– Éste es el ataque más reciente -dice-. Una hembra velocirraptor gritó que yo era un pecador y me lanzó su golpe mortal. «Un pecador», me llamó. En estos tiempos. Sí…
Hacer pública cualquier información reunida por el Consejo antes de que se haya tomado una decisión oficial, y antes de que el sujeto de la información pueda ser notificado, es un terminante no-no, y aunque había oído decir que alguien del Consejo Metropolitano de Nueva York (MYMC) era culpable de haberse ido de la lengua, no tenía ni idea de que se llegase a estos extremos. Una vez más le aseguro a! genetista que no hay forma alguna de que el Consejo pueda enterarse de la información que él tenga a bien proporcionarme hoy. No le digo que ello se debe a que preferiría pasar el resto de mi vida como un paria antes que volver a unirme a ese grupo de hipócritas.
Un momento después de que Vallardo llame a la recepcionista, aparecen dos brontosaurios con semblante humano y me son presentados como Frank y Peter. Sus atuendos les señalan como mellizos y hasta donde puedo asegurarlo por su comparable enormidad también podrían haber pertenecido a la misma carnada. El proceso evolutivo que nos encogió al resto de los dinosaurios hasta alturas relativamente manejables -para algunos de nosotros, demasiado manejables- no tuvo un efecto similar sobre los brontosaurios, de manera que resulta evidente que son los mayores dinosaurios que habitan la tierra. No es extraño, por tanto, que tantos de ellos jueguen en la Liga Nacional de Fútbol Americano.
Una vez que el cuarteto está preparado, nos dirigimos al laboratorio.
El área asignada al doctor Vallardo dentro del Centro Médico Cook es engañosa en cuanto a su tamaño; se trata de una delicada ilusión óptica. A primera vista no es más que una suite común, compuesta principalmente por la sala de espera, unos cuantos consultorios y su despacho. Pero a través de una puerta corredera situada detrás del escritorio de Bárbara, a lo largo de un corredor claustrofóbico y más allá de una serie de puertas metálicas provistas de cerraduras codificadas, se encuentra un impresionante centro de investigación, que convierte en obsoleta cualquier cosa que se pueda haber visto alguna vez en Star Trek.
Me siento obviamente admirado, y el doctor Vallardo no parece sorprendido.
– Sí, sí; veo que le gusta -dice.
El doctor Vallardo me coge del brazo. Su excitación alimenta la mía en una sinergia de anticipación, y me conduce hacia el núcleo de toda aquella operación. Frank y Peter, impasibles, nos siguen a menos de un metro.
Aparte de los zumbidos, y los pitidos, y los silbidos, y aparte de las cubetas, y los tubos de ensayo, y los frascos, lo que más me desconcierta son los científicos. Hay docenas de ellos, más de un centenar, alineados en filas, doblados por la cintura como pajitas de plástico. Tienen los ojos pegados a los microscopios, a las cajas de Petri, a las muestras de semen. Es evidente que se trata de un ambiente de trabajo intensivo; como el de Manny, sólo que de tecnología superior y con mejor aire acondicionado.
– Éste es mi laboratorio -dice el doctor Vallardo efusivamente, disfrutando de la oportunidad de exhibir su lugar de trabajo. Yo por lo menos me siento dispuesto a dejar que me impresione cualquier oficina que sea dieciséis mil veces más grande que la mía. ¿De dónde saca este tío la pasta para financiar semejante operación?
– Es impresionante -digo.
El doctor Vallardo me conduce a través de una fila de científicos con batas blancas que se mueven como ratas de laboratorio entre sus artefactos, haciendo pruebas, tomándose apenas un segundo para saludar a su jefe y luego de vuelta ai trabajo, mientras restalla el látigo autoimpuesto. Nos aproximamos a un joven que lleva gafas y un peinado tipo culo de pato en su disfraz, que es un intento humorístico de rememorar los días de James Dean y Marión Brando. Debe de tratarse de un modelo Nanjutsu, similar al de Jayne Mansfield que sacaron hace unos años. En esta época se lleva el estilo retro en los disfraces; he estado considerando seriamente la posibilidad de añadir al mío un poco de vello en el pecho -Accesorio 513, Estilo Connery n.° 2- y una cadena de oro. Podría complementar mi bigote, del cual debería añadir que no ha merecido ningún comentario negativo en todo el día.
