Tom Knox - El Secreto Génesis

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Hace apenas unos años, un equipo de arqueólogos descubrió en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía, un templo extraordinario, con enigmáticos y sofisticados relieves, miles de años anterior a las pirámides de Egipto.El corresponsal de guerra Rob Luttrell es enviado al yacimiento para realizar un reportaje para su periódico. Lo que en principio iba a ser un trabajo tranquilo da un giro dramático cuando aparece muerto el director de la excavación.Paralelamente, en Inglaterra se produce una oleada de crímenes ejecutados de acuerdo a primitivos rituales de sacrificios humanos.¿Qué relación guardan las ruinas milenarias de Gobekli Tepe con la terrible cadena de asesinatos?

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Forrester apartó la mampara móvil y De Savary se quedó boquiabierto. Delante de él había una portería de fútbol portátil. Un armazón de madera que habían introducido desde el campo de deportes del exterior. Extendido entre los postes y la barra, atado con tiras de cuero, había un hombre.

O más bien, lo que quedaba de un hombre. La desnuda víctima había sido colgada boca abajo desde la barra por los tobillos. Tenía los brazos extendidos y atados a cada uno de los postes por las muñecas. La horrenda expresión de dolor en su rostro, allí abajo, junto a los tablones del suelo, mostraba el tormento por el que había pasado.

Había sido despellejado. Despellejado vivo, según parecía, muy despacio y con esmero, pelando o cortando la piel, trozo a trozo, colgajo a colgajo doloroso, del cuerpo del hombre. La carne abierta y palpitante estaba sin cubrir por todas partes, dejando gotas de grasa amarilla; aunque a veces, esta grasa había sido retirada dejando al aire los rojos músculos en carne viva de debajo. Hasta podían verse los órganos y los huesos en algunos lugares.

De Savary se puso el dedo índice en la nariz. Podía oler el cuerpo, oler los músculos y la grasa resplandeciente. Podía ver los músculos del cuello, tensos por la agonía, los pulmones de color gris y blanco, la curva definida de la caja torácica. Era como una ilustración de los músculos y tendones del cuerpo humano de un libro de biología. Faltaban los genitales, por supuesto. Habían dejado un hueco oscuro y escarlata donde deberían estar el pene y los testículos. De Savary imaginó que los habrían introducido a la fuerza en la boca de la víctima. Probablemente le habían obligado a comérselos.

Dio unos pasos alrededor. Parecía obra de más de una persona. Para hacerlo con cuidado, sin matar a la víctima rápidamente, necesitaban esmero y destreza. Si se despelleja a una persona de la forma adecuada puede vivir varias horas mientras los músculos y los órganos se van secando y arrugando despacio. De Savary imaginó que, a veces, la víctima pudo desmayarse a causa del dolor, pero podían haberla reanimado antes de volver a empezar. No quería reconstruir la escena. Pero tenía que hacerlo. El aterrorizado conserje fue llevado allí. Lo ataron boca abajo, con los pies colgando del larguero. Después le amarraron los brazos a cada poste. Como una crucifixión invertida.

Y después -después De Savary lo imaginó-, el terrible horror que debió de invadir a la víctima cuando fuera realmente consciente de lo que estaban haciendo. El primer intento de raspado de la carne del tobillo o del pie. Después el dolor agudo mientras le quitaban la piel dejando la musculatura expuesta al frío y al calor. Si había habido algo que tocara la carne abierta, debió de ser prácticamente insoportable. Tendría que haber gritado hasta la extenuación mientras la banda hacía su trabajo por todo el tembloroso y agonizante cuerpo, trabajando como expertos carniceros, convirtiendo la piel en cuero. Quizá hubo un momento en que gritó demasiado alto, de modo que le cortaron los genitales, doblaron el puñado de carne y lo metieron en la boca, que no paraba de gritar, para hacerle callar.

Después, la parte más importante del desuello: el pecho y los brazos. Técnicamente, bastante difícil. Suponía que tendrían que haber practicado antes con corderos, cabras o quizá gatos para hacerlo bien.

Se dio la vuelta, sintiendo escalofríos.

Forrester le colocó una mano sobre el hombro.

– Sí, lo siento.

– ¿Qué edad tenía? No es fácil saberlo cuando no tiene… piel en la cara.

– Unos cuarenta -respondió Forrester-. ¿Salimos?

