Peter James - Las Huellas Del Hombre Muerto

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Abby entro al elevador y las puertas se cerraron con el sonido de una pala levantando canto rodado. De pronto sintio el perfume de alguien mas y tambien de un limpiador con aroma de limon. El elevador se movio unos cuantos centimetros hacia arriba. Y ahora era demasiado tarde para cambiar de idea y salir: con el metal de las paredes presionandola, comenzo a caer por el vacio. Abby se dio cuenta de que acababa de cometer el peor error de su vida… En medio del caos de la manana del 9/11, el negociante Ronnie Wilson ve la oportunidad de su vida. Para salir de sus deudas, desaparecera y se re-inventara a si mismo en otro pais. / Abby stepped in the lift and the doors closed with a sound like a shovel smoothing gravel. She breathed in the smell of someone else's perfum, and lemon-scented cleaning fluid. The lift jerked upwards a few inches. And now, too late to change her mind and get out, with the metal walls pressing in around her, they lunged sharply downwards. Abby was about to realize she had just made the worst mistake of her life…Amid the tragic unfolding mayhem of the morning of 9/11, failed Brighton businessman and ne'er-do-well Ronnie Wilson sees the chance of a lifetime, to shed his debts, disappear and reinvent himself in another country.Six years later, the discovery of the skeletal remains of a woman's body in a storm drain in Brighton, leads Detective Superintendent Roy Grace on an enquiry spanning the globe, and into a desperate race against time to save the life of a woman being hunted down like an animal in the streets and alleys of Brighton. 'One of the most fiendishly clever crime fiction plotters'

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– Qué bonito, ¿verdad? -dijo Glenn Branson-. Aquí en Inglaterra, nuestros gánsteres se apuñalan y se lían a tiros, mientras que en Australia intercambian sellos.

Todo el mundo sonrió.

– Creo que no -dijo Grace-. En los últimos diez años ha habido treinta y siete tiroteos relacionados con mafias en Melbourne. Tiene una parte muy oscura, coma muchas ciudades.

Como Brighton y Hove en realidad, pensó.

– En cualquier caso -prosiguió-, Lorraine… Perdón, Maggie Nelson, quiero decir, le confió a su nueva mejor amiga que su marido tenía una aventura y que no sabía qué hacer. No era feliz en Australia, pero dijo que ella y su marido habían quemado todas las naves en el Reino Unido y no podían regresar. Creo que es importante fijarse en que dijo que los dos se encontraban en aquella situación, no sólo uno de ellos.

– ¿Cuándo fue esto, Roy? -preguntó Emma-Jane Boutwood.

– En algún momento entre junio de 2004 y abril de 2005. Al parecer, las dos mujeres hablaban mucho. Sus respectivos maridos tenían una aventura, compartían muchas cosas.

Grace bebió más café y volvió a consultar sus notas.

– Luego, en junio de 2005, Maggie Nelson desapareció del mapa. No acudió a un almuerzo con Maxine Porter y cuando Maxine la llamó, David Nelson le dijo que su mujer le había abandonado. Que había hecho las maletas y había vuelto a Inglaterra.

– Parece que tenemos un patrón, ¿verdad? -dijo Lizzie Mantle-. Primero les dice a sus amigos de Inglaterra que su primera mujer, Joanna, se ha marchado a Estados Unidos. Luego les cuenta a sus amigos de Australia que su segunda mujer ha vuelto a Inglaterra. ¡Y todos le creyeron!

– Parece que Maxine no -dijo Grace.

– ¿Y por qué no fue a la policía? -preguntó Bella-. Debía de tener sus sospechas, ¿no?

– Porque en su mundo, la gente no va a la policía -dijo Lizzie Mantle.

– Exacto -confirmó Grace a la inspectora con una sonrisa llena de ironía-. Y allí el hampa todavía está más dominada por los hombres que aquí. Mañana volverán a interrogarla y nos dará una lista de todos los amigos y conocidos de los Nelson en Australia.

– Genial -dijo Bella, y cogió otro Malteser-. Pero si se ha largado del país…

– Ya lo sé -dijo Grace-. Pero tal vez averigüemos cuáles son sus lugares preferidos en el extranjero, o si anhelaba perderse en algún rincón soleado en concreto.

– Tengo una opinión al respecto -dijo Glenn Branson-. Bueno, Bella y yo.

– De acuerdo. Cuéntanos.

– El viernes y el sábado interrogamos bastante exhaustivamente a Skeggs y ayer por la mañana tomamos declaración a Abby Dawson en el piso de su madre en Eastbourne. También le devolvimos los sellos, que recuperamos del vehículo de Skeggs… Antes tuve la precaución de fotocopiarlos, para tenerlos registrados. También firmó el consentimiento para presentar los sellos como prueba si fuera necesario y no venderlos.

– Bien pensado -dijo la inspectora Mantle.

