Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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– ¿Y si empezamos con tres clases a la semana?

– ¡Jo, qué rápida! La mayoría viene una vez por semana. ¿Por qué tanta prisa?

Judy se calló un momento.

– Ya conozco lo esencial. Mi padre boxeaba. Es policía.

– Policía, ¿eh? -repitió el señor Gaines.

Judy asintió, a pesar de que todo lo iba inventado sobre la marcha. Su padre era profesor en Stanford y habría detestado el boxeo si algún día se hubiera dignado a reflexionar sobre el tema.

– ¿No cree que hay algún vínculo entre los polis y el boxeo? -preguntó Judy empezando la prospección-. Al parecer se sienten atraídos por ese deporte. ¿Verdad que aquí hay un inspector que hace de manager de un boxeador?

– Sí. Star Harald. Un gran boxeador, a punto de pasar al campo profesional. Tiene que ver el combate en el Blue. Ya llega tarde para conseguir entradas, pero lo retransmitirán vía satélite.

– ¿Conoce usted a ese inspector?

– Está muerto -respondió el señor Gaines haciendo chasquear la lengua-. Un buen manager. Dominaba el deporte. Le dispararon. Le asesinaron.

– ¿Dispararon contra él? ¡Qué horror! ¿Han detenido a quien lo hizo?

– Por supuesto. Su novia. Creo que ya está en la cárcel.

– ¿Su novia? -dijo Judy, como si no supiera nada-. ¿La conocía usted?

– No mucho. Una tía mezquina. A mí nunca me dirigió la palabra. Andaba por aquí con las mujeres y las novias. Cuando me enteré del caso supe enseguida que lo había hecho ella.

– ¿Por qué? ¿Qué se lo hizo pensar?

– Gente que es así, mala -dijo el señor Gaines moviendo la cabeza-. Un mal número, decía mi madre. Y la chica esa, ¡vaya si era un mal número!

Judy estaba preocupada. Acudiera a quien acudiera siempre encontraba a un testigo completamente creíble que opinaba que Connolly era culpable, y Bennie no quería ni oír hablar de ello. Le ocurría lo que había dicho antes el señor Gaines, que oía pero no escuchaba.

– Bueno, señorita Judy, ¿así que se apunta a las clases? Me firma el papel y podemos empezar la semana que viene.

– ¿Y si empezáramos mañana por la mañana? -preguntó ella, y el señor Gaines se echó a reír.

31

Bennie trabajaba frenéticamente, subiendo una caja tras otra del sótano del edificio hasta el piso de Della Porta. Había convencido al portero de que, como abogada de Connolly, tenía derecho a ver sus pertenencias personales, y había encontrado al hombre lo suficientemente borracho para creérselo. Bennie tenía la esperanza de que si hacía una reconstrucción del piso conseguiría comprender cómo habían vivido Connolly y Della Porta. Consideraba que aquella relación era el quid de la cuestión en el caso de asesinato y que los detalles podían llevarla a alguna prueba útil o como mínimo a una nueva perspectiva. Sin embargo, en parte la impulsaba el deseo de saber más cosas de Connolly, ahora que se parecía más a ella, con el nuevo corte de pelo y el maquillaje. Estaba algo decepcionada. El portero había bebido tanto que no se había fijado en el cambio.

Bennie fue apilando las cajas en plena noche, formando una pared con casi cuarenta de ellas en la sala de estar; curiosamente, el esfuerzo le había dado nuevo vigor. Cuando hubo subido la última ya eran las dos de la madrugada y se había olvidado de llamar a Grady. Intentó localizarlo a través del móvil pero no obtuvo respuesta. Sin duda dormía profundamente. Dejó el aparato en el bolso, cogió el expediente que llevaba en la cartera y se centró en la lista de fotos que había tomado la unidad móvil de homicidios. Ésta había hecho un trabajo concienzudo en las espeluznantes aunque informativas fotos de la sala de estar.

