Bosch respondió levantándose. Rider lo siguió enseguida y a continuación Olivas.
– Una última cosa -dijo Bosch-. Ayer nos contaron una anécdota de Maury Swann que quizá deberían conocer.
Bosch y Rider se turnaron narrando la historia que Abel Pratt les había relatado. Al final, Olivas estaba riendo y sacudiendo la cabeza, y Bosch se dio cuenta por la expresión de O'Shea que el fiscal estaba tratando de contar cuántas veces había estrechado la mano de Maury Swann en el tribunal. Quizás estaba preocupado por una posible secuela política.
Bosch se dirigió a la puerta del despacho. Sentía una mezcla de excitación y temor crecientes. Estaba inquieto porque sabía que finalmente estaba a punto de descubrir lo que le había ocurrido a Marie Gesto hacía tantos años. Al mismo tiempo, temía descubrirlo. Y temía el hecho de que los detalles que pronto averiguaría le pondrían encima una pesada carga. Una carga que tendría que transferir a una madre y un padre que aguardaban en Bakersfield.
Dos ayudantes del sheriff uniformados custodiaban la puerta de la sala de interrogatorios donde se hallaba sentado el hombre que se hacía llamar Raynard Waits. Se apartaron y dejaron pasar al cortejo de la fiscalía. La sala contenía una única mesa larga. Waits y su abogado defensor, Maury Swann, estaban sentados en uno de los lados. Waits estaba justo en el medio; Swann, a su izquierda. Cuando entraron los investigadores y el fiscal, sólo Maury Swann se levantó. Waits estaba sujeto a los brazos de la silla con bridas de plástico. Swann, un hombre delgado con gafas de montura negra y una fastuosa melena de pelo plateado, tendió la mano, pero nadie se la estrechó.
Rider ocupó la silla que estaba enfrente de la de Waits, y Bosch y O'Shea se sentaron a ambos lados de la detective. Como Olivas no iba a estar en la rotación del interrogatorio durante cierto tiempo, ocupó la silla restante, que estaba junto a la puerta.
O'Shea se ocupó de las presentaciones, pero de nuevo nadie estrechó la mano de nadie. Waits iba vestido con un mono naranja con letras negras impresas en el pecho.
Prisión del condado L.A.
Aléjese
La segunda línea no estaba concebida como advertencia, pero servía como tal. Significaba que Waits estaba en estatus de aislamiento en el interior de la prisión, es decir, que se hallaba confinado en una celda individual y no se le permitía el contacto con el resto de la población reclusa. Este estatus era una medida de protección tanto para Waits como para los demás internos.
Al estudiar al hombre al que había estado persiguiendo durante trece años, Bosch se dio cuenta de que lo más terrorífico de Waits era lo ordinario que parecía. Poco musculoso, tenía una cara de hombre corriente. Agradable, con rasgos suaves y pelo corto oscuro, era la personificación de la normalidad. El único rasgo diabólico en su rostro se hallaba en los ojos. Eran de color castaño oscuro y hundidos, con una vacuidad que Bosch había visto en la mirada de otros asesinos con los que se había sentado cara a cara a los largo de los años. No había nada allí. Sólo un vacío que nunca podría llenarse, por más vidas que robara.
Rider encendió la grabadora que estaba sobre la mesa e inició la entrevista perfectamente, sin dar a Waits ninguna razón para sospechar que estaba pisando una trampa con la primera pregunta de la sesión.
– Como probablemente ya le ha explicado el señor Swann, vamos a grabar cada sesión con usted y luego le entregaremos las cintas a su abogado, que las guardará hasta que tengamos un acuerdo completo. ¿Lo entiende y lo aprueba?
– Sí -dijo Waits.
– Bien -dijo Rider-. Entonces empecemos con una pregunta fácil. ¿Puede decir su nombre, fecha y lugar de nacimiento para que conste?
Waits se inclinó hacia delante y puso la expresión de alguien que estuviera afirmando lo obvio a niños de escuela.
