Si no fuera por ella, él y su amor estarían juntos en ese momento. En camino a Cape May, para iniciar su vida juntos.
Si no fuera por ella, todo estaría bien en ese momento. En ese momento…
Pero en lugar de ello, estaba solo, escondiéndose como un animal asustado en un oscuro pantano.
Y su amor… oh, su pobre amor…
Bueno, eso fue toda su culpa, también. Si no fuera por ella, su amor no estaría…
Se detuvo, recordando la forma en su amor había tratado de luchar contra él. ¿Por qué lo había hecho? No había planeado hacerle daño. ¿Por qué no lo entendió?
Sus dedos tocaron su rostro, se rozó los arañazos de sus uñas habían hecho.
¿Por qué había luchado contra él?
Si no hubiera tratado de luchar, no habría tenido que golpearla tantas veces.
Si no hubiera intentado gritar, no habría tenido que poner sus manos alrededor de su garganta y…
Pero no había querido herirla, nunca había pensado hacerle daño… ¡él la amaba! Habría parado, se dijo, no habría apretando tan fuerte, si otro no hubiera llegado, agitando esa maldita arma. Se había echo un lío entonces.
Por un momento, había olvidado donde estaba y con quién había estado. Una niebla pareció invadirlo, nublando su mente. Había visto sus manos en su garganta como en cámara lenta, y sintió como si pertenecían a otra persona.
En el momento en que su cabeza se había despejado, ya era demasiado tarde. Esquivaba las balas, corriendo por la puerta, y había tenido que dejarla allí, en el suelo.
Se sentía enfermo al saber que la culpa había sido sólo de él mismo.
Debería haber matado a esa -a la otra- cuando había tenido la oportunidad.
Regan iba por su segunda taza de café cuando sonó el timbre el lunes por la mañana. Miró el reloj, las 7:45.
– Tengo una buena noticia, -dijo Mitch cuando ella le abrió la puerta-, y algunas… así, algunas teorías.
– Dame la buena noticia primero. -Ella lo saludó y él la siguió por el vestíbulo hacia la cocina-. Luego me puedes dar las teorías.
– La buena noticia es que tengo otros dos nombres más de las víctimas de la lista misteriosa de tu padre.
Mitch dejó su maletín negro en el suelo junto a la mesa de la cocina y sacó una carpeta.
– 21 de mayo de 1983. Pittsburgh, Pensilvania. Elaine Marchand. Edad veintinueve. -La miró-. ¿Quieres conjeturar al azar sobre la causa de muerte?
– Estrangulación. Después de haber sido asaltada sexualmente.
– El archivo no especifica el orden, pero esa sería mi conjetura.
– ¿Qué más tienes allí? -Se inclinó para echar una ojeada, y él dobló el papel para proteger sus notas.
– Depende. ¿Te beberás todo ese café tú sola? -Preguntó.
– Lo siento. Te serviré una taza. -Fue al armario y sacó una taza-. Estabas diciendo…
– Charlotte, Carolina del Norte. 1 de febrero de 1986. Raquel Sheriden. -La observó servir el café y esperó hasta que se volvió hacia él-. Edad…
– Finales de los veinte, principios de los treinta. Violada y estrangulada.
– Eres buena en esto, -dijo impasible-. ¿Alguna vez has pensado en trabajar para el gobierno? He oído que el FBI está buscando unos buenos agentes.
Ella sonrió y le entregó la taza.
– Me arriesgaré y supondré que ninguno de estos asesinatos ha sido resueltos.
– Eres realmente buena en esto. -Sorbió el café caliente con cuidado.
– ¿Dónde conseguiste toda la información?
– De los archivos de la computadora de la Oficina. -Vertió leche descremada en la taza y la revolvió con la cuchara que ella había utilizado-. Y eso no es todo lo que logré.
– ¿Qué más?
– Tengo una lista de más de cuarenta asesinatos misteriosamente similares, no resueltos que han ocurrido durante los últimos veinticinco años. Mismo modus operandi. Todos de diferentes partes del país. Más cargados en el sur por varios de esos años, no obstante. Vamos a tener que echarle un vistazo a eso.
