Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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– Lance el platillo de alerta -ordenó Gullick-. ¡Que obligue a bajar el helicóptero!

Hawerstaw miró fuera del parabrisas. Estaban pasando muchas cosas allí en tierra. Abajo veía vehículos que describían una especie de circo de luces. También había varios helicópteros en el aire. Uno de ellos se dirigía hacia ella.

– Tenemos compañía -anunció el teniente Jefferson.

Hawerstaw no respondió. Vio el AH6 acercarse directamente a ellos a una distancia de un kilómetro.

– Estamos a punto de colisionar -dijo Jefferson.

Ahora había quinientos metros entre las dos naves. El piloto del AH6 hacía intermitencias con sus faros.

– Creo que quiere que aterricemos -dijo Jefferson.

Hawerstaw se mantuvo en silencio con las manos bien firmes en los controles.

Lisa Duncan se revolvió en su asiento y miró hacia adelante mientras Jefferson volvía a hablar.

– ¡Uy! Deb, está… ¡Dios mío! -exclamó el copiloto cuando el AH6 llenó toda la vista delantera. En el último momento, al darse cuenta de que la colisión era inminente el otro helicóptero viró de golpe.

– Gallina -musitó Hawerstaw. Luego levantó la voz-. Estaré ahí en treinta segundos.

– Las puertas del hangar se están abriendo -exclamó Nabinger en cuanto vio un reflejo rojo delante de ellos. -Voy para allá -dijo Kelly.

– ¡Hey! -exclamó el sargento sentado dentro de un vehículo cuando vio por la puerta el morro de una metralleta.

– ¡Ve con cuidado con ese chisme!

– No, mejor será que vayas tú con cuidado -dijo Turcotte apuntando al vehículo. Miró el ordenador y los cables que salían de la caja negra conectados a ella.

– ¿Esto es para hacer explotar las cargas que abren el hangar dos?

El sargento sólo podía ver el extremo del morro, cuyo orificio negro parecía hacerse mayor cada segundo que lo miraba.

– Sí.

– Póngalo en marcha y active el programa de secuencia de disparo.

– ¡Mirad aquello! -exclamó Hawerstaw cuando colocó el Blackhawk a doscientos metros de la gran puerta que se estaba abriendo en la montaña. Una luz roja se desparramaba sobre el asfalto y un disco se mantenía suspendido. Avanzó en cuanto la puerta se abrió suficientemente.

– ¿Pero qué es eso?

– Gracias por traerme -dijo Duncan-. Es mejor que os quedéis aquí y esperéis a que las cosas se aclaren.

– Roger,-dijo Hawerstaw-. Bienvenida.

Duncan se quitó el casco y bajó del helicóptero. Volvió la cabeza cuando una camioneta frenó entre ella y el disco con gran ruido de neumáticos.

Turcotte miró la pantalla. Las cargas estaban listadas con orden y hora de inicio. Empezó a teclear deprisa.

Unos guardas armados salieron corriendo del hangar en cuanto el agitador se levantó sobre sus cabezas iluminando la escena que se desarrollaba debajo.

– Fuera del vehículo con los brazos en alto -ordenó uno de los hombres apuntando con su arma el parabrisas de la camioneta.

– Vamos -dijo Kelly-. Hicimos todo lo que pudimos. Esperemos haber dado suficiente tiempo a Turcotte para que haya acabado.

Abrió la puerta del conductor y bajó con Nabinger, este último con la tabla rongorongo y con su mochila. Von Seeckt bajó por detrás.

– ¡Boca abajo al suelo! -ordenó el hombre.

– ¡Esperen un momento! -exclamó una voz de mujer. Todos los ojos se clavaron en la figura que salía del helicóptero Blackhawk-. Soy la doctora Duncan. -Mostró su tarjeta de identificación-. Soy la asesora presidencial de Majic12.

El oficial de mayor rango en Nightscape se detuvo, confundido con aquella aparición repentina y aquel cambio en la cadena de comandancia. Los tres grupos se habían reunido en un círculo de diez metros delante de las puertas del hangar uno.

– Quiero aquí al general Gullick y lo quiero aquí ahora -exigió Duncan.

