Minette Walters - Las fuerzas del mal

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En el bello paisaje de la campiña inglesa, una adinerada familia debe enfrentarse a un destino que parece condenarla a la extinción. El viejo ha perdido a su mujer, mientras sus hijos Leo, un ludópata redomado, y Elizabeth, una promiscua alcohólica condenada al fracaso, apenas son una mácula dentro de la genealogía familiar. Deprimido y con el único apoyo de su fiel abogado Mark Ankerton, Lockyer-Fox también debe hacer frente a las habladurías de sus convecinos, que le acusan del supuesto asesinato de su esposa. Se avecinan tiempos difíciles para el coronel quien, además, ha decidido destapar un viejo secreto y encomendar a Mark la tarea de encontrar a una nieta entregada en adopción apenas nacer. Una lejana vergüenza que la familia Lockyer-Fox ocultó a cal y canto, para proteger la ya maltrecha reputación de Elizabeth.
En tanto, en las tierras que lindan con la propiedad del coronel se instala un grupo de nómadas con el objetivo de asentarse por un tiempo indefinido. A la cabeza del movimiento se encuentra un siniestro personaje a quien todos conocen como Fox Evil, un individuo capaz de hundir aún más si cabe los ánimos del coronel. Sólo la providencial visita de su nieta, convertida por los avatares de la vida en una joven capitana del ejército inglés, le ayudará a encarar el avispero emocional en el que vive su agotado corazón.

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La anciana entró en la habitación.

– Aquí no hay teléfonos, señorita.

«¡Oh, por Dios!»

– Suéltame un momento -dijo a Wolfie-. Tengo que sacar mi móvil. -Buscó en el bolsillo de la chaqueta, respirando superficialmente mientras Wolfie se apretaba contra ella-. Bueno, volvemos a estar como antes. ¿Sabes cómo funciona este chisme? Buen chico. El código para desbloquear es 5378. Ahora, revisa los números hasta que llegues al de Mark Ankerton, entonces pulsas «llamada» y me lo pones delante de la boca.

Cuando Vera se puso a su alcance, levantó un pie calzado con una bota.

– Le he dicho que se marche, señora Dawson. Está asustando al niño. Le ruego que no se acerque más.

– Usted no va a golpear a una anciana. Sólo Bob golpea a las ancianas.

– No necesito golpearla, señora Dawson, me basta con empujarla. No tengo muchos deseos de hacerlo pero si me obliga lo haré. ¿Entiende lo que le digo?

Vera mantuvo la distancia.

– No soy estúpida -masculló-. Todavía estoy en mis cabales.

– Se oye la señal de llamada -dijo Wolfie mientras presionaba el móvil contra la boca de Nancy.

Ella oyó cómo la llamada era desviada al buzón de voz. ¡Por Dios! ¿Respondía alguna vez aquel cabrón al puñetero teléfono? ¡Vaya!

– ¡Mark! -dijo con urgencia-. Levanta el culo y ven aquí, colega. La señora Dawson está asustando a Wolfie y no puedo hacer que se largue. -Miró a la mujer y enseñó los dientes-. Sí, por la fuerza si fuera necesario. Parece que su mente funciona a intervalos y ha olvidado que debe estar abajo contigo y con James. ¡Ahora mismo se lo digo! -Desconectó-. El coronel Lockyer-Fox quiere que vaya inmediatamente al salón, señora Dawson. El señor Ankerton dice que está molesto porque usted no está allí.

La anciana soltó una risita ahogada.

– Siempre está molesto… tiene mal carácter el coronel. Como mi Bob. Pero no se preocupe, al final reciben su merecido. -Se desplazó hasta la mesita a un lado de la cama y tomó el libro que Mark había estado leyendo-. ¿Le gusta el señor Ankerton, señorita?

Nancy bajó el pie pero no respondió.

– No debería gustarle. Ha robado el dinero de su madre… también el de su tío. Y todo porque a su abuela le encantaba… lo adulaba cada vez que venía a la casa… lo llamaba Mandragora y coqueteaba con él como una niña pequeña y tonta. Si no hubiera muerto, se lo habría legado todo a él.

Había sido un discurso bastante fluido y Nancy se preguntó hasta qué punto estaba loca.

– Eso es absurdo, señora Dawson. La señora Lockyer-Fox modificó su testamento meses antes de morir y el beneficiario principal fue su esposo. Apareció en la prensa.

La contradicción pareció alterar a la anciana. Por un momento se la vio perdida, como si le hubieran retirado algo sobre lo que se estaba apoyando.

– Yo sé lo que sé.

– Entonces no sabe mucho. Ahora, por favor, ¿podría abandonar la habitación?

– Usted no es nadie para decirme lo que tengo que hacer. Ésta no es su casa. -Tiró el libro sobre la cama-. Usted es como el coronel o la señora… Haz esto… haz lo otro… Eres una criada, Vera. No metas la nariz donde no debes. Toda mi vida he sido una bestia de carga, una esclava -dio un fuerte pisotón-, pero no lo seré por mucho tiempo, no si mi niño se sale con la suya. ¿Ésa es la razón por la que ha venido aquí? ¿Para quitarles la casa a su madre y a su tío Leo?

