Kevin se movía en su asiento y golpeaba el piso con el pie. Había pasado toda su vida sin saberlo, pero esta vulnerabilidad ahora era distinta. Un hombre llamado Slater lo confundió con otra persona y casi lo mata. ¿No había sufrido bastante en la vida? Ahora había caído en esto, fuera lo que fuera. Las autoridades lo examinaban cuidadosamente. Intentarían cavar en su pasado. Tratarían de entenderlo. Pero ni siquiera Kevin entendía su pasado. Él no tenía la mínima intención de permitírselo.
La puerta se abrió de golpe y Milton entró.
– ¿Algo más? -quiso saber Kevin aclarando la garganta.
– El FBI está haciendo intervenir a alguien en esto -expresó Milton parpadeando dos veces y haciendo caso omiso a la pregunta-. ATF, CBI y la policía estatal quieren mirar… muchos. Pero hasta donde sé ésta es aún mi jurisdicción. Solo porque los terroristas estén a favor de las bombas no quiere decir que toda bomba que estalle sea obra de terroristas.
– ¿Creen ellos que esta fue una bomba terrorista?
– No dije eso. Pero en estos días Washington ve terroristas detrás de cada árbol, así que definitivamente están de cacería. No me sorprendería ver a la CIA husmeando en los archivos.
Milton lo miró, sin pestañear, por algunos segundos, y luego parpadeó tres veces seguidas.
– Lo que tenemos aquí es un auténtico enfermo. Lo que me confunde es por qué lo escogió a usted. No tiene sentido.
– Nada de esto tiene sentido.
– El laboratorio necesitará dos días para terminar su trabajo en lo poco que encontramos -dijo Milton abriendo un archivo-, pero tenemos algunos hallazgos preliminares, el más importante de los cuales no es nada.
– ¿Qué quiere decir con nada? ¡Una bomba casi me hace volar en pedazos!
– Ninguna evidencia de verdadero valor investigativo. Permítame resumírselo… quizás se revuelva algo en esa mente suya -manifestó Milton mirando fijamente a Kevin-. Tenemos un hombre con una voz áspera y suave que dice llamarse Richard Slater y que lo conoce tan bien a usted como para atacarlo. Usted, por otra parte, no tiene idea de quién podría tratarse.
Milton hizo una pausa para llamar la atención.
– El construye una bomba usando dinamita y sistemas electrónicos comunes que se encuentran en cualquier Radio Shack, haciendo casi imposible seguirle la pista. Inteligente. Entonces la coloca en el maletero de su auto; lo llama sabiendo que usted está en el auto, y amenaza con volar el vehículo por los aires en tres minutos si no logra solucionar una adivinanza. ¿Quése cae pero no se rompe?¿Quése rompe pero no se cae? ¿Correcto hasta aquí?
– Parece correcto.
– Debido a algún rápido pensamiento y a un manejo impulsivo usted se las arregla para llevar el auto hasta un sitio relativamente seguro y escapar. Como él prometió, el vehículo explota al no solucionar usted la adivinanza ni llamar al periódico.
– Así es.
– El trabajo forense preliminar nos revela que quien haya colocado la bomba no dejó huellas digitales. Eso no sorprende, pues es evidente que este tipo no es el tonto del pueblo. La explosión pudo haber ocasionado muchos daños colaterales. Si usted hubiera estado en la calle cuando ocurrió la explosión tendríamos algunos cadáveres en la morgue. Eso es suficiente para suponer que este tipo está enfadado o que está loco de atar, y tal vez las dos cosas. Por tanto tenemos inteligencia y furia. ¿Entiende?
– Tiene sentido.
– Lo que nos falta es el eslabón más obvio en cualquier caso como este. Un motivo; sin eso no tenemos nada. ¿No tiene usted alguna idea de por qué alguien quisiera hacerle daño de algún modo? ¿No tiene enemigos del pasado, recientes amenazas contra su bienestar, alguna razón para sospechar que alguien en este planeta podría desear lastimarlo de algún modo?
