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Dan Fesperman: El barco de los grandes pesares

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Dan Fesperman El barco de los grandes pesares

El barco de los grandes pesares: краткое содержание, описание и аннотация

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Vlado Petric, un ex policía en el Sarajevo desgarrado por la guerra, tiene que dejar su tierra para reunirse con su esposa y su hija en Alemania, donde se gana modestamente el sustento como trabajador de la construcción en las obras del nuevo Berlín. Una tarde, al volver a casa después de la jornada laboral, un enigmático investigador estadounidense le está esperando en el pequeño apartamento familiar. El investigador, Calvin Pine, enviado por el Tribunal Internacional para Crímenes de Guerra en la ex Yugoslavia, solicita a Petric que viaje a La Haya. Petric acepta sin titubear cuando Pine le dice que están siguiendo a un pez gordo: uno de los hombres a los que consideran responsables de la terrible matanza de Srebrenica. Lo que Petric no sabe es que lo están utilizando como cebo para descubrir a un asesino de la generación anterior, un hombre cuyas actividades en la Segunda Guerra Mundial hacen que los asesinos de ésta parezcan aficionados.

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– Eso es porque ustedes no crecieron oyendo a los mayores renegar de la última guerra. Diciendo que no te creas todas esas tonterías de la paz y la hermandad porque un día esa gente de la casa de al lado intentará hacértelo otra vez. En algunos lugares daba igual que fueras serbio, musulmán o croata. La desconfianza nunca llegó a desaparecer de verdad, y una vez que comenzaron los combates… ¡zas! Se acabaron la paz y la hermandad.

– Nosotros también tenemos un montón de viejos chochos que refunfuñan cuando se sientan a cenar. Pero pensaba que crecer era en parte no creer ni una palabra de lo que los padres te dicen. En América nadie escucha a los viejos chochos excepto otros viejos chochos. ¿Pero qué os pasó a vosotros, tíos?

A esas alturas Pine estaba borracho. Pero Vlado, también alegre, se dio cuenta de que aquel hombre había hecho una buena observación.

– Supongo que todos adquirimos algo más de lo debido de la «sabiduría de los mayores». Hasta yo lo hice. Y mire dónde nos ha llevado.

– Pero usted no se dedicó a cazar serbios durante la guerra, así que no es posible que estuviese demasiado envenenado. ¿Cuál era la sabiduría de los mayores de su casa?

Otra buena pregunta. Vlado se encogió de hombros, mientras lo pensaba.

– A mi padre le traía sin cuidado la política, así que tal vez sea por eso por lo que yo tampoco me preocupé mucho por ella. Lo que transmitía eran cosas pequeñas en su mayoría. Su forma de vivir. Sus hábitos de trabajo. Ser leal, una persona en la que se pudiera confiar. Demostrar que, incluso cuando venían mal dadas, era posible doblarse sin romperse.

– Nada de estrechez de miras, entonces. Nada de la mentalidad pueblerina en la que debió de criarse.

– También en eso, sólo pequeñas cosas. Viejas historias sobre sus primos o sus tías. Tradiciones los días de fiesta. La mejor manera de descuartizar un cordero para un banquete de boda. La mejor manera de reparar una junta universal rota. Cosas que se podían hacer con las manos. Algunos padres transmitían sus creencias, sus odios y pasiones. El mío me dio su forma de ver la vida. Y una caja de herramientas.

– ¿Una caja de herramientas?

– Es lo más importante que me dejó al morir. Eso y algunas fotografías antiguas.

Pine no tenía nada que decir a aquello. Se pasó la mano por la cara y se inclinó hacia la mesa.

– He bebido demasiado.

– Tal vez un poco -dijo Vlado con una sonrisa.

– Supongo que hemos obligado a Jasmina a acostarse.

La sonrisa de Vlado se hizo más amplia.

– Ahora somos nosotros los que actuamos como viejos chochos aldeanos. Bebiendo hasta las tantas una vez que las mujeres se han ido a la cama. Ahora es cuando se supone que debemos sacar una baraja, o comenzar a discutir y tirar al suelo la mesa.

Pero Jasmina no estaba dormida. Vlado miró hacia el pasillo y vio una línea de luz debajo de su puerta. Aquello le hizo recordar algo que le había estado rondando por la cabeza durante toda la noche. Antes de acabar la noche, tenía que ocuparse de ello, cara a cara. Pine habló en voz alta desde el otro lado de la mesa, rompiendo su ensoñación.

– Bueno, dele otros seiscientos años a América y tal vez nos quememos las casas unos a otros. Desde luego, entonces todos tendremos un número ilimitado de canales en el sistema de televisión por cable, así que nadie tendrá tiempo de empezar una guerra.

Entrechocaron las copas por eso, riendo.

