Jeffery Deaver - El Hombre Evanescente
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Un nuevo caso del detective tetrapléjico Lincoln Rhyme, enfrentado a un criminal de habilidades extraordinarias: engañar, escapar, disfrazarse…
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Pum, pum…
El capitán leyó de una hoja de papel lo siguiente:
– Ha dicho que usted, y cito: «no demostró el debido respeto por las personas que desempeñaban una función de supervisión. Y mostró una actitud irrespetuosa con sus iguales lo que condujo a situaciones que entrañaban peligro».
– Así que Ramos dio con alguien que quería hacerme daño y le pasó esas frases. Lo siento, capitán, pero, ¿usted cree de verdad que un poli habla así? ¿«Situaciones que entrañaban peligro»? ¡Hombre, por Dios!
Bueno, papá, pensó Sachs dirigiéndose a su padre, ¿qué te parece lo que hacen para sacarla a una de quicio? Se sentía abatida. Miró detenidamente a Marlow.
– ¿Qué más, señor? Porque hay algo más, ¿no?
Marlow tuvo el loable gesto de mantenerle la mirada cuando contestó:
– Sí, oficial, lo hay. Y es peor, me temo.
Escuchemos en qué puede, exactamente , ser peor, papá.
– Ramos está intentando que la separen del cargo.
– ¡Que me separen del cargo! ¡Menuda sandez!
– Quiere que se abra una investigación.
– ¡Qué vengativo! -Omitió «el gilipollas» porque percibió en la mirada de Marlow que era ese tipo de actitud lo que principalmente la había metido en líos.
– Debo decirle -añadió Marlow- que está lo bastante enfadado como para… Bueno, lo que quiere es que la suspendan de empleo y sueldo. -Era un castigo que se solía aplicar a los oficiales acusados de algún delito.
– ¿Por qué?
Marlow no respondió. Pero tampoco era necesario, desde luego. Sachs lo sabía: para reforzar su credibilidad, Ramos tenía que demostrar que la mujer que le había detenido y puesto en una situación tan embarazosa era una chalada.
Y la segunda razón: Ramos era un gilipollas vengativo.
– ¿Cuáles serán las alegaciones?
– Insubordinación, incompetencia.
– No puedo perder mi placa, señor. -Intentaba no sonar desesperada.
– Yo no puedo hacer nada respecto a que le hayan suspendido el examen, Amelia. Eso está en manos del Consejo y ellos ya han tomado la decisión. Pero lucharé contra la suspensión de empleo y sueldo. Aunque no puedo prometer nada. Ramos tiene contactos. Por toda la ciudad.
Sachs se echó mano al cuero cabelludo y se rascó hasta hacerse daño. Bajó la mano y sintió resbalar la sangre.
– ¿Puedo hablar con libertad, señor?
Marlow se dejó caer ligeramente en su butaca.
– ¡Por Dios, oficial, desde luego! Sepa usted que todo esto hace que me sienta mal. Diga lo que quiera. Y no tiene que mantenerse firme. No estamos en el ejército, ¿sabe?
Sachs carraspeó.
– Si Ramos intenta la suspensión, señor, mi próximo paso serán los abogados de la ABPP. Iré por ese camino, y tan lejos como sea necesario.
Y lo haría. Aunque sabía bien que los polis sin rango que luchaban contra la discriminación o las suspensiones a través de la Asociación Benéfica de Policías de Patrulla quedaban extraoficialmente marcados. Muchos de ellos habían visto sus carreras relegadas de forma permanente, aunque consiguieron victorias técnicas.
Marlow mantuvo la mirada firme de Sachs y dijo:
– Tomo nota, oficial.
Bien, pues había llegado la hora de luchar con los puños.
Era una expresión de su padre. Sobre ser policía.
Amie, tienes que entenderlo: a veces es emocionante, a veces ves que lo que haces sirve para algo y a veces es un aburrimiento. Y otras veces, no demasiado a menudo, gracias a Dios, es cuestión de luchar con los puños. Puño contra puño. Uno está sólito y desamparado, sin nadie que le ayude. Y no me refiero sólo a los malhechores; a veces serás tú contra tu jefe. Otras será contra los jefes de tu jefe. También puede ser contra tus compañeros. Vas a ser policía…; pues bien, tienes que estar preparada para hacerlo sola. No hay más vuelta de hoja.
