– ¡Vámonos! -dijo Kelly tomando a Duncan por los hombros y empujándola hacia el agitador. Los demás las siguieron.
Turcotte vio que Gullick levantaba el cañón de su metralleta y apuntaba hacia él.
– Hágalo y yo activaré las cargas -exclamó Turcotte mostrando en lo alto el detonador remoto del hangar dos.
Gullick se quedó helado.
– ¿Qué ha hecho?
– Un pequeño ajuste en la secuencia, no creo que vaya a funcionar del modo en que le habría gustado a usted -dijo Turcotte controlando a su gente mientras avanzaban hacia él y subían por el lado del disco.
– ¡No puede hacer eso! -chilló Gullick.
– No lo haré si nos permite marcharnos de aquí -prometió Turcotte.
– Váyanse -ordenó el general Gullick haciendo un gesto a sus hombres de seguridad.
Turcotte se hizo a un lado de modo que permitió que los demás pudieran pasar por la escotilla. Cuando estuvieron todos a bordo, entró en el interior y cerró la escotilla tras él.
– ¡Despegamos! -chilló al piloto.
En tierra Gullick se agitó.
– Quiero que el Aurora esté listo para despegar ahora mismo.
Había dejado de confiar en la tecnología alienígena.
– Sí, señor.
– ¿Adonde desean ir? -preguntó el capitán Scheuler desde la depresión que habían en el centro del disco. No se había opuesto en absoluto cuando en el centro de ingeniería Turante se había introducido por la escotilla, arma en mano y le había ordenado volar hasta el hangar uno. Los demás estaban sentados con miedo en el suelo del disco, arremolinados en el centro. Von Seeckt tenía los ojos cerrados, intentando no desorientarse por la vista exterior.
Turcotte todavía mantenía la metralleta apuntada hacia el piloto.
– A la derecha -ordenó al piloto.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Kelly.
Turcotte miraba el exterior, el revestimiento transparente del platillo, mientras rodeaban la montaña que escondía los complejos del hangar. Abrió la tapa del botón de ignición del control remoto y luego lo apretó.
– Le dijo a Gullick que no lo haría -dijo Lisa Duncan.
– Le mentí.
Afortunadamente, en el hangar dos no había nadie. La pared exterior se hundió sobre sí misma, pero no en el modo ordenado que había sido planeado sino en forma de una cascada de piedras y escombros que cayó por completo encima de la nave nodriza, de forma que quedó enterrada bajo toneladas de rocalla.
En el Cubo, el mayor Quinn oyó la serie de explosiones y vio cómo caían la primeras rocas en el hangar dos en las pantallas de vídeo remotas, antes de que éstas fueran destrozadas por aquel terremoto creado por el hombre. -¡Mierda! -murmuró.
Gullick ya sabía lo que había ocurrido en cuanto cesó la última de las secuencias de explosión. Se tambaleó y luego cayó sobre sus rodillas. Apretó las manos contra las sienes. El dolor era todavía más intenso. Cruzaba de un lado a otro, aserrando su cerebro. Un lamento se escapó de sus labios.
– Lo siento -decía en voz baja-, lo siento.
– Señor, Aurora está lista para despegar -dijo un joven oficial con mucho nerviosismo.
Tal vez pueda salvarse, pensó Gullick, asiéndose a la sola idea. Se puso en pie lentamente. La forma de pez manta del avión de gran velocidad se recortaba contra las luces de la pista. Sí, todavía había un modo de salvar las cosas.
ESPACIO AÉREO DE NEVADA.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Kelly.
Los demás estaban alrededor, ahora en pie sobre el suelo del agitador, mientras intentaban acostumbrarse a la temible visión de ver directamente a través del revestimiento de la nave. En el interior había poco sitio con tanta gente. Se dirigían hacia el sur, fuera del Área 51, a trescientos kilómetros por hora y ganando altura lentamente.
– No lo sé. -Turcotte se volvió a los demás-. Os he sacado de ahí y la nave nodriza por lo menos no podrá volar durante varias semanas. Yo ya he cumplido mi parte. ¿Ahora hacia dónde?
