Tom Knox - El Secreto Génesis

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Hace apenas unos años, un equipo de arqueólogos descubrió en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía, un templo extraordinario, con enigmáticos y sofisticados relieves, miles de años anterior a las pirámides de Egipto.El corresponsal de guerra Rob Luttrell es enviado al yacimiento para realizar un reportaje para su periódico. Lo que en principio iba a ser un trabajo tranquilo da un giro dramático cuando aparece muerto el director de la excavación.Paralelamente, en Inglaterra se produce una oleada de crímenes ejecutados de acuerdo a primitivos rituales de sacrificios humanos.¿Qué relación guardan las ruinas milenarias de Gobekli Tepe con la terrible cadena de asesinatos?

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– ¿Por qué te ha llamado De Savary?

– Somos viejos amigos. Yo también estuve en Cambridge, ¿recuerdas?

– Sí, pero lo que quiero decir es qué relación tiene esto con todo lo que nosotros hemos descubierto.

– Hugo sabe que yo soy una especie de experta en la Antigüedad turca y sumeria, en religiones antiguas del Oriente Próximo. Como la yazidi. Me pedía mi opinión sobre una teoría. Relacionada con ellos. Una pequeña y extraña coincidencia. O puede que no. -Hizo una pausa-. Hugo cree que esta banda, los asesinos, busca algo estrechamente relacionado con el Club del Fuego del Infierno.

– De acuerdo. Eso lo entiendo. Están excavando en lugares asociados con el club. Pero ¿qué buscan? ¿Y qué tienen que ver los yazidis?

– Es mucho especular. Hugo ni siquiera se lo ha dicho a la policía. Pero cree que podría estar conectado con el Libro Negro. Eso es lo que la banda busca, posiblemente…

– ¿El Libro Negro? Explícamelo.

Isobel le contó la historia de Jerusalem Whaley. Como amiga de Hugo De Savary, ella había oído montones de historias jugosas sobre el Club del Fuego del Infierno. Infinitas historias perversas.

– Cuando volvió de Tierra Santa, Thomas Whaley, o Jerusalem Whaley, como se le conoció después, trajo con él un objeto. Una caja. Una especie de tesoro…

– ¿Qué era?

– Vete tú a saber. Pero sí que sabemos que le puso un elevadísimo precio a su hallazgo y que creía haber probado una teoría. Lo llamaba «la gran prueba» en sus muchas cartas a amigos. Supuestamente, esas cosas se las había dado un sacerdote yazidi. Esta religión tiene una casta de sacerdotes que cantan y que son los depositarios de la tradición oral de los yazidis. Porque no hay mucha tradición escrita.

– ¿Y él conoció a uno de esos sacerdotes en Jerusalén? ¿Y éste le entregó algo?

– Presumiblemente, sí. No podemos estar seguros porque las memorias de Whaley son irritantemente confusas. Pero algunos expertos creen que podría ser el Libro Negro de los yazidis. El libro sagrado de los angelistas.

– ¿Tienen una Biblia?

– Ya no. Pero su tradición oral dice que había, hace tiempo, un gran corpus de escritura sagrada y mística que albergaba los mitos y las creencias yazidis. Las leyendas de la época afirman también que la única copia fue robada por un inglés hace cientos de años. ¿Podría ser que un sacerdote exiliado le hubiera dado el Libro Negro a Wha ley para que lo guardara? Los yazidis siempre se han sentido amenazados. Puede que quisieran guardar su objeto más preciado en algún lugar seguro. Como en la lejana Inglaterra. Lo cierto es que Buck Whaley trajo algo importante con él al volver de Oriente. Además, esta pieza, fuera lo que fuera, le dejó al final en la ruina.

– Vale. ¿Y dónde está ahora el Libro Negro? Si es que se trata de eso.

– Desaparecido. Puede que destruido, o tal vez escondido.

La mente de Rob comenzó a galopar. Miró a los serenos y grises ojos de Isobel.

– ¿Cómo podemos descubrir qué es lo que de verdad busca esa banda? -preguntó al cabo de unos instantes-. ¿Cómo podemos investigar su relación con los yazidis?

– En Lalesh -contestó Isobel-. Ése es el único lugar donde de verdad se puede conseguir respuestas. La capital sagrada de los yazidis. Lalesh.

Rob sintió un escalofrío de ansiedad. Sabía que tenía que ir a ese lugar, Lalesh. Conseguir respuestas, terminar la historia. Steve le estaba presionando para que entregara el segundo y último artículo y, para escribirlo bien, Rob tenía que atar los cabos sueltos; descubrir algo más sobre ese Libro Negro.

