Minette Walters - La Mordaza De La Chismosa

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Mathilda Gillespie, sesenta y cinco años, ha aparecido muerta. Estaba en la bañera de su casa, con la cabeza cubierta por una peculiar mordaza, a modo de jaula, usada en la Edad Media para castigar a las mujeres chismosas: un sórdido artilugio de represión que iluminaba y al tiempo oscurecía el motivo de su muerte.
Porque la jaula, a su vez, estaba recubierta de flores, como una referencia a la Ofelia muerta de Hamlet: Shakespeare era una de las pasiones de la señora Gillespie. ¿Se podía por tanto deducir que la recargada y morbosa escenografía revelada, junto a la ausencia de signos de violencia, un suicidio? La doctora Sarah Blakeney, medica personal de la anciana y una de sus escasas amigas, no acababan de tenerlo claro. E investigaciones someras ponen de manifiesto viejos y terribles traumas familiares. Así como personas interesadas en la muerte de la señora Gillespie…

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Duncan, por supuesto, es harina de un costal muy diferente. El ingenio todavía está allí, aunque un poco menos en forma debido a la falta de práctica. Apenas puede extrañar cuando ha estado embotándose contra la tabla que Violet tiene por cerebro. A veces me pregunto cuánto recordarán del pasado. Me preocupa que un día Violet regañe a Joanna o Ruth y levante perdices que estarían mejor en tierra. Todos compartimos demasiados secretos.

Hace poco he releído mis primeros diarios y descubierto, un poco para disgusto mío, que le dije a Violet una semana antes de su boda que su matrimonio nunca duraría. Si la pobre criatura tuviese sentido del humor, podría reclamar con razón la última carcajada…

Capítulo 9

Joanna manifestó poca sorpresa cuando, al mediodía siguiente, se encontró a Sarah ante la puerta. Le dedicó la más tenue de las sonrisas y retrocedió hacia el interior del vestíbulo al tiempo que la invitaba a entrar.

– Estaba leyendo el periódico -dijo, como si Sarah le hubiese formulado una pregunta específica. Encabezó la marcha hasta el salón-. Tome asiento. Si ha venido a ver a Jack, está fuera.

Ésta era una recepción muy diferente a la descrita por Keith la tarde anterior, y Sarah se preguntó cuáles serían los motivos de Joanna. Dudaba de que tuviera algo que ver con la adicción sobre la que Keith había estado machacando, y pensó que era más probable que la curiosidad la hubiese vencido. Tenía sentido. Era hija de Mathilda, y Mathilda había tenido una curiosidad insaciable.

Negó con la cabeza.

– No, he venido a verla a usted.

Joanna volvió a ocupar su asiento pero no hizo ningún comentario.

– Siempre me ha gustado esta habitación -dijo Sarah con lentitud-. Pensaba en lo cómoda que era. Su madre solía sentarse allí -señaló el sillón de respaldo alto que se encontraba junto a las puertas ventana-, y cuando brillaba el sol convertía su pelo en un halo plateado. Usted se parece mucho a ella, pero supongo que ya lo sabe.

Joanna clavó en ella unos ojos curiosamente inexpresivos.

– ¿Cree que serviría de algo si usted y yo habláramos de ella?

Joanna no respondió una vez más, y para Sarah, que lo había ensayado todo sobre la suposición de que la otra mujer sería una parte bien dispuesta a la conversación, el silencio fue tan eficaz como un muro de ladrillos.

– Esperaba -dijo- que pudiéramos establecer un terreno común. -Hizo una breve pausa pero no hubo respuesta-. Porque, con franqueza, no me hace gracia dejarlo todo en manos de los abogados. Si lo hacemos, sería mejor que quemáramos el dinero ahora y acabáramos con el asunto. -Le dedicó una sonrisa tentativa-. Ellos limpiarán los huesos y nos dejarán con una carcasa sin valor. ¿Es eso lo que quiere usted?

Joanna volvió la cara hacia la ventana y contempló el jardín.

– ¿Le enoja que su esposo esté aquí conmigo, doctora Blakeney?

Aliviada porque se hubiera roto el hielo, aunque no de la forma que ella hubiese escogido, Sarah siguió la mirada de la otra.

– Si me enoja o deja de enojarme no es de mucha relevancia. Si metemos a Jack en esto no llegaremos a ninguna parte. Tiene la irritante costumbre de entrometerse en todas las conversaciones que mantengo, y la verdad es que preferiría, si es posible, mantenerlo fuera de ésta.

– ¿Cree que él durmió con mi madre?

Sarah suspiró para sí.

– ¿Tiene importancia para usted?

– Sí.

– Entonces, no, no creo que lo hiciera. A pesar de todos sus pecados, él nunca se aprovecha de la gente.

