Ranulfo le devolvió la mirada desafiante.
– Quiero decir -insistió- que lo atraparemos y lo llevaremos ante un tribunal. Morirá en la horca.
Ranulfo se puso en pie, su rostro a unos centímetros del de Corbett.
– Eso está muy bien, pero dejadme que os diga que la ley de Ranulfo-atte-Newgate se asegura de que no se pierda la sopa entre la cuchara y la boca; en este caso, entre el prisionero y la horca. ¡Ojo por ojo, diente por diente, vida por vida!
Corbett estaba a punto de contestar cuando oyó que llamaban a la puerta. Era lady Mathilda, que entró con Moth a su lado como una sombra. La vieja dama se apoyaba en su bastón y respiraba con dificultad.
– He venido para expresaros mis condolencias.
Tendió su mano a Corbett; éste se la cogió y le besó los dedos, pero ella la retiró inmediatamente.
– Lo siento -se disculpó ante la mirada aturdida de Corbett-, pero todo este asunto…
– ¡Corbett!
Se volvió. Se escuchó un crujido en las escaleras y Bullock apareció moviéndose con pesadez; tenía el rostro rojo como un tomate.
– ¡Oh, por todos los santos! -susurró lady Mathilda-. Otra vez ese maldito baile. -Se dio la vuelta, olisqueando el aire-. Huele que apesta.
Tendió la mano a Moth, que se la cogió; sus ojos nunca se apartaban de ella. Salieron al pasillo, apartando a Bullock de su camino y empujándole contra la pared. El baile contempló cómo se marchaban con los ojos entornados y el rostro rubicundo brillante por el sudor.
– He venido tan pronto como he podido -balbuceó. Inclinó la cabeza señalando a lady Mathilda, que ahora bajaba las escaleras-. ¿Qué quería esa vieja arpía?
– Vino a ofrecerme sus condolencias -replicó Corbett-. Apuñalaron a mi amigo Maltote ayer por la noche. Está muerto.
Bullock soltó un gruñido, golpeando la alforja de montar que llevaba apoyada en una pierna.
– ¡Que Dios se apiade de él! -suspiró-. ¡Y que el Señor y la Virgen lo acojan en su gloria! -Entró con Corbett en la habitación-. ¿Y quién fue?
– No lo sabemos. Según parece un mendigo, pero probablemente fue obra del Campanero.
Bullock saludó con la cabeza a Ranulfo, que se levantó para hacer otro tanto.
– Esto es también obra del Campanero.
El baile abrió la alforja y lanzó sobre el suelo el cuerpo descuartizado y corrompido de un cuervo con una cuerda alrededor del cuello. Ranulfo se agachó, cogió el animal y, antes de que nadie pudiera reaccionar, lo arrojó por la ventana.
– ¿Qué más ha hecho ese bastardo? -preguntó.
Bullock le entregó a Corbett un trozo de pergamino.
– Ayer por la noche colgaron dos como éste -contestó-. Uno en la puerta de Oxford Hall, el otro en el Vine. Tenía dos soldados patrullando por la ciudad antes del amanecer. Encontraron esto y el cuervo muerto.
Corbett desenrolló el pergamino y leyó las palabras, que parecían querer salirse del papel:
Así que el cuervo del rey ha llegado a Oxford. ¡Cra, cra, cra!
Así que el cuervo del rey, la Corbiére , se dedica a picotear en el muladar de la ciudad. ¡Cra, cra, cra!
Pues esto es lo que el Campanero dice: maldito sea Corbett en sus sueños.
Maldito sea Corbett cuando se despierta.
Maldito sea Corbett cuando come.
Maldito sea Corbett cuando se sienta.
Maldito sea Corbett cuando caga.
Maldito sea Corbett cuando mea.
Maldito sea Corbett desnudo. Maldito sea Corbett vestido.
Maldito sea Corbett en casa. Maldito sea Corbett en el extranjero.
– Parece que no le caéis muy bien -destacó Ranulfo levantando la vista sobre los hombros de Corbett. Señaló las últimas líneas:
Cuando el cuervo llega hay que ahuyentarlo a pedradas. Que el cuervo se dé por advertido.
