– Tengo todo el derecho a estar aquí-dijo Einar mirando a su alrededor-. Soy tu hijo. El hijo perdido. ¿Puedo hacerte una pregunta, papá? ¿Violaste a más mujeres además de a mi madre?
– ¡Llamaré a la policía!
El sonido de su garganta se hacía más audible cuanto más se excitaba.
– Sí, ya es hora de llamar a la policía -dijo Einar, y Holberg vaciló.
– ¿Qué quieres de mí? -preguntó.
– No tienes ni idea de lo que ha pasado, y tampoco te importa. No te podría importar menos. ¿No estoy en lo cierto?
– Tu cara… -dijo Holberg sin terminar la frase.
Con sus ojos incoloros observó a Einar durante largo rato, hasta que empezó a entender lo que éste había dicho. Que era su hijo. Einar sintió su desconcierto. Notó cómo se quedaba pensando en lo que le había dicho.
– Nunca he violado a nadie en toda mi vida -exclamó Holberg finalmente-. Todo eso es una maldita mentira. Me dijeron que tenía una hija en Keflavík, su madre me denunció por violación, pero nunca pudo probar nada. Nunca me juzgaron.
– ¿Sabes qué le pasó a esa hija tuya?
– Creo que murió joven. Nunca estuve en contacto con ella ni con su madre. Tienes que entender eso. ¡Me denunció por violación!
– ¿Estás al tanto de alguna muerte infantil en tu familia? -preguntó Einar.
– ¿De qué me hablas?
– ¿Se han muerto niños en tu familia?
– ¿Qué está pasando aquí?
– Yo sé de algunos casos desde principios de siglo. Uno fue el de la muerte de tu hermana.
Holberg miró fijamente a Einar.
– ¿Qué sabes tú de mi familia? -preguntó-. ¿Cómo?
– Tu hermano. Veinte años mayor que tú. Murió hace unos quince años. Perdió a una hija joven en 1941. Tú tenías once años. Erais dos hermanos, nacidos con ese lapso de tiempo entre los dos.
Holberg no dijo nada y Einar siguió.
– La enfermedad tenía que desaparecer contigo. Tú tenías que ser el último portador. Eras el último de la fila. Soltero. Sin hijos. Sin familia. Pero eras un violador. Un asqueroso, maldito violador de mierda.
Einar se calló y miró con odio a Holberg.
– Y ahora soy yo el último portador.
– ¿De qué me estás hablando?
– Audur heredó la enfermedad de ti. Mi hija la heredó de mí. Así de sencillo. Lo he estudiado en la base de datos. No ha habido más casos de esta enfermedad desde que Audur murió, aparte de mi hija. Somos los últimos.
Einar se acercó un paso y cogió un pesado cenicero, lo balanceó en sus manos.
– Y aquí termina la historia.
– No entré en su casa para matarlo -dijo Einar-. Pero seguramente él consideró que estaba en peligro. No sé por qué cogí el cenicero. Tal vez tenía la intención de tirárselo a la cabeza. Tal vez tema ganas de atacarlo. Pero él se precipitó. Se abalanzó sobre mí y me apretó el cuello. Entonces le golpeé en la cabeza y cayó al suelo. Lo hice sin pensar. Estaba muy enojado y podría haberlo atacado. Había pensado en cómo terminaría nuestro encuentro, pero nunca se me había ocurrido este final. Nunca. Al caer se golpeó la cabeza con la esquina de la mesita y empezó a sangrar. Ya sabía que estaba muerto cuando me incliné sobre él. Miré a mi alrededor, vi un lápiz y un papel y escribí que yo era él. Que yo era ese hombre. Y que ese hombre era mi padre.
Einar miró dentro de la tumba abierta.
– Hay agua aquí dentro.
– Eso lo arreglaremos fácilmente -repuso Erlendur-. Si llevas una escopeta, será mejor que me la des.
Erlendur se le acercó poco a poco y a Einar no pareció importarle.
– Los niños son filósofos -dijo-. Mi hija me preguntó una vez en el hospital por qué tenemos ojos. Le contesté que era para poder ver.
Se calló un momento.
– Me corrigió -añadió como hablando consigo mismo.
