Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– No tiene que preocuparte lo que piensen los demás. Vuestra seguridad es más importante.

– ¿Más que mi reputación como abogada? ¿Que mi responsabilidad ante ti? -Judy movió enérgicamente la cabeza y el pelo osciló sobre sus orejas-. Yo no me retiro. Mañana me presento ante el tribunal. Ésta es mi decisión.

– No, no puede ser. El bufete es mío y yo asigno las tareas. Nos hace falta una persona en el caso Burkett. Adelante. Las dos.

– Yo no -insistió Judy.

Bennie se frotó la frente. Le dolía la cabeza desde el porrazo recibido desde atrás. La mejilla ya no le sangraba pero notaba la mandíbula dolorida. Y la discusión empezaba a exasperarla.

– ¿Harás lo que te digo, aunque sea una sola vez, Carrier? ¿Serás capaz de escucharme, para variar?

– Te escucho pero no pienso obedecer. ¿Qué vas a solucionar si yo me retiro del caso? ¿Y qué me dices de ti? Tú eres la persona a quien persiguen. El poli intentó matar…

– Eso, ¿y tú qué, Bennie? -intervino Grady. Bennie levantó la cabeza y vio el miedo en su rostro. Su tez, pálida de por sí, había adoptado un tono céreo, y tenía los ojos enrojecidos por la vela y la inquietud. Despuntaba ya una incipiente barba rubia en la parte de la barbilla y llevaba la camiseta «Duke» del revés, a causa de las prisas-. Ya sé que no vas a retirarte, pero no puedesseguir sin protección. O me meto yo en la sala o contratas a alguien.

– ¿Protección? ¿Te refieres a un guardaespaldas?

– Más bien a tres guardaespaldas.

– No podemos permitírnoslo.

– Yo me ocupo de dos de ellos, y no se hable más. -Grady se volvió hacia las letradas e intentó sonreír-. ¿Estáis de acuerdo, abogadas? ¿Dos guardaespaldas?

– Sí -dijo Judy-. Lo que significa que sigo en el caso. ¿Vale, jefa?

– No, no vale.

Grady cogió el hombro de Bennie.

– Ella es quien tiene que decidir. ¿O es que tú no tomas decisiones irracionales?, ¡y nadie te detiene!

Bennie sonrió.

– Basta. Me duele cuando me río.

Judy soltó una carcajada.

– Trato hecho, pues. Sigo en el caso.

Bennie soltó un suspiro; estaba demasiado agitada para seguir peleando.

– De acuerdo, Carrier puede seguir pero DiNunzio empezará mañana con Burkett. Tendrás que cumplimentar la renuncia a primera hora, y luego te tomas el resto del día libre. ¿Vale?

Las tres cabezas se volvieron al unísono y de repente Mary tuvo la impresión de encontrarse en el banquillo de los acusados.

– No sé -dijo.

– No eres tú quien decide -le dijo Bennie-. Has hecho un excelente trabajo en el caso, con los vecinos, y ahora se acabó.

– Si aún no los han citado como testigos. ¿Cómo vas a interrogarlos? No te he pasado la información.

– Podré hacerlo. Tengo tus notas. Sabré desenvolverme.

Alguien golpeó la puerta con contundencia y Bennie se puso tiesa, con una mueca de dolor al protestar sus costillas ante el cambio de postura.

– ¿Rosato? -dijo una voz masculina.

La puerta de la sala de interrogatorios se abrió.

Sin embargo, no apareció tras ella ninguno de los inspectores. De pie en el umbral, la entrecana cabeza marcada por una expresión de angustia, el típico pantalón caqui, la americana azul marino hechos un amasijo de arrugas, apareció Lou Jacobs.

En la Roundhouse todo se había desarrollado de la forma que esperaba Bennie: Grady en calidad de abogado, pese a que no hacía falta. Los inspectores escucharon el relato de Bennie sobre la muerte de Lenihan con cortesía y profesionalidad, dándole crédito enseguida. Habida cuenta de las pruebas que la respaldaban, no tenían otra alternativa. DiNunzio y Carrier permanecieron apoyadas en un par de sillas plegables, intentando reprimir las lágrimas que asomaban en sus ojos, pero quien más sorprendió a Bennie fue Lou.

