Minette Walters - Donde Mueren Las Olas

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Ni tan siquiera el ensordecedor ruido de las hélices del helicóptero parece capaz de romper la pesada calma que se cierne sobre un tranquilo pueblo costero situado al sur de Inglaterra. Unos pocos curiosos, desde los acantilados o desde los escasos veleros fondeados en 1a bahía, aplauden lo que creen es el final feliz del rescate de una joven atrapada en una playa abrupta y de difícil acceso. En realidad, la mujer ha sido asesinada y, según todos los indicios, torturada y violada. Su desnudo cuerpo no arroja pista alguna sobre su identidad. El agente Nick Ingram, encargado de la investigación, recela enseguida de un joven actor que paseaba por el lugar de los hechos. El posterior descubrimiento de sus relaciones con la víctima, así como sus actividades en el campo de la pornografía para costearse su lujoso tren de vida, hará que todo le señale como el principal sospechoso.
Pero al mismo tiempo, en el puerto de un cercano pueblo, aparece una niña de tres años con aspecto de haber sido abandonada y con una preocupante actitud de desconfianza y ensimismamiento. La llegada del padre conducirá también hasta la mujer de la playa, que es, en realidad, la madre de la niña. A la policía tampoco le pasa por alto que la pequeña se siente aterrorizada cada vez que su padre se le acerca; un dato revelador que se suma a otras oscuras circunstancias, como el hecho de que el marido no posea una coartada sostenible. Será necesario algo más que arduas investigaciones para conseguir desvelar los aspectos más oscuros y secretos de las vidas de los allegados a la víctima y para localizar las claves que permitan desvelar la identidad del asesino.

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– ¿Qué le parece si hablamos un poco extraoficialmente? -propuso el policía-. Aunque sólo sea para satisfacer mi curiosidad. La grabadora está apagada, y no habrá testigo de esta conversación.

– ¿De qué quiere que hablemos? -preguntó Harding con indiferencia.

– De usted. De lo que está pasando. Me gustaría que me dijera qué hacía en el sendero de la costa el domingo. Y por qué regresó a Chapman's Pool esta mañana.

– Ya se lo he dicho. Me apetecía pasear. -Harding esbozó una sonrisa de chulo-. Las dos veces.

– Muy bien. -Ingram apoyó las manos en el borde de la mesa, dispuesto a levantarse-. Se está cavando su propia tumba. Después no se queje de que nadie le ofreció ayuda. Usted siempre ha sido el principal sospechoso. Conocía a la víctima, tiene un barco, estaba allí y mintió acerca de lo que había ido a hacer. ¿Se imagina qué pensará el jurado si el fiscal decide acusarlo de la violación y asesinato de Kate Sumner?

– No pueden acusarme. No tienen ninguna prueba.

– ¡Venga, Steve! -exclamó Ingram sentándose de nuevo-. ¿No lee los periódicos? Muchos criminales han ido a la cárcel con menos pruebas de las que la policía de Winfrith tiene contra usted. De acuerdo, sólo son circunstanciales, pero a los jurados no les gustan las coincidencias, como nos ocurre a nosotros, y su comportamiento de esta mañana no le ha ayudado mucho. Lo único que demuestra es que las mujeres le ponen nervioso y que es capaz de atacarlas. -Ingram hizo una pausa para ver si Harding decía algo-. Por si le interesa saberlo, le diré que en el informe que redacté el lunes, mencioné que a la señorita Jenner y a mí nos pareció que usted tenía problemas para disimular su erección. Después uno de los chicos Spender explicó que antes de que llegara la señorita Jenner usted se estaba masturbando con ayuda de su teléfono móvil. -Se encogió de hombros-. Quizá no tenga nada que ver con Kate Sumner, pero no sonará muy bien en un tribunal.

Harding se ruborizó.

– ¡Tonterías! -exclamó.

– Pero ciertas.

– Ojalá no se me hubiera ocurrido ayudar a esos chicos -dijo Harding, furioso-. De no haber sido por ellos, ahora no estaría metido en este lío. Debí seguir mi camino y dejar que se las arreglaran. -Se apartó el cabello de la cara y apoyó la frente en las palmas-. ¡Dios mío! ¿Por qué tuvo que poner una cosa así en su informe?

– Porque ocurrió.

– No fue como usted dice -dijo Harding hoscamente. Todavía tenía aquel rubor de humillación en las mejillas.

– Pues ¿cómo? -Ingram lo miró-. Los jefes creen que volvió usted para regodearse contemplando a la víctima, y que por eso tenía una erección.

– ¡Eso es una estupidez!

– ¿Qué otra explicación hay? Si no fue el cadáver de Kate Sumner lo que lo excitó, entonces tuvieron que ser la señorita Jenner o los chicos.

Harding levantó la cabeza y miró al policía con expresión de repugnancia.

– ¿Los chicos? -repitió.

A Ingram le pareció que la expresión de Harding era excesivamente teatral, y recordó, como había hecho Galbraith, que estaba hablando con un actor. No sabía cómo iba a reaccionar Harding cuando le dijeran lo de la cinta de vídeo.

