Ésa es toda la invitación que necesito para volver a la carga. ¡Hoy soy una dinamo! Alguien debería embotellar mi energía sexual y utilizarla para electrificar la India.
Casi cuatro horas e incontables sesiones amatorias desde que Sarah llegó a mi apartamento esta tarde. La invito a pasar la noche conmigo. Ella acepta.
– Deja que vuelva a mi hotel a buscar mis cosas -dice.
– Te llevaré en coche -me ofrezco.
– He alquilado uno.
– No conoces el camino.
– Tengo un plano -dice ella, y se echa a reír-. Cariño, esta vez volveré, ¿de acuerdo? -Sarah, ahora completamente vestida, se inclina sobre la cama y me besa en la boca. Su lengua busca ansiosamente la mía. Trato de ponerla de espaldas en la cama para otra sesión de juegos, pero ella se aparta sacudiendo un dedo. Eres un niño travieso -dice con una sonrisa-. Tendrás que esperar para eso.
Asiento. Realmente será mejor si nos separamos durante un par de horas. Eso le dará tiempo a Sarah para preparar su equipaje, y a mí para ajustar el disfraz y adaptarme a la realidad de lo que acaba de ocurrir. Ahora que mi cerebro se ha liberado del éxtasis constante de las cumbres orgásmicas, tiene una posibilidad de ocuparse de la actual pérdida de sensibilidad en la cola. Todos los ajustes están en orden.
Salto fuera de la cama -ahí está ese hormigueo- y acompaño a Sarah hasta el vestíbulo. Nos abrazamos otra vez, y me oculto detrás de la puerta cuando ella sale del apartamento. No soy un exhibicionista, disfrazado o no.
– ¿Una hora aproximadamente?
Ella se echa a reír, obviamente divertida por mi falta de vanidad. La quiero, y ella lo sabe; fin de la historia.
– Lo antes posible, Vincent.
Sopla un beso hacia mí y se aleja en dirección al coche. Cierro la puerta con llave y me aseguro de que las persianas están bajadas.
Ese hormigueo, esa comezón, se ha intensificado, y ahora se extiende por todo el cuerpo. Algo importante debe de haber dejado de funcionar en las profundidades de mi disfraz, y sólo puedo esperar descubrirlo a tiempo para impedir daños mayores. No me molesto en quitarme la máscara y el torso falsos, ya que es un verdadero fastidio aplicar correctamente el pegamento para conseguir esa firme sujeción capaz de resistir el más intenso ataque de besos, pero sí me despojo de la parte inferior de mi capa exterior. El traje de látex se desprende lentamente de mi pellejo y la parte posterior tiene una consistencia gomosa gracias a la concentración de sudor y otros fluidos naturales expulsados en las últimas horas.
De pie en la sala de estar, delante del espejo de cuerpo entero que cuelga de la pared, examino mis fajas y bragueros sustentadores, buscando alguna rotura en su superestructura. Hasta ahora no veo nada anormal. ¿Es posible que esta sensación, tan próxima a mi entrepierna, sea puramente psicológica? ¿Una consecuencia de la culpa reprimida por lo que sin duda alguna es el acto más antinatural que he cometido en mi vida? Realmente espero que no, porque si tengo alguna voz en este asunto, pienso ser antinatural otra vez.
Espera, espera… Ahí está. Justo debajo de mi serie G, la grapa que siempre me causa los mayores problemas. Una tira de tela se las ha ingeniado de alguna manera para doblarse y formar un nudo corredizo en mi cola. No puedo imaginar cómo pudo haber ocurrido, pero con todas esas nuevas e interesantes posturas que Sarah y yo estuvimos practicando durante horas, no me sorprende el resultado.
Cogiendo la cola con una mano aún enguantada, tiro de la tela hacia abajo y hacia afuera, colocándola en una posición menos peligrosa; casi al instante recupero la sensibilidad, una gloriosa sensación que invade nuevamente mi cuerpo como un río liberado de su presa. No es tan agradable como hacer el amor con Sarah, pero ocupa un ventajoso segundo lugar.
