Arnaldur Indriðason - La voz

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Gulli, el viejo portero de uno de los más conocidos hoteles de Reykjavik, aparece desnudo y acuchillado hasta morir en su miserable habitación en el sótano. Pero Gulli es mucho más que un simple portero que se disfrazaba de Papa Noel todas las navidades, es un completo misterio. Veinte años en el hotel y nadie le conoce realmente. Erlendur Sveinsson decide alojarse en el mismo hotel en busca de la asesina, que, también de eso cree estar convencido, aún debe permanecer muy cerca, pese a que las vacaciones de Navidad están ya encima y el hotel completo. Mientras que al director tan sólo le importa que el asesinato permanezca oculto y su reputación intacta. Erlendur, sin embargo, recibe la visita de su hija, que de nuevo se adentra entre las brumas de la droga y el alcohol, dejando al inspector al borde de la desesperación y la impotencia.

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Sigurdur Óli sacudió la cabeza sin comprender.

– En la cama…

– ¿Sí?

– A veces quería que lo llamase «mi pequeña princesa» -dijo Baldur, y una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

Erlendur clavó la mirada en Sigurdur Óli.

– ¿Mi pequeña princesa?

– Eso dijo -Sigurdur Óli se levantó de la cama de Erlendur-. Y ahora tengo que marcharme. Bergthóra estará furiosa. ¿Así que pasarás las navidades en tu casa?

– ¿Y qué fue de los discos de las cajas? -dijo Erlendur-. ¿Dónde podrían haber ido a parar?

– Ese hombre no tenía ni idea al respecto.

– ¿La pequeña princesa? ¿Cómo la película de Shirley Temple? ¿Qué tiene que ver? ¿Te lo explicó el individuo ese?

– No, él tampoco sabía lo que significaba.

– No tiene por qué significar nada especial -dijo Erlendur, como hablando consigo mismo-. Jerga de gays que nadie entiende. A lo mejor nada especialmente extraño. Así que, bueno, ¿resulta que se odiaba a sí mismo?

– Baja autoestima -dijo su amigo-. Contradictorio.

– ¿Por sus inclinaciones homosexuales o por alguna otra cosa?

– No lo sé.

– ¿No se lo preguntaste?

– Siempre podemos hablar otra vez, pero no parece saber demasiado de Gudlaugur.

– Y nosotros tampoco -dijo Erlendur con voz apagada-. Si hace veinte o treinta años quería ocultar que era homosexual, ¿habrá seguido ocultándolo después?

– Buena pregunta.

– Aún no he hablado con nadie que dijera que él fuera gay.

– Sí, bueno, tengo que decirte adiós -dijo Sigurdur Óli poniéndose en pie-. ¿Algo más por hoy?

– No -dijo Erlendur-. Perfecto. Gracias por la invitación, dale recuerdos a Bergthóra y trata de portarte bien con ella.

– Siempre lo hago -dijo Sigurdur Óli, marchándose a toda prisa. Erlendur miró su reloj y vio que ya era hora de la cita con Valgerdur. Sacó del aparato la última cinta de vídeo y la puso en lo alto del montón. En ese momento empezó a sonar el móvil.

Era Elínborg. Dijo que había hablado con el fiscal del caso del padre que agredió a su hijo.

– ¿Cuántos años creen que le caerán? -preguntó Erlendur.

– Creen que hasta pueden absolverlo -dijo Elínborg-. No lo condenarán si mantiene su historia. Basta con que lo niegue todo. No tendrá que pasar ni un minuto encerrado.

– ¿Y las pruebas? ¿Las huellas de la escalera? ¿La botella de Drambuie? Todas apuntan a…

– No sé para qué nos dedicamos a esto. Ayer juzgaron un caso de agresión con violencia. Un hombre fue apuñalado varias veces con un cuchillo. Al agresor le cayeron ocho meses de prisión, cuatro de ellos en libertad bajo palabra, lo que quiere decir que pasará dos meses en la cárcel. ¿Quién puede entender algo así?

– ¿Y le devolverán la custodia del niño?

– Seguramente. Lo único positivo, si se puede llamar positivo, es que el chico parece echar realmente de menos a su padre. Es lo que no consigo entender. ¿Cómo puede estar tan colgado de su padre si le golpea de ese modo? No lo entiendo. Tiene que faltar algo. Algo que hayamos pasado por alto. Esto carece de sentido.

– Hablaré contigo más tarde -dijo Erlendur mirando el reloj. Ya había pasado la hora de su cita con Valgerdur-. ¿Podrías hacerme un favor? Stefanía dijo que había estado en el hotel con una amiga, el otro día. ¿Quieres hablar con esa mujer y confirmarlo? -Erlendur le dio el nombre de la mujer.

