Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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La Cuarta Cripta: краткое содержание, описание и аннотация

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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La línea se cortó.

La doctora Duncan colgó lentamente el auricular. Cogió otro papel. Este tenía una cubierta que lo identificaba como procedente del departamento de justicia e indicaba que era la segunda copia de dos que se habían hecho. Lo abrió y lo examinó rápidamente. En la página sesenta y ocho encontró lo que buscaba: efectivamente, el general Karl Hemstadt figuraba como participante en la operación Paperclip.

Cogió toda la documentación y la tiró dentro de su cartera. A continuación se encaminó hacia la puerta. Tenía que tomar un taxi.

TEMPIUTE, NEVADA.

Von Seeckt se dirigió con Kelly hacia la camioneta.

– ¿Qué le parece? -preguntó ella.

– Picó en cuanto le mencioné Paperclip -dijo Von Seeckt.

– ¿Cree que avisará a Gullick? -preguntó Kelly en cuanto se sentó en el asiento de conductor. Von Seeckt se sentó a su derecha. Nabinger estaba detrás, mirando la tabla rongorongo.

– No -dijo Von Seeckt-. Ella no es uno de ellos. El asesor presidencial generalmente se considera un elemento externo. Al fin y al cabo aquel asiento es un compromiso político que puede cambiar cada cuatro años. Estoy seguro de que ella no fue informada por completo.

– Bueno, pronto lo sabremos -dijo Kelly poniendo en marcha la camioneta y disponiéndose a abandonar el aparcamiento.

ÁREA 51.

Turcotte hizo un agujero para la cabeza en el centro de la fina manta plateada de supervivencia y la dejó caer sobre sus hombros. Envolvió su cuerpo con la manta y la ajustó con una cuerda. Le colgaba hasta las rodillas de modo que parecía un poncho. Aunque estaba diseñada para mantener el calor durante una acción de emergencia, Turcotte confiaba en que le impidiera ser identificado por los sensores térmicos que formaban parte del perímetro externo de seguridad en el Área 51. Sin duda aparecería en ellos, especialmente el calor que se desprendía de su cabeza, pero confiaba en que la señal sería mucho más pequeña que la de un hombre y que los controladores creerían que era un conejo u otro animal pequeño y no le prestarían atención.

A lo que ya no podía dejar de prestar atención era al dolor en la rodilla. Se inclinó y sintió la hinchazón. Aquello no iba bien. Pero también sabía que no tenía otra opción. Comprobó la hora. Iba adelantado con respecto a lo programado, así que podía ir más despacio. No lo beneficiaría atravesar pronto la montaña con o sin manta térmica. Continuó ascendiendo por la montaña, a un ritmo que mantenía el dolor al mínimo.

BASE DE LAS FUERZAS AÉREAS DE NELLIS, NEVADA.

– Quiero ver al oficial de guardia -dijo Lisa Duncan al sargento sentado tras el mostrador en el centro de operaciones de vuelo de la torre de la base de las fuerzas aéreas Nellis.

– ¿Usted es? -preguntó el sargento sin mucho interés.

La doctora Duncan sacó su cartera y dejó ver la identificación especial que le habían entregado para su misión.

– Soy la asesora científica del Presidente.

– ¿El presidente de…? -empezó a decir el sargento pero luego se detuvo al comprobar el sello de la tarjeta-. Discúlpeme, señora. Voy a buscar al mayor inmediatamente.

El mayor estaba impresionado tanto por la tarjeta de identificación como por lo que ella quería.

– Lo siento, señora, pero el área Groom Lake está totalmente fuera de los límites de todos los vuelos. Aunque si yo pudiera llevarla en helicóptero a esta hora de la noche, ellos no me autorizarían a volar dentro de ese espacio aéreo.

– Mayor -dijo la doctora Duncan-, es imprescindible que yo vaya esta noche a Groom Lake.

– Podría llamar -propuso el oficial de guardia mientras se dirigía hacia el teléfono- y ver si autorizan un vuelo y luego…

– No -interrumpió la doctora Duncan-. No quiero que sepan que voy a ir.