– ¡Cuarenta! -Los ojos de Regan se abrieron de par en par-. Cuarenta…
– Y esos son sólo los que he podido encontrar con facilidad. Dios sabe cuántos puede haber que nunca se introdujeron en el sistema.
– Por lo tanto, podrían ser más.
– Podrían haber muchos más, -dijo sobriamente-. Ahora, por supuesto, tenemos algo de trabajo por hacer para determinar si esos otros son, de hecho, probables víctimas de nuestro hombre. Vamos a tener que echar un vistazo a cada caso individualmente, pero las coincidencias son extrañas.
– ¿Qué pasa con estos otros lugares… -Buscó en la mesa la lista original, la encontró en la parte inferior de la pila-. Turquía, Panamá, Croacia… -Ella lo miró-. ¿Cómo encontrar información sobre esos lugares?
– Ese será un poco más complicado, pero tengo a alguien en la Oficina trabajando en eso. Mientras tanto, mira aquí. -Él tomó dos mapas de su maletín y extendió uno en la mesa, apartando la taza de café del camino-. Este es un mapa de los Estados Unidos. He encerrado en un círculo en rojo todas las ciudades de las que hemos hablado, pero es un poco difícil de ver, por lo que he comprado algunos alfileres de colores. ¿Hay un lugar donde podamos colgar esto?
– ¿Qué tal ahí en la puerta del sótano?
– Me parece bien. -Clavó las esquinas superiores a la puerta-. Servirá, siempre y cuando nadie quiera bajar.
– Muéstrame. -Señaló el mapa.
– Déjame poner los alfileres en su lugar. Empezaremos por identificar los lugares de la lista de tu papá con alfileres rojos.
– Las víctimas conocidas del Estrangulador de Bayside.
– Correcto. -Procedió a colocar los alfileres rojos en el mapa-. Ahora, para los asesinatos por la Costa de Jersey, estoy poniendo una tachuela roja para representarlos a todos, ya que es básicamente un solo lugar. Luego tuvimos Pittsburgh… Charlotte… Corona… Memphis…
Regan se acercó para mirar más de cerca.
– ¿Vamos a asumir que las fechas y los sitios en aquella lista representan asesinatos?
Él asintió.
– Creo que es una suposición inequívoca. Cuando miramos el panorama en conjunto, todo lo señala así.
Mitch apoyó la espalda contra el mostrador.
– Creo que estamos de acuerdo en que el Estrangulador de Bayside y el hombre que cometió estos otros asesinatos son la misma persona.
– Sin duda se ve de esa manera.
– Y creo que quienquiera que sea él, y por razones que aún no entiendo, escribió a tu padre a lo largo de los años. -Mitch volvió a la mesa por su taza-. «Hey, Landry, ¿me recuerdas?»
– Él le envió notas para mantenerlo actualizado de sus actividades. Jactándose de sus hazañas. Y mi papá empezó a llevar un registro de cuándo las recibió, y dónde fueron franqueadas.
– Tenemos que encontrar el resto de los archivos de tu padre y ver lo que hizo con toda esa información.
– Se las habría enviado a alguien, -dijo Regan-. Algo como esto, tantas víctimas en tantas áreas, habría ido directamente al FBI. El habría guardado copias de las cartas, pero no se las habría guardado para sí mismo.
– Creo que tendríamos más éxito buscando en las cajas de archivos aquí que en la Oficina. Sin saber a donde él envió la información o a quien, o cuando, ni hay que decir donde podrían estar ahora. Pediré a John Mancini que haga que alguien allí en la Oficina lo examine, pero es un disparo tan largo, que casi no vale la pena el tiempo. A menos que una investigación oficial fuese iniciada y documentada, será imposible. Con el paso de todos estos años, tienes oficinas cerradas o trasladadas, agentes muertos, jubilados, o reubicados. Los archivos de tu padre pueden ser un lío, pero estamos bastante seguros de que en algún lugar en medio de todo esto encontraremos lo que estamos buscando. No tenemos esa garantía sí confiamos en los registros de la Oficina.
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