»Es posible que tenga una profesión con proyección pública, así que probablemente se trate de un hombre sociable y eso le permita seleccionar a sus víctimas. Puede que haya manifestado conductas antisociales en el pasado, pero no necesariamente lo bastante graves como para tener antecedentes policiales.
»A menudo, los sádicos sexuales son admiradores entusiastas de la policía o fanáticos de las armas. Quizás intente mantenerse al corriente de los avances de la investigación, así que permaneced atentos a los tipos que se presenten con pistas o pretendan vender información. También tiene el coche limpio y en buen estado: limpio para no llamar la atención; en buen estado para asegurarse de que no se quedará inmovilizado en el lugar del delito o cerca. Podría ser que lo hubiera manipulado para poder transportar a sus víctimas; habrá quitado las palancas de las puertas y de las ventanillas traseras, tal vez haya insonorizado el maletero. Si creéis tener a un posible sospechoso, comprobad si en el maletero lleva combustible de reserva, agua, cuerdas, esposas, cualquier clase de atadura.
»Si solicitáis una orden de registro, buscad objetos relacionados con comportamientos violentos o sexuales: revistas y vídeos pornográficos, publicaciones de sucesos del más bajo nivel, vibradores, pinzas, ropa de mujer, en especial prendas íntimas. Algunas quizás hayan pertenecido a las víctimas, o también es posible que se haya quedado con otros objetos personales de ellas. Buscad igualmente diarios o manuscritos; pueden contener detalles de las víctimas, fantasías, o incluso los propios crímenes. Asimismo, este individuo podría tener una colección de material policial y también, casi con toda seguridad, un buen conocimiento de la manera de actuar de la policía. -Wolfe respiró hondo y se recostó en su silla.
– ¿Volverá a hacerlo? -preguntó Walter.
En la sala se produjo un breve silencio.
– Sí, pero estás dando algo por sentado -respondió Wolfe.
Walter la miró con perplejidad.
– Estás dando por sentado que éste es el primer caso. ¿Supongo que ya se ha puesto en marcha un PDDV?
El PDDV, en vigor desde 1985, es el Programa para la Detención de Delincuentes Violentos. Según este programa, siempre debe realizarse un informe sobre los homicidios o atentados resueltos o pendientes de solución, en especial cuando se ha producido un secuestro o cuando son aparentemente aleatorios, inmotivados o con una clara orientación sexual; sobre casos de personas desaparecidas cuando existe una sospecha de criminalidad; y sobre cadáveres no identificados, cuando se sabe o se sospecha que un homicidio ha sido la causa de la muerte. El informe se remite al Centro Nacional de Análisis de Delitos Violentos, en la academia del FBI en Quantico, a fin de establecer si existen en la base de datos del PDDV casos de características análogas.
– Ya se envió.
– ¿Habéis solicitado un perfil?
– Sí, pero aún no ha llegado. Extraoficialmente, el modus operandi no coincide con ningún otro. La extracción de la piel de las caras lo convierte en caso aparte.
– Sí, ¿qué puedes decirnos en cuanto a las caras? -Era Joiner quien volvía a intervenir.
– Sigo indagando -contestó Wolfe-. Ciertos asesinos se llevan recuerdos de sus víctimas. En este caso podría haber un componente pseudorreligioso o expiatorio. Lo siento, pero en realidad aún no estoy segura.
– ¿Crees que podría haber hecho algo parecido antes? -preguntó Walter.
Wolfe asintió con la cabeza.
– Es posible. Si ha matado antes, quizás haya escondido los cadáveres, y estos asesinatos podrían representar una variación con respecto a una pauta de comportamiento anterior. Tal vez, después de matar callada y discretamente, quería saltar a un plano más público. Quizá deseaba atraer la atención sobre su obra. El hecho de que estos asesinatos hayan sido, desde su punto de vista, poco satisfactorios, podría inducirlo a volver a su antigua pauta; o bien podría pasar a un periodo latente, ésa sería otra posibilidad.
