Paul Doherty - La caza del Diablo

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Una serie de misteriosas y macabras muertes hacen temblar los cimientos de la universidad de Oxford: varios cadáveres aparecen colgados de los árboles que rodean la universidad con unas enigmáticas notas firmadas por El Campanero. La investigación de Corbett nos adentra en el mundo universitario, ya en la Edad Media más famoso por la juerga y la diversión que por el estudio y la reflexión.

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– Sir Walter, os hemos esperado aquí -declaró con un tono de voz cantarín-, porque nos dijeron que volveríais pronto, pero si llego a saber que teníais una visita tan importante… -los protuberantes ojos azules de Norreys pestañearon. Se humedeció los labios como si escogiera las palabras con cuidado.

– ¡Oh, dejaos de formalidades, Norreys! -exclamó Mathilda apartando de su lado el plato de anguilas-. Sir Walter, hemos venido a recoger el cadáver de Passerel. Tuvo una muerte muy deshonrosa, por eso queremos celebrar un funeral en su honor.

Bullock no le respondió, pero volvió a coger el plato de anguilas, se reclinó en la pared y empezó a comer. Miró tranquilamente a Tripham y Corbett notó el odio que había entre ellos. Lady Mathilda miró con el rabillo del ojo a Corbett y, con una mueca de desdén en sus labios, pasó por alto la presencia de Ranulfo y Maltote, que permanecían detrás de su amo.

– De modo que vos sois el escribano del rey, ¿no es cierto?

Sir Hugo le hizo una reverencia.

– Así es, señora.

– He oído hablar de vos, Corbett -continuó-, de vuestro gran olfato. Así que el perro del rey ha venido a Oxford a husmear entre la basura.

– No, señora -interrumpió Ranulfo de inmediato-. Hemos venido a Oxford para atrapar al Campanero, un traidor consumado. Le llevaremos a Londres para que sea colgado, arrastrado y descuartizado en Elms, cerca del río Tyburn.

– ¿Es eso verdad, pelirrojo? -preguntó Mathilda con sarcasmo-. ¿Atraparéis al Campanero y lo colgaréis? -Chasqueó los dedos-. ¿Y ya está?

– No señora -intervino Corbett-. Como vos dijisteis, removeré entre la basura y lo encontraré, así como al asesino responsable de las muertes de Ascham y Passerel y, quizás, al homicida de sangre fría que ha causado las muertes de los mendigos.

– ¿Qué queréis decir? -preguntó Tripham poniéndose en pie-, ¿qué es sólo uno y el mismo?

– Es un buen rastreador -sonrió sir Walter llevándose un trozo de pan a la boca-. Ya ha empezado a husmear entre la basura.

– Lady Mathilda, señor Tripham -intervino Norreys dirigiéndose a ellos con las manos en alto. De repente recordó algo y se limpió las palmas de las manos en su túnica de lana-. Sir Hugo es el escribano del rey -continuó-. Ya nos conocemos, señor -se acercó a Corbett-. Luché con el ejército del rey en Gales.

Corbett estrechó su mano.

– Señor, éramos tantos y hace tantos años…

– Lo sé, lo sé. -Norreys se arremangó la túnica y enseñó la guarda de piel que llevaba en la muñeca-. Presté mis servicios como especulador -explicó.

Corbett recordó y asintió.

– ¡Ah, sí! Erais explorador.

– Ahora los galeses están en Sparrow Hall -intervino Tripham. Forzó una sonrisa como si se disculpara por sus malos modales-. Sir Hugo, penséis lo que penséis, sed bienvenido. El rey ha insistido en que os ofrezcamos nuestra hospitalidad. Richard Norreys es el rector de la residencia. Se encargará de que os den bien de comer y os alojen adecuadamente. -Se echó la túnica por encima de los hombros-. Y esta noche, sir Hugo, seréis nuestro invitado en Sparrow Hall. Nuestros cocineros han sido educados al estilo francés. Señor Norreys, vos también podéis acompañarnos. -Hinchó los carrillos, soltó el aire y se dirigió hacia sir Walter, que todavía seguía reclinado en la pared-. Señor, ¿tenéis el cadáver de Passerel?

