Elliot volvió a encogerse de hombros.
– No tuve opción. Un día Mobley se emborrachó y le contó todo a Bowen. Landron nunca lo admitió, pero nosotros sabíamos que fue él. De esa manera, Bowen supo algo de nosotros que podía utilizar en nuestra contra y me pidió que te trajese aquí. Pero por entonces ya todo esto -con la mano que tenía libre hizo un gesto para abarcar la fosa, los pantanos, los muertos y el recuerdo de las chicas violadas- había empezado a suceder, así que te utilizamos. Eres bueno, Charlie, lo reconozco. En cierto sentido, eres el que nos ha. traído aquí. Puedes irte a la tumba con la conciencia tranquila por haber cumplido con tu deber.
– De sobra -dijo Kittim-. Di al negrata que nos cuente lo que sabe y podremos dar todo este asunto por concluido.
Elliot levantó la pistola, apuntó primero a Tereus y después a mí.
– Charlie, no deberías haber venido solo a los pantanos.
Le sonreí.
– No lo he hecho.
La bala le dio en el puente de la nariz y le echó la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que oí cómo le crujían las vértebras del cuello. Los dos hombres que estaban a su lado apenas si tuvieron tiempo de reaccionar antes de que cayesen también. Larousse se quedó donde estaba, totalmente confundido, y Kittim levantó su arma para disparar al mismo tiempo que Tereus me empujaba y yo caía al suelo. Hubo un tiroteo. Tenía los ojos salpicados de sangre caliente. Cuando levanté la vista, pude ver la sorpresa en los ojos de Tereus justo antes de que cayera en la fosa y se hundiera en las profundas aguas.
Alcancé su revólver y corrí hacia el bosque, esperando recibir un disparo de Kittim en cualquier momento pero él también había huido. Entreví a Larousse adentrándose en la arboleda, y enseguida lo perdí de vista.
Pero sólo durante un momento.
Reapareció unos segundos más tarde, retrocediendo poco a poco ante algo que salía de entre los árboles. La vi acercarse a él, cubierta con aquel tejido ligero, que era lo único que podía llevar sin que le doliese su destrozado cuerpo. Llevaba la cabeza al descubierto. Estaba calva y sus facciones eran una mezcla de desfiguración y de vestigios de belleza. Sólo tenía los ojos intactos, y le brillaban bajo los párpados hinchados. Le ofreció la mano a Larousse, y en aquel gesto hubo casi ternura, como si fuese una amante rechazada que le tiende por última vez la mano al hombre que se aleja. Larousse dio un grito y le golpeó el brazo, desgarrándole la piel. Instintivamente, se frotó la mano en la chaqueta. En un esfuerzo por deshacerse de ella, se giró con rapidez a la derecha, intentando buscar refugio en el bosque.
Louis surgió de la oscuridad y apuntó a la cara de Larousse.
– ¿Adónde te crees que vas? -le preguntó.
Larousse se detuvo, atrapado entre la mujer y el arma.
Ella se abalanzó sobre él con tal ímpetu que ambos perdieron el equilibrio. Ella se agarró al cuerpo de Earl Jr. mientras caían -él gritando, ella en silencio- a las aguas negras. Durante un momento, creí ver algo blanco extendido sobre la superficie. Después desaparecieron.
Volvimos a pie al coche de Louis, pero no dimos con Kittim por el camino.
– ¿Lo entiendes? -me preguntó Louis-. ¿Entiendes ahora por qué no podemos dejar que se escapen, por qué no podemos dejar con vida a ninguno?
Asentí.
– La vista para decidir si puede salir bajo fianza es dentro de tres días -me dijo-. El predicador va a salir por pies, y ninguno de nosotros volverá a estar a salvo.
– Yo sí -le dije.
– ¿Estás seguro?
No me dio tiempo a dudarlo.
– Lo estoy. Y Kittim, ¿qué?
– Y él, ¿qué?
– Ha escapado.
Louis amagó una sonrisa.
– ¿De veras?
