Peter James - Las Huellas Del Hombre Muerto

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Abby entro al elevador y las puertas se cerraron con el sonido de una pala levantando canto rodado. De pronto sintio el perfume de alguien mas y tambien de un limpiador con aroma de limon. El elevador se movio unos cuantos centimetros hacia arriba. Y ahora era demasiado tarde para cambiar de idea y salir: con el metal de las paredes presionandola, comenzo a caer por el vacio. Abby se dio cuenta de que acababa de cometer el peor error de su vida… En medio del caos de la manana del 9/11, el negociante Ronnie Wilson ve la oportunidad de su vida. Para salir de sus deudas, desaparecera y se re-inventara a si mismo en otro pais. / Abby stepped in the lift and the doors closed with a sound like a shovel smoothing gravel. She breathed in the smell of someone else's perfum, and lemon-scented cleaning fluid. The lift jerked upwards a few inches. And now, too late to change her mind and get out, with the metal walls pressing in around her, they lunged sharply downwards. Abby was about to realize she had just made the worst mistake of her life…Amid the tragic unfolding mayhem of the morning of 9/11, failed Brighton businessman and ne'er-do-well Ronnie Wilson sees the chance of a lifetime, to shed his debts, disappear and reinvent himself in another country.Six years later, the discovery of the skeletal remains of a woman's body in a storm drain in Brighton, leads Detective Superintendent Roy Grace on an enquiry spanning the globe, and into a desperate race against time to save the life of a woman being hunted down like an animal in the streets and alleys of Brighton. 'One of the most fiendishly clever crime fiction plotters'

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– ¿Proporcionó alguna dirección? -preguntó Norman Potting.

– Llegó con pasaporte australiano y con un visado de residencia de cinco años, así que no le exigimos esa información. Ahora estamos comprobando el Programa de Ayuda Policial. Nos dirá si tiene carné de conducir y algún vehículo registrado a su nombre. También nos dirá cualquier alias que pueda haber utilizado y su última dirección conocida.

– Podría estar en cualquier lado, ¿verdad?

– Sí, Norman -le recordó Nick Nicholl-, pero sabemos que tenía un viejo amigo en Melbourne, Chad Skeggs, así que hay muchas probabilidades de que viniera aquí y siga aquí. Si te propones desaparecer y acabar en un país nuevo, necesitas poder contar con alguien, una persona en quien depositar tu confianza.

Potting pensó en aquello.

– Tienes razón -reconoció un poco a regañadientes, como si no quisiera que su subordinado demostrara ser más astuto que él delante de estos policías experimentados.

– Y también estamos comprobando los datos de Hacienda para ver qué David Nelsons tienen NEF.

– ¿NEF? -preguntó Potting.

– Número de expediente fiscal. Es necesario para obtener un trabajo.

– ¿Un trabajo legítimo, quieres decir?

Burg esbozó una sonrisa llena de ironía.

– Tenemos algo más que podría estar relacionado -dijo George Fletcher-. La señora Lorraine Wilson se suicidó la noche del martes 19 de noviembre de 2002, ¿correcto?

– Supuestamente -dijo Potting.

– Cuatro días después, el 23 de noviembre, una tal señora Margaret Nelson llegó a Sydney. Podría no ser nada significativo -apuntó-. Pero la edad que figuraba en su pasaporte coincide.

– No es un nombre muy común -dijo Nicholl.

– No -dijo el sargento jefe Fletcher-. No es raro, pero no es común, diría yo.

– Creo que deberíamos revisar la agenda que hemos elaborado, a ver si os parece bien -dijo Troy Burg.

– Mientras incluya cerveza y chavalas, me parecerá bien – dijo Potting, y se rio-. «Minas», ¿no las llamáis así vosotros?

– ¿A la cerveza o a las chicas? -Fletcher le sonrió, los ojos le brillaban con alegría

A lo lejos, Nick Nicholl vio un grupo de edificios altos e irregulares.

– Chicos, mañana estáis invitados a un festín. George va a cocinar para vosotros. Es un genio. Tendría que haber sido chef, no policía -dijo Burg, animándose por primera vez.

– Yo no sé ni freír un huevo -dijo Potting-. Nunca he sabido.

– Creo que querréis guardaros la mejor parte de la semana para hacerlo todo-dijo George Fletcher.

Nick Nicholl gruñó por dentro al pensar en ello.

– Nos han dado una lista de lo que tenéis que ver -dijo Fletcher-. Decidnos si queréis saltaros algo. Vamos a llevaros al río Barwon, donde se halló el cadáver de la señora Wilson. Luego quizá queráis ver el coche. Está en el depósito.

– ¿A nombre de quién estaba registrado el vehículo en el que la encontraron? -preguntó Nick Nicholl.

– La matrícula del coche era falsa y los números de serie habían sido borrados. Creo que no vamos a sacar mucho por ahí. -Siguió adelante y dijo-: Imaginamos que querríais ver los restos de la señora Wilson, así que hemos preparado una reunión con el patólogo.

