Walling negó con la cabeza.
– No te lo tomes todo al pie de la letra -comentó.
– Bueno, todavía hay una gran pregunta con la cuestión de Reynard -dijo Bosch.
– ¿Cuál?
– ¿Has mirado la hoja de ingreso en prisión? No habló con Olivas y su compañero, pero sí respondió las preguntas de protocolo en la prisión cuando lo ficharon. Dijo que había terminado el instituto. No tiene educación superior. Mira, el tío es un limpiaventanas. ¿Cómo iba a saber de ese zorro medieval?
– No lo sé. Pero como he dicho, el personaje ha aparecido repetidamente en todas las culturas. Libros infantiles, programas de televisión, hay muchas formas en que el personaje podría haber causado impacto en este hombre. Y no subestimes su inteligencia por el hecho de que se gane la vida limpiando ventanas. Dirige su propio negocio. Eso es significativo en términos de mostrar algunas de sus capacidades. El hecho de que asesinara con impunidad durante tanto tiempo es un fuerte indicador de inteligencia.
Bosch no estaba completamente convencido. Disparó otra pregunta que la llevara en otra dirección.
– ¿Cómo encajan los dos primeros? Pasó del espectáculo público con los disturbios y luego un gran impacto en los medios con Marie Gesto a, como dices, perderse completamente bajo la superficie.
– Todos los asesinos en serie cambian el modus operandi. La respuesta sencilla es que estaba en una curva de aprendizaje. Creo que el primer asesinato (con la víctima masculina) fue un crimen de oportunidad, como matar al que se le pusiera por delante. Había pensado en matar durante mucho tiempo, pero no estaba seguro de poder hacerlo. Se encontró a sí mismo en una situación que le permitía ponerse a prueba (el caos de los disturbios). Era una oportunidad de ver si realmente podía matar a alguien y salir airoso. El sexo de la víctima no era importante. La identidad de la víctima tampoco. En ese momento sólo quería descubrir si podía hacerlo y casi cualquier víctima serviría.
Bosch entendió la lógica. Asintió con la cabeza.
– Así que lo hizo -dijo-. Y entonces llegamos a Marie Gesto. Elige una víctima que atrae a la policía y la atención de los medios.
– Todavía estaba aprendiendo, formándose -dijo ella-. Ya sabía que podía matar y quería salir de caza. Marie Gesto fue su primera víctima. Se cruzó en su camino, algo en ella encajaba en el programa de su fantasía y simplemente se convirtió en una presa. En ese momento, su foco estaba en la adquisición de la víctima y la autoprotección. En ese caso eligió mal. Eligió a una mujer a la que se echaría muchísimo de menos y cuya desaparición provocaría una respuesta inmediata. Probablemente no sabía que iba a ser así. Pero aprendió de ello, de la presión que atrajo sobre sí mismo.
Bosch asintió con la cabeza.
– En cualquier caso, después de Gesto aprendió a añadir un tercer elemento a su foco: el historial de la víctima. Se aseguró de que elegía a víctimas que no sólo cumplían con las necesidades de su programa, sino que procedían de la periferia de la sociedad, donde sus idas y venidas no causarían noticia y mucho menos alarma.
– Y se sumergió bajo la superficie.
– Exactamente. Se sumergió y se quedó allí. Hasta que tuvimos suerte en Echo Park.
Bosch asintió. Todo ello era útil.
– Esto plantea preguntas, ¿no? -preguntó-. Sobre cuántos de estos tipos hay sueltos. Los asesinos de debajo de la superficie.
Walling dijo que sí con la cabeza.
– Sí. A veces me pone los pelos de punta. Me pregunto cuánto tiempo habría continuado matando este tipo si no hubiéramos tenido tanta suerte.
Ella comprobó sus notas, pero no dijo nada más.
– ¿Es todo lo que tienes? -preguntó Bosch.
Walling lo miró con severidad y él se dio cuenta de que había elegido mal sus palabras.
– No quería decirlo así -se corrigió con rapidez-. Todo esto es genial y va a ayudarme mucho. Me refería a si hay algo más de lo que quieras hablar.