Kittim condujo a gran velocidad por Blue Ridge, hasta que llegó de madrugada a su destino. Ya tendría otras ocasiones, otras oportunidades. De momento, le quedaba tiempo para descansar y para esperar a que el predicador saliese de la cárcel para ponerlo a salvo. Después vendría la nueva energía que los conduciría al triunfo.
Aparcó delante de la cabaña, se encaminó a la puerta y la abrió con una llave. La luz de la luna entraba a raudales por la ventana e iluminaba los muebles baratos y las paredes vacías. También brillaba en la cara de un hombre que estaba sentado enfrente de la puerta y en la pistola con silenciador que empuñaba. Llevaba zapatillas de deporte, unos pantalones vaqueros gastados y una chillona camisa de seda que se había comprado en las rebajas finales de Filene's Basement. Tenía la cara muy blanca e iba sin afeitar. Ni siquiera parpadeó cuando le disparó a Kittim en el abdomen. Kittim se desplomó e intentó sacar la pistola que llevaba en el cinturón, pero el otro fue hacia él y le apuntó a la sien derecha. Kittim apartó la mano del cinturón y el otro hombre lo desarmó.
– ¿Quién eres? -gritó-. ¿Quién coño eres?
– Soy un ángel -le contestó el hombre-. ¿Quién coño eres tú?
En aquel momento se vio rodeado por otras figuras que le pusieron las manos a la espalda y se las esposaron, antes de darle la vuelta para que viera a sus captores: el hombre bajito de la camisa estridente, dos hombres más jóvenes, armados con pistolas, que habían entrado por el patio, y un anciano que había emergido de la oscuridad de la parte trasera de la cabaña de Kittim.
– Kittim -le dijo Epstein, mientras lo examinaba-. Un nombre poco común. Un nombre erudito. -Kittim no se movió. A pesar de la agonía, se mantenía alerta. Fijó los ojos en el anciano-. Recuerdo que Kittim era el nombre de la tribu destinada a encabezar el ataque final contra los hijos de la luz, el nombre de los representantes en la tierra de los poderes de la oscuridad -continuó diciendo Epstein. Se inclinó delante del hombre herido y se acercó tanto a él que podía olerle el aliento-. Deberías haber leído tus manuscritos con mayor atención, amigo: nos dicen que el dominio de los Kittim es efímero, y que no habrá escapatoria para los hijos de la oscuridad.
Epstein había mantenido las manos a la espalda, pero en ese instante dejó que se vieran y la luz destelló en el estuche metálico que sostenía.
– Tenemos que hacerte algunas preguntas -dijo Epstein, que sacó una jeringuilla y lanzó al vacío un hilillo de líquido transparente. La aguja descendió hacia Kittim, mientras que la cosa que habitaba en su interior empezó a forcejear inútilmente para escapar de su anfitrión.
Dejé Charleston al día siguiente por la tarde. A los agentes de la División Estatal de Seguridad de Columbia, con Adams y Addams detrás de ellos en la sala de interrogatorios, les conté casi todo lo que sabía. Sólo mentí para omitir la participación de Louis y el papel que yo tuve en la muerte de los dos hombres en el Congaree. Tereus se había deshecho de los cuerpos mientras yo estaba atado en la cabaña, y los pantanos tienen una larga tradición de tragarse los restos de los muertos. Nunca los encontrarían.
En cuanto a los que murieron en la antigua cantera, les conté que los mataron Tereus y la mujer, que los rodearon por sorpresa, antes de que pudieran reaccionar. Encontraron el cadáver de Tereus flotando en la superficie, pero no había rastro de Earl Jr. ni de la mujer. Cuando estaba sentado en la sala, volví a verlos caer y hundirse en las oscuras aguas. La mujer arrastrando el cuerpo del hombre entre las corrientes que fluían por debajo de la roca, sujetándolo hasta que se ahogó. Los dos juntos, camino de la muerte, camino del más allá.
En la terminal del Aeropuerto Internacional de Charleston había aparcada una limusina con las ventanillas ahumadas para que nadie pudiese distinguir quién había dentro. Mientras me dirigía a la puerta principal con mi equipaje, una de las ventanillas se abrió y Earl Larousse me miró, a la espera de que me acercase.
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