Paul Doherty - La caza del Diablo

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Una serie de misteriosas y macabras muertes hacen temblar los cimientos de la universidad de Oxford: varios cadáveres aparecen colgados de los árboles que rodean la universidad con unas enigmáticas notas firmadas por El Campanero. La investigación de Corbett nos adentra en el mundo universitario, ya en la Edad Media más famoso por la juerga y la diversión que por el estudio y la reflexión.

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Punto 3: El rey ha derrochado toda su riqueza en una guerra absurda contra los escoceses, haciendo caso omiso de los múltiples abusos que han tenido lugar entre los oficiales de su propia casa.

Punto 4: El rey debe confirmar las cláusulas de Carta Magna y los privilegios de la universidad…

Las proclamas continuaban, enumerando toda una serie de abusos reales o supuestos, pero el final del párrafo fue lo que a Corbett le llamó la atención.

Recordad en vuestras oraciones al santo Simón de Montfort, conde de Leicester, brutalmente asesinado por el propio rey. Las medidas del conde, publicadas en la ciudad de Oxford, habrían establecido un buen gobierno para este reino. Entregado en Sparrow Hall en la festividad de Santa Buenaventura el 15 de julio de 1503 con el fin de que sea divulgado por toda la ciudad y Universidad de Oxford, firmado,

El Campanero de Oxford

Corbett estudió el manuscrito de cerca. La vitela era de buena calidad y tenía los márgenes cortados con gran precisión; la tinta era de color malva, la caligrafía estaba bien trazada y las frases, bien ordenadas. No llevaba otra marca que la del signo de una campana en la parte superior, con un agujero que indicaba que el papel había sido colgado con un clavo en la puerta de alguna iglesia.

Corbett pasó el manuscrito a Maeve. Ésta lo examinó y luego se lo dio a Ranulfo.

– ¿Qué significa todo esto? -preguntó Maeve.

– Hace casi cuarenta años -empezó a decir Corbett-, Simón de Montfort, conde de Leicester, lideró una rebelión contra el actual rey y su padre. De Montfort era un líder muy inteligente y carismático. Le traía sin cuidado la nobleza, pero no los burgueses ni los habitantes de ciudades como Oxford y Londres. Consiguió ganarse su apoyo, así como el de gran parte del clero que se sentaba en su propio parlamento llamado Convocación. De Montfort fue el primero en exponer su teoría sobre un parlamento donde los comunes y los nobles pudieran reunirse en sesiones separadas para presentar sus peticiones al rey, así como para alcanzar un acuerdo antes de que fueran impuestas.

Maeve se encogió de hombros.

– Pero eso es justo -exclamó levantando la mirada-. ¿No dijo uno de los jueces del rey Eduardo que lo que afecta a todos debe ser aprobado por todos?

– ¡Oh! El rey, por supuesto, lo aceptó, pero a su manera. De hecho, los parlamentos se convocan regularmente, aunque no se les concede la misma importancia que De Montfort quiso darles. -Corbett se puso a jugar con la jarra de cerveza que un criado le acababa de servir-. Lo que De Montfort quería -continuó- era que el parlamento controlara al rey y a sus oficiales, y, sobre todo, quería ser él mismo quien controlase el parlamento.

– Pero ¿por qué está tan asustado el rey ante tal idea, la de un hombre que murió hace casi cuarenta años? -preguntó Maeve.

Corbett se encogió de hombros.

– Porque De Montfort estuvo a punto de salirse con la suya y si lo hubiera logrado…

– Si lo hubiera logrado -interrumpió Ranulfo-, De Montfort se habría convertido en rey y el rey Eduardo…

– El rey Eduardo -Corbett terminó la frase por él- habría desaparecido en algún castillo en el que habría sufrido un trágico accidente. Con lo que ahora no quedaría ningún descendiente real. Ésa es la pesadilla que todavía atormenta a la Corona.

Capítulo II

Corbett estudió la proclama del Campanero por segunda vez.

– ¿Desde cuándo vienen apareciendo?

