Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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Fue una imagen para la leyenda. Un tipo negro y robusto fuera de sí haciendo huir a las masas. La retirada fue instantánea. A nadie le apetecía enfrentarse a un chiflado.

Jimmy seguía con los ojos desorbitados cuando se volvió hacia los jóvenes.

– Será mejor que sigáis aquí cuando haya rescatado a mi mujer -les advirtió-; si no, os haré picadillo.

Nadie rechistó. Solo un idiota habría discutido con un loco de remate.

Apretó el hombro de Lisa con un gesto reconfortante al pasar a su lado.

– Dame una voz si intentan huir. Estaré pendiente. -Lisa le sostuvo la mirada con una expresión de miedo en los ojos, y Jimmy le hizo un guiño alentador-. No te preocupes, preciosa. Todo saldrá bien.

Lisa lo creyó y sus palabras le dieron seguridad… pero quizá no se hubiera sentido del mismo modo si hubiera sabido las veces que se equivocaba Jimmy James.

No habría estado en la cárcel tan a menudo si alguna que otra vez hubiera tenido razón…

Capítulo 19

Sábado, 28 de julio de 2001.

Interior del nº 23 de Humbert Street

Se produjo un cese repentino del ruido procedente del exterior cuando una sola voz -la de una chica- se alzó de la multitud. Franek se dio un golpecito en el pecho con aire de satisfacción.

– Es la policía -anunció-. Primero meten miedo, luego ponen orden. Así van las cosas.

– Oiríamos megáfonos -señaló Sophie, y aguzó el oído.

– Usted siempre lleva la contraria -repuso el hombre, enfadado-. ¿Por qué no acepta que Franek tiene razón? ¿Tanto cuesta a usted? ¿Dónde está su cortesía con los mayores?

– Usted no ha hecho nada para ganársela -replicó ella con acritud-. ¿Y qué rollo es ese de que… -se interrumpió y cambió el tono de voz para imitar el acento del anciano- «primero meten miedo, luego ponen orden»? Habla como si fueran de la Gestapo. ¿Qué creen que han hecho? ¿Matar a un hombre de cada diez para animar a los otros?

Una súbita ráfaga en polaco.

– Sería mejor que no mencionara a la Gestapo -advirtió, incómodo, Nicholas-. Gran parte de su familia murió en la guerra.

– Y de la mía también -repuso Sophie con desdén-. Hoy en día no hay un inglés vivo que no perdiera a un abuelo, un tío o una tía. Eso no me vale de excusa. Tratar de avergonzarme para que me calle no va a hacer que lo que dice sea más razonable. Sigo sin oír sirenas de policía -le recordó a Nicholas.

– Tal vez no quieran empeorar la situación.

Sophie negó con la cabeza.

– Se oiría algo -insistió-. Saben que ustedes dos están aquí. No dejarían que pasaran un miedo innecesario. -(Se refería a ella, por supuesto. No dejarían que «ella» pasara un miedo innecesario).

Franek dio un resoplido de irritación.

– ¡Basta ya! ¿Qué importa lo que hacen si mandan a esos… -se interrumpió para señalar con desprecio en dirección a la calle- animales a sus jaulas?

Un grito brotó de repente en la mente de Sophie, que tuvo que esforzarse para controlarlo.

– Creía que usted era el animal -replicó con brusquedad-. ¡Animal…! ¡Cabrón…! ¡Pervertido! -Sophie enfatizó cada palabra-. ¿No es eso lo que le llamaban?

– ¿Qué sabrá usted?

– Sé que es usted el que está en la jaula, señor Hollis.

Nicholas posó una mano sobre el brazo de su padre para contenerlo.

– Por favor, no siga -rogó a Sophie-. No es necesario.

– Para mí sí -replicó ella, enfadada-. Su padre se equivoca, y usted lo sabe. Ahí fuera está ocurriendo algo terrible… y nosotros estamos aquí sentados como idiotas esperando a que pase porque usted no tiene agallas para plantarle cara a su padre.

Nicholas levantó una mano apaciguadora.

– Él necesita creer lo que dice -murmuró-. Así es como se olvida del pánico. Como médico, debería entenderlo.

