Harlan Coben - No Se Lo Digas A Nadie

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Durante trece años,Elizabeth y David Beck han acudido al lago Charmaine para dejar testimonio,en la corteza de un árbol, de un año más de felicidad. Ya no es así. Fue la trece su última cita.Una tragedia difícil de superar. Han pasado ocho años, pero el doctor David Beck no consigue sobreponerse al horror de semejante desgracia porque, aunque Elizabeth esté muerta y su asesino en el corredor de la muerte, aquella última cita puso fin a algo más que a una vida.

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No sé cuánto tiempo me quedé allí sentado. Tal vez media hora. Quise respirar con más calma, procuré tranquilizarme. Quería actuar con sensatez. Necesitaba actuar con sensatez. A esa hora los padres de Elizabeth me estarían esperando en su casa, pero no soportaba la idea de enfrentarme con ellos.

Entonces recordé otra cosa.

Sarah Goodhart.

El sheriff Lowell me había preguntado si aquel nombre me decía algo. La respuesta era sí.

Elizabeth y yo, cuando niños, habíamos practicado un juego infantil. Tal vez lo conozcan ustedes. Se toma el segundo nombre y se convierte en el primero, se le añade a continuación el nombre de la calle donde uno vive y se convierte en el apellido. Por ejemplo, mi nombre completo es David Craig Beck y, como yo había vivido en Darby Road, mi nombre pasaba a ser Craig Darby. Y el de Elizabeth era…

Sarah Goodhart.

Pero ¿qué diablos estaba sucediendo?

Cogí el teléfono. Primero llamé a los padres de Elizabeth, que seguían viviendo en la casa de Goodhart Road. Contestó su madre. Le expliqué que se me había hecho tarde. La gente suele aceptar esta excusa cuando la da un médico. Una de las ventajas de la profesión.

Cuando llamé al sheriff Lowell me respondió su voz a través del contestador. Le dije que me llamara al busca cuando tuviera oportunidad. No tengo teléfono móvil. Sé que esto me sitúa entre la minoría, pero bastante me tiene atado el busca al mundo exterior.

Volví a sentarme, pero Homer Simpson me arrancó del trance con otro: «¡Tiene correo!». Me precipité sobre el ratón. La dirección del remitente no me era familiar, pero el asunto decía: Street Cam. El corazón volvió a saltar en mi pecho.

Pulsé en el pequeño icono y apareció el mensaje:

«Mañana misma hora más dos horas en Bigfoot.com. Allí te espera un mensaje.

»Tu nombre de usuario: Calle del Murciélago.

»Tu contraseña: Adolescencia.»

Debajo de esto, casi al pie de la pantalla, unas palabras más:

«Vigilan. No se lo digas a nadie.»

Larry Gandle, el tipo del peinado peculiar, observaba a Eric Wu que, con absoluta calma, se ocupaba de limpiar el suelo.

Wu, un coreano de veintiséis años cuyo cuerpo lucía un asombroso surtido de perforaciones y tatuajes, era el hombre más mortífero que Gandle se había tirado a la cara. Tenía la estructura de un tanque del ejército, pero eso de por sí no contaba demasiado. Gandle conocía a mucha gente con un físico como el suyo. Es habitual que los músculos muy espectaculares sean inútiles.

No era el caso de Eric Wu.

Tener músculos como rocas estaba bien, pero el verdadero secreto de la fuerza arrolladora de Wu residía en sus encallecidas manos, que eran dos bloques de cemento con unos dedos como garras de acero. Wu dedicaba horas a sus manos: golpeaba bloques de hormigón, las exponía a temperaturas extremas de calor y frío, hacía flexiones apoyándose en un solo dedo. Cuando Wu se servía de sus dedos, era inimaginable la destrucción de huesos y tejido que podía causar.

Sobre hombres como Wu, la mayoría de los cuales eran escoria, circulaban oscuros rumores, pero Larry Gandle había presenciado cómo Wu despachaba a un hombre limitándose a hundirle los dedos en las zonas blandas de la cara y del abdomen. También había visto con sus propios ojos cómo Wu agarraba a un hombre por las orejas y se las arrancaba de cuajo como quien arranca dos plumas. Lo había visto matar de cuatro maneras muy distintas y sin usar nunca la misma arma.

Ninguna de las muertes había sido rápida.

