Roz se sentó en la mesa de la cocina y se dedicó a observar a Hal mientras éste hacía magia con el magro contenido de su frigorífico. Se había quitado de encima la sensación de frustración como el animal que muda la piel y estaba tarareando alegre mientras intercalaba unas finas lonchas de tocino con otras de pechuga de pollo y las salpicaba con perejil.
– ¿Supongo que no estarás pensando en clavar mi alfiler al señor Hayes, verdad? -le preguntó Roz-. Estoy convencida de que no tiene la más remota idea de lo que es capaz el bestia de su hijo. El es un vejete encantador.
– No creo -dijo Hal, disfrutando con la salida. Cubrió la bandeja con papel de aluminio y la puso en el horno-, pero que me parta un rayo si soy capaz de ordenar estas malditas piezas del rompecabezas. ¿Por qué esta fustigación súbita por parte del hijo de Hayes si le bastaría con esperar tranquilamente a que se celebrara el juicio?
– Consigue su detención y lo descubrirás -respondió Roz con lógica-. Yo que tú, ya habría ido a casa de su padre a buscar su dirección y le habría mandado la policía.
– Y no habrías llegado a ninguna parte. -Reflexionó un momento-. Dijiste que habías grabado la conversación con el anciano. Me gustaría escucharla. No me cabe en la cabeza que se trate de una coincidencia. Tiene que haber un vínculo más claro. ¿Qué les pudo crispar de pronto para sacar los bates de béisbol? No le veo el sentido.
– Puedes escucharla ahora mismo.
Trajo la cartera, buscó la cinta y conectó la grabadora.
– Estábamos hablando del hijo ilegítimo de Amber -le explicó mientras sonaba la trémula voz del anciano en la cinta-. Estaba al corriente de todo, incluso del nombre de la familia y el país en el que está el muchacho. Si acaban localizándole, toda la fortuna de Robert Martin pasará a él.
Hal escuchaba ensimismado.
– ¿Brown? -Preguntó al fin-. ¿Y vive en Australia? ¿Cómo sabes que todo ello es cierto?
– Porque el asqueroso abogado de Olive me amenazó con una querella cuando se lo comenté. -Frunció el ceño-. Lo que no sé es cómo se enteró el señor Hayes. Crew ni siquiera informó a Olive del apellido del chico. Tiene una especie de paranoia con lo de mantener el secreto.
Hal apartó del fuego el cazo en el que había hervido arroz y lo escurrió.
– ¿Cuánto dejó Robert Martin?
– Medio millón.
– ¡Madre mía! -Soltó un potente silbido-. ¡Madre mía! -repitió-. Y ha quedado en depósito a la espera de que aparezca el muchacho.
– Seguro.
– ¿Quién es el ejecutor testamentario?
– Su abogado, Peter Crew.
Hal colocó el arroz en un bol.
– ¿Y qué dijo cuando tú le sacaste el tema? ¿Insinuó que estaban sobre la pista del chico?
– No. Siguió amenazándome con la querella. -Hizo un gesto de indiferencia-. Pero escribió a Olive diciéndole que las posibilidades de localización eran mínimas. Parece ser que existe un tiempo límite, y que si no aparece el muchacho, el dinero pasa a instituciones benéficas. -Frunció el ceño-. La carta que le mandó era de su puño y letra. Se me ocurrió que era muy ahorrador, pero lo más probable es que no quisiera que se enterara su secretaria. Si contaba alguna mentira, la otra lo hubiera detectado.
– Y entretanto -dijo lentamente Hal-, está administrando un capital suficiente para comprar empresas que han quebrado. -Fijó la mirada más allá del rostro de Roz, achicando los ojos-. Además, al ser abogado, puede disponer de información sobre distintos planes de urbanización. -Le miró a los ojos-. Esto podría traducirse en un crédito indefinido mientras nadie reclame el dinero de Robert. ¿Qué día fuiste a ver a Crew?
Ella ya lo tenía en mente.
