– Y no pudiste alejarte de la historia.
Ella sacudió la cabeza.
– No creo que pueda. No hasta que todo se resuelva.
– Bueno, vamos a ver si podemos hacer algún progreso aquí hoy, y así puedas continuar con tu vida. ¿Tírame la caja de tachuelas, por favor? Hagamos el mapa.
– Tienes un montón de faxes aquí, -le dijo, cuando afirmaron el mapa en la tabla.
– Eso fue rápido. -Apoyó el mapa contra el estante para libros y tomó la pila de papel que ella le entregó. Los hojeó, leyendo en voz alta-, Policía del estado de Pennsylvania. Alabama… Texas… Nuevo México… y la Oficina de Investigación de Georgia asegura tener mucho que decir.
Él leyó por encima los mensajes de fax que acompañaban los diversos informes.
– Leary, Georgia. Colquitt. Ideal… -Sacudió la cabeza-. Parece que todavía están comprobando sus registros.
– Y hay más fax llegando. -Señaló a la máquina, donde hoja tras hoja se deslizaba en la bandeja.
– Ordenemos estos por fecha, así los tendremos cronológicamente… Ese es mi teléfono.
Sacó el teléfono timbrando del bolsillo de sus pantalones y lo contestó, luego paseó hasta la ventana y miró hacia afuera mientras escuchaba.
– Creo que tenemos que sentarnos y conversar, Cisco, -dijo después de varios minutos-. Allí o acá, no importa… Bien, seguro, entiendo. Puedo estar allá en…
Mitch miró a Regan y preguntó:
– ¿Cuánto hay de aquí a la playa?
– Nueva Jersey tiene toda la costa compuesta de playas.
– Bowers Inlet.
– Tal vez una hora y media. Dependiendo del camino que tomes.
– ¿Conoces algún atajo?
– Claro. Soy una chica de Jersey. Nunca tomamos las carreteras principales.
– Espérame para el almuerzo, -dijo Mitch al teléfono-. Voy a estar allí antes del mediodía.
Cerró el teléfono y lo guardó nuevamente en su bolsillo.
– ¿Qué pasa en Bowers Inlet?, -preguntó.
– Parece que la última víctima -de la que el jefe de policía estaba hablando en la televisión- es prima de la única detective de Bowers Inlet.
– ¿Pero está viva?
– Viva, pero aún inconsciente, por lo que no han podido conseguir ninguna información de ella sobre su atacante.
Regan se sentó en el brazo de una silla y se cubrió la cara con sus manos.
– Esto va demasiado rápido. Es demasiado grande. No puedo mantener el ritmo.
– Estoy seguro de que la policía en Bowers Inlet se siente de la misma manera.
– Bueno, necesitamos una estrategia. -Ella se puso de pie, con sus manos en sus caderas-. Tenemos que mantener esto organizada o se nos irá de las manos. Perderemos de vista alguna información que quizás resulte importante más adelante. Empecemos haciendo el mapa. Coloca los alfileres en todos los lugares en los que pensamos que ha ocurrido un asesinato que podría estar conectado.
– Tal vez puedas hacerlo mientras voy a encontrarme con Cisco. -Mitch entregó a Regan la lista y la caja de alfileres, luego comenzó a juntar todos los faxes-. Quizás cuando vuelva…
– No-no. -Ella sacudió su cabeza-. Voy contigo. El acuerdo con John Mancini fue que yo abriría mis archivos al FBI, pero a cambio, consigo información por adelantado.
– No estoy seguro que por adelantado signifique que tengas que acompañarme.
– Ese fue el acuerdo. -Más o menos-. Puedo ayudarte con esto. Por las últimas semanas, he estado revisando los archivos mi padre. Puede haber cosas que he leído que podrían significar algo para tu investigación.
– ¿Tal como…?
– Algo que oiga, o vea, en Bowers Inlet podría recordarme algo que leí en uno de sus archivos.
Mitch buscó en sus bolsillos sus llaves.
– Además, me necesitas. -Ella dobló sus gafas de lectura y buscó su estuche en medio de los documentos sobre el escritorio. Lo encontró, metió los lentes y lo guardó en su bolso.