– Tal vez toda Bosnia necesite perder un poco la memoria colectiva -dijo Pine-. Muchos de nosotros en el Tribunal pensamos que es la única solución verdadera. Un poco de terapia de electrochoque para todos y se acabaron los problemas.

Pine volvió a reír.

Vlado quiso hacerlo. Pero había algo vagamente perturbador en el pensamiento de todos aquellos americanos y europeos en sus elegantes apartamentos holandeses, que se reían mientras tomaban cócteles de la recurrente locura genocida de su país. Divirtiéndose a costa de todos aquellos rudos campesinos con su curiosa ignorancia, tan distantes de los europeos más modernos como de los campesinos con cara de pan de Brueguel.

Vlado aspiró profundamente de su cigarrillo y expulsó una nube hacia Pine. Si aquel hombre podía habituarse a la historia de los Balcanes, podía acostumbrarse al humo de los Balcanes.

– Mire, ese trabajo que me pide que acepte; se lo voy a decir ahora mismo, es probable que lo haga. Jasmina no querrá mudarse. Detesta el trabajo que hay por aquí, pero le gusta la paz, la estabilidad, así que eso es algo que tendremos que decidir más tarde. Pero me sigo preguntando en qué diablos me estoy metiendo. Tal como yo lo entiendo, ustedes quieren mi «pericia local» para ayudarles a echar mano a un anciano del que nunca he oído hablar, de una guerra que no conocí, en una ciudad que puede que nunca haya visto. Y le voy a decir ahora que nunca he trabajado en la clandestinidad. No estoy seguro de lo convincente que pueda ser haciéndome pasar por algún tipo de agente de concesiones de remoción de minas. Así que dígame, ¿qué parte del cuadro me estoy perdiendo? ¿Por qué yo?

Pine sonrió, entrecerrando los ojos en medio del humo del tabaco. Vlado lo vio tambalearse ligeramente, quizá por el agotamiento del largo viaje en tren, la comida fuerte y las cinco copas de brandy. Después Pine se enderezó en su silla, como si se hubiera dado cuenta de que había bajado la guardia. Tenía cuidado cuando debía tenerlo, observó Vlado. Tal vez aquello era parte de su formación como abogado.

– Buena pregunta. Pero tendrá que reservarla para mi jefe. Lo conocerá esta misma semana. Sólo diga que sí y lo sabrá muy pronto. Lo único que puedo decirle es que, basándome en su expediente, es usted lo que se suele llamar «el último policía honesto de Bosnia».

Aquello mereció otras risas, y Vlado sirvió una última copa. La respuesta de Pine debería haber activado una alarma, Vlado lo sabía, pero tenía sus propios medios para responder a las preguntas que seguían inquietándolo, sin importar lo tardío de la hora.

Por el momento, sin embargo, su impulso dominante era hacer el equipaje, sentarse ante un montón de notas sobre casos y comenzar a hacer el trabajo que hacía antes. Si lo hubieran presionado, incluso se habría subido a un coche en aquel mismo instante para viajar hacia el sur durante dieciocho horas, cruzar la frontera y ascender a las verdes colinas, con los oídos destapándose, las ventanillas abiertas, sintiendo en la cara el aire fresco de las hayas, los álamos y los pinos. Estaba listo para ir a casa; cuanto antes, mejor.

Se despidieron en la puerta unos minutos después. Jasmina se unió a ellos, con los brazos cruzados. Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja, Pine se dirigió a una cabina telefónica que había en la calle.

En general, pensó, había sido una velada productiva, aunque había costado un rato animar a aquel hombre. Había leído el expediente de Vlado en el largo viaje en tren desde Amsterdam y le había causado buena impresión. Las evaluaciones de sus años como detective habían sido especialmente destacadas: brillante, inquisitivo, independiente hasta convertirlo en defecto, algo que a Pine no le importaba porque esa misma clase de palabras aparecían siempre en sus propias evaluaciones. Algo aún mejor, aquel hombre había permanecido alejado de la bebida, toda una proeza cuando alguien es un exiliado que trabaja en un empleo mal pagado y muy por debajo de sus aptitudes.

Sin embargo, la primera impresión de Pine en persona había sido discordante. Vlado le había parecido uno de aquellos jóvenes cultivadores de tabaco de su país, en el condado de Lasser, a quienes su padre había desahuciado por cuenta de un terrateniente, o a quienes había demandado hasta el último centavo por cuenta de la compañía de electricidad. Adoptaban la pose de duros y decididos, pero en realidad eran ingenuos, siempre creían que vendrían tiempos mejores, hasta que una mañana se despertaban y se encontraban viejos y pobres, y se daban cuenta demasiado tarde de que sólo trabajar con denuedo no asegura la salvación.

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