– ¿Piensas quedarte todas las navidades en esta habitación? -preguntó Sigurdur Óli.
– No -respondió Erlendur-. ¿Qué descubriste en Hafnarfjórdur?
– ¿Por qué hace tanto frío aquí?
– El radiador -dijo Erlendur-. No calienta. ¿Quieres ir al grano?
Sigurdur Óli sonrió.
– ¿Comprarás un árbol de Navidad para estas fiestas?
– Si comprara un árbol de Navidad lo haría para estas fiestas.
– Localicé a un hombre después de muchos prolegómenos dijo que había conocido bien a Gudlaugur en los viejos tiempos -dijo Sigurdur Óli. Sabía que tenía información que podría alterar la marcha de la investigación, y disfrutaba haciéndoles esperar un poco.
Sigurdur Óli y Elínborg se habían propuesto interrogar a todos los que fueron a la escuela con Gudlaugur o lo conocieron en aquellos tiempos. La mayoría de ellos tenían algún recuerdo de él, de su carrera de cantante y de las burlas que la acompañaron. Algunos se acordaban perfectamente de él y de lo que había sucedido el día que dejó inválido a su padre. Uno de ellos lo conocía hasta un punto que Sigurdur Óli no habría podido imaginar.
Una compañera de colegio de Gudlaugur le remitió a él. La mujer vivía en una casa unifamiliar en la zona más nueva de Hafnarfjordur. La había llamado por la mañana, de modo que cuando llegó, lo estaba esperando. Se dieron la mano y lo invitó a pasar al salón. Estaba casada con un piloto de aviación y trabajaba media jornada en una librería, los niños ya eran mayores.
Le contó con mucho detalle todo lo que sabía de Gudlaugur, que no era mucho, recordaba también vagamente a su hermana, que sabía era algo mayor que él. Recordaba también que había perdido la voz cuando las perspectivas parecían más favorables, pero ignoraba qué había sido de él cuando acabaron el colegio, y se llevó una impresión tremenda al ver en la prensa que era él el hombre que habían encontrado asesinado en un trastero del sótano del hotel.
Sigurdur Óli escuchaba todo aquello con la mente en otro sitio. La mayor parte de aquellas cosas ya las había oído de labios de otros compañeros de colegio de Gudlaugur. Cuando la mujer terminó de hablar, le preguntó si conocía el mote que le pusieron a Gudlaugur de niño para burlarse de él. Ella no lo recordaba en absoluto, pero añadió, al ver que Sigurdur Óli se disponía a marcharse, que mucho tiempo atrás había oído algo sobre Gudlaugur que podía interesar a la policía, si es que no lo sabía ya.
– ¿De qué se trata? -preguntó Sigurdur Óli, que ya se había puesto en pie.
Se lo contó, y se alegró al comprobar que había despertado el interés del policía.
– ¿Y ese hombre sigue vivo? -preguntó Sigurdur Óli a la mujer, que aseguró no saberlo a ciencia cierta, aunque le dio el nombre. Se levantó, hojeó el listín telefónico y en él pudo encontrar el nombre y la dirección. Vivía en Reikiavik. Se llamaba Baldur.
– ¿Seguro que es ese hombre? -preguntó Sigurdur Óli.
– No lo sé exactamente -dijo la mujer, y sonrió como si esperara haber sido una gran ayuda-. Todo el mundo hablaba de ello -añadió.
Sigurdur Óli decidió ir rápidamente a la capital con la esperanza de que el hombre estuviera en casa. Ya era algo tarde. El tráfico de entrada en Reikiavik era muy denso, y en el camino, Sigurdur Óli llamó a Bergthóra, que…
– ¿Quieres ir al grano? -dijo Erlendur, impaciente, interrumpiendo el relato de Sigurdur Óli.
– No, esto te afecta -dijo Sigurdur Óli, y una sonrisita burlona se dibujó en sus labios-. Bergthóra quería saber si ya te había invitado a pasar la Nochebuena con nosotros, en casa. Le dije que sí, pero que aún no me habías dado una respuesta.
– Pasaré la Nochebuena en mi casa con Eva Lind -dijo Erlendur-. Esa es la respuesta. ¿Quieres ir ya al grano?
– OK -dijo Sigurdur Óli.
– Y deja de decir OK.
