Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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– ¿Cómo llamaría usted a lo que ha hecho?

– Al señor Brower se le han asignado otras responsabilidades.

– Ah. -Ryan asiente ahora con la cabeza-. Volvamos a la reunión en el bufete del señor Madriani. Durante esa reunión, ¿le dijo usted al señor Hale que su departamento había investigado a la señora Suade y que no les había sido posible hacer nada, ni conseguir una orden de suspender sus actividades, ni encontrar base para presentar acusaciones criminales contra ella?

– Es posible que se lo dijese.

– ¿Lo dijo, o no lo dijo?

– Creo que lo dije.

– ¿Y recuerda la respuesta del señor Hale?

– No la recuerdo.

– ¿No propuso el señor Hale que su departamento se personase en la oficina de la señora Suade y utilizase la fuerza para averiguar lo que le había ocurrido a su nieta?

– Ya le he dicho que es posible que lo hiciera. -Susan traga saliva no sin esfuerzo-. Es posible. No lo recuerdo.

– Durante esa reunión, ¿amenazó Jonah Hale en algún momento con matar a la señora Suade?

– Puede que dijera ciertas cosas…

– ¿Amenazó con matarla?

– Profirió alguna amenaza.

– Se lo voy a preguntar de nuevo, y le ruego que recuerde que se halla usted bajo juramento. Durante esa reunión en el bufete del señor Madriani, ¿amenazó el señor Hale en presencia de usted con matar a Zolanda Suade?

De pronto, Susan clava la vista en el suelo y aprieta la barbilla contra el pecho. Contesta algo que no resulta audible.

– ¿Cómo ha dicho?

– He dicho que sí.

– Gracias. -Ryan suspira profundamente. Ya ha establecido dos hechos importantes: la amenaza de muerte, que confirma el testimonio anterior de Brower y, lo que es peor, que Susan es una testigo claramente parcial-. Cuando abandonó usted el bufete del señor Madriani aquella mañana al término de la reunión, ¿se fue usted sola?

– No.

– ¿Quién iba con usted?

– El señor Hale.

– El acusado.

– Exacto.

– ¿Adónde se dirigieron usted y el señor Hale?

– A mi oficina.

– ¿Para qué?

– Después de hablar un rato con el señor Hale en el bufete de Paul… Quiero decir en el bufete del señor Madriani… -Aunque se corrige, el jurado ya ha advertido el lapsus-. Tras la reunión, consideré que, basándonos en la información que él nos había dado…

– ¿Quién?

– El señor Hale. Creí que tal vez fuera posible conseguir una orden judicial que obligase a la señora Suade a darnos información acerca del paradero de Amanda Hale.

– ¿Por qué pensaba usted en aquellos momentos que podía conseguir una orden judicial, cuando antes no le había sido posible hacerlo?

– El señor Hale nos dijo que la señora Suade se había presentado en su casa hacía unas semanas, días antes de la desaparición de la niña, y había proferido lo que él, el señor Hale, calificó como amenazas.

– ¿Suade había proferido amenazas?

– Eso fue lo que él dijo.

– ¿Qué clase de amenazas?

– Él dijo que Zolanda Suade lo previno de que, a no ser que él y su esposa renunciaran a la custodia legal de la niña, la perderían. Y unos días más tarde, eso fue exactamente lo que ocurrió. Apareció la madre, se llevó a la niña, y ni a una ni a otra se las ha vuelto a ver desde entonces. El señor Hale dijo que tanto él como su esposa podían declarar bajo juramento que ésos habían sido los hechos. Estaban dispuestos a firmar declaraciones juradas.

– Pero usted nunca habló de esto con la esposa del señor Hale.

– Ella no estaba presente. Íbamos a llamarla, a decirle que se pasara por la oficina.

– ¿Llegaron a hacerlo?

– No.

– ¿Por qué no? -Ryan ya conoce la respuesta.

– Porque él se fue.

– ¿Quién?

– El señor Hale.

