Minette Walters - La Mordaza De La Chismosa

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Mathilda Gillespie, sesenta y cinco años, ha aparecido muerta. Estaba en la bañera de su casa, con la cabeza cubierta por una peculiar mordaza, a modo de jaula, usada en la Edad Media para castigar a las mujeres chismosas: un sórdido artilugio de represión que iluminaba y al tiempo oscurecía el motivo de su muerte.
Porque la jaula, a su vez, estaba recubierta de flores, como una referencia a la Ofelia muerta de Hamlet: Shakespeare era una de las pasiones de la señora Gillespie. ¿Se podía por tanto deducir que la recargada y morbosa escenografía revelada, junto a la ausencia de signos de violencia, un suicidio? La doctora Sarah Blakeney, medica personal de la anciana y una de sus escasas amigas, no acababan de tenerlo claro. E investigaciones someras ponen de manifiesto viejos y terribles traumas familiares. Así como personas interesadas en la muerte de la señora Gillespie…

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Charlie recogió la carta y la examinó.

– En el escritorio del salón de Orloff había una máquina de escribir portátil -recordó-. Pidámosles a los muchachos que están allí que nos hagan una comparación rápida. Ha dedicado todos sus esfuerzos a falsificar la firma, y ha olvidado que las máquinas de escribir también tienen firma.

– No nos lo habrá puesto tan fácil.

Pero sí que lo había hecho.

– Duncan Jeremiah Orloff… formalmente acusado del asesinato de Mathilda Beryl Gillespie… el sábado seis de noviembre…

La voz del policía de guardia continuó implacable, aunque tuvo poco impacto en Cooper, que conocía la fórmula de memoria. Por el contrario, su mente se alejó hacia la anciana desangrada y la estructura de hierro oxidado que le había rodeado la cabeza. Sintió un inmenso pesar por no haberla conocido. Por muchos pecados que hubiese cometido, tenía la sensación de que habría sido un privilegio.

– … solicito que se le niegue la fianza por la grave naturaleza de los cargos que pesan sobre usted. Los magistrados ordenarán una inmediata permanencia bajo custodia…

Sólo miró a Duncan Orloff cuando el hombre se golpeó el pecho con sus manitas gordas y estalló en lágrimas. No era culpa suya, imploró, era culpa de Mathilda. Mathilda era la culpable de todo. Él era un hombre enfermo. ¿Qué haría Violet sin él?

– La parte fuerte se derrumba -masculló el policía de guardia en un susurro dirigido a Cooper, mientras escuchaba los rasposos, angustiados resuellos.

Un profundo fruncimiento arrugó el entrecejo de Cooper.

– Por el cielo, ella merecía algo mejor que usted, la verdad es que sí -le dijo a Orloff-. Tendría que haber sido un hombre valiente quien la matara, no un cobarde. ¿Quién le dio derecho de jugar a Dios con la vida de ella?

– Un hombre valiente no habría tenido que hacerlo, sargento Cooper. -Volvió unos ojos obsesionados hacia el policía-. No era valentía lo que se necesitaba para matar a Mathilda, era miedo.

– ¿Miedo por unas cuantas casas en su jardín, señor Orloff?

Duncan negó con la cabeza.

– Yo soy lo que soy… -se llevó las manos temblorosas a la cara-, y fue ella quien me hizo. He pasado mi vida de adulto evitando a la mujer con quien me casé, por las fantasías que tenía con la que no me había casado, y no se puede vivir en el infierno durante cuarenta años sin ser perjudicado por él.

– ¿Por eso volvió a Fontwell, para aliviarse de sus fantasías?

– Uno no puede controlarlas, sargento. Ellas le controlan. -Guardó silencio.

– Pero usted regresó hace cinco años, señor Orloff.

– No le pedí nada a ella, ¿sabe? Quizás unos pocos recuerdos compartidos. Incluso paz. Después de cuarenta años esperaba muy poco.

Cooper lo contempló con curiosidad.

– Dice que la mató por miedo. ¿Sobre eso fantaseaba? ¿Con tenerle tanto miedo que consiguiera llegar a matarla?

– Fantaseaba sobre hacer el amor -susurró él.

– ¿Con Mathilda?

– Por supuesto. -Se enjugó las lágrimas con las palmas de las manos-. Nunca le hice el amor a Violet. No podía.

Buen Dios, pensó Cooper, ¿es que este hombre no sentía ninguna lástima en absoluto por su pobre pequeña esposa?

– ¿No podía o no quería, señor Orloff? Hay una diferencia.

– No podía. -Las palabras fueron apenas audibles-. Mathilda hacía ciertas cosas que a Violet la ofendían… -se le quebró la voz-; resultaba más fácil para los dos si yo pagaba por lo que quería.

Cooper percibió la expresión del policía de guardia por encima de la cabeza de Orloff, y profirió una cínica carcajada.

– Así que ésta va a ser su defensa, ¿verdad? ¿Que asesinó a Mathilda Gillespie porque le hizo probar algo que sólo las prostitutas podían proporcionarle?