– OK.
Baldur vivía en una elegante casa de madera del barrio de Thingholt y acababa de llegar a casa del trabajo: era arquitecto. Sigurdur Óli tocó el timbre y se presentó como policía de la brigada de homicidios, y le informó de que estaba allí en relación con el asesinato de Gudlaugur Egilsson. El hombre no mostró asombro ninguno. Miró a Sigurdur Óli de arriba abajo, sonrió y lo invitó a entrar.
– A decir verdad, te estaba esperando -dijo-, o a alguno de vosotros. Estaba pensando en ponerme en contacto con vosotros, pero lo he ido retrasando. Nunca es divertido hablar con la policía. -Sonrió de nuevo, esperó a que Sigurdur Óli se quitara el abrigo, y él mismo lo colgó.
Allí dentro todo estaba en perfecto orden. Había velas encendidas en el salón, y el árbol de Navidad parecía recién decorado. El hombre le ofreció un licor a Sigurdur Óli, pero éste no lo aceptó. Era un hombre delgado, de talla mediana y rostro jovial. El cabello había empezado a clarear pero se lo había teñido de rojo en un intento de sacarle el máximo partido. Sigurdur Óli creyó reconocer la voz de Frank Sinatra procedente de los pequeños altavoces del salón.
– ¿Y por qué nos esperabas, a mí o a otros policías? -preguntó Sigurdur Óli, sentándose en un gran sofá rojo.
– Por Gulli -dijo el hombre, que se sentó frente a él-. Sabía que lo descubriríais.
– ¿El qué? -preguntó Sigurdur Óli.
– Que yo estaba con Gulli en los viejos tiempos -dijo el hombre.
– ¿Qué quiere decir que estaba con Gudlaugur en los viejos tiempos? -preguntó Erlendur, volviendo a interrumpir el relato-. ¿A qué se refería?
– Lo expresó con esas palabras -dijo Sigurdur Óli.
– ¿Que estaba con Gudlaugur?
– Sí.
– ¿Y eso qué significa?
– Que estaban juntos.
– ¿Quieres decir que Gudlaugur era…? -Una plétora de pensamientos atravesó la mente de Gudlaugur como si se tratara de rayos, y se detuvieron en el duro gesto de la hermana de Gudlaugur y de su padre, en la silla de ruedas.
– Eso dice el tal Baldur -repitió Sigurdur Óli-. Pero Gudlaugur no quería que nadie lo supiese.
– ¿No quería que nadie supiese la existencia de esa relación?
– Quería mantener en secreto su homosexualidad.
El hombre de Thingholt le explicó a Sigurdur Óli que su relación con Gudlaugur había empezado cuando tenían veinticinco años de edad. Eran los años de las discotecas y el hombre tenía alquilado un apartamento en un sótano en el barrio de Vogar. Ninguno de los dos había salido del armario. En aquel entonces, se veía la homosexualidad de un modo muy diferente a como se ve ahora, dijo con una sonrisa. Pero las cosas estaban empezando a cambiar.
– Y no es que viviéramos juntos -añadió Baldur-. En esa época, los hombres no podían vivir juntos como hoy, sin que aquello se convirtiese en la comidilla de todos. En aquellos años, la vida era imposible para los homosexuales en Islandia. La mayoría se marchaban del país, como quizá sepas. Digamos que venía de visita muchas veces a mi casa. Se quedaba a dormir aquí. Tenía una habitación en Vesturbaer y yo fui allí un par de veces, pero no era lo suficientemente ordenado para mi gusto y dejé de ir. Casi siempre estábamos en mi casa.
– ¿Cómo os conocisteis? -preguntó Sigurdur Óli.
– En aquellos días había lugares donde nos reuníamos los gays. Uno estaba justo al lado del centro, no muy lejos de aquí, de Thingholt. No era un local de esparcimiento, sino un centro de reunión que teníamos en un domicilio particular. En las discotecas te podías esperar cualquier cosa, y había veces que te echaban por bailar con otros hombres. El domicilio en cuestión servía un poco de todo, de café, de albergue, de club nocturno, de centro de información, de oasis. Él fue por allí una tarde con un conocido suyo. Fue la primera vez que lo vi. Perdona, qué mal anfitrión soy, ¿te apetece un café?
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