Jeffery Deaver - La estancia azul

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Jeffery Deaver explora en La Estancia Azul el siniestro territorio del suspense en la red. El asesino del relato responde al apodo de Phate, pero su verdadero nombre es Jon Patrick Holloway. Aparentemente no es más que un hacker, un inofensivo pirata informático. Pero su mente perversa ha ideado un programa llamado Trapdoor, el cual le permite asaltar los ordenadores de sus víctimas potenciales, apoderarse de todos los archivos que contienen información de carácter personal y, de este modo, iniciar un juego macabro cuyo objetivo final es la eliminación del usuario elegido. Para atrapar a este peligroso psicópata, la policía recurre a la ayuda de Wyatt Gillette, un hacker experto que cumple un año de condena en la cárcel por un delito informático menor. Es preciso actuar deprisa, pues los terribles asesinatos se suceden uno tras otro, y nadie en la red está a salvo.

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Johnson y Bishop dieron por concluida la operación y Linda Sánchez rellenó la cadena de formularios de custodia y envolvió el disco duro del ordenador de Phate.

Gillette fue quien le explicó a Patricia Nolan que la redada había sido infructuosa.

– Shawn volvió a avisarlo, ¿no? -dijo ella, suspirando.

Sánchez les pasó el ordenador de Phate a Gillette y a Nolan y luego atendió una llamada telefónica.

– ¿Cómo pudo enterarse de que íbamos a asaltar su casa? -se preguntó Tony Mott-. No me cabe en la cabeza.

– Yo sólo quiero saber una cosa -dijo Shelton-: ¿Quién demonios es Shawn?

Y aunque era indudable que no esperaba recibir una respuesta en ese preciso momento, ésta le llegó:

– Yo lo sé -dijo Linda Sánchez, horrorizada y con la voz quebrada. Miró al equipo con el auricular y luego colgó el teléfono. La mujer cerró los dedos con las uñas pintadas de color rojo y continuó-: Era el administrador de sistemas de ISLEnet. Hace diez minutos encontró a alguien que estaba infiltrándose en ISLEnet para usarla como un sistema de fiar, y así poder piratear la base de datos del Departamento de Estado. El usuario era Shawn. El administrador imposibilitó la entrada y luego echó un vistazo al fallido objetivo de Shawn. Estaba dando instrucciones al sistema del Departamento de Estado para que hiciera dos pasaportes con nombres falsos. El administrador de sistemas reconoció las fotos escaneadas que trataba de infiltrar en el sistema. Una era la de Holloway -respiró hondo-. La otra era la de Stephen.

– ¿Qué Stephen? -preguntó Mott.

– Stephen Miller -dijo Sánchez, y se echó a llorar-. Él es Shawn.

* * *

Bishop, Mott y Sánchez estaban en el cubículo de Miller rebuscando en su escritorio.

– No me lo creo -dijo Mott con rebeldía-. Es un truco de Phate. Está jugando con nosotros.

– Pero entonces ¿dónde está Miller? -preguntó Bishop. Patricia Nolan dijo que ella había permanecido en la UCC durante todo el tiempo que ellos habían estado en casa de Phate y que Miller no había llamado. Y ella había intentado contactarle llamando a varios laboratorios informáticos de universidades cercanas pero él no estaba en ninguno de ellos.

Mott encendió el ordenador de Miller.

En la pantalla apareció el aviso para introducir una contraseña. Mott lo intentó por las bravas con las conjeturas más obvias: cumpleaños, nombres y demás.

Gillette entró en el cubículo y cargó su programa Crack-it. En unos minutos había descifrado la contraseña y Gillette estaba dentro del ordenador de Miller. Pronto encontró docenas de mensajes enviados a Phate bajo el nombre de pantalla de Miller, Shawn, que se conectaba a Internet por medio de la empresa Monterrey On-Line. Los mensajes estaban codificados pero los encabezamientos no dejaban lugar a dudas sobre la verdadera identidad de Miller.

– Pero Shawn es genial -objetó Patricia Nolan-, y Stephen era un principiante en comparación.

– Ingeniería social -dijo Bishop.

– Tenía que parecer estúpido para que no nos fijáramos en él -añadió Gillette-. Mientras tanto, informaba a Phate de todo.

– Él es el causante de la muerte de Andy Anderson -se dolió Mott-. Él lo engañó.

– Y cada vez que andábamos cerca de Phate, Miller lo prevenía -susurró Shelton.

– ¿Pudo saber el administrador de sistemas desde dónde estaba hackeando Miller? -preguntó Bishop.