– Bueno, por el momento sigue usted en activo.
– Sí, señor. ¿Cuándo me lo notificarán?
– Uno o dos días.
Se dirigió a la puerta.
Se detuvo y se volvió:
– ¿Señor?
Marlow levantó la mirada, como sorprendido de que aún estuviera allí.
– Ramos estaba en medio de mi escena del crimen. Si hubiera sido usted, o el alcalde o el mismísimo presidente, yo habría hecho exactamente lo mismo.
– Por eso es usted hija de su padre, oficial, y por eso él estaría orgulloso de usted. -Marlow levantó el auricular del teléfono-. Esperemos que la suerte nos acompañe.
Capítulo 50
Thom hizo pasar a Lon Sellitto al pasillo, donde estaba Lincoln Rhyme sentado en su silla, de un rojo como el de las manzanas de caramelo, refunfuñando ante los albañiles para que tuvieran cuidado con la carpintería mientras transportaban escaleras abajo escombros procedentes de las reparaciones que estaban haciendo en el dormitorio dañado por el fuego.
De camino a la cocina para preparar el almuerzo, Thom contestó a sus gruñidos:
– Déjales en paz, Lincoln. A ti no te importa en absoluto el estado de la carpintería.
– Es una cuestión de principios -replicó el criminalista, tenso-. Las puertas son mías, y la torpeza suya.
– Siempre se pone así cuando acaba un caso -le dijo el ayudante a Sellitto-. ¿No tendrías para él algún robo o asesinato realmente peliagudo? ¿Una especie de chupete que le calme de verdad?
– No necesito un chupete -soltó Rhyme mientras el ayudante desaparecía-. ¡Lo que necesito es que la gente tenga cuidado con las paredes!
– Oye, Linc -dijo Sellitto-. Tenemos que hablar.
El criminalista advirtió el tono de voz y la mirada que había en los ojos de su colega. Llevaban años trabajando juntos y podía leer todas las emociones que expresaba el poli, sobre todo cuando había algo que le preocupaba. ¿Y ahora, qué pasará?, se preguntaba.
– Acabo de tener noticias del jefe de Patrullas. Se trata de Amelia. -Sellitto carraspeó.
El corazón de Rhyme dio un inconfundible redoble en su pecho. Él nunca lo notaba, desde luego, aunque sí una oleada de sangre en el cuello, la cabeza y la cara.
Sus pensamientos: bala, accidente de coche.
Sin alterarse, dijo en voz baja:
– Dime.
– Ha suspendido. El examen para sargento.
– ¿Cómo?
– Sí.
El intenso alivio se convirtió al instante en un sincero pesar por ella.
– Todavía no es oficial -continuó el detective-. Pero lo sé.
– ¿Dónde lo has oído?
– Por el radar de la policía…, me lo ha dicho un pajarito…, yo qué sé. Sachs es una estrella. Cuando pasa algo así, sobran las palabras…
– ¿Y la nota que sacó?
– A pesar de la nota que sacó.
Rhyme acercó la silla al laboratorio. El detective, que estaba especialmente arrugado ese día, le siguió.
Resultó que la causa era Sachs y nada más que Sachs. Había mandado que alguien saliera de la escena de un crimen que se estaba investigando y, como no obedeció, le esposó.
– ¡Mala suerte, porque resulta que el tipo en cuestión era Víctor Ramos!
– El congresista. -Lincoln Rhyme apenas sentía interés por la política local, pero conocía a Ramos: un tipo oportunista que había tenido abandonados a sus electores latinos en el Harlem hispano hasta hacía poco tiempo, cuando el clima de corrección política, y el volumen del electorado, significaban que si se ganaba sus simpatías podría hacerle optar por Albany o por un escaño en Washington.
– ¿Pueden suspenderla?
– ¡Vamos, Linc! Esos cabrones pueden hacer lo que quieran. Incluso están hablando de suspenderla de empleo y sueldo.
– Puede luchar. Ella luchará contra eso.
– Ya sabes lo que les pasa a los polis de a pie que se enfrentan a los de arriba… Las probabilidades son que, incluso si gana ella, la envíen al este de Nueva York. Qué coño, incluso peor, la pondrán detrás de un escritorio en el este de Nueva York.
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