Un hilo de suspiro entrecortado salió por sus labios húmedos.

– Usted nunca tuvo motivos para temerle, sargento. Ella no lo poseía porque no conocía sus secretos. -Los ojos tristes se volvieron a mirarlo-. Sin duda se le habrá ocurrido que cuando compramos Wing Cottage, nuestro abogado descubrió lo relacionado con el permiso de construcción periférica para el resto de las tierras de Cedar House. Continuamos con la compra porque Mathilda concedió en agregar una cláusula al contrato, mediante la cual nos otorgaba poder de veto sobre cualquier decisión futura. -Profirió una carcajada hueca-. Me culpo a mí mismo porque yo la conocía muchísimo mejor que Violet. La cláusula valía menos que el papel en el que estaba escrita. -Comprimió brevemente los labios en un esfuerzo por controlarse-. Estaba obligada a hablarme de los tratos con Howard porque iba a necesitar mi firma para el documento final, pero cuando le dije que Violet y yo íbamos a poner objeciones al plan propuesto, que colocaba la casa más cercana a diez metros de nuestra pared trasera, se echó a reír. «No seas absurdo, Duncan. ¿Has olvidado lo mucho que sé sobre ti?»

Cuando no continuó, Cooper lo instó a hacerlo.

– ¿Iba a hacerle chantaje para que firmara?

– Por supuesto. -Se llevó las palmas húmedas a los pechos-. Me dejó solo durante un par de minutos para buscar un libro de la biblioteca, y al regresar me leyó extractos de él. -La angustia resollaba desde su garganta en rápidos jadeos-. Era uno de sus diarios… lleno de unas mentiras y obscenidades tan terribles… y no sólo sobre mí… también sobre Violet… detalles íntimos que Violet le había confiado cuando estaba achispada. «¿Quieres que fotocopie esto, Duncan, y lo reparta por el pueblo?», me preguntó. «¿Quieres que todo Fontwell sepa que Violet es todavía virgen porque las exigencias que le planteaste en la noche de bodas eran tan repugnantes que tuvo que encerrarse en el cuarto de baño?» -Su voz vaciló-. Se sentía muy divertida por todo el asunto… no podía dejar el libro una vez que había comenzado… me leyó trozos sobre los Marriott, el vicario, los pobres Spede… todos. -Volvió a guardar silencio.

– ¿Así que usted regresó a la casa más tarde y leyó lo demás? -sugirió Cooper.

Duncan se encogió de hombros.

– Estaba desesperado. Esperaba encontrar algo que pudiera usar contra ella. Dudaba de que hubiese algo de valor en los primeros, sólo porque tenía que hallar pruebas independientes con las que desafiarla, y aparte de las referencias a la drogadicción de Joanna, los robos de Ruth y su propia creencia de que Sarah Blakeney era la hija que había tenido de James Marriott, los últimos eran catálogos de sus antipatías. Eran el producto de una mente enferma, y ella los usaba, según creo, como canal para vaciar su veneno. Si no hubiera podido expresarse sobre el papel… -sacudió la cabeza-, estaba loca, ¿sabe?

– De todas formas -dijo Cooper con lentitud-, el asesinato era una solución extrema, señor Orloff. Usted podría haber usado contra ella los problemas de su hija y su nieta. Era una mujer orgullosa. Sin duda no habría querido que se hicieran públicos.

Los ojos tristes volvieron a fijarse en él.

– En ningún momento planeé asesinarla, al menos no hasta ese sábado por la mañana cuando fue a verla Jane Marriott. Tenía intención de amenazarla con contarle lo que sabía a la doctora Blakeney. Pero como ya le he dicho, fue el miedo lo que la mató. Un hombre valiente habría dicho: «Publícalo y acabemos con el asunto».

Cooper se había perdido.

– No lo entiendo.

– Ella le dijo a Jane Marriott que las cosas se pondrían peor antes de mejorar, porque sabía que James había estado leyendo sus papeles privados… nunca se le ocurrió que era yo quien lo hacía… y luego continuó diciendo que no tenía intención de guardar silencio por más tiempo. -Se retorció las manos-. Así que, por supuesto, fui a verla al minuto de marcharse Jane y le pregunté qué quería decir con que «no tenía intención de guardar silencio por más tiempo». -Su rostro estaba gris de fatiga-. Ella cogió la mordaza y me tomó el pelo con ella. «Mathilda Cavendish y Mathilda Gillespie no escribieron sus diarios por diversión, Duncan. Los escribieron para que un día pudieran vengarse. A ellos no los amordazarán. Yo me encargaré de que sea así.» -Hizo una pausa-. Estaba loca de verdad -insistió-, y ella lo sabía. Dije que llamaría a un médico para que la viera y ella se rió y me citó Macbeth. «Más necesita lo divino que lo médico.» -Alzó los brazos en un gesto de rendición-. Y yo pensé en lo mucho que todos nosotros, los que seríamos destruidos por los diarios, necesitábamos más lo divino que lo médico, y durante aquella terrible tarde tomé la decisión de hacer de… Dios.

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