Tal vez debería quitarme completamente el disfraz y hacer todos aquellos reajustes necesarios para impedir que esto vuelva a pasarme. Espero que Sarah y yo podamos repetir nuestra actuación anterior una vez que ella regrese al apartamento y no quiero que ningún desperfecto técnico se interponga entre nosotros. La próxima vez, esa tira de tela podría enrollarse y quedarse atascada en alguna parte mucho más vital que mi cola.
Localizo los botones invertidos ocultos detrás de mis pezones y los extraigo de sus confínes, forcejeando para apartar el torso de látex de la piel interna. Los torsos siempre me dan problemas, tal vez porque en ellos hay muy pocos lugares para ocultar las fijaciones indispensables. Las máscaras disponen de incontables escondites: debajo del pelo, dentro de la oreja, en la nariz, etc. La parte inferior del cuerpo permite la colocación de cremalleras y botones en otras áreas menos aceptables socialmente, aunque a la larga funcionan bien.
Ya casi he conseguido coger esa última tira de velero que se ha desprendido. Hago un esfuerzo, extiendo la mano…
Y Sarah entra por la puerta.
– Vincent, olvidé preguntarte qué calle…
Se queda paralizada. Yo me quedo paralizado. Sólo sus ojos se mueven, y recorren mi cuerpo a medio disfrazar, tratando de asimilar el espectáculo que se desarrolla delante de ella. Y puedo proyectarme en la cabeza de Sarah, verme a mí mismo del modo como debo verme a través de sus ojos: un lagarto vestido con piel humana separada del cuerpo, una bestia que ha surgido arrastrándose desde las profundidades de la prehistoria para aterrorizar y devorar a jóvenes y pequeñas mujeres. Un monstruo, una aberración de la naturaleza. Lujuria, y pasión, erotismo, y también amor, quedan olvidados cuando mi instinto, mi jodido instinto, ordena la ley marcial en mi cuerpo y se hace cargo de todas las funciones.
– Vincent… -dice ella, pero la interrumpo con un poderoso salto a través de la habitación.
Cierro la puerta con una garra ya expuesta y reboto en la pared para golpear a Sarah en el pecho. Ella cae al suelo, aterrizando de espaldas con una sorprendida exhalación de todo el aire de los pulmones. Mis garras buscan su garganta mientras mis rugidos hacen añicos el espejo y los diminutos cristales caen sobre la alfombra.
Conozco cuál es mi deber. Tengo que matarla.
– Lo siento, Sarah -consigo decir, al mismo tiempo que preparo mi garra para el salto final sobre su hermoso y tembloroso cuello. Ella jadea tratando de respirar, tratando de decir algo, pero el aliento no alcanza a salir…
– Lo siento -repito, y lanzo el golpe final.
Me quedo bloqueado. Su brazo inmoviliza el mío en el aire, y las afiladas garras se detienen a centímetros de su garganta. ¿Cómo es posible? Tal vez el pánico ha hecho que sacara sus últimas fuerzas. Lanzo un golpe con la otra mano. Las cuchillas naturales destellan en…
Pero el golpe queda detenido en el aire otra vez. Sarah lucha con mis brazos, manteniendo su muerte a raya. Tiene el rostro convulsionado por el dolor.
– Vincent -consigue decir, y su voz es dos octavas más grave que antes-. Espera.
Pero aún persiste esa sensación innata de peligro, de responsabilidad. Me dice: «¡No te detengas, acaba el trabajo, mata a la humana antes de que ella lo revele todo al mundo!»; Y vuelvo a contraer los músculos, ansioso por terminar con aquello de una vez y comenzar lo que seguramente será un prolongado período de duelo.
– Espera -repite Sarah, y esta vez esa palabra consigue atravesar el estrépito de la demencia instintiva y frena la presión de mis brazos. ¿Es una estupidez de mi parte? ¿Acaso ha vuelto a aparecer ese hábito humano de tratar de entender todas las cosas, lo que cuesta un valioso tiempo? En el mundo de los dinosaurios no analizamos todas las cosas hasta la exasperación. Nosotros vemos, reaccionamos y conquistamos. Con mi cópula interespecies a apenas media hora detras de mí, me siento profundamente disgustado por cualesquiera mínimos rasgos de humanidad que pueda haber incorporado a mi persona a lo largo de!os años. ¡Debería matarla ahora! Pero me encuentro esperando lo que Sarah tiene que decirme.
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