Mariah Stewart - Verdad Fria

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Cassie Burke fue apuñalada y toda su familia asesinada en la pequeña ciudad de Bowers Inlet veintiséis años atrás. La policía cree que atraparon al hombre responsable de las muertes, pero nunca al hombre que comenzó a estrangular mujeres poco después.
Conocido como el Estrangulador de Bayside, mató a trece mujeres antes de desaparecer. Hoy, Cassie es una detective en el pequeño cuerpo de policía de Bowers Inlet. Ella y el jefe de policía Craig Denver no están preparados para el horror que está a punto de desatarse en la ciudad cuando el Estrangulador de Bayside vuelve con una venganza.
La escritora de crímenes verdaderos Regan Landry todavía repasa los archivos de su padre recientemente asesinado cuando descubre viejos mensajes que dicen ser del Estrangulador. Regan se pone en contacto con el FBI, quiénes envían al agente Rick Cisco a Bowers Inlet para ayudar a Cassie en la investigación. Para Cassie, la vuelta del asesino le trae horrorosos recuerdos, pero aquellos recuerdos pueden ser capaces de revelar la verdad.

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– Pensé que parecías cansada. Tienes círculos oscuros bajo los ojos. Oye, tengo una crema muy buena de ojos que quita esa hinchazón. -Lucy se apartó de la mesa-. Vamos, si has terminado de comer, te la buscaré.

– He terminado de comer -muchas gracias por detenerse a recoger la cena- pero estoy agotada, Lucy. Creo que me acostaré.

– No, no, tienes que probar esa crema primero. Vamos…

Cass se levantó cansadamente y cerró con llave la puerta trasera. Se puso el bolso sobre su hombro y siguió a Lucy fuera del cuarto.

– Deja las luces de la cocina encendidas, Cass, -Lucy estaba diciendo, mientras subía la escalera-. Volveré a bajar y limpiaré lo de la cena. Estaré despierta un rato todavía.

Ella llegó a lo alto de la escalera y dijo:

– Sólo cogeré la crema de ojos para ti…

Cass estaba en la puerta de la habitación de Lucy y contempló a su prima abrir una cartera.

– ¿Que diablos tienes ahí? -Cass se rió-. ¿Limpiaste los mostradores de las tiendas de cosméticos? ¿Qué es todo eso?

– Oh, diferentes productos para diferentes cosas. Crema de día con vitamina C, tiene un SPF 25. Crema de noche con vitamina E. Maquillaje. Champúes. Ya sabes.

Cass, que utilizaba una crema de cara multiuso -cuando se acordaba, que no era a menudo- y que había utilizado la misma marca de champú desde que era adolescente, sacudió su cabeza y tomó el frasco pequeño que Lucy le tendía.

– Aquí, ven al cuarto de baño y te la pondré.

– Lucy, puedo ponerme esta cosa cremosa bajo mis ojos. Asumo que ahí es donde va.

– No seas sabelotodo. -Lucy encendió la luz en el pequeño cuarto de baño, que era apenas lo suficientemente grande como para ambas mujeres-. Dame el pote.

Cass puso los ojos en blanco mientras Lucy le aplicaba la crema fresca y suave sobre su piel.

– Mira, no necesitas frotarla, simplemente necesitas esparcirla un poco.

– Correcto. Gracias. Me voy a dormir ahora.

– Cassie, ¿alguna vez has pensado que tal vez fuimos cambiadas al nacer? -Lucy agarró a su prima por el brazo y señaló el espejo que colgaba encima del lavamanos-. Te pareces tanto a mi madre, y yo tanto a la tuya. Tú tienes el cabello claro, y yo oscuro.

– Bueno, nuestras madres eran hermanas, Luce. Nosotros compartimos muchos de los mismos genes. -Cass miró fijamente el espejo. Ella y Lucy tenían un gran parecido-. Pero nunca me di cuenta de cuánto te pareces a mi madre. Y lo mucho que me parezco a la tía Kimmie, ahora que lo mencionas. Por supuesto, ya que nos llevamos por cuatro meses, hubiera sido difícil cambiarnos en el hospital, ¿sabes?

– Parece que la semejanza se hace más fuerte a medida que envejecemos, -señaló Lucy-. No es tan malo, después de todo, ¿verdad? Ambas eran impresionantemente atractivas.

– Seguro lo eran. La última vez que vi a tu madre, todavía se veía fabulosa. Sólo puedo soñar con tener tan buen aspecto cuando tenga su edad.

– Ella cuida bien de sí misma, aunque creo que le da demasiado el sol de Arizona. Te verás grandiosa, también, cuando tengas cincuenta si cuidas de tu piel. Oh… Tengo un corrector maravilloso que tienes que probar. Sencillamente borrará la inflamación y las líneas bajo los ojos. Te lo dejaré en el cuarto de baño para que lo uses en la mañana.

– Y dicen que el descanso es esencial, ¿cierto? Bueno, estoy lista para conseguir algún descanso.

– Bueno, entonces, haré mi cama y tú sigue delante y métete en la tuya. Tengo el presentimiento que vas a darle a la crema de ojos una dura prueba.

