Tom Knox - El Secreto Génesis

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Hace apenas unos años, un equipo de arqueólogos descubrió en Gobekli Tepe, al sureste de Turquía, un templo extraordinario, con enigmáticos y sofisticados relieves, miles de años anterior a las pirámides de Egipto.El corresponsal de guerra Rob Luttrell es enviado al yacimiento para realizar un reportaje para su periódico. Lo que en principio iba a ser un trabajo tranquilo da un giro dramático cuando aparece muerto el director de la excavación.Paralelamente, en Inglaterra se produce una oleada de crímenes ejecutados de acuerdo a primitivos rituales de sacrificios humanos.¿Qué relación guardan las ruinas milenarias de Gobekli Tepe con la terrible cadena de asesinatos?

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Al principio, Rob se sintió razonablemente contento por ello. Dahuk era una ciudad kurda agradable y animada; más pobre que Sanliurfa, pero sin la sensación de permanente vigilancia turca. Dahuk era también atractiva porque los yazidis constituían una presencia visible. Incluso había un centro cultural yazidi, una casa otomana grande y antigua a las afueras de la ciudad, destartalada y ruidosa. Rob pasó los primeros días vagabundeando por el centro. Estaba lleno de preciosas chicas de cabello oscuro con tímidas sonrisas, largos vestidos bordados y muchachos alegres con camisetas del equipo de fútbol del Barcelona.

En la pared del interior del vestíbulo del centro había un llamativo cuadro del ángel pavo real, Melek Taus. La primera vez que lo vio, Rob se quedó mirándolo durante casi diez minutos. Se trataba de una imagen curiosamente serena, el dios demonio, el ángel caído, con su espléndida cola de color esmeralda y aguamarina. La cola de los mil ojos.

Los yazidis del centro eran cautelosos pero no antipáticos. Aquellos fieles con bigote le ofrecieron té y pistachos. Dos de ellos hablaban un inglés entrecortado y algunos, alemán. Le dijeron que se debía a que había una fuerte presencia yazidi en Alemania.

– Se nos ha destruido en el resto de los lugares, no tenemos futuro aquí, ahora sólo los cristianos pueden ayudarnos…

Lo que no harían nunca los yazidis sería hablar de los aspectos más sutiles de su fe. Cuando Rob comenzó a preguntar por el Libro Negro, por Sanliurfa, el sanjak o el culto a Melek Taus, sus expresiones cambiaban frunciendo el ceño o mostrando desdén o poniéndose a la defensiva. Y entonces, aquellos hombres se sulfuraban y dejaban de ofrecerle platos de pistachos.

Otro punto de fricción era el de Lalesh. Resultó, y Rob se enfadó consigo mismo por su falta de información previa, que en realidad nadie vivía en Lalesh. Era una ciudad sagrada en el sentido más literal de la expresión, una ciudad fantasma para los ángeles, exclusivamente para cosas sagradas: espíritus, textos antiguos y venerados sepulcros. Los pueblos que rodeaban Lalesh eran animados y estaban atestados de gente, pero los yazidis sólo entraban en Lalesh para rezar o durante los días de fiesta, lo cual hacía que cualquier forastero llamara la atención.

Además, según parecía, el simple hecho de llegar a Lalesh por parte de alguien que no fuera yazidi era una tarea difícil e incluso peligrosa. En realidad, nadie quería llevar a Rob. Ni siquiera con un soborno de cien dólares. El periodista lo intentó más de una vez. Los taxistas se limitaban a mirar el dinero con desconfianza y soltaban un cortante «¡La!».

La décima noche le entraron ganas de abandonar. Estaba tendido en la cama de la habitación de su hotel. Procedente del exterior se colaba el bullicio de la ardiente ciudad. Se acercó a la ventana abierta y miró los tejados de cemento y los callejones oscuros y sinuosos. El abrasador sol iraquí se ocultaba sobre los dorados y grisáceos montes Zagros. Ancianas con pañuelos rosados tendían la ropa limpia junto a enormes antenas parabólicas. Rob pudo ver varios chapiteles de iglesias entre los minaretes. Quizá fueran iglesias de los gnósticos o de los mandeanos, de los cristianos asirios o de los caldeos. Había muchas sectas antiguas allí.

