Ruth se sonó la nariz.
– Se enfadará conmigo.
– ¿Tú crees?
– Usted ha dicho que es irascible.
– Lo es. No resulta tan temible. Sólo debes mantener baja la cabeza hasta que dejen de volar cacerolas.
Ella se frotó los ojos con gesto frenético.
– ¿Cacerolas? ¿Ella…?
– No -replicó él con firmeza-. Es lenguaje figurado. Sarah es una buena persona. Trae a casa palomas heridas, les entablilla las patas, y las observa morir en lenta y terrible agonía con una expresión de compasión tremenda en la cara. Es una de las cosas que les enseñan en la facultad de medicina.
Ella pareció alarmada.
– ¡Qué horrible!
– Era una broma -dijo él, arrepentido-. Sarah es el médico más sensato que conozco. Ella te ayudará a llegar a una decisión respecto a lo que tú quieras hacer, y actuará a partir de allí. No te obligará a tener el bebé, y no te obligará a no tenerlo.
Las lágrimas volvieron a aflorar a sus ojos.
– No quiero tenerlo. -Apretó las manos sobre el regazo-. ¿Usted cree que eso está mal?
– No -replicó él con sinceridad-. Si yo estuviera en tu lugar, tampoco querría tenerlo.
– Pero yo lo hice. Es culpa mía.
– Hacen falta dos personas para hacer un bebé, Ruth, y no puedo imaginarme a tu novio mostrando mucho entusiasmo cuando el crío esté terminado y berreando como un loco. La decisión te corresponde a tí, no a él. El esperma cuesta dos peniques y la mayor parte se va por las tuberías. Los úteros y sus fetos son extremadamente caros. Sarah tiene razón cuando dice que es una cadena perpetua.
– Pero ¿no está vivo? ¿No estaría asesinándolo?
Él era un hombre. ¿Cómo podía comenzar siquiera a entender la agonía que sufrían las mujeres porque un accidente biológico les había conferido poder sobre la vida y la muerte? Sólo podía ser sincero con ella.
– No lo sé, pero yo diría que de momento está vivo sólo porque estás viva tú. No tiene existencia como individuo por derecho propio.
– Pero podría tenerla… si yo se lo permitiera.
– Por supuesto. Pero si nos basamos en eso, todos los óvulos que produce una mujer y todos los espermatozoides que, produce un hombre tienen potencial de vida, y nadie acusa a los muchachos de asesinato cada vez que derraman su simiente en el suelo detrás del cobertizo de bicicletas. Creo que para cada uno de nosotros, nuestra propia vida tiene prioridad sobre la vida potencial que existe en nuestro interior. No pretendo ni por un momento que se trate de una decisión fácil, ni siquiera de una de blanco o negro, pero sí que creo que en este momento tú eres más importante que la vida que puede llegar a ser sólo si tú estás preparada para pagar por ella emocional, física, social y económicamente. Y cargarás sola con el coste, Ruth, porque las probabilidades de que Hughes vaya a pagar nada son virtualmente nulas.
– De todas maneras, dirá que no es suyo.
– Me temo que algunos hombres lo hacen. Para ellos es muy fácil. No es su cuerpo el que ha sido atrapado.
Ella ocultó el rostro entre las manos.
– Usted no lo entiende. -Se puso los brazos alrededor de la cabeza. «¿Para protegerse? ¿Para ocultarse?»-. Podría ser de uno de los otros. Verá, tuve que… él me hizo… Oh, Dios… ojalá… -No continuó. Se limitó a enroscarse en un apretado ovillo y sollozar.
Jack se sintió por completo impotente. La angustia de la muchacha era tan poderosa que lo abrumó en olas que lo sumergieron. Sólo se le ocurrían perogrulladas -«no hay nada tan malo que no pueda ser peor… siempre está más oscuro antes de que amanezca»-, pero ¿de qué le servían las perogrulladas a una muchacha cuya vida se hallaba hecha añicos ante sus propios ojos? Tendió una mano torpe y la posó sobre la cabeza de la muchacha. Era un gesto instintivo de consuelo, un eco de una bendición sacerdotal.
– Cuéntame lo que sucedió -dijo-. Tal vez no sea tan grave como tú piensas.
Pero lo era. Lo que le contó en tonos de abyecto terror conmovió los cimientos de su propia humanidad. Tan conmocionado estaba que se sentía físicamente enfermo.