– ¿Estás segura que no puedo echarte una mano?

– Vete a la cama, Cassie. Te veré por la mañana.

– Muy bien. -Cass bostezó-. Lucy, me alegra que estés aquí. Y lamento que tengas problemas.

– Me alegro de estar aquí, también. Y en cuanto a mis problemas, bien, un poco de terapia puede ayudar. ¿Te molesta si hago algo con el sofá en el salón?

– Lo que quieras. -Cass se rió y se fue a la cama.

Abajo, con un pequeño bloc de notas en la mano, Lucy comenzó a planificar la decoración del bungalow. Si ella no podía ser feliz, al menos podía estar muy ocupada.

7

El Agente Especial del FBI Mitchell Peyton sólo quería una cosa ese viernes por la tarde: un ininterrumpido descanso de diez minutos para terminar su almuerzo.

Frunció el ceño cuando la quinta llamada telefónica en hilera le fue pasada. Bueno, se conformaría con cinco. Contó hasta diez, dejó el sándwich que había estado a punto de morder, y trató de de decirse que no recogiera el auricular.

Deseó poder hacerse a él mismo no contestar, sólo una vez.

– Peyton.

– Mitch, aquí John Mancini. ¿Tienes un minuto? -Como siempre, el jefe perdía poco tiempo en charla.

– Seguro.

– Ven abajo, entonces.

Mitch colgó y envolvió su sándwich -su favorito, rosbif y provolone con rábano picante en un crujiente pan de trigo integral- en el papel blanco de Andre's Deli utilizado para algunos de sus mejores trabajos. Puso la última obra maestra de Andre de nuevo en la bolsa en la que había sido entregado, y luego abrió el cajón inferior de su escritorio. No que alguien en su oficina se fuera con el sándwich de otra persona, por supuesto.

Sí, claro.

– Hay un montón de tiburones por aquí, -murmuró Mitch, y dejó el sándwich en el cajón abierto, luego tomó un largo trago de la botella de agua que estaba abierta en su escritorio antes de partir hacia el ascensor.

***

– Él te está esperando. Trata de no dejarlo extenderse más de ocho a diez minutos. Tiene una reunión con el director al mediodía, -Eileen Gibson, durante mucho tiempo secretaria de John Mancini, dijo sin alzar la vista de su computadora cuando Mitch entró en su oficina-. Hay café fresco. Acabo de hacerlo.

– Gracias, Eileen. -Se tragó el impulso de referirme a ella por el apodo que los agentes de campo la llamaban a sus espaldas “El pequeño General” Mitch se detuvo el tiempo suficiente para servirse una taza. Pasó por alto lo que sabía que el café le haría a su estómago vacío.

Golpeó con sus nudillos la puerta interior, y luego entró.

– Estoy al tiro contigo. Toma asiento. -Con una mano, John señaló vagamente en dirección a las sillas que estaban en el lado opuesto del escritorio desde donde estaba sentado, y con la otra, terminaba de garabatear cualquiera que fuese la nota que había estado haciendo entre medio.

Mitch dobló sus largas piernas mientras se sentaba en la silla más cercana a la ventana y sorbió su café.

– Bonito trabajo el que hiciste, cerrando el caso Kingsley, Mitch.

– Gracias. Tuve mucha ayuda.

– Cierto. Todo el mundo en el equipo es digno de elogio. Y será elogiado, oficialmente. Me ocuparé de eso en aproximadamente cuarenta minutos. Pero sí creo que fue tu investigación -y la informática- esas habilidades que unieron las piezas. Muy impresionante.

– Gracias, John.

– En realidad, hiciste un buen trabajo, y estoy tan impresionado, que voy a pedirte que investigues algo más para mí. -John Mancini se reclinó en su asiento. Con sus mangas de la camisa enrolladas y sus gafas colgando del bolsillo de su camisa, nadie sospecharía que él era el jefe de una unidad especial de investigación que funcionaba dentro del FBI-. ¿Sabes quien era Joshua Landry?

– Por supuesto. Es aquel escritor de crímenes verdaderos que fue asesinado el año pasado por uno de los tres asesinos que se encontraron en Pennsylvania e intercambiado listas negras. La clase de unos Forasteros en un Tren encuentran a Ted Bundy y amigos, si mal no recuerdo.

John asintió.

– Bastante cerca. Los tres se reunieron por casualidad en una habitación de detención en el palacio de justicia y estuvieron demasiado tiempo a solas sin supervisión. Al parecer, hicieron algún tipo de trato de matar unos por otros… cada uno de ellos golpearía a tres personas que en algún momento cabrearon a uno de los restantes. Ninguno jamás lo admitió, pero es bastante evidente que habían llegado a un acuerdo entre ellos. De todos modos, Landry se cruzó con uno de ellos hace algunos años y al parecer le había causado una tremenda impresión. La suficiente para que él fuera abatido a tiros en su granero una mañana el otoño pasado. Una vergüenza, de verdad. No sólo era un buen escritor, sino un inteligente investigador. Habría sido un tremendo agente, yo siempre lo pensé.

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