Sarah estaba demasiado conmocionada como para hablar.
– No es extraño que tuviera miedo de dormir en la planta baja -dijo al fin.
– Apenas ha dormido durante semanas, por lo que he podido conjeturar. La única forma que tuve de convencerla de tomar la codeína fue prometerle una y otra vez que no saldría de la casa. Está paranoica por que la cojan desprevenida, y está paranoica por que la policía le formule más preguntas.
– Pero el sargento sabe que hay algo -le advirtió Sarah-. Me llamó esta mañana para pedirme que intentara averiguar qué era. La palabra que usó fue coacción. Hughes tiene que estar empleando la coacción, dijo, pero no podemos hacer mucho a menos que sepamos de qué tipo de coacción se trata. Ruth no es la única a la que le ha ocurrido. Saben de por lo menos otras tres más y piensas que son sólo la punta del iceberg. Ninguna de ellas habla.
– Está embarazada -dijo Jack con voz inexpresiva-. Le dije que tú sabrías qué hacer. ¡Jesús! -Lanzó la horca como si fuese una lanza al medio del césped, y su aullido de cólera rugió en el aire-. ¡PODRÍA-MATAR-AL-JODIDO-BASTARDO!
Sarah posó una mano sobre el brazo de él para calmarlo.
– ¿De cuántas semanas está?
– No lo sé -replicó él mientras se frotaba los ojos-. No se lo he preguntado. Ojalá, en nombre de Dios, que hubieses estado aquí. Hice todo lo que pude pero resulté condenadamente inútil. Necesitaba una mujer con la que hablar, no un chapucero que empezó por decirle lo bellas personas que son los hombres. Le di un sermón, por amor de Cristo, sobre la decencia masculina.
Ella lo hizo callar cuando la voz de él comenzó a aumentar de tono otra vez.
– No habría hablado contigo si no se hubiese sentido cómoda en tu compañía. ¿Cuánto hace que está durmiendo?
Jack miró su reloj.
– Un par de horas.
– De acuerdo, la dejaremos que duerma un poco más, y luego iré a verla. -Lo tomó del brazo-. Supongo que no habrás comido.
– No.
Sarah lo llevó hacia la casa.
– Vamos, entonces. Las cosas siempre tienen peor aspecto con el estómago vacío.
– ¿Qué vas a hacer, Sarah?
– Lo que sea mejor para Ruth.
– ¿Y al infierno con todas las otras muchachas a las que les destrocen la vida en el futuro?
– Sólo podemos dar un paso por vez, Jack. -Parecía desesperadamente preocupada.
«¡Oh, vil, intolerable, que no debe aguantarse!» Ruth está llorando otra vez y eso me vuelve loca. Simplemente no puedo soportarlo. Tengo ganas de coger a la desgraciada criatura y sacudirla hasta que le entrechoquen los dientes, pegarle, cualquier cosa para acabar con este petulante gimoteo. Nunca se mitiga mi enojo. Incluso cuando está en silencio, me sorprendo esperando que vuelva a empezar.
Es tan injusto, cuando pasé por lo mismo con Joanna… Si al menos manifestara algún interés por su hija, no sería tan malo, pero hace todo lo posible por evitarla. Esta mañana, por desesperación, intenté ponerle la mordaza de la chismosa a Ruth en la cabeza, pero Joanna tuvo una convulsión en cuanto la vio. Volví a llamar a Hugh Hendry, y esta vez él tuvo la sensatez de recetarle tranquilizantes. Dijo que estaba sobreexcitada.
Ojalá, en nombre de Dios, hubiesen tenido el Valium en mis tiempos. Como siempre, tuve que arreglármelas sola…
El coche del sargento detective Cooper apenas acababa de detenerse en el sendero de Mill House aquella noche, cuando Jack abrió de golpe la puerta del acompañante y se instaló en el asiento.
– Hágame un favor, viejo amigo; eche marcha atrás con el menor ruido posible y lléveme a dos o tres kilómetros por la carretera. -Asintió con aprobación cuando Cooper puso la marcha-. Y la próxima vez, telefonee antes de venir; buen chico.
Cooper, al parecer sin preocuparse por este comportamiento algo irrespetuoso para con un oficial de la ley, salió marcha atrás por la verja mientras hacía girar el volante con suavidad para evitar hiciera crujir la grava.
