Nancy se pasó la lengua por la boca. «Soy el complicado producto de mis circunstancias… no el resultado predecible y lineal de una cópula accidental ocurrida hace veintiocho años.» ¡Dios mío! Qué absurda y arrogante sonaba ahora aquella declaración.
– No sé de qué está hablando -dijo en tono neutral, haciendo acopio de fuerzas para desplazarse hacia delante.
– Claro que lo sabe. -En los ojos de la anciana brilló un destello de taimada inteligencia-. Eso la asusta, ¿no es verdad? A la señora la asustaba. Una cosa es buscar a la pequeña bastarda de Lizzie… pero no fue nada divertido encontrar a la de Fox. Eso no era conveniente. Ella intentó pasarme por encima para decírselo al coronel… pero mi chico no lo aceptó. «Ve adentro, mamá, y déjamela a mí.» -Se palmeó el bolsillo e hizo que sonaran varias llaves-. Eso fue lo que detuvo su corazón. Lo vi en su rostro. No creía que Vera pudiera cerrar y dejarla fuera. ¡Oh, no! Si ella había sido tan bondadosa con Vera…
El grado de pulcritud de la casa de James no impresionó mucho a Bella.
– ¿Qué le pasa a la señora de la limpieza? -preguntó cuando Mark la llevó a la trascocina para enseñarle el congelador. Contempló con asco la suciedad en el fregadero y las telarañas en todas las ventanas-. Dios, échele un vistazo a esto. Es un milagro que el pobre viejo no esté en el hospital con tétanos o una intoxicación alimentaria. Si yo estuviera en su lugar la habría echado.
– Yo también -se avino Mark-, pero no es tan fácil. Por desgracia, no hay nadie más que pueda hacer el trabajo. De hecho, Shenstead es un pueblo fantasma, la mayoría de las casas son segundas residencias.
– Sí, nos lo dijo Fox. -Levantó la tapa del congelador y resopló al ver las capas de hielo sobre los alimentos-. ¿Cuándo abrieron esto por última vez?
– Lo revisé en Nochebuena, pero no se abre desde que la esposa del coronel murió, en marzo. No creo que Vera se acerque siquiera. En vida de Ailsa era bastante holgazana, pero ahora ya no hace absolutamente nada… Se limita a cobrar el salario y salir corriendo.
Bella lo miró asombrada.
– ¿Me está diciendo que le pagan para dejar las cosas en este estado? -preguntó con incredulidad-. ¡Mierda! Así que pagan por nada.
– Y vive en un chalé por el que no paga alquiler.
Bella estaba anonadada.
– Tiene que ser un chiste. Daría mi brazo derecho por llegar a un acuerdo como ése… y ni siquiera me aprovecharía.
Mark sonrió al ver la expresión de la mujer.
– Sinceramente, Vera no debería seguir trabajando. Está senil, pobre vieja. Pero usted tiene razón, ella se aprovecha. El problema es que James ha estado muy… -buscó la palabra apropiada- deprimido las últimas semanas y no la ha vigilado… ni ha hecho nada al respecto. -Su teléfono móvil comenzó a sonar-. Perdóneme -dijo, sacándolo del bolsillo y poniendo cara de perplejidad al ver el número desde donde se efectuaba la llamada. Se llevó el teléfono a la boca y preguntó con frialdad-: ¿Qué quiere, Leo?
Todas las dudas que Nancy había tenido alguna vez con respecto a su historia biológica clamaban por que la anciana mantuviera la boca cerrada, pero se negó a darle a Vera la satisfacción de decirlo en voz alta. Si hubiera estado sola habría negado cualquier relación con Fox o con su madre, pero era consciente de que Wolfie escuchaba con atención cada palabra que se decía. No tenía idea de cuánto comprendía el niño, pero no podía negar una relación de parentesco con él.
– ¿Por qué lo hizo? -preguntó a la anciana-. ¿Por dinero? ¿Estaba chantajeando a Ailsa?
Vera soltó una carcajada entrecortada.
– ¿Por qué no? La señora podía permitírselo. Era una cantidad irrisoria para no mencionar a su padre. Ella dijo que prefería morir, la muy idiota. -De repente pareció divagar-. Todo el mundo muere. Bob morirá. Mi chico se cabrea cuando la gente lo molesta. Pero Vera nunca lo hace. Vera hace lo que le dicen… haz esto… haz lo otro… ¿Está bien eso?
