Michael Connelly - Echo Park

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Harry Bosch tiene la oportunidad de reabrir un caso en el que trabajó en el pasado y que había quedado sin resolución; se traga del asesinato de Marie Gesto, una joven desaparecida años atrás. Bosch tuvo siempre el presentimiento de que nunca encontrarían con vida a Gesto y cuando las circunstancias le forzaron a cerrar el caso, se quedó con la desagradable sensación de haber dejado escapar al culpable por obviar un detalle de la investigación. Por ello recibe, entre escéptico y aliviado, la confesión de un hombre que alega estar detrás del asesinato de la joven. Las circunstancias que envuelven el caso son atípicas dado el interés de un político por llegar a un pacto con el presunto culpable. Arguye que resultaría beneficioso paa ambas partes: el detenido detallaría qué pasócon otros casos irresolutos cuya autoría se atribuye, evitando así la pena de muerte. A Bosch no le gusta la propuesta, pero no puede reprimir su deseo de cerrar un caso que le ha inquietado durante años.

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Señaló a Bosch y Olivas.

– Retrocedamos un poco más antes de llegar al combustible del mechero -dijo Rider, relegando suavemente a O'Shea-. Dice que caminó hasta Hollywood Boulevard desde Fountain. ¿Adónde fue y qué vio?

Waits sonrió y asintió con la cabeza, mirando a Rider.

– No me equivoco, ¿verdad? -dijo-. Siempre lo sé. Siempre puedo oler cuándo a una mujer le gusta el chocho.

– Señor Swann -dijo Rider-, ¿puede por favor explicar a su cliente que se trata de que él responda a nuestras preguntas y no al revés?

Swann puso la mano en el antebrazo izquierdo de Waits, que estaba ligado al brazo de la silla.

– Ray -dijo-. No juegue. Sólo responda las preguntas. Recuerde que queremos esto. Los hemos traído aquí. Es cosa nuestra.

Bosch percibió una ligera irritación en el rostro de Waits al volverse hacia su abogado, pero ésta desapareció rápidamente al mirar de nuevo a Rider.

– Vi la ciudad ardiendo, eso es lo que vi. -Sonrió después de dar la respuesta-. Era como una pintura de Hieronymus Bosch.

Se volvió hacia Bosch al decirlo. Éste se quedó un momento paralizado. ¿Cómo lo sabía?

Waits señaló con la cabeza al pecho de Bosch.

– Está en su tarjeta de identificación.

Bosch había olvidado que tenía que colocarse la tarjeta de identificación al entrar en la oficina del fiscal del distrito. Rider pasó rápidamente a la siguiente pregunta.

– Vale, ¿en qué sentido caminó cuando llegó a Hollywood Boulevard?

– Giré a la derecha y me dirigí al este. Los fuegos más grandes estaban en esa dirección.

– ¿Qué llevaba en los bolsillos?

La pregunta pareció darle qué pensar.

– No lo sé. No lo recuerdo. Las llaves, supongo. Cigarrillos y un mechero, nada más.

– ¿Llevaba la cartera?

– No, no quería llevar ninguna identificación. Por si me paraba la policía.

– ¿Ya llevaba el combustible de mechero?

– Sí. Pensaba que podría unirme a la diversión, ayudar a quemar la ciudad. Entonces pasé junto a la tienda de empeños y se me ocurrió una idea mejor.

– ¿Vio a Fitzpatrick?

– Sí, lo vi. Estaba de pie dentro del recinto de seguridad, empuñando una escopeta. También llevaba una pistolera como si fuera Wyatt Earp.

– Describa la casa de empeños.

Waits se encogió de hombros.

– Un lugar pequeño. Lo llamaban Irish Pawn. Tenía ese cartel de neón delante con un trébol de tres hojas y luego las tres bolas. Son como el símbolo de las casas de empeño, supongo. Fitzpatrick estaba allí de pie mirándome cuando pasé.

– ¿Y siguió caminando?

– Al principio sí. Pasé y luego pensé en el desafío, en cómo podía llegar a él sin que me disparara con ese puto bazuca que empuñaba.

– ¿Qué hizo?

– Saqué la lata de EasyLight del bolsillo de la chaqueta y me llené la boca con el líquido. Me eché un chorro en la garganta, como esos lanzadores de fuego del paseo de Venice. Entonces aparté la lata y saqué un cigarrillo y mi mechero. Ya no fumo. Es un hábito terrible. -Miró a Bosch al decirlo.

¿ Y luego qué? -preguntó Rider.

– Volví a la tienda del capullo y entré en el espacio de delante de la persiana de seguridad. Hice como si sólo estuviera buscando una pantalla para encender el pitillo. Hacía viento esa noche, ¿sabe?

– Sí.

