Minette Walters - La Escultora

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Rosalind Leigh, una periodista en plena crisis creativa y de identidad, se ve forzada a abordar una obra de investigación sobre un caso que conmocionó al país años antes: el de Olive Martin, condenada a veinticinco años de prisión por el asesinato y descuartizamiento de su madre y hermana. Olive se habia declarado culpable.
Olive, -gorda, desmañada, infatigable autora de muñecos de cera de carácter mágico, por lo que en la prisión es llamada La Escultora -, lo tiene todo para resultar antipática. Sin embargo, desde el principio Rosalind es capaz de intuir bajo tan poco favorecedora superficie el desamor y el desamparo. Comienza a sospechar que las protestas de culpabilidad de Olive son falsas.
Se trata de una posibilidad remota y hasta inquietante: ¿Podria ser inocente Olive? Y si así fuera, ¿a quién protege autoinculpándose? Rosalind empieza a bucear en un pasado bajo cuya apariencia de normalidad detecta un turbio remolino de pasiones, odios y desencuentros, tan brutal que sólo podía resolverse en la violencia.

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– Comprendo -dijo el señor Hayes. Pero quedaba bastante claro que no.

– Prácticamente he terminado -sonrió alegremente Roz-. Por cierto, he encontrado a los Clarke. Estuve hablando con ellos hace una semana. ¡Pobre señora Clarke, está completamente senil!

Aquellos ojos claros parecían divertirse.

– No me extraña. Cuando teníamos relación ya estaba bastante fastidiada. A veces pensaba que mi Jeannie era la única mujer sensata de la calle.

– Tengo entendido que el señor Clarke tenía que quedarse en casa para cuidarla. -Levantó las cejas con expresión interrogadora-. Pero dedicaba más tiempo a Robert que a ella. ¿Eran muy amigos, señor Hayes? ¿Lo sabe usted?

Era obvio que había entendido el matiz de la pregunta. Decidió -¿por delicadeza?- no responderla.

– Eran buenos amigos -murmuró-, no hay ningún mal en ello. La mujer de Bob era alcohólica y la de Ted lo más estúpido que he conocido. Limpiaba la casa de arriba abajo todos los días. -Emitió un gruñido de desprecio-. Una loca de la limpieza era. Solía andar todo el día en bata, ni siquiera llevaba ropa interior para no esparcir microbios, y todo lo restregaba con desinfectante. -De pronto soltó una carcajada-. Recuerdo que una vez fregó la mesa del comedor con una botella de Domestos para desinfectarla. ¡Ja! Ted se volvía loco. Tuvo que hacerla barnizar de nuevo tras el último intento de Dorothy con agua hirviendo. ¿Y dice que ahora está completamente senil? No me extraña. No me extraña nada.

Roz permanecía allí sentada con el lápiz encima del bloc.

– ¿Puede decirme usted -le preguntó al cabo de un momento- si Ted y Bob eran amantes?

– No. No es asunto mío

– De acuerdo. -Roz recogió sus cosas-. Gracias, señor Hayes. No sé si el señor Hawksley quiere preguntarle algo. -Miró a Hal.

Éste se levantó.

– Sólo el nombre de la empresa de seguridad de su hijo, señor Hayes.

El anciano le miró intrigado.

– ¿Para qué lo quiere?

– De esta forma podría hablar con la persona adecuada sobre la filtración de información confidencial. -Le dirigió una fría sonrisa-. De lo contrario, tendré que informar de ello y habrá una denuncia oficial. -Encogió los hombros-. No se preocupe. Tiene usted mi palabra y no pienso utilizarla a menos que me vea obligado a ello.

– La palabra de un policía, ¿eh? Es algo en lo que no confiaría nunca. Ni hablar.

Hal se abrochó la chaqueta.

– Entonces tendrá que pasar por los conductos oficiales, y la próxima vez será un inspector quien le visite.

– ¿Qué quiere que le diga? Maldito chantaje, esto es lo que es. Seguridad STC, calle Bell, Southampton. Ya lo sabe. Ahora veremos si cumple su palabra.

Hal miró más allá del hombre hacia la foto de su hijo.

– Gracias, señor Hayes -dijo con amabilidad-. Nos ha ayudado mucho.

Capítulo 18

Roz fue andando hacia el coche sumida en sus reflexiones.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó Hal.

– Nada, algo que ha dicho él. -Puso su bolso sobre la capota y miró a lo lejos intentando agarrar un hilo escurridizo-. No funciona. Tendré que repasar las notas. -Abrió la puerta-. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Ir a la policía? -abrió la puerta de Hal y él se metió en el coche.

– No. Nos pasaríamos el día respondiendo preguntas sin tener ninguna seguridad de que al final se decidieran a actuar. -Reflexionó un momento-. Tampoco sacaremos nada enfrentándonos a Crew. Si queremos desenmascararle tendrá que ser a través de Stewart Hayes o de su empresa de seguridad.