– Gracias. Bien, la cuestión es ésta. Bella y yo tenemos la sensación de que Abby Dawson no nos está contando toda la verdad. Nos dice lo que quiere que oigamos. La historia sobre de dónde sacó los sellos no me convence. Mantiene que los heredó de una tía de Sydney llamada… -Hojeó sus notas y encontró la página-. Anne Jennings. Estamos comprobándolo, pero no concuerda con lo que dice Skeggs.

– Y sabemos que es un hombre de principios que siempre dice la verdad -dijo Grace.

– Yo le confiaría mi último billete de cinco libras -dijo Glenn, respondiendo al sarcasmo-. Que seguramente es lo único que le quedaría a cualquier persona después de hacer negocios con él. Es un tío chungo de verdad. Pero hay una relación con Ronnie, ésa es la cuestión, estoy seguro. -Miró a su alrededor. Grace asintió para indicarle que continuara-. Hugo Hegarty está convencido de que éstos son los sellos que compró para Lorraine Wilson.

– Pero no tanto como para jurarlo en un tribunal, ¿verdad? -terció Lizzie Mantle.

– No, y podría suponer un problema en el futuro -contestó Branson-. Algunos de los que van sueltos tienen matasellos y no puede jurar que sean los mismos que presentaban los sellos que adquirió para Lorraine Wilson en 2002, porque no anotó nada sobre esta característica. O tal vez no quiera verse involucrado.

– ¿Por qué no? -preguntó Grace.

– Todas las transacciones se realizaron en metálico. Imagino que no querrá sacar la cabeza del agujero y llamar la atención de Hacienda ni de la policía.

Grace asintió. Tenía sentido.

– ¿Qué fuerza tiene la reivindicación de Skeggs sobre que los sellos son suyos?

– Skeggs no dejaba de despotricar y jurar que Abby Dawson le había robado los sellos, decía que por eso se había llevado a su madre, que era lo único que se le ocurrió para hacerla entrar en razón -contestó Glenn Branson.

– ¿Nunca intentó pedírselos educadamente?

Branson sonrió.

– Le pregunté si quería presentar cargos contra ella por robo. Entonces se quedó callado. Sorpresa, sorpresa. Empezó a farfullar no sé qué sobre unas «cuestiones», pero se mostró esquivo cuando intentamos insistir en el tema. Dijo que tendría problemas para demostrar que le pertenecían. Luego, nos espetó que había sido Dave Nelson quien le había dado la idea a Abby. Pero no pudimos sacarle más. Por eso, de momento y a pesar de nuestras reservas, hemos tenido que devolverle los sellos a Abby, hasta que tengamos pruebas de que ha habido un robo aquí o en Australia.

– Muy interesante que dijera eso -comentó Grace.

– ¿Sabes qué creo? -dijo Branson-. Que aquí hay una especie de triángulo amoroso. Ésa es la cuestión.

– ¿Quieres explicarte? -preguntó Grace.

– Ahora no puedo, en estos momentos. Pero es lo que creo.

– Si resulta que David Nelson, es decir, Ronnie Wilson, le dio la idea para hacer todo esto, es muy significativo -dijo Grace pensando en voz alta.

– Seguiremos presionando a Skeggs, pero su abogado lo mantiene muy a raya -dijo Glenn.

Grace meneó la cabeza con incredulidad.

– Demasiado costoso. Estoy pensando que David Nelson puede haberse marchado de Australia perfectamente, si es listo. No se arriesgará a aparecer por Inglaterra. Así que apuesto a que Abby Dawson irá a encontrarse con él en alguna parte. La pondremos bajo vigilancia total. Si compra un billete de avión o pasa por un control de pasaportes, la seguiremos.

– Buena idea -dijo Glenn Branson.

La inspectora Mantle asintió.

– Estoy de acuerdo.

121

Noviembre de 2007

Era uno de esos días extraños de otoño en que Inglaterra lucía su mejor cara. Desde la ventana, Abby miraba el cielo azul y despejado y el sol de la mañana, que estaba bajo pero le calentaba la cara.

Dos pisos más abajo, en los jardines cuidados, un jardinero trabajaba con una especie de aspirador recogiendo hojas. Un anciano con un impermeable nuevo caminaba despacio y a sacudidas alrededor del perímetro de un estanque ornamental, lleno de carpas koi, pinchando el suelo con cautela con su andador, como si anduviera por un campo de minas. Una señora menuda de pelo blanco estaba sentada en un banco en la parte más alta de la extensión escalonada, envuelta en un abrigo de cuadros escoceses, examinando atentamente el Daily Telegraph.

La residencia Bexhill Lawns era más cara que la primera que había previsto reservar, pero podía acoger a su madre enseguida y, ¿a quién le importaba ahora lo que costara?

Además, era un placer verla tan contenta y tan bien aquí. Resultaba difícil creer que dos semanas atrás hubiera entrado en esa furgoneta y hubiera visto el rostro perplejo de su madre asomando por la alfombra enrollada. Ahora parecía una persona nueva, había vuelto a la vida. Como si, de algún modo, todo lo que había pasado la hubiera fortalecido.

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