– Así que él empezó a gritarme que me largara. Se acercó hasta la persiana para gritarme. Yo contaba con eso. -Waits sonrió, orgulloso de lo bien que había funcionado su plan-. El tipo golpeó la culata de la escopeta contra la persiana de acero para captar mi atención. Me vio las manos, así que no se dio cuenta del peligro. Y cuando estaba a medio metro encendí el mechero y lo miré a los ojos. Me saqué el cigarrillo de la boca y le escupí todo el fluido del mechero en la cara. Por supuesto, se encendió en la llama del mechero por el camino. ¡Yo era un puto lanzallamas! Antes de enterarse de nada ya tenía la cara en llamas. Soltó la escopeta enseguida para intentar apagar las llamas con las manos. Pero le prendió la ropa y rápidamente fue como un bicho achicharrado. Joder, era como si le hubieran dado con napalm.

Waits trató de levantar el brazo izquierdo, pero no pudo. Lo tenía atado al brazo de la silla por la muñeca. Se conformó con levantar la mano.

– Por desgracia me quemé un poco la mano. Ampollas y todo. Y dolía en serio. No puedo imaginar lo que sentiría ese capullo de Wyatt Earp. No es una buena forma de morir, en mi opinión.

Bosch miró la mano levantada. Vio una decoloración en el tono de la piel, pero sin cicatriz. La quemadura no había sido profunda.

Después de una buena dosis de silencio, Rider formuló otra pregunta.

– ¿Buscó asistencia médica por la mano?

– No, no creí que eso fuera prudente, considerando la situación. Y por lo que oí, los hospitales estaban desbordados. Así que me fui a casa y me ocupé yo mismo.

– ¿Cuándo puso la lata de combustible de mechero delante de la tienda?

– Oh, eso fue cuando me iba. La saqué, la limpié y la dejé allí.

– ¿El señor Fitzpatrick pidió ayuda en algún momento?

Waits hizo una pausa para sopesar la cuestión.

– Bueno, es difícil de decir. Estaba gritando algo, pero no estoy seguro de que pidiera ayuda. A mí me sonó como un animal. Una vez, de niño, le pillé la cola a mi perro con la puerta. Me recordó a eso.

– ¿En qué estaba pensando cuando se dirigía a casa?

– Estaba pensando «De puta madre. ¡Por fin lo he hecho!». Y sabía que iba a salir impune. Me sentí invencible, la verdad.

– ¿Qué edad tenía?

– Tenía… Tenía, veinte, coño, y lo hice.

– ¿Pensó alguna vez en el hombre que mató, al que quemó vivo?

– No, en realidad no. Sólo estaba allí. Para que yo me lo llevara. Como el resto de los que vinieron después. Era como si estuvieran allí para mí.

Rider pasó otros cuarenta minutos interrogándolo, aclarando detalles menores que, no obstante, coincidían con el contenido de los informes de la investigación. Finalmente, a las 11:15 pareció relajar su postura y retirarse de su lugar en la mesa. Se volvió a mirar a Bosch y luego a O'Shea.

– Creo que tengo suficiente por el momento -dijo-. Quizá deberíamos tomar un pequeño descanso en este punto.

Rider apagó la grabadora y los tres investigadores y O'Shea salieron al pasillo para departir. Swann se quedó en la sala de interrogatorios con su cliente.

– ¿Qué le parece? -le dijo O'Shea a Rider.

Ella asintió con la cabeza.

– Estoy satisfecha. Creo que no hay ninguna duda de que lo hizo él. Ha resuelto el misterio de cómo pudo alcanzarlo. No creo que nos esté contando todo, pero conoce los suficientes detalles. O bien lo hizo él o estaba allí delante.

O'Shea miró a Bosch.

– ¿Deberíamos continuar?

Bosch reflexionó un momento. Estaba preparado. Mientras observaba a Rider interrogando a Waits, su rabia y asco habían ido en aumento. El hombre de la sala de interrogatorios mostraba un desprecio tan insensible por su víctima que Bosch lo reconoció como el perfil clásico del psicópata. Igual que antes, temía lo que averiguaría a continuación de labios de aquel hombre, pero estaba preparado para oírlo.

– Adelante -dijo.

Todos volvieron a la sala de interrogatorios, y Swann inmediatamente propuso hacer una pausa para comer.

– Mi cliente tiene hambre.

– Hay que alimentar al perro -añadió Waits con una sonrisa.

Bosch negó con la cabeza, asumiendo el control de la sala.

– Todavía no -dijo-. Comerá cuando comamos todos.

Ocupó el asiento situado directamente enfrente de Waits y volvió a encender la grabadora. Rider y O'Shea ocuparon las posiciones contiguas y Olivas se sentó una vez más junto a la puerta. Bosch había recuperado el expediente Gesto que le había dado a Olivas, pero lo tenía cerrado delante de él en la mesa.

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