Jeffery Deaver - La estancia azul

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Jeffery Deaver explora en La Estancia Azul el siniestro territorio del suspense en la red. El asesino del relato responde al apodo de Phate, pero su verdadero nombre es Jon Patrick Holloway. Aparentemente no es más que un hacker, un inofensivo pirata informático. Pero su mente perversa ha ideado un programa llamado Trapdoor, el cual le permite asaltar los ordenadores de sus víctimas potenciales, apoderarse de todos los archivos que contienen información de carácter personal y, de este modo, iniciar un juego macabro cuyo objetivo final es la eliminación del usuario elegido. Para atrapar a este peligroso psicópata, la policía recurre a la ayuda de Wyatt Gillette, un hacker experto que cumple un año de condena en la cárcel por un delito informático menor. Es preciso actuar deprisa, pues los terribles asesinatos se suceden uno tras otro, y nadie en la red está a salvo.

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Wyatt Gillette estaba en el asiento del copiloto del Crown Victoria, junto a Bishop. Shelton estaba sentado detrás y miraba una palmera meciéndose en la brisa húmeda. En un coche a su lado estaban Linda Sánchez y Tony Mott. Bishop parecía haber tirado la toalla en cuanto a ponerle las riendas al aspirante a Eliot Ness, y Mott se apresuraba a unirse a un grupo de policías uniformados y de operaciones especiales que estaban colocándose los chalecos antibalas. El jefe del equipo de especiales, Alonso Johnson, estaba allí de nuevo. Se encontraba solo, con la cabeza gacha mientras escuchaba lo que le radiaban por el auricular en su oreja.

El agente del Departamento de Defensa, Arthur Backle, había seguido a Bishop y esperaba de pie, con un paraguas en la mano, medio apoyado en el costado de su coche mientras se palpaba el vendaje que le cubría la cabeza.

Cerca de allí, Stonecrest estaba siendo rastreado por agentes de paisano, quienes, con el pretexto de hacer una cuestación, agitaban cubos de plástico amarillo y mostraban fotos de Jon Holloway.

Pasó un rato y nadie dio parte con éxito. Afloraron las dudas: quizá Phate estaba en otra urbanización, quizá el análisis de los teléfonos de Mobile America era erróneo. Quizá los números estaban bien pero, tras el incidente con Gillette, Phate había decidido dejar el Estado.

Entonces sonó el móvil de Bishop y éste respondió la llamada. Sonrió, asintiendo y mirando a Shelton y a Gillette:

– Identificación efectuada. Un vecino lo ha reconocido. Está en el 34004 de Alta Vista Drive.

– ¡Sí! -gritó Shelton, con un glorioso encuentro entre su puño y la palma de la otra mano-. Voy a decírselo a Alonso.

El fornido policía desapareció entre la multitud de agentes.

Bishop llamó a Garvy Hobbes y le dio la dirección. En su coche, el hombre de seguridad tenía conectado un Cellscope, un cruce entre ordenador y buscador direccional de radio. Conduciría cerca de la casa y comprobaría si éste estaba trasmitiendo o no. Un rato después llamaba a Bishop y le decía:

– Tiene un móvil funcionando. La transmisión es de datos, no de voz.

– ¡Está on-line! -dijo Gillette.

Bishop y Gillette salieron del coche y se encontraron con Shelton y con Alonso Johnson.

Johnson envió una furgoneta de vigilancia, camuflada como una de reparto, para que aparcara en la calle de Phate, frente a su casa. El oficial informó de que las cortinas estaban echadas y la puerta del garaje abierta. En la acera había un último modelo de Acura. Desde fuera no se veían luces encendidas. Un segundo equipo, pertrechado detrás de una Jacaranda cercana, ofreció un informe similar.

Ambos equipos añadieron que todas las puertas y ventanas estaban cubiertas: incluso en el caso de que Phate viera a la policía, no podría escapar antes del asalto.

Entonces, Johnson abrió un mapa detallado y plastificado de las calles de Stonecrest. Hizo un círculo en la casa de Phate con una pintura de cera y luego examinó un catálogo de los modelos de casas de la urbanización, también plastificado. Alzó la vista y dijo:

– Está en una casa del modelo Troubadour.

Buscó el plano de ese modelo de casa y se lo mostró a su segundo, un joven de pelo rapado y comportamiento militar, sin sentido del humor.

Gillette echó una ojeada al catálogo y vio un anuncio impreso bajo el plano. Decía: «Troubadour… La casa de tus sueños para que tú y tu familia la disfrutéis en los años venideros…».