»Pero si he de arriesgar una respuesta, diría que ha estado preparando con mucho cuidado su siguiente paso. Esta vez cometió errores y dudo que alcanzara el resultado que pretendía. La próxima vez no habrá errores. La próxima vez, a menos que lo atrapéis antes, causará verdadero impacto.
La puerta de la sala de interrogatorios se abrió y entró Walter acompañado de otros dos hombres.
– Éste es el agente especial Ross, del FBI, y éste el inspector Barth, de Robos -dijo Walter-. Barth ha estado trabajando en el caso Watts y el agente Ross se ocupa del crimen organizado.
De cerca, el traje de hilo de Ross parecía caro y hecho a medida. Comparado con él, Barth, con su cazadora de JCPenney, parecía un desarrapado. Los dos permanecieron de pie, uno frente al otro, y saludaron inclinando la cabeza. Cuando Walter se sentó, Barth se sentó también. Ross se quedó de pie contra la pared. -¿Hay algo que no nos hayas contado? -preguntó Walter. -No -respondí-. Sabes lo mismo que yo.
– Según el agente Ross, Sonny Ferrera está detrás del asesinato de Watts y su novia, y tú sabes más de lo que dices.
Ross se quitó algo de la manga de la camisa y lo tiró al suelo con cara de aversión. Creo que con ese gesto daba a entender que para él yo era poco más que esa mota.
– Sonny no tenía ninguna razón para matar a Ollie Watts -contesté-. Hablamos de coches robados y matrículas falsas. Ollie no estaba en situación de estafarle a Sonny nada valioso, conocía tan poco las actividades de Sonny que un jurado no le dedicaría a eso ni diez minutos.
Ross, impacientándose, se acercó para sentarse en el borde de la mesa.
– Es curioso que aparezca usted después de tanto tiempo. ¿Cuánto ha pasado?, ¿seis meses?, ¿siete?…, y que de pronto nos encontremos metidos entre cadáveres hasta el cuello -dijo, como si no hubiera oído una sola de mis palabras. Tenía unos cuarenta años, quizá cuarenta y cinco, pero parecía estar en buena forma. Surcaban su rostro profundas arrugas que obviamente no se debían a una vida llena de risas. Algo me había hablado de él Woolrich, después de que éste se marchara a Nueva York para ser agente especial adjunto a cargo de la delegación de Nueva Orleans.
Se produjo un silencio. Ross me miró fijamente en espera de que yo desviase la vista, pero al final fue él quien, por aburrimiento, la apartó.
– El agente Ross opina que nos ocultas algo -explicó Walter-. Le gustaría hacerte sudar tinta un rato, por si acaso. -Mantenía una expresión neutra, sin aparente interés.
Ross había vuelto a fijar la mirada en mí.
– El agente Ross da miedo. Si me hace sudar tinta, quién sabe lo que puedo llegar a confesar.
– Así no vamos a ninguna parte -dijo Ross-. Es evidente que el señor Parker no está en absoluto dispuesto a cooperar y yo…
Walter alzó una mano para interrumpirlo.
– Quizá deberían dejarnos solos un rato. Váyanse a tomar un café o algo -propuso.
Barth se encogió de hombros y se fue. Ross se quedó sentado en la mesa y dio la impresión de que iba a seguir hablando. De pronto se puso en pie, salió apresuradamente y cerró la puerta con firmeza. Walter respiró hondo, se aflojó la corbata y se desabotonó el cuello de la camisa.
– No te burles de Ross. Es capaz de echar una tonelada de mierda sobre tu cabeza. Y sobre la mía.
– Ya te he contado todo lo que sé -insistí-. Quizá Benny Low sepa algo más, pero lo dudo.
– Ya hemos hablado con Benny Low. Según él, no sabía ni quién era el presidente hasta que se lo dijimos. -Hizo girar un bolígrafo entre los dedos-. «¡Eh, que zon zólo negocioz!», eso ha dicho.
Era una imitación aceptable de una de las rarezas verbales de Benny Low. Esbocé una lánguida sonrisa y el ambiente se distendió un poco.
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