Ella sostuvo su mirada por un momento antes de contestar.
– Sí, hay algo más. Pero no es sobre esto.
– Entonces, ¿qué es?
– Has de darte un respiro con esa llamada, Harry. No puedes dejar que te hunda. El trabajo que tienes por delante es demasiado importante.
Bosch asintió de manera insincera. Era fácil para ella decirlo. Ella no tendría que vivir con los fantasmas de todas las mujeres de las que Raynard Waits empezaría a hablarles a la mañana siguiente.
– No lo digo por decir -insistió Rachel-. ¿Sabes cuántos casos he trabajado en Comportamiento en los que el tipo ha seguido matando? ¿Cuántas veces recibíamos llamadas y notas de esos tarados, pero aun así no podíamos llegar antes de que muriera la siguiente víctima?
– Lo sé, lo sé.
– Todos tenemos fantasmas. Es parte del trabajo. Con algunos es una parte más grande que con otros. Una vez tuve un jefe que siempre decía: «Si no puedes soportar a los fantasmas, sal de la casa encantada».
Bosch asintió otra vez, esta vez mientras la miraba a ella directamente. En esta ocasión iba en serio.
– ¿Cuántos homicidios has resuelto, Harry? ¿Cuántos asesinos has sacado de la circulación?
– No lo sé. No llevo la cuenta.
– Quizá deberías.
– ¿Adónde quieres llegar?
– ¿Cuántos de esos asesinos lo habrían hecho otra vez si tú no los hubieras parado? Ahí quiero llegar. Apuesto a que más de unos pocos.
– Probablemente.
– Ahí lo tienes. Llevas mucha ventaja en el largo plazo. Piensa en eso.
– Vale.
La mente de Bosch saltó a uno de esos asesinos. Harry había detenido a Roger Boylan muchos años antes. Conducía una camioneta con la caja cubierta por una lona. Había usado marihuana para atraer a un par de chicas jóvenes a la parte trasera mientras estaba aparcado en la represa de Hansen. Las violó y las mató inyectándoles una sobredosis de tranquilizante para caballos. Luego arrojó los cadáveres en el lecho seco de un cenagal cercano. Cuando Bosch le puso las esposas, Boylan sólo tenía una cosa que decir: «Lástima. Sólo estaba empezando». Bosch se preguntó cuántas víctimas habría habido si él no lo hubiera detenido. Se preguntó si podía cambiar a Roger Boylan por Raynard Waits y reclamar un empate. Por un lado, pensaba que podía. Por otro, sabía que no era una cuestión de matemáticas. El verdadero detective sabía que un empate en el trabajo de homicidios no era lo bastante bueno. Ni mucho menos.
– Espero haber ayudado -dijo Rachel.
Bosch levantó la mirada y pasó del recuerdo de Boylan a los ojos de Rachel.
– Creo que lo has hecho. Creo que conoceré mejor a quién y con qué estoy tratando cuando me meta en la sala de interrogatorios con él mañana.
Ella se levantó de la mesa.
– Me refería a lo otro.
– En eso también. Me has ayudado mucho.
Rodeó la mesa para poder acompañarla a la puerta.
– Ten cuidado, Harry.
– Lo sé. Ya lo has dicho. Pero no has de preocuparte. Será una situación de plena seguridad.
– No me refiero al peligro físico tanto como al psicológico. Cuídate, Harry. Por favor.
– Lo haré -dijo.
Era hora de irse, pero Rachel estaba vacilando. Miró el contenido del archivo extendido sobre la mesa y después a Bosch.
– Esperaba que me llamases alguna vez -dijo-, pero no para hablar sobre un caso.
Bosch tuvo que tomarse unos segundos antes de responder.
– Pensaba que por lo que había dicho… Por lo que dijimos los dos…
Bosch no estaba seguro de cómo terminar. No estaba seguro de qué era lo que estaba tratando de decir. Rachel estiró el brazo y le puso suavemente la mano en el pecho. Se acercó un paso, entrando en su espacio personal. Bosch puso los brazos en torno a Rachel y la abrazó.
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