Nancy se preguntó quién sería «su niño» y cómo había adivinado quién era Nancy cuando James la había presentado como una amiga de Mark.

– Me confunde con otra persona, señora Dawson. Mi madre vive en Herefordshire y no tengo tíos. La única razón por la que estoy aquí es porque soy amiga del señor Ankerton.

La anciana la señaló con un dedo torcido.

– Sé quién es usted. Yo estaba aquí cuando nació. Usted es la pequeña bastarda de Lizzie.

Era el eco de lo que Fox la había llamado y Nancy percibió cómo se le erizaba el vello de la nuca.

– Vamos a bajar -le dijo bruscamente a Wolfie-. Levántate y ayúdame a incorporarme. ¿De acuerdo?

El niño se movió levemente como si se dispusiera a hacerlo, pero Vera se escabulló hacia la puerta, la cerró de golpe y se acercó a Nancy.

– No es suyo, no se lo puede llevar -masculló entre dientes-. Sea una buena chica y déselo a su abuela. Su papá lo está esperando.

¡Por Dios! Sintió cómo los brazos de Wolfie se cerraban en torno a su cuello como si la estuviera estrangulando.

– No pasa nada, cariño -le dijo con urgencia-. Confía en mí, Wolfie. Te dije que te protegería y lo haré… pero debes dejarme respirar. -Se llenó los pulmones de aire cuando los brazos del niño se relajaron y levantó la bota de nuevo-. No me tiente, señora Dawson. Como se ponga a tiro, la reviento a patadas. ¿Tiene suficiente cordura aún para entender lo que le digo, vieja zorra senil?

– Usted es como la señora. Se cree que puede decirle a la pobre vieja Vera lo que se le ocurra.

Nancy volvió a bajar el pie y concentró todas sus fuerzas para desplazarse hacia delante en el asiento.

– Pobre vieja Vera, una mierda -espetó-. ¿Qué le hizo a Wolfie? ¿Por qué le tiene tanto miedo?

– Le enseñé buenos modales cuando era pequeño. -Una extraña sonrisita se deslizó por sus labios-. Tenía unos preciosos rizos castaños, exactamente como su padre.

– ¡No es verdad! ¡No es verdad! -lloró Wolfie histérico, agarrándose de Nancy-. Nunca he tenido el pelo castaño. Mi mamá me dijo que siempre he sido así.

La boca de Vera comenzó a trabajar con ferocidad.

– No desobedezcas a tu abuela. Haz lo que se te dice. Vera sabe sus cosas. Vera todavía está en sus cabales.

– Ella no es mi abuela -Wolfie se apresuró a susurrarle a Nancy-. No la he visto nunca antes… es que la gente mala me asusta… y ella es mala porque las líneas de su sonrisa están al revés.

Nancy examinó el rostro de la anciana. Wolfie tenía razón, pensó sorprendida. Todas las líneas giraban hacia abajo, como si el resentimiento hubiera cavado zanjas en su piel.

– No pasa nada -intentó calmarlo-. No voy a dejar que se te lleve. -Levantó la voz-. Está confundida, señora Dawson. Este no es su nieto.

La anciana se relamió los labios.

– Yo sé mis cosas.

«No, no lo sabes, vieja estúpida… estás a punto de colmar el vaso…»

– Entonces, dígame el nombre de su nieto. Dígame el nombre de su hijo.

Era un ordenador sobrecargado.

– Usted es igual que ella… pero yo tengo derechos… aunque por la forma en que me tratan piense que no. Haz esto… haz lo otro… ¿Quién se preocupa por la pobre vieja Vera que no sea su niño querido? «Levanta los pies, mamá, así», me dice. «Quiero que estés bien.» -Apuntó un dedo airado hacia Nancy-. Pero mira lo que hizo la preciosa Lizzie. Era una puta y una ladrona… pero todo se lo perdonaron, todo lo olvidaron porque ella era una Lockyer-Fox. ¿Y qué pasó con el niño de Vera? ¿Lo perdonaron? No. -Cerro los puños y los hizo entrechocar con impotencia-. ¿Y qué pasó con Vera? ¿La perdonaron? ¡Oh, no! Bob tenía que saber que Vera era una ladrona. ¿Eso está bien?

Aunque Nancy hubiera sabido de qué demonios estaba hablando la anciana se dio cuenta de que no ganaba nada con asentir. Era mejor zaherirla para que siguiera alterada que mostrarle ni un ápice de conmiseración. Al menos, mientras hablaba mantenía la distancia.

– Está usted senil -di}o en tono despectivo-. ¿Por qué hay que perdonar a un ladrón? Usted debería de estar en la cárcel junto con el asesino de su hijo, suponiendo que Fox sea su hijo, cosa que dudo, porque ni siquiera puede darme su nombre.

– Él no la mató -siseó ella-, nunca la tocó. No tuvo que hacerlo, ella se lo buscó con su lengua viperina… me acusó de arruinar a su hija. Más bien su hija arruinó a mi niño… eso está más cerca de la verdad… llevándoselo a la cama y haciéndole creer que le importaba. Lizzie era la puta, todo el mundo lo sabía… pero fue a Vera a la que trataron como una puta.

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