Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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Él niega con la cabeza.

– ¿Podemos tachar su nombre?

– Por lo que a mí respecta, sí.

– ¿Qué me dices de este tipo, Jeffers?

– ¿Floyd? No sé por qué lo han incluido en la lista. -Está echado hacia adelante y lee el papel que yo, que estoy sentado en el camastro junto a él, tengo entre las manos-. Llevo dos años sin verlo. Estuvo un tiempo trabajando en el barco. Siempre andaba por los muelles. Pero, desde luego, nunca discutí de temas personales con él.

– ¿Se te ocurre algún motivo para que lo hayan incluido en la lista? -pregunto.

– No. Creo que muchos nombres los han puesto por ponerlos.

Jonah tiene mucha razón, y Harry y yo lo sabemos. La fiscalía quiere hacernos perder tiempo en vano.

– ¿Lo empleaste como marinero? -pregunta Harry.

– Exacto. -Empuja un pedazo de gelatina con la cucharilla.

– ¿Por qué renunció? -pregunta Harry-. ¿Os peleasteis? -Una de las cosas que debemos buscar es a empleados descontentos.

– No, no. Nada de eso. En realidad, el día que renunció nos tomamos una copa juntos. Fuimos a una taberna del puerto deportivo. Había varias personas con nosotros.

Tengo la certeza de que Jonah pagó todos los tragos.

– No estaba enfadado conmigo -sigue nuestro cliente-. Me dejó porque le ofrecieron un trabajo mejor.

– ¿Sabías que tenía antecedentes?

En cuanto Harry dice esto, Jonah se vuelve hacia él.

– No, no lo sabía.

– Pues los tiene -dice Harry-. Cumplió una condena de dieciocho meses hace cosa de diez años. Acusado de hurto.

Jonah lo mira como si no comprendiese.

– Robo -aclaro yo.

– Ah…

Esto es algo que Ryan tiene que revelar, la existencia en la lista de testigos de un delincuente convicto. Jeffers podría ser objeto de recusación si la fiscalía lo llama a testificar. Sin embargo, Jonah dice que no es probable que Jeffers sea citado. Según él, no hay nada que pueda decirle al fiscal.

Seguimos repasando la lista, y encontramos a cuatro o cinco posibles testigos, gente que podría tener cosas malas que decir, un vecino que se ha peleado con él a causa de las líneas de demarcación de sus respectivas propiedades en la urbanización en la que vive Jonah, una mujer que en tiempos fue asistenta en la casa y que, según Mary, robó algo. La despidieron.

Ryan se ha mostrado muy concienzudo a la hora de recolectar trapos sucios.

Por la tarde, Ryan llama a testificar a Victor Koblinski, Vic para cualquiera que lo conozca, incluido yo. Lo vi aquella noche en el exterior de la oficina de Suade, mientras peinaban el lugar de los hechos en busca de pruebas.

Lamentablemente, Koblinski tiene buena memoria para las caras. Reconoce la mía. Moderadamente acicateado por Ryan, le dice al tribunal que yo estuve allí aquella noche. Esto confirma lo que ya testificó Brower. No dicen que se haya cometido ningún delito, pero Ryan puede ir encaminado hacia eso.

Pelo oscuro, con raya en la izquierda, grandes entradas y la coronilla al descubierto. Koblinski tiene grandes bolsas debajo de los ojos, un rostro que parece el de un perro sabueso, y su expresión resulta difícil de descifrar. Uno no sabe si está triste o simplemente adormilado.

– Sargento Koblinski. Hablemos de la noche en que vio al señor Madriani en el lugar de los hechos, acompañado del detective Brower. ¿Habló usted con él?

– No específicamente.

– ¿Los presentaron?

– No.

– O sea que usted no sabía que él era un abogado defensor que trabajaba para el señor Hale, el acusado.

– Protesto. En aquellos momentos, el señor Hale no estaba acusado de nada. No se habían presentado cargos contra él.

– Formularé de nuevo la pregunta -dice Ryan-. ¿Usted no sabía que el señor Madriani estaba trabajando para el señor Hale en aquellos momentos?