– No, jefe -respondió Sánchez-. Estaba usando un anonimatizador a prueba de bombas.

Bishop preguntó a Mott:

– Y esas universidades en las que trabajaba… ¿Podía ser la del Norte de California una de ellas?

– No lo sé. Es probable.

Sonó el teléfono de Bishop. Escuchó asintiendo. Cuando colgó, dijo:

– Era Huerto -Bishop había enviado a Ramírez y a Morgan a la casa de Miller tan pronto como Linda recibió la llamada del administrador de ISLEnet-. El coche de Miller ha desaparecido. El estudio de su casa está vacío, con la excepción de un montón de cables y unos cuantos componentes de ordenadores: se ha llevado todas las máquinas y los disquetes -preguntó a Mott y a Sánchez-: ¿Tiene una casa de verano? ¿Tiene familia?

– No. Las máquinas lo eran todo en su vida -dijo Mott-. Trabajaba aquí, en la oficina, y también en casa.

Bishop le dijo a Shelton:

– Que distribuyan una foto de Miller a los agentes y que envíen a unos cuantos a la Universidad del Norte de California con ella -miró el ordenador de Phate y le preguntó a Gillette-: Los datos de ése ya no están codificados, ¿no?

– No -respondió Gillette y le explicó que para usar la máquina había tenido que descriptarlo todo. Señaló el monitor, saltándose el salvapantallas de Phate, que era el lema de los Knights of Access .

El acceso es Dios…

– Veré qué puedo encontrar.

– Puede que eso aún contenga trampas -le avisó Linda Sánchez.

– Voy a andar con pies de plomo. Voy a cerrar el salvapantallas y empezaremos por ahí. Conozco los lugares lógicos donde él ubicaría sus trampas -Gillette se sentó ante el ordenador y tocó la más inocua de todas las teclas del teclado (Shift ) para cerrar el salvapantallas. Puesto que la tecla Shift , por sí sola, no crea comandos ni afecta a los programas o a los datos contenidos en un ordenador, los hackers no suelen colocar trampas en ella.

Pero lo cierto es que Phate no era un hacker normal y corriente.

En el mismo instante en que Gillette pulsó la tecla, la pantalla se borró y aparecieron estas palabras:

COMENZAR ENCRIPTACIÓN

ENCRIPTANDO: STANDARD 12

DEPARTAMENTO DE DEFENSA

– ¡No! -gritó Gillette y apagó el interruptor. Pero Phate había alterado el controlador de energía y no tuvo resultado. Dio la vuelta al portátil para quitarle la batería pero alguien había roto el botón que permitía abrirla. En tres minutos, todo el contenido del ordenador estaba codificado.

– Mierda, mierda… -dijo Gillette, suspirando disgustado-. Todo eso es ahora inútil.

El agente Backle del Departamento de Defensa se levantó y caminó lentamente hacia la máquina. Miró primero a Gillette y luego la pantalla, que ahora estaba llena de símbolos sin sentido. Luego observó las fotos de Lara Gibson y de Willem Boethe pegadas en la pizarra.

– ¿Crees que ahí dentro hay algo que pueda ayudarnos a salvar vidas? -preguntó a Gillette.

– Es probable.

– Antes lo dije en serio. Si puedes romper su encriptación, me olvidaré de haberte visto hacerlo. Lo único que te pediré son los discos que tengas con el programa de decodificación.

Gillette dudó.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó, al fin.

Backle le brindó una cara amable y una pequeña risa.

– Ese cabrón me ha dado un dolor de cabeza de mil pares de demonios. Me encantaría añadir «Agresión a un agente federal» al conjunto de sus cargos.

Gillette miró a Bishop, quien asintió: era su forma de decirle que lo apoyaría. El hacker se sentó en una terminal y se conectó a la red. Volvió a la cuenta de Armstrong en Los Alamos, donde escondía sus herramientas de hacker, y descargó un programa llamado Pac-Man.

– ¿Pac-Man? -se rió Nolan.

Gillette se encogió de hombros.

– Cuando lo acabé llevaba veinticuatro horas levantado. No me dio para pensar un nombre mejor.

Lo copió en un disquete que insertó en el portátil de Phate.

En la pantalla apareció:

Encríptación / Decodíflcación

Nombre usuario:

Gillette tecleó: Luke Skywalker

Contraseña:

Las letras, números y símbolos que Gillette tecleó sumaban doce caracteres.

– Eso sí que es una contraseña difícil -dijo Mott. Entonces en la pantalla apareció esto:

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