Pero sabía también dónde estaba Lalesh. Ya había oído hablar de ese lugar a otros periodistas. Había salido en las noticias en los últimos años, más de una vez. Por muchas razones, y todas malas.

– Conozco Lalesh -dijo-. Está en el Kurdistán, ¿verdad? Al sur de la frontera.

Isobel asintió seria.

– Sí. Está en Iraq.

31

Aquella noche Rob le dijo a Christine que tenía que ir a Lalesh y le contó el porqué.

Ella lo miró sin decir nada. Él volvió a decirle que Lalesh era claramente el lugar donde terminar aquella historia. Las respuestas a la mayoría de sus incógnitas estaban en los yazidis. La capital sagrada era el único lugar donde podría encontrar verdaderos yazidis. Expertos que podrían resolver el enigma. Y obviamente Rob tenía claro que iría él solo. Conocía Iraq. Conocía sus peligros. Tenía contactos en ese país. Su periódico cubriría los enormes gastos del seguro, pero no pagarían los de Christine. Así que tenía que ir a Lalesh, y tenía que hacerlo solo.

Christine pareció entenderlo y aceptó. Después, se dio la vuelta y salió al jardín sin decir nada.

Rob vaciló. ¿Debería ir con ella? ¿O dejarla sola?

Su momento de indecisión fue interrumpido por Isobel, que iba tarareando una canción al pasar por la cocina. La mujer miró a Rob y después a la figura que se perfilaba sentada en el jardín.

– ¿Se lo has dicho?

– Parecía habérselo tomado bien, pero después…

Isobel suspiró.

– Se comportaba así en Cambridge. Cuando está enfadada no lanza objetos a las paredes. Simplemente lo reprime.

Rob no sabía qué hacer. Odiaba enfadar a Christine, pero aquel viaje resultaba necesario. Era corresponsal en el extranjero. No podía escoger adónde le conducirían sus historias.

– ¿Sabes? Estoy un poco sorprendida -dijo Isobel.

– ¿De qué?

– De que se haya enamorado de ti. Normalmente no va detrás de hombres como tú. De pómulos marcados y ojos azules. Galanes aventureros. Son hombres más mayores casi siempre. Ya sabes que perdió a su padre cuando era joven, ¿no? Es como cualquier otra chica con un pasado así. Siempre se ha sentido atraída por la figura paterna que le falta. Consejeros. Tutores. -Isobel miró a Rob a los ojos-. Protectores.

Por el agua llegó el sonido de la sirena de un ferri. Rob escuchó su eco. Después cruzó la puerta de la cocina y entró en el jardín.

Christine estaba sola en el asiento del jardín mirando hacia los pinos iluminados por la luna.

– Isobel es muy afortunada. Esta casa es muy bonita -dijo, sin darse la vuelta.

Él se sentó junto a ella y le agarró la mano. La luz de la luna hacía que sus dedos parecieran pálidos.

– Christine, necesito un favor.

Ella se giró para mirarlo.

Él le explicó.

– Mientras esté en Lalesh. -Se detuvo-. Lizzie. Vigílala un poco. ¿Podrás?

El rostro de Christine se ensombreció. Una nube que pasaba había tapado la luna.

– Pero no lo entiendo. Lizzie está con su madre.

Rob suspiró.

– Sally trabaja mucho. Sus estudios. Tiene exámenes de derecho. Sólo quiero que alguien de verdadera confianza… esté también pendiente de ella. Tú vas a quedarte con tu hermana, ¿verdad? En Can dem. -Christine asintió-. Está a casi cinco kilómetros de la casa de Sally. Saber que tú estarás allí, o al menos cerca, hará que todo sea mucho más fácil para mí. Quizá podrías escribirme por correo electrónico. O llamarme. Yo llamaré a Sally para asegurarme de que sabe quién eres. Incluso puede que agradezca la ayuda. Quizá…

Se oyó el susurro de los pinos; Christine respondió moviendo la cabeza.

– Iré a verla. De acuerdo. Y te escribiré todos los días… mientras estés en Iraq.

Cuando Christine pronunció la palabra «Iraq», Rob sintió un escalofrío de temor. Aquélla era la verdadera razón por la que quería que Christine viera y conociera a su hija: porque estaba preocupado por sí mismo. ¿Volvería de allí? ¿Regresaría para ser un buen padre? La terrorista suicida de Bagdad invadió sus recuerdos. Aquella vez había tenido suerte; quizá no volviera a tenerla. Y si no regresaba… En ese caso, quería que su hija conociera a la mujer que había amado.

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