– ¿No se fía ella de mí? -preguntó mientras cambiaba la marcha a primera y se alejaba por la carretera en dirección a Fontwell.
– No de usted personalmente. De la policía. Hay un descanso de carretera a unos ochocientos metros más adelante. Pare allí y yo regresaré andando.
– ¿Ha dicho algo?
Jack no dijo nada y Cooper le lanzó una mirada de soslayo. Su rostro parecía demacrado en la luz reflejada de los focos, pero estaba demasiado oscuro como para verle la expresión.
– Está usted obligado por la ley a ayudar a la policía en sus investigaciones, señor Blakeney.
– Me llamo Jack -dijo él-. ¿Cuál es su nombre de pila, sargento?
– Justo el que esperaría usted -replicó Cooper con tono seco-. Thomas. El buen viejo Tommy Cooper.
Los dientes de Jack relumbraron en una sonrisa.
– Es duro.
– Duro es la palabra. La gente espera que sea un actor. ¿Dónde está ese descanso de carretera?
– A unos cien metros más o menos. -Miró a través del parabrisas-. Ahora nos acercamos, por su derecha.
Cooper atravesó la carretera y detuvo el coche, colocando una mano sobre el brazo de Jack para retenerlo mientras apagaba el motor y las luces.
– Cinco minutos -dijo-. Realmente necesito hacerle algunas preguntas.
Jack soltó el cierre de la puerta.
– De acuerdo, pero le advierto que hay muy poco que pueda decirle aparte de que Ruth tiene un terror mortal y una extrema reticencia a tener nada más que ver con la policía.
– Puede que no le quede elección. Podríamos decidir procesarla.
– ¿Por qué? ¿Por robarle a un miembro de su familia que ni siquiera se molestó en denunciar las pocas baratijas que desaparecieron? No puede procesar a Ruth por eso, Tommy. Y, en cualquier caso, Sarah, como heredera, insistirá en que se retire cualquier cargo. Su posición ya es lo bastante delicada sin necesidad de imponerle un historial criminal a una niña a la que han desheredado.
Cooper suspiró.
– Llámeme Cooper -dijo-. La mayoría de la gente lo hace. Tommy es algo más embarazoso que un nombre. -Sacó un cigarrillo-. ¿Por qué llama niña a la señorita Lascelles? Es una mujer joven, Jack. Tiene diecisiete años y es legalmente responsable de sus actos. Si la procesan, lo harán en un tribunal para adultos. La verdad es que no debería de permitir que los sentimientos enturbien su capacidad de juicio. Aquí no estamos hablando sólo de baratijas. Le quitó quinientas libras a su abuela hace un mes, y no se le movió una pestaña mientras lo hacía. Y el día del asesinato robó unos pendientes que valían dos mil libras.
– ¿Denunció Mathilda el dinero robado?
– No -admitió Cooper.
– En ese caso, le aseguro que Sarah no lo hará.
Cooper volvió a suspirar.
– Calculo que ha estado hablando con un abogado, que le aconsejó mantener la boca cerrada, supongo, y que no importa lo que Hughes le haga a otras chicas. -Frotó una cerilla y la llevó al extremo del cigarrillo, contemplando a Jack en la luz rojiza. El enojo se hacía evidente en cada línea del rostro del hombre, en la forma agresiva con que sobresalía la mandíbula, en los labios comprimidos y en los ojos entrecerrados. Parecía estar ejerciendo un control enorme para dominarse. Con un golpecito de la uña del dedo, Cooper extinguió la cerilla y volvió a sumir el coche en la oscuridad. Sólo quedó el resplandor del tabaco que se quemaba-. Hughes está trabajando según un modelo fijo -comentó-. Esta mañana le expliqué a su esposa todo lo que habíamos podido averiguar. En esencia…
– Me lo ha contado -lo interrumpió Jack-. Ya sé lo que está haciendo.
– Bien -dijo Cooper con tono ligero-, en ese caso sabrá lo importante que es detenerlo. Habrá otras Ruth, no crea que no, y lo que sea que les hace a esas chicas para obligarlas a trabajar para él, irá haciéndose más extremo a medida que pase el tiempo. Ésa es la naturaleza de la bestia. -Chupó el cigarrillo-. No las fuerza, ¿verdad?
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