– Entonces, lo siento -El mayor negó con la cabeza-. No puedo hacer nada.

– ¿Para quién trabaja usted? -preguntó la doctora Duncan con voz fría.

– Mmm…, bueno, trabajo en la sección de operaciones del coronel Thomas.

La doctora Duncan negó con la cabeza.

– Más arriba.

– El comandante de la base es…

– Más arriba.

El oficial de guardia miró con nerviosismo al sargento que había hablado primero con la doctora Duncan.

– Esta base está bajo la comandancia de…

– ¿Quién es su comandante en jefe? -preguntó la doctora Duncan.

– El Presidente, señora.

– ¿Quiere hablar con él? -preguntó Duncan inclinándose sobre el mostrador y tomando un teléfono.

– Si yo quiero hablar con… -repitió el mayor con torpeza-. No, señora.

– Entonces le sugiero que me consiga un helicóptero inmediatamente para llevarme donde yo quiera ir.

El mayor miró de nuevo la tarjeta de identificación que yacía en el mostrador y luego se giró hacia el sargento:

– Consígame el PR de guardia.

– ¿El PR? -preguntó Duncan.

– Pararrescate -le explicó el mayor-. Siempre tenemos una tripulación para casos de emergencia.

– ¿Tienen helicóptero?

– Sí, señora, tienen un helicóptero. -El mayor miró al sargento que estaba al teléfono-. Y saben cómo conducirlo.

EL BUZÓN, CERCANÍAS DEL ÁREA 51.

– Aquí es -dijo Von Seeckt -. El Buzón.

Había unos seis vehículos aparcados en la cuneta de la carretera de piedras y un grupo de gente esparcido. Algunos de ellos, bien pertrechados, estaban sentados en tumbonas, mientras que otros permanecían de pie, examinando el horizonte con una gran variedad de binoculares y aparatos de visión nocturna.

– Apague las luces -indicó Von Seeckt.

Kelly pulsó el botón y, con las luces de aparcamiento, se dirigió a la cuneta de la carretera. Puso el freno de mano y luego bajó. Von Seeckt se reunió con ella, mientras que Nabinger permaneció en la parte trasera de la camioneta.

Kelly se encaminó hacia una pareja que estaba cómodamente sentada frente a un par de telescopios con una nevera entre sus sillas.

– Disculpen -empezó a decir Kelly.

– ¿Sí, cariño? -contestó la anciana.

– ¿Conocen a un hombre conocido como el Capitán?

La mujer hizo un chasquido.

– Aquí todos le conocen. -Señaló a una camioneta aparcada a unos seis metros-Está ahí.

Kelly se dirigió hacia allí con Von Seeckt. La furgoneta estaba aparcada de tal modo que el extremo posterior señalaba a las montañas que marcaban los confines del Área 51. Las puertas traseras estaban abiertas de par en par y de ellas sobresalía un telescopio muy grande. Tras él, un hombre sentado en una silla de ruedas oprimía su cara contra el visor. Se retiró en cuanto Kelly entró. Era un hombre negro, con las extremidades inferiores cubiertas con una manta sobre su regazo. Tenía el pelo cano y aparentaba tener unos sesenta años.

– Soy Kelly Reynolds.

El hombre se limitó a mirarlos.

– Soy una amiga de Johnny Simmons -continuó diciendo.

– Así que recibió la cinta -gruñó el hombre.

– Sí -dijo Kelly.

– Pues tardasteis bastante. ¿Dónde está Simmons?

– Ha muerto. -Kelly señaló hacia el oeste-. Intentó infiltrarse en el Área 51 y lo pillaron. Fue conducido a Dulce, en Nuevo México. Lo liberamos pero se suicidó.

El anciano no pareció sorprendido.

– He oído decir que en Dulce hacen cosas muy raras a la gente.

– Le voy a contar rápidamente toda la historia -dijo Kelly acercándose a él-. Luego necesitaremos su ayuda.

BASE AÉREA DE NELLIS, NEVADA.

El oficial vestido con el traje de vuelo le tendió la mano.

– Teniente Hawerstaw a sus órdenes, señora.

– Llámame Lisa -dijo la doctora Duncan.

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