Mark Twain - Las aventuras de Tom Sawyer

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Las aventuras de Tom Sawyer: краткое содержание, описание и аннотация

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«La mayoría de las aventuras que refiero en este libro son reflejo de la realidad, una o dos me han ocurrido a mí mismo, el resto son anécdotas de otros niños, compañeros míos de la escuela. Huck Finn ha existido, Tom Sawyer también, si bien no se trata de un solo individuo, es una combinación de las características de tres chiquillos amigos. Es pues un trabajo arquitectónico de orden compuesto.
Las raras supersticiones de las que doy fe prevalecían entre los niños y los esclavos del Oeste en la época de este relato.
A pesar de que destino este libro a pasatiempo de muchachos, espero que no lo despreciarán los hombres ni las mujeres, ya que en parte está compuesto con la idea de despertar recuerdos del pasado en los adultos y exponer cómo sentían, pensaban y hablaban, y en qué raras empresas se embarcaban».

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– Sí, Tom, debías haberlo hecho -dijo Mary, y creo que no habrías dejado de hacerlo si llegas a pensar en ello.

– ¿De veras, Tom? -dijo tía Polly con expresión de viva ansiedad- Dime, ¿lo hubieras hecho si llegas a acordarte?

– Yo…, pues no lo sé. Hubiera echado todo a perder.

Tom, creí que me querías siquiera para eso -dijo la tía con dolorido tono, que desconcertó al muchacho-. Algo hubiera sido el quererme lo bastante para, pensar en ello, aunque no lo hubieses hecho.

– No hay mal en ello, tía -alegó Mary; es sólo el atolondramiento de Tom, que no ve más que lo que tiene delante y no se acuerda nunca de nada.

– Pues peor que peor. Sid hubiera pensado, y Sid hubiera venido, además. Algún día te acordarás, Tom, cuando ya sea demasiado tarde, y sentirás no haberme querido algo más cuando tan poco te hubiera costado.

– Vamos, tía, ya sabe que la quiero -dijo Tom.

– Mejor lo sabría si te portases de otra manera.

– ¡Lástima que no lo pensase! -dijo Tom, contrito-; pero, de todos modos, soñé con usted. Eso ya es algo, ¿eh?

– No es mucho…: otro tanto hubiera hecho el gato; pero mejor es que nada. ¿Qué es lo que soñaste?

– Pues el miércoles por la noche soñé que estaba usted sentada ahí junto a la cama, y Sid junto a la leñera, y Mary pegada a él.

Y es verdad que sí. Así nos sentamos siempre. Me alegro que en sueños te preocupes, aunque sea tan poco, de nosotros.

– Y soñé que la madre de Joe Harper estaba aquí.

– ¡Pues sí que estaba! ¿Qué más soñaste?

– La mar. Pero ya casi no me acuerdo.

– Bueno; trata de acordarte. ¿No puedes?

– No sé cómo me parece que el viento…, el viento sopló la…, la…

– ¡Recuerda, Tom! El viento sopló alguna cosa. ¡Vamos!

Tom se apretó la frente con las manos, mientras los otros permanecían suspensos, y dijo al fin:

– ¡Ya lo tengo! ¡Ya lo sé! Sopló la vela.

– ¡Dios de mi vida! ¡Sigue, Tom, sigue!

– Y me acuerdo que usted… dijo: «Me parece que esa puerta…»

– ¡Sigue, Tom!

– Déjeme pensar un poco…, un momento. ¡Ah, sí! Dijo que la puerta estaba abierta.

– ¡Como estoy aquí sentada que lo dije! ¿No lo dije, Mary? ¡Sigue!

– Y después, después…, no estoy seguro, pero me parece que le dijo a Sid que fuese y…

– ¡Anda, anda! ¿Qué le mandé que hiciese?

– Le mandó usted…, le mandó… ¡que cerrase la puerta!

– ¡En el nombre de Dios! ¡No oí cosa igual en mis días! Que me digan ahora que no hay nada en los sueños. No ha de pasar una hora sin que sepa de esto Sereny Harper. Quisiera ver qué razon da de ello con todas sus pamplinas sobre las supersticiones. ¡Sigue, Tom!

– Ya lo voy viendo todo claro como la luz. En seguida dijo usted que yo no era malo, sino travieso y alocado, y que no se me podía culpar más que…, que a un potro, me parece que fue.

– ¡Y asimismo fue! ¡Vamos! ¡Dios Todopoderoso! ¿Qué más, Tom?

– Y entonces empezó usted a llorar.

– ¡Así pasó, así pasó! Ni era la primera vez. Y después…

Después la madre de Joe lloró también, y dijo que lo mismo era su hijo, y que ojalá no le hubiera azotado por comerse la crema, cuando ella misma la había tirado.

– ¡Tom! ¡El Espíritu había descendido sobre ti! ¡Estabas profetizando! Eso es lo que hacías. ¡Dios me valga! ¡Sigue,Tom!

– Entonces Sid dijo, dijo…

Yo creo que no dije nada -indicó Sid.

– Sí, algo dijiste, Sid -dijo Mary.

– ¡Cerrad el pico y que hable Tom! ¿Qué es lo que dijo Sid?

– Dijo que esperaba que lo pasase mejor donde estaba; pero que si yo hubiese sido mejor…

– ¿Lo oís? ¡Fueron sus propias palabras!