Se mantuvo todo el tiempo a su lado, frente a Grady, apoyándola ante la policía sin tener que articular palabra. Al terminar el interrogatorio, colocó su cálida mano sobre el hombro de Bennie, gesto que a ella le pareció de lo más reconfortante. Apenas conocía a ese hombre pero notaba en él algo positivo. Una bondad difícil de encontrar en un joven; la ternura que llega sólo con los años. Lou sería su guardaespaldas. En cierta forma, ya lo era.

Bennie hizo el trayecto hacia casa con Grady en silencio, mientras él se mostraba amable y solícito. Una vez en casa, le preparó café, pues comprendía que a ella tal vez no le apetecía hablar. Le colocó una bolsa de hielo en la cabeza, que seguía doliéndole, y le dio una cucharada de miel para aliviarle la garganta. Le sentó bien, a pesar de no ser el tratamiento científico adecuado. Se le había hinchado el labio por la parte del corte y le temblaba la mandíbula a causa del zarandeo: contra aquellos síntomas, Grady le recetó una noche de descanso. A su lado.

Bennie se lo agradeció pero curiosamente se vio incapaz de expresárselo con palabras. Permaneció en la cama, despierta hasta el amanecer. Se veía incapaz de pensar, sólo podía notar las sensaciones. Había vivido la experiencia de la muerte de manera directa con su madre y en aquellos momentos la relación con aquélla ya era algo más íntimo. No podía evitar sentirse en parte responsable de la muerte de Lenihan. Iba reviviendo mentalmente la pelea en el muro. ¡Pensar que podía haber cerrado los dedos alrededor del impermeable un segundo antes!

Cerró los ojos en la oscura habitación. Su pensamiento deambuló hacia los asesinatos perpetrados en la cárcel. Connolly había clavado un cuchillo de fabricación casera en la garganta de Leonia Page, casi en el mismo punto en el que Bennie había clavado la pluma a Lenihan. ¿Existía algo así como el instinto asesino? ¿Lo tenía también Bennie? Las lágrimas iban resbalando por sus mejillas, una tras otra, tan incontrolables como las preguntas que se formulaba. ¿Tenía el alma tan negra como Connolly? ¿Llevaba en su interior el mismo odio, en lo más profundo de sus entrañas, acaparando hasta la última célula?

Reinaba una gran quietud en el dormitorio. La noche era profunda y silenciosa. Sólo se oía el suave zumbido del despertador, cuya superficie cuadrada brillaba en un falso tono anaranjado. Grady respiraba con suavidad, acompasadamente. El perro roncaba hecho un ovillo sobre la madera, al pie de la cama. Aquella habitación, aquel hombre, incluso aquel animal tenían la virtud de hacerla sentir segura, llena de amor. Pensaba a menudo en su madre, durmiendo con la máxima tranquilidad, en el hospital, en manos del mejor equipo médico que ella había podido conseguir. Todo aquello la reconfortaba, le confería una cierta plenitud. Durante aquella época Bennie se sintió realizada, a gusto. Era feliz.

En cambio en aquellos momentos ni siquiera podía recordar qué sensación producía la felicidad.

13

Los primeros rayos de sol se abrían paso a través de los rascacielos hacia los despachos de los jueces, y el juez Guthrie se encontraba sentado -más bien parecía hundido- tras su elegante escritorio de caoba. Tenía las gafas de lectura plegadas junto a la carpeta secante verde oscuro. Observaba a Bennie con los párpados caídos.

– Sentí muchísimo lo que le ocurrió anoche, señorita Rosato.

– Gracias, señoría -respondió Bennie.

Se había duchado hacía poco, se había puesto el típico traje azul marino y en aquellos momentos cruzaba las piernas en la butaca de cuero situada ante el escritorio del juez. Ella y Hilliard habían recibido una llamada del juez Guthrie a primera hora, la inevitable respuesta a las noticias difundidas por la prensa sobre la muerte de Lenihan. «Gemelas asesinas», rezaba el titular de uno de los peores periódicos de prensa amarilla, subtitulándolo, con más sutileza: «Doble riesgo».

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