– De acuerdo, señor -dijo el ayudante de Johnson-. Tenemos puertas delanteras y traseras en el piso al nivel de la calle. Otra puerta se abre a una terraza en la parte trasera. No hay escaleras pero son menos de cuatro metros. Podría saltar. No hay entrada lateral. El garaje tiene dos puertas, una conduce a la cocina y otra al patio. Yo propondría entrar con tres equipos dinámicos.

– Separadlo de su ordenador de inmediato -dijo Linda Sánchez-. No le dejéis teclear nada. Podría destruir el contenido del disco duro en unos segundos.

– Positivo -afirmó el ayudante. Johnson dijo:

– Vale. El equipo Able va a ir por delante, Baker por detrás y Charlie por el garaje. Que dos del Charlie se queden atrás y vigilen la terraza por si le da por saltar por ahí -alzó la vista y tiró del pendiente de oro que llevaba en la oreja izquierda-. Vale, vamos a cazar una mala bestia.

Gillette, Shelton, Bishop y Sánchez se reunieron en uno de los Crown Victoria y condujeron hasta la misma urbanización, aparcando cerca pero fuera del ángulo de visión que se podía tener desde la casa de Phate, junto a las furgonetas de los de operaciones especiales. Les siguió su sombra, el agente Backle. Todos vieron cómo las tropas se posicionaban con rapidez, agachándose y ocultándose tras los arbustos.

Bishop se volvió hacia Gillette y sorprendió al hacker, al inclinarse y estrecharle la mano.

– Pase lo que pase, Wyatt, no lo podríamos haber hecho sin ti. No hay mucha gente que se hubiera arriesgado y trabajado tanto como lo has hecho tú.

– Sí -dijo Linda Sánchez-, este chico es una joya, jefe -miró a Gillette con sus grandes ojos marrones-. Oye, si buscas trabajo cuando salgas, quizá puedas intentarlo en la UCC.

Por una vez dio la impresión de que Bob Shelton iba a hacerse eco de los sentimientos de sus compañeros, pero entonces salió del coche y fue a unirse a un grupo de policías de paisano que parecía conocer.

Gillette trató de pensar en algo que responder a Bishop para acusar recibo de lo dicho, pero no supo hacer otra cosa que asentir.

Se les acercó Alonso Johnson. Bishop bajó la ventanilla.

– Los de vigilancia no pueden ver nada y el tipo tiene el aire acondicionado al máximo, por lo que los infrarrojos resultan nulos. ¿Sigue el tipo conectado?

Bishop llamó a Garvy Hobbes y se lo preguntó.

– Sí -respondió el vaquero-. El Cellscope aún recibe su transmisión.

– Eso es bueno -dijo Alonso-. Lo queremos tranquilo y distraído cuando llamemos a su puerta -luego habló al micrófono-: Limpiad la calle.

Los agentes forzaron a dar la vuelta a varios coches que conducían por Alta Vista. Interceptaron a una señora de pelo blanco, una vecina de Phate que se disponía a salir del garaje, y guiaron su Explorer por una calle lejos de la casa del asesino. Tres chavales que, indiferentes a la lluvia, armaban jaleo con unos monopatines, también fueron interceptados por unos agentes de paisano vestidos con shorts y camisas Izod, que los quitaron de en medio.

La plácida calle de la urbanización quedó desierta.

– Tiene buena pinta -dijo Johnson, y acto seguido corrió agachado hacia la casa.

– Todo se reduce a esto…

Linda Sánchez se dio la vuelta y afirmó:

– Y que lo diga, jefe -le hizo una señal de buena suerte a Tony Mott, quien estaba agachado detrás de una valla que lindaba con la propiedad de Phate. Él le devolvió el saludo y señaló la casa del asesino. Ella dijo en voz baja-: Será mejor que ese chico no se haga daño.

Gillette no oyó que se impartieran instrucciones pero de pronto los del SWAT salieron de sus escondrijos y corrieron hacia la casa. Se oyeron tres explosiones. Gillette se sobresaltó.

– Son balas especiales -le explicó Bishop-. Están destrozando las cerraduras.

A Gillette le sudaban las manos y se mecía y contenía la respiración esperando oír disparos, explosiones, gritos, sirenas…

Bishop no se movía, y tenía la mirada fija en la casa. Si estaba tenso no lo demostraba.

– Venga, venga -musitó Linda Sánchez-. ¿Qué está pasando?

Fue un largo silencio roto tan sólo por el tamborileo del agua sobre el techo del coche.

Cuando sonó la radio, fue algo tan abrupto que todos se sobresaltaron.

– Jefe del equipo Alpha a Bishop. ¿Estás ahí?

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