– Suena bien -dijo Potting-. Pero quiero empezar por Chad Skeggs.

– Ahora hablaremos de eso -dijo Burg.

– ¿Os gusta el vino tinto, chicos? -dijo George Fletcher-. ¿El syrah australiano? Es viernes, así que Troy y yo hemos pensado llevaros a almorzar a un sitio que nos gusta.

En estos momentos, Nick Nicholl se moría por un café solo, no por beber alcohol.

– Ya lo creo -dijo Potting.

– George conoce bien el syrah australiano -dijo Troy Burg.

– ¿También vamos a verte el fin de semana, Troy? -preguntó Potting.

– El domingo -dijo George-. Mañana Troy está ocupado.

– El domingo os llevaré al río -dijo Troy-. Os enseñaré dónde encontramos el coche.

– ¿No podríamos hacer todo eso mañana? -preguntó Nicholl, preocupado por no perder ni un segundo de su preciado tiempo.

– La mayoría de los sábados está ocupado -dijo George Fletcher-. Cuéntales qué haces los sábados, Troy.

Al cabo de unos momentos, un poco sonrojado, el sargento australiano contestó.

– Toco el banjo en bodas.

– ¿Es broma? -dijo Norman Potting.

– Está muy demandado -dijo George Fletcher.

– Es mi forma de desconectar.

– ¿Qué tocas? -dijo Norman Potting-. ¿Duelo de banjos? ¿Has visto esa peli, Defensa?

– Ajá, la he visto, sí.

– ¿Cuando esos paletos atan al chico al árbol y le dan por el culo? ¿Con la música de banjo de fondo?

Burg asintió.

– Eso es lo que deberían tocar en las bodas, no la marcha nupcial -dijo Potting-. Cuando un hombre se casa eso es lo que le pasa al pobre capullo. Su mujer lo ata a un árbol y le da por el culo.

George Fletcher se rio cordialmente.

– ¿Sabes en qué se parecen las mujeres a la dentadura? -preguntó Potting, que estaba en racha.

Fletcher dijo que no con la cabeza.

– Creo que me lo sé -murmuró Burg.

– En que si les das pasta y las cepillas todos los días, te duran toda la vida.

Nick Nicholl miró por la ventana abatido. Ya había oído el chiste en el avión, dos veces. Más adelante vio una hilera de bloques de pisos bajos. Estaban recorriendo una calle de tiendas de una planta. Un tranvía blanco cruzó delante de ellos. Un rato después, atravesaron el río Yarra y pasaron por delante de un edificio geométrico en una plaza ancha que parecía un centro de arte. Ahora se adentraban en una zona del centro muy concurrida.

Troy Burg giró a la izquierda y entró en una calle estrecha y sombreada y aparcó delante de una tienda que se anunciaba como licorería. Mientras Nick Nicholl se bajaba del coche, vio que el comercio tenía una ventana en saliente y una fachada de estilo Regencia que parecía una imitación de las tiendas de antigüedades de los Lanes de Brighton. El escaparate estaba lleno de expositores de sellos y monedas raros. Encima, en letras doradas antiguas decía: Chad Skeggs, comerciantes internacionales y subastadores de monedas y sellos.

Entraron y pitó un timbre. Detrás de un mostrador de cristal, donde había expuestos más sellos y monedas, había un joven delgaducho y moreno de unos treinta y pocos años con el pelo de punta rubio decolorado y un pendiente de oro grande. Vestía una camiseta con una tabla de surf y vaqueros descoloridos y los saludó como si fueran viejos amigos a los que hacía tiempo que no veía.

George Fletcher le mostró su placa.

– ¿Está el señor Skeggs?

– No, colega, está en viaje de negocios.

Norman Potting le enseñó una fotografía de Ronnie Wilson y observó los ojos del hombre. Nunca le había cogido el tranquillo a la técnica de Roy Grace para detectar a un mentiroso, pero de todos modos creía que se le daba bastante bien intuirlo por sí mismo.

– ¿Ha visto alguna vez a este hombre? -preguntó.

– No, colega. -Entonces el australiano se tocó la nariz, un gesto que lo delató al instante.

– Eche otro vistazo. -Potting le mostró dos fotografías más.

El chico aún pareció más incómodo.

– No. -Se tocó la nariz otra vez.

– Creo que sí -dijo Potting, insistiendo.

George Fletcher intervino y le dijo al dependiente:

– ¿Cómo se llama?

– Skelter -contestó-. Barry Skelter. -Lo pronunció como si fuera una pregunta.

– De acuerdo, Barry -dijo George Fletcher. Señaló a Potting y a Nicholl-. Estos caballeros son inspectores de Inglaterra que han venido a ayudar a la policía de Victoria en una investigación de asesinato. ¿Lo entiendes?

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