Nancy no dijo nada porque no sabía qué decir. ¿Era mejor mostrar simpatía? ¿O era mejor confundir la mente de la anciana con una discusión? Quería creer que Vera estaba tan confusa que nada de lo que decía era verdad, pero tenía un miedo terrible a que lo que afirmaba sobre ella fuera cierto. ¿No había temido eso toda su vida? ¿No era ésa la razón por la que había blindado su mente contra lo que había heredado? Cuánta verdad hay en la sentencia «Ojos que no ven, corazón que no siente».
– La señora llamó a mi chico «plaga» -prosiguió la anciana, chasqueando los labios con ferocidad-, así que él le mostró lo que pasa con las plagas. A ella no le gustó… uno de sus zorros con los sesos esparcidos por la tierra… dijo que era algo cruel.
Nancy entrecerró los ojos a causa del dolor cuando logró avanzar unos centímetros. Debía distraer a la mujer para que siguiera hablando…
– Eso fue muy cruel -dijo, sin emoción-. Y más cruel todavía fue matar a Henry . ¿Qué le hizo el pobre perro al canalla de su hijo?
– No fue mi hijo quien hizo eso. Fue el otro.
Nancy tomó aliento mientras sus terminaciones nerviosas protestaban sin cesar.
– ¿Qué otro?
– A usted no le importa. Basto como el estiércol, siempre olisqueando enaguas. Vera lo ha visto… Vera lo ve todo. «Sal de la casa, mamá -dice mi chico-, y déjame hablar a mí.» Pero yo lo vi… a él y a la fulanita veleidosa que llevaba a rastras. Ella siempre fue un problema… convirtió la vida de sus padres en un infierno con sus coqueteos y su puterío.
«¿Elizabeth…?»
– Deje de echarle la culpa a los demás -dijo Nancy con brusquedad-. La culpa es suya y de su hijo.
– Él es un buen chico.
– ¡Y una mierda! -espetó Nancy-. Él mata a la gente.
Más chasquido de labios.
– ¡No quiso hacerlo! -gimió Vera-. La señora se lo buscó. ¿Qué puede ser más cruel que dar dinero para salvar a los zorros y negarse a ayudarlo a él? No le bastó con echarlo de su casa, también quería mandarlo a la cárcel. -Volvió a entrechocar los puños-. La culpa fue de ella.
– No, no es verdad -respondió Nancy airada-. Fue suya.
Vera se recostó en la pared.
– Yo no lo hice. Fue el frío. -Su voz se volvió un canturreo-. Vera la vio… blanca, congelada, casi desnuda, con la boca abierta. Se hubiera sentido tan avergonzada. Ella era una señora orgullosa. Nunca dijo nada a nadie de lo de Lizzie y mi hijo… nunca se lo dijo al coronel. Él se hubiera cabreado tanto… El coronel tiene muy mal humor.
Nancy avanzó otro par de centímetros.
– Entonces la hará pedacitos cuando le diga que usted ayudó a su hijo a matar a su esposa -gruñó con los dientes apretados.
Vera se llevó las manos a la boca en un gesto de angustia.
– Es un buen chico. «Levanta los pies, mamá», me dice. «Has sido una bestia de carga toda tu vida. ¿Qué es lo que Bob ha hecho por ti? ¿Ha hecho el coronel algo por ti? ¿Qué hizo la señora, excepto llevarse al bebé porque tú no eras suficientemente buena?» -Retorció la boca-. Si ella le hubiera dado lo que él le pedía, él se habría marchado.
De repente, Wolfie pareció darse cuenta de que Nancy intentaba avanzar hasta el borde del asiento, porque clavó los codos en el brazo del sillón y retiró su peso del regazo de la chica.
– Por supuesto que no se habría marchado -dijo Nancy en voz alta para mantener la atención de Vera-. Hubiera seguido sangrando a Ailsa hasta que no quedara nada. Lo único que él sabe hacer es robar y matar, señora Dawson.
– Ella no sangró -replicó Vera triunfante-. Mi chico fue más listo. La sangre era del zorro.
– Entonces, toda esta retorcida historia tiene una preciosa simetría, porque la sangre que hay en esta chaqueta no es la mía, sino la de su hijo. Así que si sabe dónde está y le importa, debería convencerlo de que fuera al hospital en lugar de decir tonterías como una mona senil.
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