– Desde hace unos cinco meses -informó Simón-. Al principio pensamos que se trataba de la travesura de algún estudiante. Luego el Consejo del rey intentó encubrir el asunto, pero las proclamas fueron cada vez más frecuentes. El rey escribió al regente, John Copsale, que acto seguido le respondió diciéndole que la universidad no era responsable de tales sucesos. Hace un mes encontraron a Copsale, que tenía unos cincuenta años, muerto en la cama. El médico dijo que había fallecido por causas naturales, pero desde entonces el Campanero se ha vuelto cada vez más vengativo.

– ¿Y cómo están las cosas en Sparrow Hall ahora?

– Como en cualquier universidad, sir Hugo: hay tensiones, rivalidades, pequeños recelos… A lady Mathilda le gustaría contar con mayor protección real. El resto de profesores opina que la familia Braose es un estorbo. Para empezar no les gusta el nombre de la universidad y desearían cambiarlo, así como las estatuas que hizo construir Braose en el momento de su fundación.

– ¿Por qué?

– Consideran que Sparrow Hall es un edificio real, construido a costa de la muerte de un hombre, de De Montfort, al que ahora muchos consideran un santo. Copsale creía que era importante para Sparrow Hall contar con una mayor autodeterminación, especialmente al ser una universidad de Oxford que se enorgullece de su historia e independencia.

– ¿Era De Montfort de Oxford? -preguntó Maeve.

– De Montfort contaba con una gran aceptación en la universidad -respondió Corbett-, tanto entre los profesores como entre los estudiantes. Y, lo que es más importante, el conde levantó allí sus tropas para librar su propia guerra civil. También celebró un importante consejo en la ciudad en el que emitió las Disposiciones de Oxford, un plan para hacerse con el consejo real y el gobierno.

– Y además -añadió Ranulfo- Oxford es la puerta de entrada al reino. Estudiantes de todo el país y del extranjero acuden a esta ciudad. La traición del Campanero es como la peste: se podría extender y causar todavía mayor desasosiego.

– Y eso es lo último que necesita el rey -interrumpió Simón-. Los impuestos son elevados, los administradores están preocupados reuniendo provisiones. Los condes desean volver a sus feudos. Es un fuego que podría expandirse rápidamente. -Simón hizo un mohín mientras contemplaba la proclama-. Tengo un saco entero de escritos como éste. Os los dejaré, pero antes de que lo preguntéis, sir Hugo, no tenemos ninguna prueba de que el escritor sea un profesor o un estudiante de Sparrow Hall. Por supuesto el rey ha enviado allí a sus bailes, pero ¿qué queréis que hagan? Los profesores y estudiantes se han declarado inocentes y han acusado al rey de hostigamiento.

– ¿Por qué -empezó a decir Maeve-, por qué no cierra el rey Sparrow Hall y pone fin al asunto?

– Oh, eso al Campanero le encantaría -respondió Corbett-. De este modo, toda la universidad y la ciudad verían cómo el rey proclama su derrota. Además resultaría sumamente embarazoso: Sparrow Hall fue fundada por lord Henry Braose, uno de los principales capitanes del rey Eduardo que más resueltamente lucharon contra De Montfort. A Braose se le concedieron algunas tierras y riquezas del conde muerto, que utilizó para comprar algunos edificios en Oxford, cerca de San Michael's Northgate. Me parece recordar que una calle separa Sparrow Hall de la residencia en la que se albergan los estudiantes, un edificio de cinco pisos rodeado de jardines y patios.

– Si cerraran Sparrow Hall -Simón tamborileó con la yema de sus dedos sobre la mesa-, entonces el Campanero podría reírse a gusto. Muchos creerían que Sparrow Hall es un lugar maldito, fundado y construido sobre la sangre del que llamaron el Gran Conde. Incluso dicen que su fantasma ronda por allí en busca de venganza.

– ¿Quiénes son los profesores? -preguntó Corbett.

– Alfred Tripham es el vicerregente. Antes de la muerte de Ascham y Copsale había ocho profesores. Ahora Tripham está al cargo de los otros cinco: Leonard Appleston, Aylric Churchley, Peter Langton, Bernard Barnett y Richard Norreys, el rector de la residencia. La hermana pequeña de Henry Braose, Mathilda, también posee una habitación en la universidad.

– ¡Qué raro que a una mujer le den residencia en una universidad de Oxford!

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