Dejó el expediente, levantó la cinta adhesiva marrón de la primera caja y empezó a sacar las cosas. Estuvo trabajando hasta el alba y acabó con un terrible dolor de espalda, pero cuando decidió poner punto final a la tarea, el piso estaba otra vez montado. Se paseó de estancia en estancia, acabando en la puerta de la cocina, que resultó que estaba perfectamente equipada. Quedaba claro que Della Porta había sido un buen cocinero. Encontró veinte libros de cocina con su nombre en el interior, que colocó por encima de la barra, junto a la cocina. Los armarios quedaron llenos de sólidos cacharros de Calphalon: una sartén para tortillas, otras dos, una mediana y otra grande, e incluso una minúscula para derretir mantequilla. Al contemplar todo aquello, Bennie notó una punzada de aflicción pensando en la pérdida. ¿Quién podía haber matado a Della Porta y por qué?

Pasó de la cocina a la sala de estar. Ya con todo lo necesario, advirtió que la estancia revelaba un gusto exquisito. Los cuadros de las paredes eran óleos con panorámicas de la ciudad, pintados por un excelente artista llamado Solmssen: gasolineras, fachadas y tiendas y una calle de Manayunk con el agreste toque de Edward Hooper. Por encima de la mesa del comedor, una acuarela abstracta, y una gran reproducción de un Lichtenstein dominaba lo que era el salón: unos anchos trazos negros que perfilaban una melodramática rubia de cómic. Bennie se plantó ante el cuadro. Un gusto curioso para un poli, pero al mismo tiempo la pintura tenía algo que la inquietaba.

Entró en el dormitorio, que hubiera tenido el mismo estilo si Bennie se hubiera preocupado por montar la sólida cama. Se había limitado a arrastrar la cabecera, de latón antiguo, y a apoyarla contra la pared frontal, siguiendo la información que le había proporcionado la foto policial. El tono del latón le indicó que el mueble era auténtico, pese a que al notarlo tan ligero, pensó que debía de estar hueco. A uno y otro lado de la cama había colocado las mesillas de noche de pino, y en una esquina, el mueble más insólito: un antiguo escritorio de profesor, que tenía el aspecto de un atril montado sobre unas largas patas. Bennie se acercó al mueble y pasó los dedos por la oscura y granulosa madera. Aquello tenía que haberles costado una fortuna.

Ahí estaba el detalle. Se dio la vuelta. Los utensilios de la cocina, el arte de la sala de estar y el mueble antiguo del dormitorio valían muchísimo dinero. Había que tener en cuenta además el alquiler, mil dólares al mes, algo que incluso afectaría a su economía. Había leído en la nota necrológica de Della Porta que sus padres, ya difuntos, eran de clase media, por ello sabía que no podía haber heredado. El hecho de que hiciera de manager de un boxeador indicaba que era un hombre a quien le interesaba forrarse. ¿Cómo sacaba Della Porta tanto dinero en el cuerpo de policía? ¿Y por qué lo gastaba todo en el interior, en lo escondido, y no en el piso en sí? ¿Por qué no se trasladaba a un barrio mejor?

Si bien las respuestas la habrían ayudado en la defensa, no eran exactamente lo que hubiera acogido Bennie con los brazos abiertos.

32

– ¿Dónde has estado, Bennie? -preguntó Grady, volviéndose frente al espejo del baño. La desnuda bombilla que colgaba del techo iluminó la mueca de descontento que dibujaban sus labios. Llevaba el pelo mojado, pues salía de la ducha, y los rizos iban goteando-. Son las seis de la mañana. Has estado fuera toda la noche.

– Trabajaba en el caso Connolly.

Bennie seguía en el vestíbulo, en penumbra porque nadie había tenido tiempo aún de poner una lámpara allí. Del techo salía un manojo de hilos, que parecía una araña eléctrica, y Bennie dio gracias de seguir en aquella situación. Grady no vería su corte de pelo.

– ¿Estuviste trabajando? No te localicé en el despacho. Llamé y me encontré con el contestador.

– Estaba en el lugar del crimen. ¿Ya te vas, tan pronto?

– Tengo que estar en King of Prussia a las ocho. -Grady sacudió el peine y lo dejó en su sitio. Se había vestido para ir al trabajo con un traje gris claro, camisa blanca de algodón y corbata Liberty floreada-. Se habla de nuevo de la fusión y los capitalistas de la operación quieren más cambios. No sé cuándo se cerrará el trato. Además, no ha aparecido el fontanero para arreglar el fregadero de la cocina. La llave sigue donde la dejaste.

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