El chico revisó el cuaderno y le enseñó una página a Gillette.
– Vale -dijo y, volviéndose hacia Tony Mott, anunció-: Llama a Garvy Hobbes. Que se ponga en el teléfono de manos libres.
Mott lo hizo, y en un segundo el jefe de seguridad de Mobile America estaba conectado.
– ¿Qué tal? -dijo Hobbes-. ¿Alguna pista sobre el chico malo?
Gillette miró a Bishop, quien delegó todo en el hacker:
– Esto es trabajo policial a la moda. Todo tuyo.
– Prueba esto, Garvy -dijo el hacker-. Si te doy cuatro fechas y horas distintas en las que uno de tus móviles se desconectó durante un minuto y luego llamó al mismo número, ¿podrás identificarme el número?
– Hmmm. Eso es nuevo, pero lo intentaré. Dame las fechas y las horas.
– No cuelgues -dijo Hobbes después de que Gillette se las proporcionara-. Ahora vuelvo.
El hacker explicó al equipo lo que estaba haciendo: cuando el ordenador de Jamie se quedaba colgado, el chico tenía que reiniciar el equipo para volver a conectarse a la red. Eso tardaba un minuto. Y significaba que el móvil de Phate también se desconectaba por el mismo periodo de tiempo, pues el asesino también tenía que reiniciar y volverse a conectar. Si uno cotejaba los momentos exactos en que el ordenador de Jamie se había colgado con aquéllos en los que un solo móvil de Mobile America se había desconectado y vuelto a conectar, podía saber el número de teléfono de Phate.
Cinco minutos después, el especialista de seguridad agarraba de nuevo el aparato.
– Esto es divertido -dijo Hobbes, alegre-. Lo tengo -luego imprimió un tono de objeción reverente a su voz-. Pero lo raro es que el ESN y el MIN están en disponibilidad.
– Lo que dice Garvy -tradujo Gillette- es que Phate pirateó un conmutador seguro, no público, y robó los números.
– Nadie había pirateado nuestro tablero central antes. Este chico es algo fuera de lo normal. Te lo digo yo.
– Pero eso ya lo sabemos -replicó Bishop.
– ¿Sigue usando el teléfono? -preguntó Shelton.
– No lo ha utilizado desde ayer. El perfil típico de un pirata telefónico nos muestra que si no lo usan en veinticuatro horas es porque han cambiado de número.
– Así que no podemos rastrearlo cuando vuelva a conectarse a la red, ¿no? -preguntó Bishop, desalentado.
– Eso mismo -dijo Hobbes.
– Bueno, pero eso ya me lo figuraba -dijo Gillette, encogiéndose de hombros-. Ningún hacker serio se sirve de números robados por más de ocho horas. Pero sí podemos delimitar el área desde donde realizaba las llamadas cuando ha estado llamando en estas últimas dos semanas, ¿verdad, Garvy?
– Claro que sí -afirmó Hobbes-. Guardamos constancia de las células desde donde se originan nuestras llamadas. La mayor parte de las llamadas de ese móvil provenían de nuestra célula 879. Eso es Los Altos. Y he restringido el área un poco más con la MITSO.
– ¿La qué?
– Con la oficina de conmutadores de teléfonos móviles. Tiene capacidad de ubicar los sectores: eso significa que te pueden decir en qué parte de la célula está localizado. O sea, que pueden delimitar el área en un kilómetro cuadrado.
Hobbes se rió y preguntó con cautela:
– Señor Gillette, ¿cómo es que sabe tanto como nosotros sobre nuestro propio sistema?
– Leo mucho -respondió Gillette, para salir del paso. Luego preguntó-: Déme las coordenadas de la ubicación. ¿Nos podría dar la información en calles? -fue por el mapa.
– Sin problemas.
Hobbes le señaló cuatro cruces y Gillette conectó los puntos. Era una zona trapezoidal que cubría una gran superficie de Los Altos.
Dentro de ese perímetro se encontraban seis nuevas urbanizaciones que respondían a las especificaciones dadas por el Consejo de Planificación y Zonificación.
Aunque era mejor que veintidós, seguían siendo demasiadas.