Miró a Erlendur.
– Me dijo que era para poder llorar.
En aquel momento pareció tomar una decisión.
– ¿Qué eres si no eres tú mismo? -preguntó.
– Tranquilo -dijo Erlendur.
– ¿Entonces quién eres?
– Todo se arreglará.
– No quería que terminara así, pero ya es demasiado tarde.
Erlendur no entendía el significado de sus palabras.
– Esto va a terminar.
Erlendur le miró fijamente a la pálida luz del farol.
– Se termina aquí -dijo Einar.
Erlendur vio cómo sacaba la escopeta de debajo de su abrigo. Einar apuntó primero a Erlendur, que se le acercaba poco a poco y que ahora se quedó quieto donde estaba. Entonces, dio la vuelta al cañón y se apuntó al pecho. Lo hizo con mucha rapidez. Erlendur reaccionó y gritó a la vez que Einar. El estruendo rompió la tranquilidad del cementerio. Erlendur ensordeció por un momento. Se arrojó encima de Einar y cayeron los dos al suelo.
Se sentía como si su vida hubiese desaparecido y sólo le quedase el cuerpo, mirando a la oscuridad, con los ojos vacíos.
Erlendur estaba de pie, mirando a Einar, echado al lado de la pequeña tumba. Cogió el farol y dejó que la luz se desparramara sobre él; vio que estaba muerto. Volvió a depositar el farol en el suelo y empezó a deslizar el pequeño ataúd hacia su tumba. Antes lo abrió para colocar dentro el frasco de cristal, luego lo cerró. Le costó trabajo meter el ataúd en la tumba sin ninguna ayuda, pero al fin lo logró. Encontró una pala que alguien había dejado al lado del montón de tierra. Después de hacer la señal de la cruz encima de la tumba empezó a cubrirla de tierra. Notaba un dolor agudo cada vez que oía el sonido hueco de la tierra cayendo sobre el ataúd.
Determinado a ponerla en su sitio, cogió la cerca blanca que estaba rota y caída junto a la tumba. Necesitó toda su fuerza para colocar también la lápida. Estaba a punto de terminar su tarea cuando oyó llegar los primeros coches. Escuchó cómo le llamaban Sigurdur Óli y Elinborg, alternativamente. Oyó también las voces de otras mujeres y hombres que llegaban iluminados por las luces de los coches. Sus sombras eran gigantes en la oscuridad de la noche. Vio rayos de linternas que se multiplicaban rápidamente y se acercaban.
Distinguió a Katrín, que estaba en el grupo, y poco después también a Elín. La mirada de Katrín se abría en un interrogante inmenso. Cuando descubrió la escena, se arrojó llorando encima de Einar y le abrazó con fuerza. Erlendur no se interpuso. Vio cómo Elín se dejaba caer de rodillas, al lado de Katrín.
Oyó que Sigurdur Óli le preguntaba si estaba bien y entrevió cómo Elinborg recogía la escopeta del suelo. Advirtió que se acercaban varios agentes de policía y vio los relámpagos de los flashes de las cámaras fotográficas.
Levantó la cabeza. Había vuelto a llover, pero tenía la sensación de que era una lluvia más suave.
A Einar le enterraron al lado de su hija en el cementerio de Grafarvogur. La ceremonia se celebró en privado.
Erlendur se puso en contacto con Katrín. Le contó el encuentro de Einar con Holberg. Erlendur habló de defensa propia, pero Katrín sabía que intentaba disminuir su dolor. Él sabía cómo se sentía.
Seguía lloviendo, pero los vientos otoñales se habían calmado. Pronto llegaría el invierno, con el frío y la oscuridad. A Erlendur eso no le preocupaba.
Por insistencia de su hija, Erlendur acabó yendo al médico. Le dijo que el dolor del pecho se debía a un cartílago dolorido, probablemente por dormir en un colchón de mala calidad o quizá por falta de movimiento.
Un día, mientras comían un delicioso cocido, Erlendur preguntó a Eva Lind si, en caso de que fuera niña, le dejaría elegir el nombre de su bebé. Ella dijo que ya suponía que él iba a darle alguna idea.
– ¿Cómo te gustaría que se llamara? -le preguntó.
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