otros… fueron todos ataques a mujeres solas. El modus operandi es totalmente diferente, también. Mi familia… -Tragó con fuerza-. Nadie más fue atacado en su propia casa ese verano. Mirando hacia atrás, puedo ver por qué no hicieron ninguna conexión. Y todavía no estoy segura de que haya una conexión. No quiero que exista una conexión.
– ¿Dónde estabas tú? -Preguntó-. ¿Estabas fuera de la casa el día del ataque?
– Yo estuve allí, -dijo, luego se giró a mirar por la ventana.
Él quería preguntarle cómo se había salvado, pero el aspecto que mostró su cara le advirtió que se callara.
– Tenemos que hablar con el Jefe Denver. Tienes que decirle lo que te dijo Lucy.
Cass asintió, pero no habló.
Rick encendió el coche y condujeron en silencio hasta la comisaría. Caminaron directamente a la oficina del jefe y Cass apenas golpeó antes de abrir la puerta y entrar.
– Cass. -Jefe Denver levantó la mirada desde su escritorio, comenzó a decir algo, pero su expresión lo detuvo. En lugar de ello, preguntó-: Cassie, ¿qué ha sucedido?
Ella le contó sobre su conversación con Lucy.
– ¿La llamó Jenny?-Denver preguntó incrédulamente-. ¿Está segura?
– Ella está segura.
– ¿Pero que diablos…? -Denver la contempló sin expresión-. ¿Por qué diablos él…?
– Jefe, me pregunto si puedo echarle un vistazo a su archivo policial sobre el ataque a la familia de Cass, -dijo Rick-. ¿Asumo que todavía lo tiene?
– Supongo que todavía está en el cuarto de almacenamiento. Cuando nos cambiamos al nuevo edificio municipal hace siete años, todos nuestros viejos archivos fueron embalados y almacenados. Puedo hacer que alguien lo busque. No recuerdo haber dado el visto bueno para deshacernos de cualquiera de ellos, así que asumo que todavía lo tenemos. ¿Para qué lo quiere? ¿Qué está pensando?
– Pienso que hay una conexión con el Estrangulador de Bayside que de alguna manera se les escapó a todos en aquel entonces.
– De ninguna manera perdimos una maldita cosa. Ninguna maldita cosa. ¿Qué infiernos le hizo pensar tal cosa?
– Empecemos con el ataque a Lucy Webb, y el hecho de que su agresor la llamó Jenny.
– Hay un montón de mujeres llamadas Jenny.
– ¿Con el pelo largo oscuro, que fueron estranguladas hasta morir por un asesino que sólo apunta a mujeres con el pelo largo oscuro?
– Mire, Cisco, yo fui parte de ambas investigaciones en ese entonces, los Burkes y el Estrangulador. Yo fui uno de los primeros oficiales en la escena en la casa Burke. Le puedo decir que no mucho se nos escapó a nadie. Todos conocíamos a Bob y a Jenny. Repasamos esa casa con lupa. Encontramos al asesino escondido en el garaje, cubierto con la sangre Bob Burke. No tuvimos duda de que era el responsable de esos asesinatos. -Denver levantó la voz con ira y habló como si hubiese olvidado que Cass estaba en el cuarto-. Bajé a esa niña por los escalones, sangrado desde el cuello a su cintura, cortada en pedazos como…
Cass salió disparada del cuarto.
– Jesús, no puedo creer lo que acabo de hacer. -Denver se pasó una mano sobre su cabeza-. Virgen Santa, no puedo creer haberlo hecho.
Rick la siguió, luego se detuvo en la puerta, y por encima de su hombro preguntó:
– ¿Por «esa niña», quiere decir la hermana de Cass?
– No, me refiero a Cass. Ese bastardo la apuñaló en el pecho cinco, seis veces, y la dejó por muerta. Es un milagro que viviera. Todavía no sé cómo sobrevivió.
– Necesito ver el archivo tan pronto como pueda tenerlo. Hoy, si es posible. -Rick cerró la puerta y se fue en busca de Cass.
La encontró en su oficina, sentada en su escritorio, las luces apagadas, las persianas de la ventana bajadas. Él no podía pensar en nada que decir que posiblemente pudiera consolarla o importara, por lo que no dijo nada. Simplemente apartó la silla de escritorio que ella le había ofrecido hacia unos días, y esperó que volviera de donde quiera que sus recuerdos la habían llevado. Estaba bastante seguro de que no era un buen lugar.
Permanecieron sentados en silencio por casi veinte minutos antes de que su teléfono celular sonara. Él contestó, escuchó, y luego dijo:
– Allí estaremos. Gracias.
Cass alzó la vista para encontrar su mirada.
– Era Mitch. La Dr. McCall -la perfilista de la que la que te hablé- ha tenido un cambio de planes y no puede estar aquí hasta alrededor de dos de mañana.
Cass asintió distraídamente.
– Necesitaré decirle todo lo que salio a la luz hoy. Incluido el hecho de que estabas en la escena cuando tu madre fue asesinada.
– Yo no estuve allí, -le dijo, su cara todavía blanca, sus ojos enormes y redondos y angustiados.
– Pero Denver dijo que habías sido atacada…
– Entré en la casa después de que hubiese acabado.
– Pero lo viste.
Ella sacudió la cabeza.
– No lo recuerdo. Sucedió tan rápido. Fue sólo una mancha.
– A pesar de todo, Annie va a querer hablar contigo acerca de esto. -Y, probablemente más que eso, lo sabía, pero dejaría que Annie tratara con eso.
– Mientras tanto, ¿qué te gustaría hacer?
– ¿Qué? -Ella frunció el ceño, como si no entendiera ni una palabra.
– ¿Cómo te gustaría pasar el resto del día? ¿Hay algún lugar donde te gustaría ir?
Ella pensó por un momento, luego extendió la mano.
– Dame las llaves del coche. Te llevo.
***
Rick no tenía ni idea de adonde se dirigían. Todo lo que sabía era que ahora mismo, Cass parecía estar en un estado de ánimo algo frágil, e iría a donde ella quisiera ir si eso ayudaba a mantenerla en pie hasta que llegara Annie. Como psicólogo, Annie era mucho más capaz de manejar eso, ella sabría qué decir y qué no decir. En su mayor parte, Rick sólo quería que Cass resistiera hasta el otro día. Se recostó en el asiento del pasajero y esperó hasta que llegaran a su destino, dondequiera que fuese.
Fueron hacia las afueras de la ciudad por varios minutos, por un camino ribeteado en ambos lados de pantanos. Las altas aneas se extendían por el lado derecho. Una o dos millas por el camino, los juncos comenzaban a disminuir y llegaron a un claro. En el centro del claro se asentaba una casa con tejas de cedro degradado a un rico café. Cass giró en el sendero y apagó el motor. Salió del coche sin decir nada y Rick la siguió.
La casa había sido abandonada, evidentemente, hacia mucho tiempo, al igual que el barco de madera podrido asentado en bloques de cemento cerca de un garaje en ruinas. Un oxidado conjunto de columpios de niños situado en el extremo más alejado del jardín, torcidos hace mucho, y en torno a la base de la casa, tercas flores florecían a pesar de años de abandono.
Cass fue directamente a los escalones traseros y se sentó en el segundo de la parte inferior. Rick se sentó junto a ella, y ella se movió ligeramente a la izquierda para darle cabida. Se sentaron en la misma forma, él notó. Los pies sobre el peldaño de abajo, los brazos descansando sobre sus muslos.
– ¿Dónde estamos?, -preguntó, a sabiendas de que fuera lo que fuera ese lugar, era importante para ella.
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