Sarah lo encontró en el jardín al volver a casa a las tres de la tarde, tras ayudar a Sally Graham en el parto de una niña saludable. Estaba removiendo industriosamente la tierra en torno a unos rosales, y derramando puñados de abono en torno a las raíces.
– Ya casi es diciembre -le dijo-. Está todo dormido. Pierdes el tiempo.
– Ya lo sé. -Alzó la cabeza y ella creyó ver rastros de lágrimas en sus ojos-. Sólo necesitaba hacer algo manual.
– ¿Dónde está Ruth?
– Dormida. Tenía dolor de cabeza así que le di codeína y la envié a la cama. -Se apartó el pelo de la frente con el dorso de una mano enfangada-. ¿Has terminado por hoy?
Ella asintió con la cabeza.
– ¿Qué ha sucedido?
Él se inclinó sobre la horca y miró hacia los campos. La luz que desaparecía con lentitud le confería una calidad neblinosa al paisaje en que las vacas pastaban y los árboles, despojados de hojas, tocaban el cielo con oscuras labores de encaje.
– Ésta es la Inglaterra por la que mueren hombres y mujeres -dijo con tono malhumorado.
Ella siguió su mirada, mientras un pequeño fruncimiento le arrugaba la frente.
En las pestañas de él destellaron lágrimas.
– ¿Conoces el poema de Rupert Brooke? «El soldado». El que dice:
Si muriera, sólo piensa esto de mí:
Que hay un rincón de un campo extranjero
Que será por siempre Inglaterra. Que habrá
En la tierra oculto un polvo más rico;
Un polvo que Inglaterra crió, conformó, hizo consciente…
Jack guardó silencio. Cuando volvió a hablar, la voz le temblaba.
– Es hermosa, ¿verdad, Sarah? Inglaterra es hermosa.
Ella enjugó las lágrimas del rostro de él.
– Estás llorando -dijo, con el corazón dolorido por él-. Nunca antes te había visto llorar. ¿Qué ha sucedido, Jack?
Él no pareció haberla oído.
– Rupert Brooke murió en 1915. Un sacrificio de la guerra. Sólo tenía veintiocho años, era más joven que tú y que yo, y dio su vida con todos los otros millones, cualesquiera fueran sus países, por los hijos de otras personas. ¿Y sabes qué me parte el corazón? -La oscura mirada se apartó de ella para mirar un infierno privado que sólo él podía ver-. Que un hombre que pudo escribir uno de los poemas más perfectos sobre su tierra natal que jamás se hayan escrito, tuviera que sacrificarse por la porquería que Inglaterra engendra en la actualidad.
– Nadie es del todo malo, Jack, y nadie es del todo bueno. Sólo somos humanos. La pobre criatura sólo quería ser amada.
Él se pasó, repetidamente, una mano cansada por la mandíbula.
– No estoy hablando de Ruth, Sarah. Me refiero a los hombres que la atacaron. Estoy hablando del animal que le enseñó obediencia por el sistema de encerrarla en la furgoneta con un grupo de escoria de baja categoría que la violaron uno tras otro durante cinco horas para quebrantar su ánimo. -Volvió a mirar hacia los campos-. Al parecer, ella puso objeciones cuando Hughes le dijo que empezara a robarle a Máthilda, dijo que no quería hacerlo. Así que la encerró en la furgoneta con sus compañeros, los cuales le hicieron una demostración gráfica de lo que iba a suceder cada vez que se negara. He tenido que darle mi palabra de que no iba a repetirle esto a nadie más que a ti. Está absolutamente aterrorizada de que vayan a conseguir encontrarla y lo hagan otra vez, y cuando dije que pensaba que debíamos informar a la policía, creí que iba a morírseme. Hughes le dijo que si alguna vez la descubrían, lo único que tendría que hacer era decir que lo de robar era idea suya. Siempre y cuando ella haga eso y no mencione la violación, la dejará en paz en el futuro. -Sus labios se afinaron-. Pero si habla, él enviará a sus gorilas tras ella para castigarla, y no le importa cuánto tiempo tenga que esperar para hacerlo. La protección policial no la salvará, el matrimonio no la salvará. Esperará años si tiene que hacerlo, pero por cada año que tenga que esperar el castigo, él añadirá otra hora a la tortura final. Tendría que ser una persona bastante extraordinaria para hablar con la policía cuando tiene una amenaza semejante pendiente sobre sí.
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