– Él no trató de lastimarme. De haber querido matarme simplemente pudo haber detonado la bomba.
– Exactamente. Por tanto, no solo estamos sin pistas de por qué alguien llamado Slater podría querer volar su auto por los aires, ni siquiera sabemos por qué lo hizo. ¿Qué logró?
– Me asustó.
– Uno no asusta a alguien destruyendo el vecindario. Pero está bien, digamos que solo quería asustarlo… todavía no tenemos el motivo. ¿Quién podría querer asustarlo? ¿Por qué? Pero usted no tiene idea, ¿no es cierto? Nada que usted haya hecho le daría a alguien una razón para tener algo en su contra.
– No… no que yo sepa. ¿Quiere usted que invente algo? Ya le dije, en realidad no sé.
– Nos está usted dejando estancados, Kevin. Estancados.
– ¿Y la llamada telefónica? -preguntó Kevin-. ¿No hay manera de rastrearla?
– No. Solo podemos rastrear una llamada mientras la están haciendo. De todos modos, lo que quedó de su celular no es nada más que un pedazo de plástico en una bolsa de evidencias. Con suerte, la próxima vez tendremos un disparo.
Milton cerró la carpeta de archivos.
– Usted sabe que habrá una próxima vez, ¿no es así?
– No necesariamente.
En realidad ese pensamiento lo había asediado, pero no quiso darle ninguna consideración seria. Sucesos insólitos como este ocurrían de vez en cuando a la gente; eso podía aceptarlo. Pero era incomprensible una conspiración deliberada e interminable contra él.
– La habrá -objetó Milton-. Este tipo hizo todo lo posible por echar a andar este truco. Persigue algo, y tenemos que suponer que no lo consiguió. Lo intentará otra vez, a menos que esto fuera una casualidad o alguna clase de equivocación infernal.
– Quizás me confundió con otra persona.
– Ni en broma. El es demasiado metódico. Lo mantuvo vigilado, conectó el auto, conocía sus movimientos, y lo explotó con cuidadosa calma.
Muy cierto. Slater sabía aun más que la policía.
– Me asustó. Tal vez sea todo lo que deseaba.
– Tal vez. Estoy abierto a cualquier cosa en este punto -Milton hizo una pausa-. ¿Está usted seguro de que no hay nada más que quiera decirme? No sabemos mucho de usted. Nunca se casó, no tiene antecedentes, graduado universitario, actualmente inscrito en el seminario. No es la clase de persona de la que se esperaría que participara en un crimen de esta naturaleza.
Por su mente cruzó la exigencia de Slater.
– Créame que si pienso en algo más, usted será el primero en saberlo -expresó Kevin.
– Entonces se puede ir. He dado la orden de interceptar sus teléfonos tan pronto como podamos despejar los trámites burocráticos… es lo primero que deben hacer los muchachos mañana por la mañana. También podría poner vigilancia fuera de su casa en Signal Hill, pero dudo que estemos tratando con alguien que se acerque a su casa.
– ¿Interceptar mis teléfonos?
Iban a investigar, ¿verdad? Sin embargo, ¿qué podría temer mientras no empezaran a husmear en su pasado?
– Con su permiso, por supuesto. ¿Tiene usted algún otro teléfono celular?
– No.
– Si este tipo contacta de algún otro modo quiero que me informe de inmediato, ¿entiende?
– Por supuesto.
– Y perdone mi falta de sensibilidad, pero esto ya no se trata solo de usted – manifestó Milton con brillo en los ojos -. Tenemos periodistas por todo el lugar, y quieren una explicación. Usted podría llamar la atención de los medios de comunicación. No hable con ellos. Ni siquiera los mire. Manténgase atento, ¿capice?
– Yo soy aquí la víctima, ¿no? ¿Por qué tengo la sensación de que estoy bajo investigación?
Milton colocó las dos palmas de sus manos sobre la mesa. El aire acondicionado pataleaba encima de ellos.
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