El baile seguía masticando tranquilamente. Puso el plato de nuevo sobre la mesa, se humedeció los labios y asintió a Corbett. Estaba a punto de conducir a Tripham fuera de la estancia cuando alguien llamó a la puerta. El joven que se coló en la habitación tenía un rostro lozano, llevaba el cabello cuidadosamente engrasado y recogido en la nuca. Vestía con las ropas de un commoner, un junquillo de lana marrón con calzas del mismo color arremetidas en las botas y un cinturón del que colgaba una daga atravesada por una argolla. Tenía un rostro corriente a excepción de los ojos, muy brillantes, curiosos y de mirada inquieta. Cuando lady Braose le hizo señas para que se acercara, cruzó la estancia como un perrito faldero y se quedó a su lado. Corbett observó con curiosidad cómo lady Mathilda se comunicaba con él a través de unos extraños signos que hacía con los dedos. El joven asintió y le contestó también con señas. El rostro de lady Mathilda se dulcificó, y a Corbett le recordó a una madre cariñosa con su hijo predilecto.

– Es mi escudero -anunció con orgullo-, el señor Moth -sonrió a Corbett-. Disculpadme si he sido un tanto brusca, señor, pero cuando Moth no está a mi lado -le dirigió una mirada al baile- tengo miedo de lo que le pueda suceder. -Dio unas palmaditas en la mano de Moth-. Es sordomudo: no tiene lengua. No sabe leer ni escribir. Es huérfano: un expósito que dejaron en Sparrow Hall. Es el hijo que nunca tuve pero que hubiera deseado tener. -Se volvió e hizo más signos con las manos. El joven le respondió y señaló hacia la ventana-. Señor baile -espetó Mathilda-, es hora de que nos marchemos, o si no el carro partirá sin nosotros. Sir Hugo -dijo poniéndose en pie-, ¿querréis ser nuestro invitado esta noche?

Corbett asintió.

– Y supongo que empezarán los interrogatorios.

– En efecto, señora.

Lady Mathilda cogió a Moth por el brazo y se dirigió hacia la puerta.

– Vamos. Señor baile -añadió-, vos deseáis que nos marchemos y nosotros también.

Sir Walter se despidió de Corbett, siguió a sus invitados y, volviéndose sobre sus hombros, gritó a Corbett que si deseaba hablar con él, ya sabía dónde encontrarlo. Corbett esperó hasta que sus pasos se perdieron a lo lejos.

– ¡Vaya potaje! ¿Eh, Ranulfo? -exclamó-. ¡Cuánto odio y resentimiento!

– ¿Acaso hay alguien en Oxford, sir Hugo, que quiera a alguien?

Corbett sonrió con ironía y se encaminó hacia la ventana. Contempló el patio del castillo y vio cómo sir Walter y su séquito se dirigían hacia la cámara mortuoria mientras lady Braose enviaba a Moth a buscar el carro.

– ¡Qué raro! -murmuró-. ¿Te das cuenta, Ranulfo? El administrador de Sparrow Hall es abucheado por los estudiantes y obligado a refugiarse en una iglesia donde más tarde es envenenado, mas nadie ha preguntado el porqué. Nadie demostró la más mínima lástima. Quiero decir que han venido a buscar el cadáver pero actúan como si hubieran venido a recoger un paquete que se dejaron. Pero ¿por qué, eh?

– Quizá Passerel no era de su agrado.

– No lo creo. -Corbett se humedeció los labios y se dio cuenta de pronto del hambre y de la sed que tenía-. Venga, rompamos nuestro ayuno en alguna taberna y luego vayamos a la residencia a ver lo que nos espera.

– No habéis respondido a vuestra pregunta, amo.

Corbett se detuvo, la mano en el pomo de la puerta.

– Me apuesto un tonel de vino contra un barril de malmsey que pronto todo el mundo creerá que Passerel era un asesino; quizás incluso dirán que era el Campanero, y que, si somos lo suficientemente estúpidos para tragárnoslo, el verdadero Campanero permanecerá en silencio hasta que nos marchemos de Oxford.

Capítulo IV

Dos horas después, cuando el cielo se cubrió de nubes amenazando lluvia, Corbett y sus acompañantes llegaron a Sparrow Hall, situado en Pilchard Lane. La universidad en sí misma era un edificio pintoresco de tres plantas con un techo de tejas grises coronado de ladrillos de piedra arenisca amarilla. La universidad se enorgullecía de su mirador acristalado construido encima de una magnífica puerta principal. El resto de ventanas eran cuadradas y muy amplias, con vidrios de colores que rellenaban los espacios entre los parteluces. La residencia del otro lado de la calle era indescriptible. Parece ser que su fundador había comprado tres mansiones de cuatro plantas, todas con cimientos de ladrillos. Los pisos de arriba tenían vigas de madera y de yeso, y las casas estaban conectadas a través de galerías de madera provisionales. El albergue no tenía la gracia de la universidad; algunas de las ventanas estaban cerradas y las otras, cubiertas de papel vitela.

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