– ¿No piensas dejar el hotel e irte a casa? -preguntó Elínborg.

– Deja ya de darme la tabarra -exclamó Erlendur, y colgó.

28

Cuando Erlendur bajó al vestíbulo vio a Rósant, el maître. Vaciló, sin saber si debería dar el siguiente paso. Probablemente, Valgerdur ya habría llegado al hotel. Erlendur miró el reloj, hizo una mueca y se dirigió hacia el maître. No le llevaría mucho tiempo.

– Háblame de las putas -le dijo sin previas formalidades, mientras Rósant hablaba con voz servicial con dos huéspedes del hotel. Saltaba a la vista que eran islandeses, porque lo miraron atónitos y luego a Rósant, con cierta expectación.

Rósant sonrió y su bigotito se alzó. Pidió cortésmente excusas a los huéspedes y acompañó a Erlendur a un lugar más apartado.

– Lo que hace a un hotel son las personas, y hemos de conseguir que se encuentren a gusto, ¿no se trataba de una imbecilidad por el estilo? -dijo Erlendur.

– No es ninguna imbecilidad. Es lo que nos enseñaban en la escuela de hostelería.

– ¿También os enseñaban que los maitres tienen que ser proxenetas?

– No sé de qué me estás hablando.

– No, claro, pero te lo diré. Tú diriges un pequeño prostíbulo en este hotel.

Rósant sonrió.

– ¿Un prostíbulo? -dijo.

– ¿Vuestro prostíbulo tiene alguna relación con la muerte de Gudlaugur?

Rósant sacudió la cabeza.

– ¿Quién estaba con Gudlaugur cuando lo mataron?

Se miraron a los ojos, hasta que Rósant apartó la mirada.

– Nadie que yo conozca -dijo al fin.

– ¿No serías tú mismo?

– Uno de vosotros me tomó declaración. Tengo una coartada.

– ¿Gudlaugur andaba con putas?

– No. Y yo no tengo putas a mi cargo. No sé de dónde has sacado esa información sobre putas y robos en la cocina. No son más que mentiras. Yo no soy un chulo.

– Pero…

– Tenemos ciertas informaciones a disposición de nuestros clientes masculinos. Para extranjeros que asisten a congresos. También para islandeses. Ellos desean compañía y nosotros intentamos ayudarlos. Si conocen a alguna bella mujer en el bar del hotel y les va bien…

– Entonces todos contentos. ¿Los clientes se muestran agradecidos?

– Mucho.

– De modo que, a fin de cuentas, sí que eres un proxeneta, en cierto modo -dijo Erlendur.

– Yo…

– Es increíble cómo consigues que parezca romántico todo esto. El director del hotel está contigo en el asunto. ¿Y el jefe de recepción?

Rósant vaciló.

– ¿Qué hay del jefe de recepción? -preguntó Erlendur.

– Él no comparte nuestros deseos de satisfacer las diversas necesidades de los clientes.

– Las diversas necesidades de los clientes -lo imitó Erlendur-. ¿Dónde se aprende a hablar así?

– En la escuela de hostelería.

Erlendur miró su reloj.

– ¿Y no chocan las ideas del jefe de recepción con las tuyas?

– En ocasiones se producen confrontaciones de pareceres.

Erlendur recordó que el recepcionista había negado que hubiera putas en el hotel, y pensó que probablemente él sería el único de los cargos superiores que intentaba defender la buena imagen del hotel.

– Pero tú intentas solucionar los problemas, ¿no?

– No sé de qué me estás hablando.

– ¿Os resulta una gran molestia ese hombre?

Rósant no respondió.

– Tú fuiste el que le mandaste aquella puta, ¿verdad? Algo así como una pequeña advertencia por si se le ocurría andar contándolo por ahí. Tú habías salido de fiesta, lo viste y le enviaste a una de tus putas.

Rósant vaciló.

– No tengo ni idea de lo que me estás hablando -repitió.

– No, claro que no.

– Es que es tan terriblemente honrado -dijo Rósant, su bigotito se levantó en una sonrisa burlona casi imperceptible-. No es capaz de entender que es mejor que este asunto lo llevemos nosotros mismos.

Valgerdur estaba esperando a Erlendur en el bar. Estaba igual que en su último encuentro, cuidadosamente maquillada para destacar los rasgos del rostro, vestida con una camisa de seda blanca debajo de una chaqueta de cuero negro. Se dieron la mano y ella sonrió vacilante. Erlendur pensó que a lo mejor aquel encuentro sería como un nuevo comienzo en su relación. No era capaz de adivinar qué querría de él, era como si hubiera dicho la palabra final sobre la relación cuando se despidieron en el vestíbulo del hotel. La mujer sonrió y preguntó si podía invitarle a algo del bar, o si estaba de servicio.

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