Roz se estremeció.

– ¿Nosotros? Oye, Hawksley, este gorila ya estuvo a punto de arrancarme toda la cabellera en una ocasión. Te juro que no pienso dejar que lo intente de nuevo. -Hablaba totalmente convencida de lo que decía.

Hal puso su mano en el hombro de Roz, apretándolo con gesto tranquilizador.

– Por si te sirve de consuelo, yo tampoco estoy dispuesto a que lo repita conmigo. -Notó el aroma del jabón en el rostro de ella y se apartó un poco con un suspiro-. Pero de una forma u otra tenemos que resolverlo -dijo con tranquilidad-. No lo soportaré mucho más tiempo.

La inseguridad de Roz afloró de nuevo.

– ¿A qué te refieres?

– Esto de permanecer sentado en un lugar tan reducido contigo. -Refunfuñó-. Me exige un control tan impresionante… Vamos, ¡a coger el toro por los cuernos! Voy a llamar a Geoff Wyatt e intentaré convencerle para que me eche una mano mientras pongo en venta el Poacher.

– ¿No sería más fácil detener a Hayes?

– ¿Bajo qué acusación?

– Asalto y violación de domicilio.

– ¿Dónde están las pruebas?

– Yo misma -dijo ella-. Yo, yo le identificaré.

– A estas alturas ya tendrá una coartada. -Apartó un mechón de pelo de la mejilla de Roz con un gesto cariñoso, distraído-. Tenemos que conseguir poner a Crew al descubierto.

Esta vez fue Roz quien suspiró. En la fría luz de la mañana, aparecían las dudas.

– Todo son conjeturas, Hal. Por lo que se refiere al Poacher, Crew puede estar limpio como una patena. Al señor Hayes le encanta dar la impresión de que tiene más información de la que dispone en realidad. Le hace sentirse importante.

– Pero es lo único que tiene cierta lógica. -Acarició su mandíbula dirigiéndole una sonrisa que transparentaba una confianza en sí mismo que en realidad no sentía-. Noto punzadas en la nariz. Un síntoma que nunca falla.

– ¿De qué?

– De que estoy en la pista correcta.

– Vas a perder el Poacher si te equivocas.

– Lo perderé de todas formas. -Tamborileó sobre el salpicadero-. Vamos -dijo de pronto-. Adelante. Vámonos al centro. La calle Bell es paralela a la calle donde están todas las tiendas. Pararemos en la primera cabina que veamos. Y ojo que hay que buscar una tienda de material eléctrico. -Roz puso el coche en marcha.

– ¿Por qué?

– Ya lo verás.

Hal llamó a la comisaría de Dawlington y preguntó por Geoff Wyatt.

– Soy Hal. -Dejó que el otro acabara el rosario de recriminaciones y luego siguió-: Tranquilo, estoy intentando solucionarlo pero necesito tu ayuda. ¿Tienes alguna información sobre Seguridad STC, de la calle Bell? No, espero. -Fijó el receptor por debajo de su barbilla y sacó un bloc-. De acuerdo. Hayes. Ex militar. Sin antecedentes. ¿Seguro? Bien. ¿Podemos vernos aquí dentro de media hora? -Más reproches-. Pues por los viejos tiempos, ya está. No, cabrón, me importa un comino que no te encuentres bien. Al fin y al cabo me lo debes por Sally. Media hora. -Colgó.

Roz observaba sus uñas con un estudiado aire de indiferencia.

– ¿Quién es Sally? -preguntó.

– Mi ex.

– ¿Y qué te debe por ella?

– Se casó con ella.

– ¡Vaya! -Aquello no se lo esperaba. Hal sonrió ante la expresión de sorpresa de ella.

– Me hizo un favor pero no lo sabe. Cree que por eso dejé el cuerpo. Tiene un gran sentimiento de culpabilidad que resulta muy útil en momentos como éstos.

– ¡Qué cruel!

Hal levantó una ceja.

– En aquel momento me hizo daño.

– Perdona -dijo ella con pesar-. Suelo olvidar que ambos tenemos un pasado.

Hal la atrajo hacia sí.

– Hacía tiempo que aquel matrimonio estaba muerto y Geoff no se propuso cazar a Sally. Es un tipo honrado. Le tendió una mano por amistad y acabó con más de lo que había apostado. Estoy hablando con sentimiento de gratitud, Roz, no de amargura. -Le besó la nariz-. El pobre diablo. No tenía ni idea de dónde se metía.

– La venganza de Olive -dijo ella lentamente.

Él frunció el ceño mientras llamaba a información.

– No sé a qué te refieres.

Roz soltó una pequeña carcajada.

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