– Raynard Waits -dijo con impaciencia-. Nacido el 3 de noviembre de 1971, en la ciudad de ángulos, eh, ángeles. En la ciudad de ángeles.
– Si se refiere a Los Angeles, ¿puede decirlo, por favor?
– Sí, Los Angeles.
– Gracias. Su nombre es inusual. ¿Puede deletrearlo para que conste?
Waits obedeció. Una vez más, era un buen movimiento de Rider. Haría que resultara más difícil todavía para el hombre que tenían delante que declarara que no había mentido de manera consciente durante el interrogatorio.
– ¿Sabe de dónde viene el nombre?
– Le salió de los cojones a mi padre, supongo. No lo sé. Pensaba que estábamos aquí para hablar de gente muerta, no de chorradas elementales.
– Lo estamos, señor Waits. Lo estamos.
Bosch notó una enorme sensación de alivio interior. Sabía que estaban a punto de asistir a un relato de horrores, pero sintió que ya habían pillado a Waits en una mentira que podía disparar una trampa mortal. Había una oportunidad de que no saliera de allí a una celda privada y a una vida de celebridad costeada por el Estado.
– Queremos ir por orden -dijo Rider-. El compromiso de su abogado sugiere que el primer homicidio en el que participó fue la muerte de Daniel Fitzpatrick en Hollywood, el 30 de abril de 1992. ¿Es correcto?
Waits respondió con la actitud natural que cabe esperar de alguien que te explica cómo llegar a la gasolinera más próxima. Su voz era fría y mesurada.
– Sí, lo quemé vivo detrás de su jaula de seguridad. Resultó que no estaba tan seguro allí atrás. Ni siquiera con todas sus pistolas.
– ¿Por qué lo hizo?
– Porque quería ver si era capaz. Había estado pensando en eso mucho tiempo y sólo quería demostrármelo a mí mismo.
Bosch pensó en lo que Rachel Walling le había dicho la noche anterior. Lo había calificado de crimen de oportunidad. Al parecer había acertado.
– ¿Qué quiere decir con demostrárselo a sí mismo, señor Waits? -preguntó Rider.
– Quiero decir que hay una línea en la que todo el mundo piensa, pero que muy pocos tienen las agallas de cruzar. Quería ver si podía cruzarla.
– Cuando dice que había estado pensando en ello durante mucho tiempo, ¿había estado pensando en el señor Fitzpatrick en particular?
La irritación apareció en los ojos de Waits. Era como si tuviera que soportarla.
– No, estúpida -replicó con calma-. Había estado pensando en matar a alguien. ¿Entiende? Toda mi vida había querido hacerlo.
Rider se sacudió el insulto sin pestañear y siguió adelante.
– ¿Por qué eligió a Daniel Fitzpatrick? ¿Por qué eligió esa noche?
– Bueno, porque estaba mirando la tele y vi que toda la ciudad se derrumbaba. Era un caos y sabía que la policía no podría hacer nada al respecto. Era un momento en que la gente estaba haciendo lo que quería. Vi a un tipo en la tele hablando de Hollywood Boulevard y de cómo estaban ardiendo los edificios y decidí ir a ver. No quería que me lo enseñara la tele. Quería verlo por mí mismo.
– ¿Fue en coche?
– No, podía ir caminando. Entonces vivía en Fountain, cerca de La Brea. Fui caminando.
Rider tenía el expediente Fitzpatrick abierto delante de ella. Lo miró un momento mientras ordenaba las ideas y formulaba el siguiente conjunto de preguntas. Eso le dio a O'Shea la oportunidad de intervenir.
– ¿De dónde salió el combustible del mechero? -preguntó-. ¿Se lo llevó de su apartamento?
Waits centró su atención en O'Shea.
– Pensaba que la bollera hacía las preguntas -dijo.
– Todos hacemos preguntas -dijo O'Shea-. ¿Y puede hacer el favor de eliminar los ataques personales de sus respuestas?
– Usted no, señor fiscal del distrito. No quiero hablar con usted. Sólo con ella. Y con ellos.
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