– No.

– Aquel día, usted estaba asignado a la recogida de pruebas menudas en el lugar de los hechos, ¿no?

– Exacto.

– ¿Puede usted decirle al jurado, en términos generales, en qué consiste la recogida de pruebas menudas?

– Se trata de la recogida de pequeñas partículas, a veces de cabello o fibras, a veces de material vegetal, minerales, partículas de arena, o cualquier cosa que pueda ser colocada en un portaobjetos y examinada bajo un microscopio o analizada de otro modo.

– ¿Y es usted un especialista en ese campo? ¿Cuál es su capacitación?

– Soy licenciado en Ciencia Policial, Criminología. Llevo once años en este trabajo. Cursos en Washington y Quantico, Virginia, en el Laboratorio Criminal del FBI. Seminarios anuales, en ocasiones dos veces al año, con la Asociación de Criminalistas de California. También he impartido cursos sobre la recogida de pruebas menudas en institutos comunales locales.

– ¿Puede decirle al jurado qué observó usted a su llegada a la escena del crimen en Imperial City?

– La víctima se hallaba en un parking detrás de su oficina. Yacía con la parte alta del torso hacia arriba, y la parte inferior del torso ligeramente ladeada hacia la izquierda. Estaba parcialmente oculta de la calle por las ruedas traseras y la parte posterior de un gran automóvil. Más tarde nos enteramos de que aquel vehículo en particular pertenecía a la víctima.

– ¿Inspeccionó o examinó usted la zona de los alrededores inmediatos de la víctima?

– En efecto.

– ¿Y qué encontró?

– Había un gran charco de sangre. Algunas pisadas en torno a él. Más tarde establecimos que tales huellas encajaban con las de las suelas de los zapatos de uno de los paramédicos que llegaron a la escena del crimen en primer lugar.

– O sea que, antes de que usted llegase, los paramédicos habían intentado salvar a la víctima.

– Sí. Pero, por lo que me dijeron, ya había muerto.

– ¿Qué más encontró usted?

– Un casquillo de bala. A cosa de dos metros y medio del cuerpo. También había una mancha de sangre sobre el suelo, en el lugar en el que habían arrastrado a la víctima.

– ¿Arrastrado? -pregunta Ryan. Al decirlo se vuelve hacia el jurado.

– Sí. Parecía como si la hubiesen empujado o sacado de un vehículo después de recibir los disparos.

– ¿Y luego?

– La arrastraron de espaldas. Una de las heridas era hemorrágica y sangraba copiosamente.

– ¿Y eso dejó un rastro en el suelo?

– Sobre el pavimento -dice Koblinski-. También encontramos pequeños granos de gravilla del suelo incrustados en sus ropas, y abrasiones en los tejidos, que nos hicieron llegar a la conclusión de que la víctima había sido arrastrada.

– ¿Qué distancia?

– Quizá dos metros o dos metros y medio. No más. Sólo lo suficiente para permitir que el vehículo se moviese sin arrollar el cuerpo.

– ¿Qué más encontró, aparte del casquillo de bala y el charco de sangre? -En este punto, Ryan alza una mano-. Antes de seguir adelante: ¿determinó usted cuál era el calibre de la cápsula?

– Tres ochenta -dice Koblinski.

– Gracias. ¿Qué más encontró?

– Había una colilla de cigarro aplastada.

Ryan hace una pausa, rebusca en el carrito de las pruebas durante unos instantes, y luego tiende una de las bolsas de papel al alguacil, que a su vez la entrega al testigo.

Koblinski identifica rápidamente la colilla como la que fue encontrada en el lugar de los hechos.

– Tiene mi etiqueta identificadora -dice.

– ¿Mostró usted a alguien este cigarro en la escena del crimen?

– Sí.

– ¿A quién?

– A él. -Koblinski me señala-. Y a Brower. -Pronuncia el nombre de Brower como si fuera una palabrota.

– Que conste en acta que el testigo ha identificado al abogado defensor, el señor Madriani.

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