– Nellis -dijo Duncan-. Podría…
– Las Vegas tiene un buen enganche con la prensa -dijo Kelly excitada-. Llevaremos esta maldita cosa al medio de la ciudad. Aterrizaremos en la fuente del Caesars Palace. Eso los despertará.
– No es un circo para la prensa -dijo Duncan-. Yo estoy…
– ¡¡No!! -Nabinger mantenía la tabla de madera que había venido cargando durante toda aquella aventura en el Área 51-. Os estáis equivocando. Tenemos que ir al lugar donde están todas las respuestas.
– ¿Y ese lugares?
Nabinger señaló con su mano libre la tabla que tenía en la otra.
– La isla de Pascua.
– ¿La isla de Pascua? -preguntó Duncan.
– La isla de Pascua -repitió Nabinger-. Por lo que he podido descifrar aquí, todas las respuestas están allí.
– De ningún modo -dijo Kelly-. Tenemos que ir a la prensa.
– De acuerdo -dijo Duncan-. En cuanto aterricemos, contactaré con el Presidente y detendré esta locura. -Dio un pequeño golpe en la espalda de Scheuler-. Aterrice en Las Vegas.
El piloto se puso a reír con cierto deje maníaco mientras las manos se desplazaban por los controles.
– Señora, si quiere puede dispararme, pero no creo que podamos aterrizar en Las Vegas.
– ¿Por qué no? -Turcotte todavía tenía la metralleta lista para utilizarla.
– Porque ya no puedo pilotar esta cosa -repuso el piloto levantando las manos.
– ¿Y quién lo está haciendo? -preguntó Turcotte.
– Vuela sola -dijo Scheuler.
– ¿Y adonde vamos? -preguntó Turcotte.
– Simplemente, al sureste, en una dirección de ochenta y cuatro grados -dijo el piloto-. No puedo decirle más hasta que lleguemos.
– ¿Funciona la radio? -preguntó Duncan -. Podría llamar y pedir ayuda.
Scheuler lo intentó.
– No, señora.
– Déme una dirección, Quinn -bramó Gullick por la radio cuando el Aurora se puso en marcha.
– Sur, señor. -La voz de Quinn se oyó a través del auricular.
– Ya lo ha oído -dijo Gullick al piloto mientras ocupaba el asiento del oficial de reconocimiento-, dirección sur.
El avión tomó velocidad y se elevó. Desde la pequeña ventana Gullick podía distinguir la silueta de la montaña que ocultaba la nave nodriza. Sintió que el dolor de su cabeza se intensificaba.
– Mantente ocupado -se dijo en voz baja a sí mismo. Sabía que no podrían atrapar al agitador pero, por lo menos podrían seguirlo. En algún momento aterrizaría. Ordenó colocar tanques de suministro a lo largo de la ruta de vuelo proyectada para poder reabastecerse de combustible durante el vuelo.
– ¿Tiene algún plano del mundo? -preguntó Kelly sentándose junto al piloto.
Scheuler asintió. Abrió el mando de control y mostró una vista esquemática del mundo en pantalla.
– Enséñeme dónde está la isla de Pascua -dijo Kelly.
Scheuler tecleó.
– La isla de Pascua se encuentra en el Pacífico, delante de las costas de Chile. Diría que a unos ocho mil kilómetros de donde nos encontramos.
– ¿Y en qué coordenadas con respecto a nosotros? -preguntó Kelly.
– Ochenta y cuatro grados -respondió Scheuler tras comprobarlo.
– Parece que vamos hacia la isla de Pascua, nos guste o no -anunció Kelly-. ¿Cuánto tiempo falta para llegar ahí?
Scheuler hizo algunos cálculos.
– No vamos a máxima potencia pero vamos bastante rápido. Creo que estaremos ahí en una hora y media.
– Bueno, tenemos tiempo -dijo Kelly-. Ahora que sabemos hacia dónde nos dirigimos, vamos a investigar todo lo que podamos. Explíqueme, profesor. ¿Qué dice la tabla sobre la isla de Pascua?
Nabinger estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo y la tabla rongorongo en su regazo.
Читать дальше