– El día antes de que te atacaran. -Sus ojos brillaban con la emoción-. Le intrigó mucho mi visita y no paró de repetir que estaba sacando unas conclusiones muy negativas sobre su forma de llevar el caso de Olive. Lo tengo también grabado. -Buscó entre las cintas-. Dijo que Olive no podía heredar porque no se le permitiría sacar ningún beneficio de las muertes de Gwen y Amber. Pero claro, si se produce un giro importante en el caso, ella podría presentar una apelación contra el testamento. Y recuerdo haberle dicho al final de la entrevista que una explicación a las contradicciones que planteaba la anormalidad del crimen y la anormalidad de las pruebas psiquiátricas realizadas en Olive demostraría que lo hizo. ¡Es que todo encaja a la perfección! Primero se entera de que puede aparecer el hijo de Amber y luego entro yo en escena poniéndome agresivamente del lado de Olive. Para él, el Poacher tiene que ser importantísimo.
Hal sacó el pollo del horno y lo puso en la mesa junto con el arroz.
– ¿Te das cuenta de que tu encantador anciano tiene que estar metido hasta el cuello en el asunto? De lo contrario, Crew jamás le habría dado pelos y señales por lo que se refiere a lo del muchacho.
Roz le miró un rato y luego sacó las fotos de Svengali.
– Puede que sepa que Crew está utilizando el dinero de Robert. O bien -dijo lentamente- sabe quién mató a Gwen y Amber. Tanto una cosa como la otra, o ambas, arruinarían a Crew. -Esparció las fotos encima de la mesa-. Era el amante de Olive -se limitó a decir-, y si yo lo he descubierto con relativa facilidad, también puede hacerlo otro. Incluso la policía. Tú defraudaste a Olive, Hal, todos vosotros lo hicisteis. Es un engaño a la justicia presuponer la culpabilidad de alguien antes de que quede demostrada.
Aquellos ojos azul claro se fijaron en Roz sin el mínimo amago de disimular la alegría.
– Vaya, vaya. Ha vuelto. Pase. Pase. -Miró más allá de Roz frunciendo el ceño intentando situar a la persona que veía-. Creo que nos hemos visto antes. ¿Qué quiere que le diga? No suelo olvidar una cara. A ver… ¿cuándo pudo ser?
Hal estrechó la mano del anciano.
– Hace seis años -dijo con amabilidad-. Llevaba el caso de Olive Martin. Soy el sargento Hawksley. -La mano se deslizó suavemente de la de Hal, como un diminuto pájaro, aunque éste pensó que se debía a un gesto de decrepitud.
El señor Hayes agitó afirmativamente la cabeza con determinación:
– Ahora lo recuerdo. En unas tristes circunstancias. -Les precedió hacia la salita-. Siéntense. Siéntense. ¿Alguna noticia?
El anciano tomó asiento en un sólido sillón, en el que se colocó erguido, la cabeza algo ladeada con aire inquisitivo. Detrás de él, en el aparador, su agresivo hijo dirigía una sonrisa cautivadora a la cámara.
Roz cogió el bloc del bolso y conectó de nuevo la grabadora. Los dos habían decidido que sería ella quien formulara las preguntas, pues, tal como había puntualizado Hal: «Si sabe algo, es más probable que lo suelte hablando de Olive con una… cómo lo diría yo… encantadora dama».
– En realidad -empezó ella en un tono chismoso que molestó a Hal pero encantó al señor Hayes-, digamos que noticias no faltan. ¿Por dónde quiere que empiece? ¿Por Olive? ¿Por el hijo de Amber? -Le dirigió una mirada de complicidad-. Usted tenía razón con lo de la pista del chico, a pesar de que existan miles de Brown en Australia.
– Ah -exclamó él, frotándose las manos-. Ya me parecía que estaba al caer. ¿Significa esto que el muchacho conseguirá el dinero? ¿Qué quiere que le diga? Es lo que quería Bob. La verdad es que le disgustaba que fuera a parar al gobierno.
– Pero estableció unas cláusulas alternativas por si no se localizaba al chico. Pasaría a instituciones de beneficencia para la infancia.
El anciano frunció los labios en una mueca de desagrado.
– Todos sabemos al tipo de niños que irá a parar. A los más despreciables. A aquéllos que no llegarán nunca a nada, que acabarán viviendo de todos nosotros. Y usted sabe quiénes son los culpables. Los asistentes sociales. Siempre con sus remilgos a la hora de decir a una mujer que ha tenido más hijos de los que debiera.
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