– Por favor.

El policía fue primero. Cuando estuvieron fuera se acercaron a la valla del jardín. De Savary se mostró encantado de poder sentarse.

– Simplemente espantoso -comentó.

El sol seguía calentando. Forrester se quitó los plásticos con un gruñido. Se quedaron allí sentados sumidos en un profundo silencio. La fragancia del aire del comienzo del verano parecía ahora empalagosa.

– Creo que puedo ayudarle -afirmó De Savary al cabo de un rato.

– ¿Sí?

De Savary lo expresó de otro modo.

– Es decir, creo que entiendo cuál ha podido ser su psicología…

– ¿Y bien?

– Está claro que hay componentes aztecas. Los aztecas tenían… muchos métodos de sacrificio humano. El más famoso, por supuesto, es la extracción del corazón en vivo. El sacerdote clavaba el cuchillo de obsidiana en el pecho, abría la cavidad torácica y sacaba el corazón palpitante.

Los dos observaron cómo un coche de policía entraba por el camino de acceso y de él salían dos agentes con maletas de metal. Saludaron a Forrester con un enérgico movimiento de cabeza y él les devolvió el saludo.

– Los de patología -aclaró Forrester-. Continúe, Hugo. Los aztecas…

– Alimentaban a los jaguares con personas. Los desangraban hasta morir. Lanzaban pequeñas flechas a los guerreros hasta que morían. Pero uno de los métodos más elaborados era el del desuello. Incluso destinaban un día especial para ello, la Fiesta del Desuello de Hombres.

– ¿Un día especial para el desuello?

– Arrancaban la piel de los prisioneros enemigos y después bailaban por las calles de la ciudad llevando encima las pieles desolladas. Los nobles aztecas se ponían a menudo las pieles arrancadas de las víctimas. Lo consideraban un honor para la víctima. De hecho, hay una historia que dice que una vez capturaron a una princesa, hija de un rey enemigo, y unas semanas después invitaron a su padre a una fiesta para hacer las paces. El rey supuso que iban a devolverle a su hija, viva, como parte de esa celebración de la paz. Pero el emperador azteca dio una palmada con sus manos después de la cena y entró un sacerdote vestido con la piel de la princesa asesinada. Los aztecas pensaban que aquello era un gran honor para el rey enemigo. Creo que el intento de paz no tuvo mucho éxito.

Forrester se había quedado muy pálido.

– ¿Cree usted que se están vistiendo con esta piel? ¿Qué Clon curry está moviéndose por ahí vestido con la jodida piel de este tipo?

– Es muy posible. Eso es lo que los aztecas harían. Vestirse con la piel humana de sus víctimas, como un traje, hasta que literalmente se pudra. El hedor debe de ser horroroso.

– La verdad es que aún no hemos encontrado la piel. Hemos llamado a la unidad canina.

– Es una buena idea. Considero que es muy posible que lleven puesta la piel, puesto que están siguiendo muy de cerca el método azteca.

Los dos se volvieron a quedar en silencio. De Savary miró hacia el ondulado jardín, los majestuosos árboles inclinándose sobre el río, la hermosa escena tan tranquila, bucólica y típicamente inglesa. Era difícil conciliar aquello… esa cosa colgada de un marco de madera, a sólo unos cuantos metros de allí. El cadáver rosado e invertido, con su espantosa expresión de dolor.

El detective se puso de pie.

– ¿Y qué estaban buscando? La banda. He estado investigando. No existe conexión alguna con el Club del Fuego del Infierno.

– No -contestó De Savary-. Pero sí existe una curiosa conexión entre este colegio y Oriente Medio.

– ¿Y qué conexión es ésa?

De Savary sonrió muy vacilante.

– Si no recuerdo mal lo que he leído en el tren, la tienda de golosinas debe de estar por aquí. -Fue dando zancadas alrededor del edificio y Forrester le siguió. En el otro extremo del ala sur había un curioso edificio de techo inclinado pegado al cuerpo principal. Parecía una capilla. De Savary se detuvo.

Forrester miró el diseño en rojo y negro de las impresionantes puertas: un motivo de leones de metal alados.

– ¿Qué es eso?

– Es el Pórtico de Nínive. Tiene una fuerte relación con Iraq y Su meria. ¿Vemos si nuestros chicos bajaron por aquí?

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