– A ver si lo he entendido -dice Ryan-. ¿Se ofreció usted a ayudar al señor Hale utilizando medios legales, y él, simplemente se marchó de su oficina?

– Cuando llegamos a mi oficina, los abogados del departamento indicaron que no consideraban que la información facilitada por el señor Hale fuera suficiente para conseguir una orden judicial.

– ¿Y cómo reaccionó el señor Hale?

– No le gustó nada la noticia.

– ¿Se puso furioso? -Ryan vuelve a lo mismo, esta vez sonriendo al jurado-. Vamos, señora McKay, ¿no es cierto que Jonah Hale perdió los estribos al oír la opinión de los abogados y salió hecho una furia de su oficina?

– Se marchó -dice Susan.

– ¿No es más cierto que insultó a los abogados de su departamento? ¿Que les dijo cosas que yo no voy a repetir aquí y se fue de la oficina hecho una furia?

– Estaba enfadado.

– Tan enfadado como para marcharse, pese a que no tenía coche. Porque no tenía su coche allí, ¿verdad?

– No.

– ¿Sabe usted dónde estaba su coche?

– No.

– ¿Sabe usted cómo llegó el señor Hale a la reunión de la mañana en el bufete del señor Madriani?

– Creo que Paul… el señor Madriani lo recogió.

– ¿Dónde?

– En el barco.

– ¿En el barco del señor Hale, en Spanish Landing?

– Sí.

– Muchas gracias. -Ryan parece particularmente satisfecho con esta última información. Aparte del hecho de que Ryan no podría haberla conseguido si no nos llamaba a Jonah o a mí a testificar, me pregunto por qué la cosa parece importarle tanto.

VEINTIOCHO

– Esto no me gusta. -Rahm Karashi es un médico residente de la universidad. Trabaja en el hospital del condado seis días a la semana. Esta mañana, sus visitas incluyen la cárcel del condado, lo cual incluye a su vez tomarle a Jonah las constantes vitales, la presión y el pulso, antes de que salga para el juzgado. También le controla la medicación.

En estos momentos, Jonah está acostado en el camastro de una celda de detención, esperando a la furgoneta que lo llevará al juzgado. Tiene en el brazo un manguito de los que se usan para tomar la presión sanguínea.

El doctor Karashi está sentado en el taburete con ruedas que él mismo ha llevado a la celda. Prueba de nuevo. Pega el diafragma del estetoscopio a la parte interior del codo derecho de Jonah. El médico está haciendo girar lentamente la válvula de presión unida al manguito. Escucha unos momentos y luego menea la cabeza. Es la tercera vez que le toma la presión desde que Harry y yo hemos llegado. Intenta averiguar si la hipertensión está motivada por. los nervios que le produce la perspectiva de pasar otro día en el juzgado. Quizá la presión descienda. Pero no lo hace.

– Estoy bien -dice Jonah-. No es más que el estrés. Siempre tengo la tensión alta cuando sé que van a tomármela. -Me mira, como si yo fuera a enfadarme si el juicio se demorase por motivos de salud. En estos momentos, y según van las cosas, una demora sería una bendición.

El médico retira el estetoscopio del brazo de Jonah.

– Relájese unos instantes -dice, y luego golpea la puerta para llamar al guardia, y nos hace seña a Harry y a mí para que salgamos con él.

En cuanto la sólida puerta de la celda se cierra a nuestras espaldas, Karashi dice:

– No me gusta. No me gusta nada. A estas alturas, la medicación ya debería haber hecho efecto. Lleva una semana con ella. ¿Están ustedes seguros de que se la toma? A veces, cuando están deprimidos, los pacientes no lo hacen.

– Lo único que sé es lo que me dicen. Las enfermeras aseguran que se la toma todas las noches antes de acostarse.

– Esto no va nada bien. -El doctor Karashi mira el gráfico de tensión sanguínea que tiene entre las manos-. La tensión está cada vez más alta.

– ¿Hasta qué punto es grave esto? -pregunta Harry. Aparte de que le preocupa la salud de Jonah, Harry quiere saber si interrumpirán el juicio.

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