– ¿Lo hago?
– Seguro. Conozco todos los atajos.
– Apuesto que se forma un buen embotellamiento más adelante en el verano, -Mitch observó mientras conducía sobre el puente de dos carriles que llevaba a la pequeña isla, donde varias de las ciudades costeras se situaban-. ¿Quién tiene todavía puentes de dos carriles en estos días?
– Te sorprendería. -Regan sonrió-. Recuerdo cuando algunos de los pasos elevados terminaron en puentes levadizos. Apuesto que algunos todavía lo hacen.
– No parece muy eficiente.
– No vienes a la costa de Jersey en busca de eficiencia. -La sonrisa se amplió ligeramente-. Si quieres eficiencia, vas a Florida.
Señaló acres de pantano a su derecha donde, a veinte pies del paso elevado, dos garzas pescaban en medio de las altas cañas.
– Todavía se ve igual gran parte de la zona de la costa. Hay kilómetros de pantanos y bahías, áreas que nunca serán urbanizadas. -Sacó su brazo derecho por la ventana, lo levantó y bajó mientras dejaba llevar su mano por la brisa del mediodía-. Es el tiempo de convertibles. Deberíamos haber traído mi coche.
– Puedo bajar el techo corredizo, -ofreció.
– No te ofendas, pero ¿para qué molestarse? En un día como hoy, deseas más que el aire fresco. Quieres poder reclinar la cabeza hacia atrás, y tener algo de sol en la cara. Quieres la brisa junto con el aire fresco.
– Bien. Si alguna vez volvemos, puedes conducir tú.
Pasaron un puerto deportivo, donde varios barcos de distintos tamaños se hallaban en sus amarraderos, otros en cobertizos o en los remolques. Un letrero anunciaba cebo vivo, junto con un buffet libre de almejas. Un [13] sunfish se dirigía a la bahía, y un par de chicos en un pequeño fuera borda educadamente dieron al velero una amplia distancia. Ellos traquetearon al pasarlo, lentamente, y luego dispararon el motor y se largaron, el sunfish bamboleándose a su paso.
Regan respiró hondo, la sonrisa todavía en su lugar.
– Mi papá solía llevarnos a un lugar como este cuando era pequeña. No recuerdo el nombre de la ciudad, pero recuerdo cómo olía. Salado y caliente. Era una gran cosa para mí. Las playas son tan diferentes de las playas de Inglaterra.
– ¿Vivías en Inglaterra?
– Hasta los doce años. Mi madre era inglesa, y vivía en Londres cuando conoció a mi padre. Se casaron allá, luego se trasladó aquí cuando la carrera de escritor de mi padre despegó. -Regan miró por la ventana-. Ella nunca se adaptó de verdad…
– ¿Dónde está ahora?
– Falleció hace unos años.
– Lo siento.
– Gracias.
Viajaron en silencio hasta que llegaron a la carretera principal de Bowers Inlet.
– Parece una ciudad agradable, -dijo Mitch al tomar la izquierda en Mooney Drive-. Pequeñas casas agradables en pequeños terrenos arenosos…
– Al igual que cada pequeña ciudad en la costa de Jersey, -ella le dijo-. Todos se ven casi igual… salvo quizás Mantoloking. Por supuesto, hay diferencias, pero en la mayoría de los lugares, casi siempre ves el mismo tipo de cabañas de playa, las mismas calles estrechas de dos carriles. Los mismos pequeños tugurios de helados, las mismas pequeñas tiendas de comestibles…
– ¿Qué pasa con Manna… lo que sea?
– Mantoloking.
– Qué, ¿no hay cabañas de playa? ¿Ni helado?
– Sólo digamos que las casas son mucho más grandes allí. -Ella reflexionó-. Pero cada ciudad costera tiene un lugar donde comprar helado. Está regulado en el código, creo.
– ¿Exige el código de Bowers Inlet a los residentes ponerle nombre a sus casas? -Leyó los nombres mientras conducía-. Santuario. Bill's Bungalow. Brisa de verano…
Ella se rió.
– Ahí está la estación de policía, en la siguiente esquina. ¿Crees que tu amigo está aquí todavía?
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