Paul Doherty - La caza del Diablo
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Corbett sacudió la cabeza, fascinado por la intensidad de aquella vieja pero aún vigorosa mujer.
– En Evesham, en el momento más álgido de la batalla, cinco caballeros de De Montfort se escaparon e intentaron matar al rey. Mataron a su guardia y se colaron en palacio, pero mi hermano Henry estaba allí. -Levantó la cabeza; los ojos le brillaban llenos de lágrimas-. Duro como una piedra, o eso dijo el rey, se plantó allí en medio, fuerte como un roble, su espada de guerra de dos manos cortando el aire. En fin, aquellos caballeros no pudieron llegar hasta el rey. Mi hermano los mató. Después de aquello, aquella noche en su tienda, el rey Eduardo hizo un gran juramento -cerró los ojos, la voz le tembló-: «He hecho un gran juramento y nunca me arrepentiré de él», prometió el rey con una mano sobre una reliquia del rey Eduardo el Confesor. «Siempre que Henry Braose o cualquiera de su familia necesite mi ayuda se la ofreceré.» -Lady Mathilda abrió los ojos-. Mi hermano no mató a De Montfort -continuó- para ver cómo se apoderaban de su gran obra esos estudiantes arrogantes. Y así es, Corbett, que ofrecí voluntariamente mis servicios al rey.
– ¿Y qué habéis descubierto?
– No es una cuestión de descubrir -replicó ella-. Sir Hugo, he vivido en este lugar durante muchos años; he visto a muchos profesores ir y venir, pero este grupo… -Suspiró-. El viejo Copsale era un verdadero erudito, pero el resto deja mucho que desear. Passerel era un glotón; sólo vivía para alimentar a su estómago. Langton era como un fantasma al que no se echará en falta después de muerto por el mismo motivo por el que no se le echaba en falta en vida. Barnett es un borracho al que le gustan las prostitutas hermosas. Churchley es demasiado estrecho de miras: no creo ni que sepa que hay un mundo fuera de Oxford.
– ¿Y Tripham, vuestro vicerregente?
– El profesor Tripham es una víbora -replicó-. Una serpiente que parece inofensiva pero que se enrosca en Sparrow Hall para hacerse con todo. Quiere convertirse en regente. No llorará las muertes de Passerel o de Langton. Ya se encargará de asegurar que sus amiguetes ocupen las plazas vacantes. ¡Es un advenedizo! -espetó-. Un ladrón y un chantajista que pisotea la memoria de mi hermano…
– ¿Por qué un ladrón? -le interrumpió Corbett.
– También es el tesorero -explicó lady Mathilda-. Y la residencia recibe dinero de muchas fuentes: un campo aquí, un caserón allá, feudos en Essex, derechos de pesca en Harwich y Walton-on-Naze… El dinero va llegando con cuentagotas. Estoy segura de que parte de él se queda en las manos del profesor Tripham.
– ¿Y por qué un chantajista? -insistió Corbett..
– Conoce todos los pecadillos de sus compañeros -respondió lady Mathilda-. Todo el mundo sabe que Barnett va de putas. A Churchley le van los jovencitos, en especial los galeses. Ya habéis conocido al bocazas de David ap Thomas. He visto a Churchley propinarle alguna que otra palmadita en el trasero. Es un seductor holgazán de tomo y lomo.
– ¿Y qué me decís de Appleston?
La mirada de Lady Mathilda se dulcificó.
– Leonard Appleston es un buen profesor, un erudito educado, bien formado en lógica y en argumentación. Los estudiantes llenan sus clases de bote en bote.
– ¿Pero…?
– Pero tiene secretos del pasado. El profesor Tripham intenta que él confíe en mí. -Suspiró-. De todos modos, Appleston no es su verdadero apellido. -Torció la boca-. Su verdadero apellido es De Montfort-. ¡Oh, no, no! -Negó con la mano ante la cara de sorpresa de Corbett-. Nació por otro lado de la rama: es un hijo bastardo.
– ¿Lo sabe el rey?
– Sí.
– ¿Y qué pasó?
Mathilda se encogió de hombros.
– Appleston no puede ser arrestado simplemente por ser un desliz de un conde traicionero.
– ¿Y cuáles son sus tendencias?