– Puede que ella se lo haya pedido.

– Lo dudo. Mathilda tenía demasiada dignidad.

Joanna se volvió a mirarla con el ceño fruncido.

– Supongo que sabe que posó desnuda para él. Encontré uno de los bocetos en el escritorio de ella. No dejaba nada a la imaginación, puedo asegurárselo. ¿Llama digno a eso? Era lo bastante vieja como para ser su madre.

– Eso depende del punto de vista. Si considera que el desnudo femenino es intrínsecamente degradante o deliberadamente provocativo, entonces, sí, fue poco digno por parte de Mathilda. -Se encogió de hombros-. Pero ésa es una filosofía peligrosa que pertenece a las épocas del oscurantismo y a las religiones más intolerantes. Si, por otro lado, ve uno la figura desnuda, sea masculina o femenina, como una de las creaciones de la naturaleza, y por lo tanto como algo tan hermoso y tan extraordinario como todo lo demás de este planeta, entonces no veo nada de vergonzoso en permitir que un pintor lo pinte.

– Ella lo hizo porque sabía que eso lo excitaría.

Dijo las palabras con convicción, y Sarah se preguntó si sería prudente continuar: los prejuicios de Joanna contra su madre estaban demasiado arraigados como para permitir una conversación razonable. Pero lo ofensivo de la declaración la irritó lo bastante como para defender a Jack, aunque sólo fuese porque ella misma se había encontrado con el mismo tipo de estupidez con anteojeras.

– Jack ha visto demasiadas mujeres desnudas como para que la desnudez en sí le resulte excitante -replicó con tono indiferente-. La desnudez es erótica sólo si uno quiere que lo sea. Del mismo modo podría decirse que yo me excito cada vez que un paciente varón se desnuda delante de mí.

– Eso es diferente. Usted es médico.

Sarah negó con la cabeza.

– No lo es, pero no voy a insistir en el asunto. Sería una pérdida de tiempo para ambas. -Se pasó los dedos entre el cabello-. En cualquier caso, su madre estaba demasiado incapacitada por la artritis, y con demasiado dolor debido a esa enfermedad, como para querer tener relaciones sexuales con un hombre viril treinta años menor que ella. Es importante mantener el sentido de las proporciones, señora Lascelles. Puede que hubiese sido diferente de haber sido una mujer sexualmente activa durante toda la vida, o si le hubieran gustado mucho los hombres, pero ninguna de las dos cosas era así en el caso de su madre. Una vez me dijo que la razón por la que había tantos divorcios hoy en día era que las relaciones basadas en el sexo estaban condenadas al fracaso. Los placeres del orgasmo eran demasiado fugaces como para hacer que mereciese la pena el resto de las horas de aburrimiento y decepción.

Joanna reanudó su estudio del jardín.

– Entonces, ¿por qué se quitó la ropa?

Era, al parecer, muy importante para ella. ¿Porque estaba celosa, se preguntó Sarah, o porque necesitaba continuar despreciando a Mathilda?

– Imagino que no fue nada del otro mundo, en ningún sentido, y ella estaba lo bastante interesada en el arte por el arte mismo como para ayudar a Jack a explorar el lado no convencional de su propia naturaleza. No me la imagino haciéndolo por ninguna otra razón.

Se produjo un breve silencio mientras Joanna consideraba lo que acababa de oír.

– ¿Todavía le cae bien mi madre, ahora que está muerta?

Sarah entrelazó las manos entre las rodillas y clavó los ojos en la alfombra.

– No lo sé -dijo con honradez-. Estoy tan enojada por lo del testamento que ahora mismo no puedo considerarla con objetividad.

– Entonces diga que no quiere el legado. Deje que nos lo quedemos yo y Ruth.

– Ojalá fuera así de fácil, créame, pero si yo lo rechazo ustedes tendrán que luchar con la institución de burros por él, y honradamente no veo cómo eso puede mejorar las probabilidades de ustedes a menos que, supongo, puedan demostrar que Mathilda nunca tuvo intención alguna de que ése fuera su último testamento. -Alzó la mirada y se encontró con los pálidos ojos de Joanna que la estudiaban atentamente.

– Es usted una mujer muy peculiar, doctora Blakeney -dijo con lentitud-. Tiene que darse cuenta de que la forma más fácil que tengo de hacerlo es demostrar que mi madre fue asesinada y que usted fue la autora de su muerte. Al fin y al cabo, encaja a la perfección. Usted sabía que el testamento no era más que una amenaza para hacer que yo y Ruth nos sometiéramos, así que mató a mi madre rápido, antes de que pudiera cambiarlo. Una vez que la condenaran a usted, ningún tribunal del mundo fallaría a favor de los burros.

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