– ¿Seis? -preguntó una desmotivada Sánchez-. Eso supone unas tres mil personas viviendo allí. ¿No podríamos delimitarlo un poco más?
– Sí -respondió Bishop-. Porque sabemos dónde compra las cosas.
Sobre el mapa, Bishop señaló la urbanización que quedaba entre la tienda de Ollie y Mountain View Music.
Se llamaba Stonecrest.
Todos se pusieron en movimiento. Bishop le pidió a Garvy que se reuniera con ellos en Los Altos, cerca de la urbanización, y luego llamó al capitán Bernstein para informarle de todo. Decidieron que agentes de paisano irían puerta por puerta mostrando la foto de Holloway. Bishop tuvo la idea de comprar cubos de plástico y de facilitárselos a los agentes, quienes harían como que estaban recogiendo dinero para alguna causa benéfica, por si se daba el caso de que el mismo Holloway saliera a abrir la puerta. Luego alertó a los de operaciones especiales. Y los mismos miembros de la UCC se prepararon: Shelton y Bishop comprobaron sus pistolas; Gillette, su portátil, y Tony Mott comprobó ambas cosas a la vez, como no podía ser menos.
Patricia Nolan se quedaría, por si el equipo necesitaba acceder al ordenador de la UCC.
Mientras salían, sonó el teléfono y Bishop contestó la llamada. Estuvo un rato en silencio y luego miró a Gillette con una ceja levantada, antes de pasarle el aparato.
Frunciendo el ceño, el hacker se llevó el auricular a la oreja.
– ¿Sí?
Silencio. Y luego Elana Papandolos dijo:
– Soy yo.
– Hola.
Gillette vio cómo Bishop sacaba a todo el mundo afuera.
– No pensaba que llamarías.
– Yo tampoco -dijo ella.
– ¿Por qué?
– Porque creo que te lo debía.
– ¿Que me debías qué?
– Decirte que de todas formas me largo mañana a Nueva York.
– ¿Con Ed?
– Sí.
Esas palabras lo golpearon con más fuerza de lo que lo habían sacudido los nudillos de Phate momentos antes. Tenía la esperanza de que ella hubiera retrasado la partida…
– No lo hagas.
Otra interminable pausa.
– ¿Wyatt?…
– Te amo. Y no quiero que te vayas.
– Bueno, pues nos vamos.
– Hazme un favor -dijo Gillette-. Déjame verte antes de que te vayas.
– ¿Para qué? ¿De qué serviría?
– Por favor. Sólo diez minutos.
– No me vas a hacer cambiar de idea.
«Sí -pensó él-, sí que lo haré».
– Tengo que colgar. Adiós, Wyatt. Te deseo suerte en cualquier cosa que hagas en la vida.
– ¡No!
Ellie colgó sin añadir nada más.
Gillette miró el teléfono, ahora mudo.
– Wyatt -dijo Bishop.
Cerró los ojos.
– Wyatt -lo llamó de nuevo el detective-. Tenemos que irnos.
Alzó la vista y dejó el auricular sobre el aparato. Aturdido, Gillette siguió al policía por los pasillos.
El detective le murmuró algo.
Gillette lo miró, ausente. Preguntó a Bishop qué le había dicho.
– He dicho que es como lo que comentabais Patricia y tú sobre estar en uno de esos juegos MUD.
– ¿Qué pasa con ellos?
– Que creo que nos encontramos en el nivel de expertos.
* * *
El Monte Road se conecta con El Camino Real por medio de la columna vertebral de Silicon Valley, la autopista 280, unos kilómetros más al sur.
Mientras uno va por la autopista, el paisaje de El Monte varía desde tiendas de ropa, pasando por clásicos ranchos californianos de los años cincuenta y sesenta, hasta las nuevas urbanizaciones residenciales construidas con el propósito de cosechar el abundante dinero de los informáticos que andan por el vecindario.
No lejos de una de esas urbanizaciones, Stonecrest, había unos dieciséis coches de la policía estatal aparcados junto a dos furgonetas de los equipos especiales. Estaban en el aparcamiento de la Primera Iglesia Baptista de Los Altos, que una gran empalizada ocultaba de El Monte: ésa era la razón de que Bishop hubiera elegido este solar de la casa del Señor como base de operaciones.
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