– No les quitaba las manos de encima -comentó el policía-. Según la señorita Jenner, cuando ella bajó a la playa usted estaba abrazando a Paul.

– No puedo creerlo -dijo Harding, desesperado-. Sólo le estaba enseñando cómo utilizar los prismáticos.

– Demuéstrelo.

– ¿Cómo?

Ingram echó la silla hacia atrás y estiró las piernas, cogiéndose las manos detrás de la cabeza.

– Dígame qué hacía en Chapman's Pool. Cualquier cosa que diga no será peor que las conclusiones que estamos sacando nosotros.

– No pienso decir ni una sola palabra más.

– En ese caso, le diré lo que creo que hacía en Chapman's Pool. Fue allí para reunirse con alguien. Si no me equivoco, con una chica que iba en uno de los barcos que había en la bahía; pero sus planes se frustraron cuando aquello empezó a llenarse de policías y curiosos. -Volvió a mirarlo-. Pero ¿a qué viene tanto secreto, Steve? ¿Qué demonios pensaba hacer con ella para que prefiera ser detenido como sospechoso de violación y asesinato que dar una explicación?

El abogado tardó dos horas en llegar, enviado por el abuelo de Tony, y tras una breve conversación con su cliente, y después de que la policía le asegurara que, debido a su coartada, Tony no era sospechoso de haber participado en el asesinato de Kate Sumner, aconsejó a Tony que contestara las preguntas que le formularan.

– Está bien, conocía bastante a Kate. Ella vivía a unos doscientos metros del garaje de mi abuelo, y solía hablar conmigo cuando yo iba por allí, porque sabía que yo era amigo de Steve. Era una golfa y siempre estaba coqueteando. Te miraba con aquellos ojazos azules y te contaba historias de sus conquistas. Yo lo interpretaba como una insinuación, sobre todo cuando me dijo que William tenía problemas para que se le levantara. Me contó que gastaba litros de aceite hidratante para ayudar a ese pobre diablo, y se reía a carcajadas. Sus descripciones eran exageradamente gráficas, pero no parecía importarle que Hannah la escuchara ni que yo pudiera hacerme amigo de William. -Parecía atribulado, como si aquellos recuerdos lo atormentaran-. Ya le he dicho que esa mujer estaba enferma. Es más, creo que disfrutaba siendo cruel. Imagino que la vida a su lado debía ser un infierno. Cuando intenté besarla, me pegó una bofetada. Luego me escupió en la cara y dijo que no estaba tan desesperada.

– ¿Cuándo ocurrió eso?

– A finales de febrero.

– ¿Qué pasó después?

– Nada. La mandé al carajo. Entonces Steve empezó a insinuarme que le estaba tirando los tejos a Kate. Creo que ella debió de contarle que yo había intentado ligármela, y que él quiso pavonearse ante mí. Decía que todo el mundo se había acostado con ella, menos yo.

Carpenter cogió una hoja de papel y abrió su bolígrafo.

– Déme una lista -dijo-. Quiero los nombres de todas las personas que tuvieron alguna relación con ella.

– Steve Harding.

– ¿Quién más?

– No sé ningún otro nombre.

Carpenter dejó el bolígrafo en la mesa y miró al joven,

– Con eso no basta, Tony. Usted la describe como una golfa, pero sólo sabe decirme un nombre. Eso me hace desconfiar de la descripción que acaba de hacer del carácter de Kate. Suponiendo que me esté diciendo la verdad, sólo sabemos de tres hombres que tuvieron una relación con ella: su marido, Steven Harding y otro anterior. -Carpenter lo taladró con la mirada, y añadió-: Se mire como se mire, es una cifra muy modesta tratándose de una mujer de treinta años. ¿O es que para usted cualquier mujer que haya tenido tres amantes es una golfa? Su novia, por ejemplo. ¿Con cuántos hombres ha salido Bibi?

– Deje a Bibi en paz. Ella no tiene nada que ver con esto.

– Ella le ha dado una coartada para el sábado por la noche -le recordó Galbraith-. Y por lo tanto, ella tiene mucho que ver. -Juntó las manos y escrutó el rostro de Bridges-. ¿Sabía Bibi que a usted le gustaba Kate Sumner?

El abogado apoyó una mano en el brazo a Bridges y dijo:

– No es necesario que responda a esa pregunta.

– Pues voy a responder -dijo Bridges-. Estoy harto de que intenten involucrar a Bibi en esto. A mí no me gustaba Kate, odiaba a aquella zorra. Me pareció que era un polvo fácil, nada más, y lo intenté una vez. Mire, esa tía era una calientabraguetas. Le encantaba poner cachondos a los tíos.

– No le he preguntado eso, Tony. Le he preguntado si Bibi sabía que a usted le gustaba Kate.

– No -refunfuñó Bridges.

– Pero en cambio sabía lo de Steve y Kate, ¿no?

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