– Sí, pero como rehén, no -replicó ella con tono cortante-. Por lo que a mí respecta, cuanto antes tenga otro ataque de asma, mejor… y ya puede hacer usted los honores esta vez, que yo no voy a mover un dedo para ayudarlo.

Se hizo el silencio otra vez. Aquellas pausas siempre se veían impuestas por la negativa de Nicholas a contestar, y Sophie se preguntó si su falta de disposición a hablar sería una forma de apatía o una forma de manipulación. Nicholas la sorprendió retomando de repente la palabra.

– No hay que renunciar a los principios-dijo con calma-, sean cuales sean las circunstancias.

Sophie podría haberle acusado de condescendiente si Nicholas no hubiera pronunciado la frase con tanta delicadeza.

– ¿Y cuáles son sus principios? -le preguntó.

Nicholas se quedó pensativo un instante.

– La tolerancia… la conciliación… el entendimiento. No creo que con la provocación y la ira se consiga nada.

Tampoco Sophie, pero no creía que quedarse cruzada de brazos mientras el padre lanzaba un ataque contra ella se correspondiera con aquellos principios. Era ella quien tenía el privilegio, como víctima, de poner la otra mejilla; no Nicholas, espectador pasivo que ni siquiera había recibido daño alguno.

– La conciliación no consiste en no hacer nada -repuso ella-. Implica acción… una actitud positiva… un duro trabajo. Para evitar la confrontación hay que mediar entre las dos partes, no quedarse mirando sin hacer nada mientras tiene lugar la confrontación. Es lo que quiero hacer yo con esa gente de ahí fuera… pero ustedes no me lo permiten porque prefieren seguir utilizándome de escudo. Y eso no es «entendimiento» o «tolerancia». -Hizo una pausa-. Es cobardía.

Nicholas no se atrevió a mirarla a los ojos, pero Franek se echó a reír.

– Usted es más útil para nosotros aquí -afirmó-. Divierte a nosotros con sus pequeñas rabietas. Está tan asustada que no puede tener boca cerrada ni un solo minuto. -El anciano levantó la mano y movió los cuatro dedos sobre el pulgar imitando el pico de un pato-. Cua… cua… cua. Su madre debería haber enseñado a usted a tenerlo cerrado. Usted puede sacar un hombre de quicio con tanto gruñir. Aunque quizá no tiene, ¿eh? Quizá todos huyen porque usted muy mandona.

Sophie cerró los ojos un instante y respiró hondo por la nariz. Dios, cómo odiaba a aquel viejo…

– El mundo ha cambiado mucho desde la última vez que usted tuvo algo que ver con una mujer, señor Hollis.

– ¿Qué quiere decir con eso?

Sophie captó la mirada de advertencia que Nicholas lanzó en su dirección y agarró con más fuerza el bate de criquet.

– Para que una mujer se acercara a un Neanderthal como usted -le soltó- le tendría que pagar… y una puta diría o haría lo que fuera con tal de que le pagara por adelantado. Así que no me diga cómo llevar una relación satisfactoria con alguien… Usted no ha sido capaz de lograrlo con su hijo.

Franek la perforó con la mirada.

– Milosz lleva bien con su papá… siempre ha sido así. Si no cree a mí pregunte a él.

– No serviría de nada -replicó Sophie-. Su hijo ya ha dejado claro que cree en la gente tolerante, y supongo que usted entra dentro de la categoría que él está dispuesto a tolerar; de lo contrario no estaría viviendo con usted.

– Pues ahí tiene. Usted equivocada.

– Si no fuera porque yo no describiría una tregua precaria entre un matón violento e ignorante y un hombre que se queda sentado en silencio como una relación satisfactoria. -Sophie arqueó las cejas con sarcasmo-. A usted ya le va bien porque necesita creer en la fantasía de que tiene cierto control, pero no creo que a Nicholas le vaya bien si tiene que esconder sus sentimientos para poder vivir con usted. -Sophie clavó la mirada en Franek hasta conseguir que él apartara la vista-. Así que no me diga que me equivoco, señor Hollis, cuando no sabe mucho mejor que yo lo que en el fondo piensa su hijo de usted.

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