– Se las guarda para sí mismo. Una vez le pillé en la biblioteca ojeando entre los papeles de mi hermano, donde se guardan algunas proclamas de De Montfort. Me acerqué a él antes de que pudiera devolver el libro, y pude ver el título. Cuando Appleston levantó la vista, estaba llorando.
– ¿Entonces podría ser el Campanero?
– Cualquiera podría serlo -replicó lady Mathilda-, excepto Moth.
– Se desliza como un fantasma por toda la residencia.
Lady Mathilda se dio una palmadita en la cabeza.
– Moth no está loco, sir Hugo, pero le resulta muy difícil concentrarse o recordar algo. No olvidéis que no puede oír ni hablar, ni leer ni escribir. -Lady Mathilda se puso en pie y ladeó la cabeza, aguzando el oído como si hubiera escuchado algo-. No sé quién es el Campanero, Corbett. ¿Conocéis a Bullock, el baile?
Corbett asintió.
– Pues bien -declaró-, ahí tenéis a un hombre que nos odia. Y por supuesto, también están los estudiantes; no penséis que son tan pobres como parecen. Muchos de ellos proceden de familias muy bien aposentadas de Gales. Sus abuelos lucharon del lado de De Montfort y después sus padres y hermanos mayores se enfrentaron al rey en Gales. -Se acercó y acarició los bucles canosos que caían de la cabeza de Corbett-, como la encantadora Maeve, vuestra buena esposa.
– Sí, ¡que Dios la bendiga! -Corbett se puso en pie-. Ya estará en la cama y yo también debería irme a dormir, lady Mathilda.
Le cogió la mano fría y delgada y se la besó.
– ¿Tenéis miedo, Corbett? -le preguntó-. ¿Os mantendrán las amenazas del Campanero despierto toda la noche?
– In media vita - replicó Corbett- sumus in morte. La vida a medias, lady Mathilda, es como la muerte. -Caminó hacia la puerta y se volvió-. Lo que me preocupa es lo que los demás pensarán sobre vos.
Lady Mathilda soltó una carcajada; la edad y el sufrimiento desaparecieron de su rostro. Corbett pudo entrever a la mujer hermosa que fue en su día.
– Dicen que soy una vieja bruja, siniestra y metomentodo -contestó-. ¿Sabéis lo que pienso, Corbett? -Hizo una pausa, toqueteando el cordel que le rodeaba la cintura-. Creo que el Campanero está a punto de atacar. Podría ir detrás de vos, sir Hugo, pero recordad: yo soy la hermana de sir Henry Braose. -Se puso en pie-. Sé que no me permitirá seguir con vida.
Capítulo VI
Corbett salió de la biblioteca, tropezándose con Moth, que, apresurado, se dirigía al encuentro de su señora. Ranulfo le dio una palmadita en la cabeza.
– No os lo toméis a mal, amo. Moth es sólo un niño; lady Mathilda es su madre y su Dios. Estuvo arañando la puerta hasta que consiguió entrar.
– Lo sé -replicó Corbett-. Está asustada. Cree que el Campanero tiene una lista de víctimas y que su nombre está en ella.
Un criado los esperaba para acompañarlos a la salida. Corbett se excusó y salió fuera a través de un pequeño postigo que daba al jardín. La luna llena bañaba con su luz plateada los prados de césped, las jardineras de flores y las extensiones de hierba que mecía la brisa de la noche. Al fondo a la izquierda había una fachada; a la derecha, una hilera de edificios. Corbett echó un vistazo a la ventana de la biblioteca.
– Sí, es posible -murmuró-. Mira, Ranulfo. Hay dos pequeños contrafuertes a ambos lados, por no mencionar el seto que hay enfrente, donde se pudo ocultar el asesino. -Señaló el pequeño sendero que había entre el seto y la fachada del edificio-. Siempre y cuando nadie le viera salir, aquí fuera era prácticamente invisible.
Corbett bajó con cautela. El seto era espeso y punzante; además, el suelo de abajo estaba húmedo y resbaladizo después de la reciente lluvia. Se detuvo en la ventana de la biblioteca: estaba fuertemente cerrada, aunque las contraventanas de dentro dejaban pasar algunos resquicios de luz. Regresó con sus compañeros. Maltote estaba reclinado en la puerta, muerto de sueño.
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