Cerró la ventana para no oír la llamada a la oración de la tarde y regresó a la cama para coger su teléfono móvil. Encontró una buena cobertura kurda y llamó a Inglaterra. Tras unos cuantos tonos, Sally contestó. Rob esperaba que su mujer se comportara con su habitual tono cortante pero educado. Curiosamente se mostró amable y entusiasta. Después, le explicó por qué. Le contó a Rob que había conocido a su «nueva novia» y que lo cierto es que le gustaba, y mucho. Le dijo que Christine le había caído bien y que por fin parecía haber vuelto a entrar en razón si estaba empezando a salir con mujeres de verdad y no con las atontadas que normalmente se buscaba.

Rob se rió y dijo que nunca había considerado a Sally una atontada; tras un silencio, Sally se rió también. Era la primera risa que habían intercambiado desde el divorcio. Charlaron un poco más de una forma que ya casi habían olvidado. Luego, ella le pasó el teléfono a su hija. Rob sintió una tristeza desgarradora cuando escuchó la voz de la niña. Lizzie le contó a su padre que había estado en el zoo viendo «namimales». Y que podía levantar los brazos por encima de su cabeza. Rob la escuchaba con una mezcla de alegría y dolor, le dijo que la quería y Lizzie le pidió a su papi que fuera a casa. Después él le preguntó si había conocido a Christine, la señora francesa. Lizzie dijo que sí, que le gustaba mucho y que a mami también. Rob respondió diciendo que era estupendo y, a continuación, le lanzó un beso a su hija, que no paraba de reír. Colgó el teléfono. Notaba una sensación extraña ante el hecho de que su nueva novia y su ex mujer se llevaran bien. Pero eso era mejor que una mutua animadversión. Y significaba que así había más personas que cuidaban de su hija cuando él no estaba.

En ese momento se le ocurrió que quizá fuera el momento de volver a casa. A lo mejor debería dejarlo todo. La historia no había tenido el éxito que él esperaba. Ni siquiera había conseguido llegar a Lalesh y, de todos modos, no parecía que tuviera ya sentido. Los yazidis eran demasiado herméticos. No sabía hablar el suficiente árabe o kurdo como para indagar más profundamente en su antiguo oscurantismo. ¿Cómo esperaba descubrir los secretos de una fe de hacía seis mil años simplemente paseándose por aquella antigua ciudad diciendo «Salaam»? Estaba bloqueado; sus esperanzas disminuían a cada momento. A veces ocurría eso. A veces no se conseguía la historia.

Cogió la llave de su habitación y salió. Tenía calor, estaba nervioso y necesitaba una cerveza. Y había un agradable bar en la esquina de su calle. Se hundió en su habitual silla de plástico en el exterior del café Suleiman. Su provisional amigo, Rawaz, el dueño del café, le trajo una cerveza turca fría y un plato de aceitunas. La vida de las calles de Dahuk pasaba ante él. Rob apoyó la frente sobre las manos y volvió a pensar en el artículo. Recordando su excitación decidida e impulsiva en casa de Isobel, se preguntó qué era lo que de verdad quería. Algún misterioso sacerdote que le explicara todo, quizá en un templo secreto con feroces esculturas en las paredes. Y llamas parpadeantes procedentes de lámparas de aceite. Y, por supuesto, un par de accesibles adoradores del diablo, encantados de que les sacaran unas cuantas fotos. Pero en lugar de estar haciendo realidad su ingenuo sueño periodístico, Rob bebía cerveza Efes y escuchaba pop kurdo chabacano procedente de la tienda de música vecina. También podría haber estado en Sanliurfa. O en Londres.

– ¿Hola?

Rob levantó la mirada. Un hombre joven, algo vacilante, se había acercado a su mesa. Llevaba vaqueros limpios y una camisa bien planchada. Su cara era redonda. Tenía aspecto de pedante, incluso de friki, pero de persona próspera y amable. El periodista le pidió que se sentara. Su nombre era Karwan.

Karwan sonrió.

– Soy un yazidi.

– Bien…

– Hoy he ido al centro cultural yazidi y algunas mujeres me hablaron de usted. Un periodista americano. ¿Desea saber de Melek Taus?

Rob asintió un poco avergonzado.

Karwan continuó hablando.

– Dicen que usted está aquí, pero que puede irse pronto porque no está contento.

– No es que no esté contento. Sólo estoy… frustrado.

– ¿Por qué?

– Porque estoy escribiendo un artículo sobre la fe yazidi. Ya sabe, sobre vuestras verdaderas creencias. Es para un periódico británico. Pero nadie me cuenta nada, así que es un poco frustrante.

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