Firmado,
El Campanero de Sparrow Hall
Corbett estudió la vitela. La tinta y la caligrafía eran las mismas de la otra vez, con una campana enorme dibujada en la parte superior donde se había colocado el clavo para colgarlo en la puerta.
– Entonces el Campanero salió ayer por la noche -remarcó Corbett lanzando el pergamino sobre la cama-. Por eso murió Maltote. Sir Walter, esta noche, desde el atardecer hasta el alba, necesito a vuestros mejores arqueros para que vigilen todos los movimientos en Sparrow Hall. Os lo ordeno en nombre del rey.
Bullock accedió.
– ¿Tenéis algo de que informarme? -preguntó Corbett.
– Bueno, nuestros prisioneros en el castillo ya no se muestran tan altivos como ayer por la noche -respondió el baile, haciendo un mohín y sentándose en un taburete-. Pero creo que deberíais interrogarlos.
– ¿Y ya habéis comunicado a alguien de Sparrow Hall lo que pasó con Ap Thomas? -preguntó Corbett.
– ¡Oh, sí! Cuando venía de camino. Dejé a Tripham más blanco que un fantasma. -Bullock se dio una palmada en el muslo-. ¡Cómo me estoy divirtiendo! Os llevaré de vuelta al castillo, sir Hugo, y en cuanto acabemos saldré disparado como un galgo para presentar una queja formal ante los Censores de la universidad y luego volveré a Sparrow Hall. Voy a hacer que se les caigan sus arrogantes caras de vergüenza por su querido colegio.
Bullock empezó a contar con los dedos:
– Primero, alojan a un traidor que además es un asesino. Segundo, alguien ha dado muerte a un siervo real. Tercero, un grupo de supuestos estudiantes es culpable de cometer actos lujuriosos y Dios sabe qué otras cosas más. Y, finalmente, de un modo u otro, este maldito lugar está relacionado con las muertes de los mendigos en las carreteras de las afueras de Oxford.
– No les digáis nada del botón -le pidió Corbett-. Aunque he visto tantos botones en las túnicas y ropas de los profesores y estudiantes, que me va a ser imposible seguirle la pista -añadió apenado.
– ¿Qué les pasará a Ap Thomas y a los otros? -preguntó Ranulfo.
– ¡Oh! Comparecerán ante los jueces -respondió Bullock-, serán sancionados y quizá se pasen una temporadita en los calabozos. Luego puede que la universidad les ordene que se larguen durante un año a enfrentarse con la rabia de sus familiares en Gales.
– ¿Estáis seguro de que son inocentes de las actividades del Campanero o de las muertes de esos mendigos? -preguntó Corbett.
– Sí, estoy seguro -replicó Bullock-. Como os he dicho, Ap Thomas está ahora dócil como un corderito. Os responderá a cualquier pregunta. -El baile se puso en pie y dio una palmadita en el pecho de Corbett-. Sir Hugo, sois el escribano del rey. Cuando mis guardias vigilan, ni una rata es capaz de tirarse un pedo en Sparrow Hall sin mi permiso. -Señaló el pergamino que yacía sobre la cama-. Pero el Campanero es un bastardo vicioso. Yo de vos me tomaría en serio su advertencia. Ahora os acompañaré al castillo.
Corbett accedió. Bullock puso la mano en el picaporte y se volvió.
– Siento lo que le pasó al muchacho -dijo con afecto-. Siento que haya muerto. ¿Sabéis lo que haría yo? -El baile se pilló los pulgares en su talabarte, hinchando el pecho como un gallito de corral-. Si yo fuera vos, sir Hugo, me subiría a mi caballo e iría a ver al rey a Woodstock. Cerraría este maldito lugar y haría que interrogaran a todos los profesores.
– No os gusta Sparrow Hall, ¿verdad? -preguntó Corbett.
– No, sir Hugo. Nunca me gustó Braose. No me gusta ver cómo un hombre se aprovecha del dolor y la humillación de los otros. Tampoco me gusta su maldita hermana, siempre pidiéndome que le pregunte al rey si podrían santificar la memoria de su hermano. Braose no era un santo, sino un bastardo que se convirtió y estudió en los últimos años de su vida.
Corbett observó fascinado cómo aquel hombre pequeño y rechoncho sacaba afuera toda su indignación.
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