– Primero tenemos que poner a buen recaudo a estos prisioneros -dijo el guarda.

– Soy Kelly Reynolds -dijo Kelly dando un paso al frente y manteniendo los brazos en alto-. Ya conoce al profesor Von Seeckt, y este señor es el profesor Nabinger del museo de Brooklyn. La hemos llamado antes.

– Sí -asintió la doctora Duncan-. Por eso estoy aquí. Vamos a llegar al fondo de todo esto. Se volvió hacia el guardia y dijo-: Sus prisioneros no van a ir a ningún sitio. Ninguno de nosotros lo hará. Tráigame aquí al general Gullick.

– Señor -dijo Quinn con precaución mientras colgaba el teléfono.

La vista del general Gullick estaba clavada en la pantalla principal que mostraba la vista general del Área 51. Por fin todos los vehículos habían sido acorralados y los avistadores de ovnis se encontraban ya bajo arresto.

– ¿Sí?

– La doctora Duncan se encontraba a bordo de aquel Blackhawk. Ahora está en el hangar número uno y exige verlo a usted. Von Seeckt, Nabinger y la periodista también están ahí.

Una arteria en la frente de Gullick empezó a palpitar.

– ¿Tenemos ya comunicación? -preguntó Gullick.

– Sí, señor. La interferencia ha cesado.

– ¿Tiene contacto con el centro de ingeniería?

– Sin respuesta, señor.

– Envíe el platillo cuatro a comprobarlo. ¡Rápido!

Gullick apartó la vista bruscamente de la pantalla y fue hacia el ascensor. Quinn se relajó levemente cuando las puertas se cerraron tras el general y pudo transmitir las órdenes.

De repente, el agitador salió disparado hacia el oeste, y el escenario del hangar permaneció inmóvil en un punto muerto entre las armas de los hombres de Nightscape y la protección provisional de la doctora Duncan.

Una gran silueta salió del hangar, precedida por una sombra larga provocada por la luz roja que tenía detrás. El general Gullick avanzaba y miraba a su lado.

– Muy bonito. Muy bonito. -Miró fijamente a Duncan-. Seguro que tendrá una explicación para todo el circo que ha organizado.

– Y yo estoy segura de que tendrá una respuesta ante el intento de abatir mi helicóptero -replicó.

– La ley me autoriza a utilizar la muerte si es preciso para salvaguardar esta instalación -dijo Gullick-. Usted es quien ha violado la ley al entrar en un espacio aéreo restringido y no haber respondido al ser requerida para ello.

– ¿Y qué me dice de Dulce, general? -replicó Duncan-. ¿Qué hay del general Hemstadt, ex miembro de la Wehrmacht? ¿Y de Paperclip? ¿Dónde está el capitán Turcotte?

Kelly observó el cambio que sobrevenía a Gullick y se dispuso a detener el discurso de la doctora Duncan.

Cuando terminó de teclear, Turcotte vio una luz brillante que salía del este a través de la red de camuflaje. Aquella era la misma luz que había visto en su primera noche allí. El agitador se detenía a unos doce metros de altura y aterrizaba. Un hombre salió de la escotilla superior con un arma en mano.

Duncan y Gullick dejaron de discutir al oír una nueva voz.

– Ustedes dos no entienden nada -chilló Nabinger. Tenía un aspecto salvaje y mantenía en alto la tabla rongorongo-. Ninguno de los dos. -Señaló hacia el hangar-. No saben lo que tienen ahí dentro ni de dónde proviene. No entienden nada de todo esto.

Gullick cogió una metralleta de uno de los guardas de Nightscape.

– No, no lo entiendo, pero usted tampoco lo conseguirá jamás. -Apuntó con el cañón a la doctora Duncan.

– Ha ido demasiado lejos -dijo la doctora.

– Acaba de firmar su certificado de defunción, señora. Ha dicho demasiado y sabe ya demasiado.

Tenía ya el dedo en el gatillo cuando lo cegó el brillo de un foco de búsqueda brillante. El agitador número cuatro se había colocado detrás del grupo de Duncan sin hacer ningún ruido.

– ¡Venid aquí! -exclamó Turcotte desde la escotilla que había en la parte superior del platillo.

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