– Y usted le hizo que se callase.

– ¡Asimismo fue! ¡Debió de haber un ángel por aquí! ¡Aquí había un ángel por alguna parte!

– Y la señora Harper contó que Joe la había asustado con un petardo, y usted contó lo de Perico y el «matadolores».

Tan cierto como es de día.

– Después se habló de dragar el río para buscarnos y de que los funerales serían el domingo; y usted y ella se abrazaron y lloraron y después se marchó.

– Asimismo pasó. Así precisamente, tan cierto como estoy sentada en esta silla. Tom, no podrías contarlo mejor aunque lo hubieses visto. ¿Y después qué pasó?

– Después me pareció que rezaba usted por mí… y creía que la estaba viendo y que oía todo lo que decía. Y se metió usted en la cama, y yo fui y cogí un pedazo de corteza y escribí en ella: «No estamos muertos; no estamos más que haciendo de piratas», y lo puse en la mesa junto al candelero; y parecía usted tan buena allí, dormida, que me incliné y le di un beso.

– ¿De veras, Tom, de veras? ¡Todo te lo perdono por eso! -y estrechó a Tom en un apretadísimo abrazo que le hizo sentirse el más culpable de los villanos.

– Fue una buena acción, aunque es verdad que fue solamente… en sueños -balbuceó Sid, en un monólogo apenas audible.

– ¡Cállate, Sid! Uno hace en sueños justamente lo que haría estando despierto. Aquí tienes una manzana como no hay otra, que estaba guardando para ti si es que llegaba a encontrarte… Y ahora vete a la escuela. Doy gracias a Dios bendito, Padre común de todos, porque me has sido devuelto, porque es paciente y misericordioso con los que tienen fe en Él y guardan sus mandamientos, aunque soy bien indigna de sus bondades; pero si únicamente los dignos recibieran su gracia y su ayuda en las adversidades, pocos serían los que disfrutarían aquí abajo o llegarían a entrar en la paz del Señor en la plenitud de los tiempos. ¡Andando, Sid, Mary, Tom!… ¡Ya estáis en marcha! Quitaos de en medio, que ya me habéis mareado bastante.

Los niños se fueron a la escuela y la anciana a visitar a la señora Harper y aniquilar su escéptico positivismo con el maravilloso sueño deTom. Sid fue lo bastante listo para callarse el pensamiento que tenía en las mientes al salir de casa. Era éste:

– Bastante flojito… Un sueño tan largo como ése, y sin una sola equivocación en todo él.

¡En qué héroe se había convertido Tom! Ya no iba dando saltos y corvetas, sino que avanzaba con majestuoso y digno continente, como correspondía a un pirata que sentía las miradas del público fijas en él. Y la verdad es que lo estaban: trataba de fingir que no notaba esas miradas a oía los comentarios de su paso; pero eran néctar y ambrosía para él. Llevaba a la zaga un enjambre de chicos más pequeños, tan orgullosos de ser vistos en su compañía o tolerados por él como si Tom hubiese sido el tamborilero a la cabeza de una procesión o el elefante entrando en el pueblo al frente de una colección de fieras.

Los muchachos de su edad fingían que no se habían enterado de su ausencia; pero se consumían, sin embargo, de envidia. Hubieran dado todo lo del mundo por tener aquella piel curtida y tostada por el sol y aquella deslumbrante notoriedad; y Tom no se hubiera desprendido de ellas ni siquiera por un circo.

En la escuela los chicos asediaron de tal manera a Tom y Joe, y era tal la admiración con que los contemplaban, que no tardaron los dos héroes en ponerse insoportables de puro tiesos a hinchados. Empezaron a relatar sus aventuras a los insaciables oyentes…; pero no hicieron más que empezar, pues no era cosa a la que fácilmente se pudiera poner remate, con imaginaciones como las suyas para suministrar materiales. Y, por último, cuando sacaron las pipas y se pasearon serenamente lanzando bocanadas de humo, alcanzaron el más alto pináculo de la gloria.

Tom decidió que ya no necesitaba de Becky Thatcher. Con la gloria le bastaba. Ahóra que había llegado a la celebridad, acaso quisiera ella hacer las paces. Pues que lo pretendiera: ya vería que él podía ser tan indiferente como el que más. En aquel momento llegó ella. Tom hizo como que no la veía y se unió a un grupo de chicos y chicas y empezó a charlar. Vio que ella saltaba y corría de aquí para allá, encendida la cara y brillantes los ojos, muy ocupada al parecer en perseguir a sus compañeras y riéndose locamente cuando atrapaba alguna; pero Tom notó que todas las capturadas las hacía cerca de él y que miraba con el rabillo del ojo en su dirección. Halagaba aquello cuanta maligna vanidad había en él, y así, en vez de conquistarle no hizo más que ponerle más despectivo y que con más cuidado evitase dejar ver que sabía que ella andaba por allí. A poco dejó Becky de loquear y erró indecisa por el patio, suspirando y lanzando hacia Tom furtivas y ansiosas ojeadas. Observó que Tom hablaba más con Amy Lawrence que con ningún otro. Sintió aguda pena y se puso azorada y nerviosa. Trató de marcharse, pero los pies no la obedecían y, a pesar suyo, la llevaron hacia el grupo. Con fingida animación dijo a una niña que estaba al lado de Tom:

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