Me presentan a un montón de gente y me lleva dos minutos convencer al doctor Gordon -el joven científico- de que no tengo intención de filtrar información al Consejo. Obviamente, todos han estado sometidos a una fuerte presión últimamente.
– li doctor Gordon está trabajando en la transferencia de proteína para el segundo receptor -explica el doctor Vallardo, y toda esa jerga científica me estruja la cabeza como si fuese un viejo paño para secar los platos-. Ha descubierto una forma de utilizar la citosina de un ramal, y…
– ¡Eh, doctor, espere un momento!
Me duele la cabeza, y sólo llevo aquí abajo un par de minutos.
– ¿Voy demasiado de prisa? -pregunta el médico.
– Ya lo creo. -El simple hecho de que vaya es demasiado para mí-. ¿Puede explicármelo en un idioma que yo pueda entender?
– ¿Acaso no ha leído antes mi trabajo? -pregunta.
– Lamento decirle que no. Sólo tengo algunas nociones básicas, y eso es todo.
El doctor Vallardo reflexiona un momento sobre lo que acabo de decir y sus frondosas cejas trabajan como si fuesen larvas sobre su ceño fruncido.
– Venga, venga -dice, y todo parece indicar que ha tomado una decisión. Dejamos al joven científico, que se muestra más que feliz de tener la ocasión de regresar a su trabajo.
Vallardo me conduce a través del laboratorio y bajamos un tramo de escalera.
– Antes solía…, cómo podría decirlo…, convencer a la gente. -Abre otra puerta corredera accionando un código-. Todos estos años de enseñanza y aislamiento entre otros científicos supongo que producen esta situación. Sí, sí.
– No se trata de eso -digo, aunque parcialmente lo es-. Estaba buscando, sobre todo, una perspectiva general de su trabajo. Trazos gruesos.
– Sí, sí. Entonces esto tal vez resulte más apropiado.
Nos encontramos en un corredor cubierto de pared a pared y del techo al suelo por filas de tubos fluorescentes, que despiden una pálida luz roja. El doctor Vallardo se coloca en medio del corredor, levanta los brazos y gira como si fuese una bailarína de ballet. Frank y Peter se unen a é¡ y la visión de estos dos gigantes interpretando Cascanueces está a punto de provocarme un ataque de histeria.
– Rayos ultravioleta de baja intensidad -explica el doctor Vallardo, instándome a que siga al líder-. Eliminan las bacterias superficiales. Hemos intentado con dosis más potentes, pero todo el mundo se ponía enfermo. Sí, sí.
¡Qué tranquilizador! Levanto los brazos con cierta reticencia y sincronizo mis movimientos con los de Vallardo, Frank y Peter para seguir su danza surrealista.
Una vez que ha caído el telón salimos por el otro extremo del corredor, desinfectados y preparados para la acción.
– En un momento cerraré la puerta detrás de nosotros -dice el doctor Vallardo, y tengo la sensación de que Frank y Peter ya han pasado por esto cientos de veces-, y las luces se apagarán. No podrá ver absolutamente nada, pero no debe preocuparse, es algo normal, sí. Se abrirá otra puerta, y yo lo conduciré al otro lado. Esa puerta también se cerrará y, durante unos minutos, todo permanecerá oscuro, ¿sí? Así pues, permanezca absolutamente inmóvil y no chocará con nada. Los niveles de luz son muy bajos, y eso tiene una explicación.
Asiento.
– Estoy listo cuando usted lo esté.
Con un chasquido eléctrico, las luces se apagan. Alcanzo a oír eí sonido sibilante de otra puerta que se desliza y siento una mano fuerte que se apoya en mi hombro. Me ayudan a avanzar unos cuantos pasos y puedo sentir una brisa cuando la puerta se cierra detrás de nosotros. Esperamos.
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