Nadie sabía exactamente de dónde había salido Wu, pero la historia más aceptada aseguraba que su manera de ser era consecuencia de una infancia brutal en Corea del Norte. Pero Gandle no había hecho nunca preguntas. Hay caminos insondables que es mejor no atravesar; el lado oscuro de Eric Wu -también tenía su lado luminoso- era uno de ellos.

Cuando Wu terminó de envolver en el plástico protector del pavimento el protoplasma en que se había convertido Vic Letty, levantó la cabeza y miró a Gandle con aquellos ojos suyos. «Ojos muertos», pensó Larry Gandle para sus adentros. Los ojos que tienen los niños en los noticiarios de guerra.

Wu no se había molestado en quitarse los auriculares de las orejas. Su música estereofónica personal no atronaba sus oídos con hip hop, ni rap ni siquiera con rock'n'roll. Él escuchaba ininterrumpidamente discos compactos de los temas sedantes que se escuchan en Sharper Image, música con nombres como Brisa Oceánica o Agua del Arroyo que Fluye.

– ¿Se lo llevo a Benny? -preguntó Wu.

Tenía una voz lenta y extrañamente cadenciosa, parecía un personaje de las historietas Peanuts.

Larry Gandle asintió. Benny era propietario de un horno crematorio. Polvo eres y en polvo te convertirás. O en ceniza. En aquel caso particular, mierda eres y en ceniza te convertirás.

– Y así nos desembarazamos de esto.

Gandle tendió la veintidós a Eric Wu. El arma era un objeto insignificante e inútil en la mano gigantesca de Wu. Éste frunció el ceño, contrariado quizá porque Gandle la había escogido antes que sus talentos y se metió el arma en el bolsillo. Cuando se operaba con una veintidós, rara vez había heridas de salida. Lo cual significaba menos pruebas. En cuanto a la sangre, había quedado en la lámina de vinilo. Donde no hay ruido todo es silencio.

– Hasta luego -dijo Wu, llevándose el cadáver con una mano como si se tratara de una maleta.

Larry Gandle se despidió de él con un movimiento de cabeza. No le había complacido especialmente ver sufrir a Vic Letty, por eso ahora sentía un especial malestar. De hecho, se trataba de un asunto muy sencillo. Gandle debía cerciorarse de que Letty operaba solo y de que allí no quedaban pruebas. Y esto suponía apurar todas las posibilidades. No se podía hacer otra cosa.

Al final se había encontrado ante una disyuntiva: o la familia Scope o Vic Letty. Los Scope eran buena gente. Jamás habían hecho daño a Vic Letty. En cambio, Vic Letty se había apartado de su camino con el único fin de perjudicar a la familia Scope. Sólo uno de los dos podía salir indemne: la víctima inocente y bien intencionada o el parásito que estaba tratando de cebarse en la desgracia ajena. Si uno se detenía a reflexionar en el caso, veía que no había otra opción.

El móvil de Gandle vibró. Lo cogió y dijo:

– ¿Sí?

– Han identificado los cadáveres del lago.

– ¿Y qué?

– Que son ellos. ¡Oh, Dios, son Bob y Mel!

Gandle cerró los ojos.

– ¿Y eso qué significa, Larry?

– Pues no lo sé.

– ¿Qué haremos?

Larry Gandle sabía que no había opción. Tenía que hablar con Griffin Scope. Aquello removería recuerdos desagradables. Ocho años. Después de ocho años. Gandle negó con la cabeza. Tendría que volver a destrozar el corazón del viejo.

– Yo me ocuparé de esto -dijo.

6

Kim Parker, mi suegra, es una mujer guapa. Fue siempre tan parecida a Elizabeth que su cara era para mí la referencia de la que un día tendría mi mujer. Pero la muerte de Elizabeth había ido minando lentamente aquel rostro. Ahora estaba demacrada, sus rasgos se habían crispado y sus ojos eran como canicas gastadas de tanto rodar.

Desde los años setenta la casa de los Parker había experimentado muy pocos cambios: los mismos paneles adhesivos de madera en las paredes, la misma moqueta azul celeste moteada de blanco de hebra corta, la misma chimenea de piedra artificial con relieves a lo Brady Bunch. Bandejas plegables de plástico blanco con patas de metal dorado, para comer viendo la tele, alineadas en una pared. Pinturas de payasos y bandejas con escenas de Rockwell. La única cosa visible que se había renovado era el televisor. Con los años, el robusto televisor de doce pulgadas en blanco y negro se había transformado en un monstruoso aparato de cincuenta pulgadas a todo color instalado ahora en un ángulo.

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