La casa de comidas estaba en National Boulevard, no lejos del cine por-no Pussycat. El Pussycat hab í a nacido con el nombre de teatro Bush en 1928, luego, en sucesivas etapas de su historia, hab í a sido el National, el Aboline y el Paris, antes de incorporarse por fin a la corriente porno en la d é cada de 1960. Cuando Louis llegaba a trabajar cada ma ñ ana poco despu é s de las cinco, el Pussycat estaba dormido y en silencio, como una puta vieja despu é s de una dura noche de faena, pero cuando se iba, doce horas m á s tarde, una continua cola de hombres ya hab í a empezado a hacer uso de las instalaciones del Pussycat, aunque, como comentaba a menudo el se ñ or Vasich, el propietario de la casa de comidas: « Ninguno se queda m á s tiempo de lo que duran unos dibujos animados » .
El trabajo en la Casa de Comidas N ú mero Uno de Vasich, cuyo nombre se anunciaba en un cartel de ne ó n amarillo y rosa, consist í a en hacer todo lo necesario para que el establecimiento permaneciera en marcha, salvo preparar la comida o cobrar a los clientes. Fregaba, pelaba patatas, desgranaba ma í z y sacaba brillo. Ayudaba con las entregas de los repartidores y a sacar la basura. Se aseguraba de que los lavabos estuvieran limpios y de que hubiera papel higi é nico en los retretes. Por eso le pagaban el salario m í nimo, 1,40 d ó lares la hora, de los que el se ñ or Vasich deduc í a veinte centavos por hora en concepto de alojamiento y comida. Trabajaba sesenta horas semanales, y libraba los domingos, aunque si quer í a, pod í a ir y poner al d í a la contabilidad durante un par de horas la ma ñ ana del domingo, por lo que el se ñ or Vasich le pagaba cinco d ó lares limpios, sin hacer preguntas. Louis hac í a las horas extra. Gastaba s ó lo una peque ñ a parte del dinero que ganaba, salvo por alguna que otra pel í cula que se conced í a un domingo por la tarde, ya que el se ñ or Vasich le daba bien de comer y le proporcionaba una habitaci ó n en el piso de arriba con un cuarto de ba ñ o al otro lado del pasillo. Desde donde Louis se alojaba, no hab í a acceso a la propia casa de comidas, y el resto de las habitaciones se empleaban como almac é n y dep ó sito de una colecci ó n de muebles rotos y desparejados, casi ninguno relacionado con el negocio.
Transcurridas dos semanas fue en autob ú s a Tijuana y, despu é s de recorrer las calles durante dos horas, al final se compr ó un rev ó lver Smith & Wesson modelo Airweight, de aleaci ó n de aluminio y calibre 38, junto con dos cajas de munici ó n, en una tienda cerca de S á nchez Taboda. Combinando una simple demostraci ó n manual con un ingl é s macarr ó nico, el vendedor le ense ñó c ó mo se desprend í a el tambor y se accionaba la varilla eyectora para acceder a la placa eyectora central. El rev ó lver ol í a a limpio, y el hombre dio a Louis un cepillo y un poco de aceite para mantener el arma en ese mismo estado. Despu é s, Louis intent ó comprarse un bocadillo, pero todas las panader í as estaban cerradas, aparentemente porque se hab í a almacenado un pesticida junto con los ingredientes para hacer el pan en un dep ó sito estatal de Mexicali, lo cual hab í a causado la muerte de cierta cantidad de ni ñ os. Se conform ó , pues, con medio pollo sobre una base de lechuga mustia antes de regresar a Estados Unidos.
Encontr ó una bicicleta vieja en uno de los trasteros del se ñ or Vasich e hizo reparar las ruedas y cambiar la cadena pag á ndolo de su bolsillo. El domingo siguiente meti ó en una bolsa una botella de agua, un bocadillo de la casa de comidas, un donut, unas cuantas botellas vac í as y el rev ó lver, y se dirigi ó con la bicicleta hacia el oeste hasta dejar la ciudad atr á s. Escondi ó la bicicleta entre unos arbustos y se alej ó de la carretera hasta llegar a una hondonada de pedruscos y rocalla. All í se pas ó una hora disparando a las botellas, que sustituy ó por piedras cuando s ó lo quedaban esquirlas de cristal. Era la primera vez que sosten í a en las manos y disparaba un rev ó lver, pero pronto se habitu ó al peso y al sonido que produc í a. En general, dispar ó desde una distancia no superior a los cinco metros, suponiendo que, a la hora de la verdad, probablemente utilizar í a el arma desde cerca. En cuanto se qued ó satisfecho del resultado y de su conocimiento del arma, enterr ó los cristales rotos, recogi ó con cuidado los casquillos y volvi ó a la ciudad en la bicicleta.
La espera lleg ó a su fin una noche c á lida y tranquila de agosto. Lo despertaron los crujidos del suelo de madera ante su habitaci ó n. Fuera todav í a era de noche, y no ten í a la sensaci ó n de llevar mucho tiempo dormido. No sab í a c ó mo hab í an conseguido acercarse tanto sin que los oyera. A las habitaciones de esa planta se llegaba por una precaria escalera de madera situada a la derecha del edificio, y Louis siempre dejaba la puerta de la calle cerrada con llave por insistencia del se ñ or Vasich. Sin embargo, no le sorprendi ó que por fin lo hubieran encontrado. Gabriel le hab í a anunciado que ocurrir í a, y é l mismo era consciente de que as í ser í a. Sali ó de entre las s á banas, en calzoncillos, y alarg ó el brazo hacia el rev ó lver al mismo tiempo que echaban abajo la puerta de la habitaci ó n de una patada y un gordo de cabeza redonda aparec í a en el umbral. Detr á s, Louis vio asomar a otro hombre de menor estatura.
El individuo corpulento empu ñ aba una pistola de ca ñó n largo, pero no apuntaba hacia el chico, todav í a no. Louis levant ó su propia arma. Le tembl ó la mano, no por miedo, sino por la repentina subida de adrenalina en su organismo. No obstante, el hombre plantado en la puerta lo interpret ó mal.
– Ya lo ves, chico -dijo Griggs-. Tienes un arma, pero es dif í cil matar a un hombre a bocajarro. Es muy…
Читать дальше